viernes, 27 de enero de 2017

LAS BIENAVENTURANZAS. Charla semanal

Las bienaventuranzas
EJERCICIOS ESPIRITUALES 13
         Volvemos al modo de la contemplación y hoy lo vamos a hacer con el pasaje de las Bienaventuranzas.
         Las Bienaventuranzas son la vida de Cristo. Nos muestran cómo vive Cristo. Él, no sólo las ha predicado, sino que las ha vivido y nos las ofrece como una propuesta de vida.
         Cristo sube a la montaña. Es significativo en el Antiguo Testamento que el encuentro con Dios se da en el desierto o en la montaña. Para que yo pueda entender las cosas de Jesús, también tengo que subir a la montaña, tengo que dejar las cosas de aquí abajo y subir a la montaña, tengo que ir ligero de equipaje.
                   Pedir el conocimiento interno de Cristo para más amarle y seguirle. Llegar a una verdadera identificación con Cristo. Experimentar la luz y la fuerza interior que surge en mí, fruto del encuentro con Cristo, cuando me dejo guiar por el espíritu de las bienaventuranzas. Soy más Cristo cuando termino de orar y de contemplar. No apartar los ojos de Jesús. No es tanto lo que dice, como quién lo dice. Escucha Quien te habla. En la actitud contemplativa es fundamental escuchar. No intentar manejar yo la oración. Dejar que Dios me vaya llevando por donde Él quiera. El Espíritu de Dios es el que me lleva. Pedírselo, que no le ponga yo ningún obstáculo para que Él haga su obra en mí.
Me sitúo ahora en el pasaje que encuentro en Mt 5: Contemplo a Jesús en la ladera de la montaña, viendo el lago Tiberíades de fondo, cerca de Cafarnaún y allí Jesús se sienta y predica.
Contemplar a Jesús en sus palabras, ellas nos adentran más en el misterio de su persona; son la expresión de lo que fue su vida. Al orar sobre ellas, queremos que ellas sean también las que vayan modelando nuestra vida: serán el mejor fundamento en el que edificamos. Dice Jesús: Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca.
El comienzo del discurso de las Bienaventuranzas es sorprendente: no empieza invitando a la conversión, sino proclamando la dicha y la felicidad de un estilo de vida. Al orar en ellas, nos parece descubrir algo más cálido y distinto, y a la vez más que la simple enumeración de unos valores cristianos, como son la mansedumbre, la actitud misericordiosa, la pobreza de espíritu, la limpieza de corazón…: son un mensaje donde queda grabado el Espíritu de Jesús.
No hay que leerlas como si fueran una lista de obligaciones, intentando esforzarnos por vivirlas. Hay que verlas y escucharlas como la Buena Nueva, como un camino de felicidad: Felices los que aman tanto y son tan libres que eligen ser pobres, no violentos, capaces de sufrir, con hambre y sed de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, trabajando por la paz, perseguidos por su fidelidad. Las bienaventuranzas nos ponen ante un modo de ser que piensa, siente y vive de forma diferente al mundo. El mundo no considera una dicha sufrir, más bien intenta erradicar toda forma de sufrimiento, veamos por ejemplo la eutanasia o el aborto; prefiere matar la causa a que el hombre sufra. Nos envuelve de placeres. Nos incita a la violencia. ¡Qué lejos está el mundo de comprender el espíritu de las bienaventuranzas! Sólo en el encuentro con Cristo puedo entenderlas y sólo con su gracia puedo vivirlas. Es pura gracia y puro don.
Escuchar, por tanto, las bienaventuranzas de sus labios, dirigidas a mí particularmente. Aclimatar mi alma en la oración, para que no me chirríe: Bienaventurados cuando os insulten y os persigan por mi causa y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí.
Aunque no me lo parezca, son un camino de felicidad. Cristo no me miente. Él no promete ahorrarme las piedras del camino, pero me asegura la felicidad al seguirle.
Elegir la pobreza, porque la riqueza es un estorbo para amar, porque introduce preocupaciones en el corazón. Cuanto más tengo, de más me tengo que preocupar y de más cosas tengo que cuidar. Los deseos, los sueños de querer hacer tantas cosas…, también son riquezas; no lo tengo, pero lo deseo.
Llenarme tanto del amor de Dios que no me quepa nada más. Se puede vivir así.
Repasar, no tanto si vivo o si no vivo las bienaventuranzas, sino cómo quiere Cristo que viva yo y me da la gracia para hacerlo. Todo lo que me pida Dios puedo hacerlo, porque me da su gracia.
No hay felicidad más profunda que la que viene de Cristo. Sólo Dios basta. Si lo tengo en mi vida, tengo todo lo necesario.
No se trata de cambiar mi moralidad, sino de cambiar mi interior. Y esto es un regalo de Dios, no un esfuerzo. Desearlo y pedirlo, para que Dios me lo conceda.

sábado, 21 de enero de 2017

TRES BINARIOS. Charla semanal



EJERCICIOS ESPIRITUALES 12
Nuestra Meditación de hoy se conoce con el nombre de Tres Binarios. Binario aquí significa modelo, tipo y vamos a ver tres modelos distintos del seguimiento a Jesucristo, como respuesta a su llamada. Se trata de hacer un examen de mi vida y ver a cuál de estos tres modelos pertenezco, en cuál encajo yo.
En el primer modelo nos encontramos al hombre que no se enfrenta a esta llamada, que no da un paso adelante, que tiene una idea de Jesús, pero que no es capaz de hacer nada por Él. Se queda en la idea pero no pasa a la acción. Querría, pero no hace nada, siempre lo deja para luego. En el fondo, no ama de todo corazón a Jesucristo. Tenemos el ejemplo del joven rico: Quería seguirle, escucha su invitación: Vende cuando tienes y luego ven y sígueme; pero no es capaz de vender nada, de pasar a la acción y se marcha triste, porque no es capaz de seguirle de verdad.
En el segundo modelo nos encontramos al hombre que se da cuenta de que está atado. Quiere ordenar su desorden, pone algo de empeño, pero no el suficiente. Hace sus planes de vida y quiere que Jesús se los apruebe, pero no escucha lo que Jesús quiere de él. Y eso no puede ser así: a Jesús hay que presentarle un cheque en blanco para que Él escriba lo que Él quiera. Las personas de este modelo son afectivas y sólo se mueven si sienten algo, pero más bien lo que les mueve es el amor propio. Dicen que sí, pero con condiciones, con peros…: déjame primero enterrar a mis muertos, déjame despedirme, etc.
El tercer modelo es la actitud ideal de la vocación cristiana: desear sinceramente conocer y cumplir la Voluntad de Dios, estar dispuesta a lo que Dios quiera. Lo que Dios tenga pensado para mí no lo sé, pero me da igual, yo lo quiero. Le firmo un cheque en blanco. Lo único que quiero es dar gloria a Dios, hacerle feliz a Él. Por ejemplo: voy a la oración y no siento nada, tengo distracciones…, pero aunque no saque nada, estoy feliz porque le hago feliz a Él, porque estoy con Él. Es vivir en actitud de santa indiferencia. Es darlo todo. Mi corazón está libre. Tenemos el ejemplo de Abraham: Dios le pidió el sacrificio de su hijo y, con dolor, preparó todo para este sacrificio porque Dios se lo pedía y Él quería dárselo aunque le costara. Cuando ya estaba dispuesto todo para el sacrificio, Dios le ofreció un carnero para que se lo ofreciese en lugar de su hijo. Pues así nosotros, aunque nos cueste lo que nos pide, dárselo. Si Él quiere, nos permitirá ahorrarnos el sacrificio, pero sólo si quiere. Si no, se lo tendremos que dar. Él sabe. Me entrego incondicionalmente a Él.
En general, dejamos poco campo de maniobra a Dios. Somos muy programadores de nuestra vida, y le ofrecemos el programa a Dios, sólo para que le dé el visto bueno. Queremos tener las cosas bien atadas. Y así no se puede seguir a Dios y entregarse a Él. Hay que dejar margen a la sorpresa, a lo que Dios tenga preparado para nosotros. Dios tiene también sus cartas, que va jugando y nos va descubriendo poco a poco.
Tengo que tener conciencia de que mi vida no la manejo yo, la maneja Él. Dios lleva mi vida, yo se la he entregado. Sólo tengo que ir asimilando por donde Dios me quiera ir llevando. Tengo que ser lo suficientemente moldeable para que Dios me maneje. No ser rígido. Hacer un cierto plan, pero siempre, si Dios lo quiere. Ir descubriendo sus planes poco a poco, según me los vaya haciendo ver. Si es plan de Dios, aceptarlo inmediatamente, sintonizar con su plan
Las cosas en mi vida van saliendo como Dios lo quiere, no como yo lo quiero. Sólo tengo que dejarme conducir.
En la vida espiritual, ser de costumbres rutinarias no es bueno, porque estamos impidiendo que el Espíritu Santo nos cambie y que Dios nos conduzca como Él quiera. Tenemos que dejarle libertad en el espíritu, porque Dios sopla como quiere y cuando quiere.
Dios tiene que desinstalar primero la seguridad en la que la persona vive para poder para poder darle sus gracias, como hizo con Moisés, que vivía cómodamente como hijo del faraón y desde entonces empezó a sentir todas las complicaciones del seguimiento a Dios, pero también le movió a pasos agigantados hacia la santidad.
¿De qué me sirve vivir bien si no puedo vivir para siempre? (San Agustín).

sábado, 14 de enero de 2017

LAS DOS BANDERAS. Meditación semanal


EJERCICIOS ESPIRITUALES 11

         Esta Meditación de hoy se llama: dos banderas.
         Una, la de Cristo, nuestro capitán y Señor.
         La otra, la del demonio, el mal espíritu, nuestro enemigo mortal.
         Ambos nos ofrecen programas contrapuestos. Esta es una meditación de chequeo, de verificación, para que sepamos si realmente estamos siguiendo a Cristo y por qué camino le seguimos. Y es una meditación cristológica, aunque no se base en ningún pasaje evangélico.
         No vale hacer una elección entre estas banderas de decir: una y la otra; no puede ser. Tiene que ser una ó la otra.
         Nosotros queremos seguir a Jesucristo y seguirlo de forma decidida y verdadera. Deseamos formar en nuestro interior ese hombre nuevo al que estamos llamados. Queremos asimilar el estilo de vida que nos presenta Cristo. Hemos hecho una opción por Él. Pero Cristo no quiere hombre idealistas que le sigan sin conocer su estilo de vida. Él no nos engaña en su programa,  no quiere que cuando llegue la cruz nos desilusionemos porque no lo sabíamos. Él nos dice clarísimamente: El que quiera venir en pos de Mí, tome su cruz de cada día y sígame. Él sabe y nosotros también tenemos que reconocer, que este seguimiento supone en nuestro interior una lucha diaria, porque el verdadero enemigo está dentro de nosotros y sentimos que estamos divididos. Y es más, debemos saber que esta lucha nos acompañará siempre y si no estamos dispuestos a asumirlo como un plan ordinario, estamos equivocados y sufriremos mucho esperando una tregua que nunca vamos a tener. He venido a traer fuego a la tierra y cuánto deseo ya que arda, nos dice Jesús.
Asimilar esta lucha interior, es el fundamento para que crezcamos en la vida de la fe. La vida de un cristiano ya sabemos que no es fácil.
         Pidamos a Jesús que nos ayude a ver claro su camino, que no nos dejemos engañar por las artimañas del mal espíritu, que nos dé un conocimiento de la vida verdadera y su gracia para vivirla.
         ¿Cuál es la estrategia del enemigo para confundirme?
El instinto de posesión que existe en el hombre, que le conduce a querer poseer todo de forma desordenada. Tener no es malo, pero hay que tener el corazón desapegado de todas las cosas. El desorden nos lleva a la codicia de la riqueza: No me basta con un coche para desplazarme, que quiero el mejor. No me basta con una tele para distraerme, que quiero el último modelo. No me basta con una casa para vivir, que la quiero con todas las comodidades…. No podéis servir a Dios y al dinero. La corrupción es una torcedura del corazón de los hombres desde siempre.
La búsqueda del honor, del aprecio, del ser estimado y valorado, del que piensen bien de nosotros, aunque para ello tenga que mentir o fingir lo que no siento para caer bien, o participar en conversaciones vanas y a veces destructivas para no perder amistades o que no me tomen por un rarito…
Y por último la soberbia, el culto a la propia persona, a no consentir ninguna humillación, a creerme más de lo que soy… Y de aquí me lleva a todos los demás vicios.
         ¿Y cuál es la estrategia de Jesús? Él nos invita a un modo de ser completamente diferente, en la verdad y en la humildad, que nos disponen a vivir las demás virtudes.
Me hace comprender que la pobreza es la verdadera riqueza, porque la riqueza es un estorbo para vivir y disfrutar de Dios.
Creemos que si no podemos viajar, si no podemos salir, si no podemos tener un tren de vida…, no podemos ser felices. Las falsas promesas de felicidad nos dejan el corazón vacío. Cristo me promete la plenitud.
Y me lleva por el camino de las humillaciones. El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho. El seguir este camino me asegura que voy por el camino verdadero. La prueba de la cruz es el crisol que nos hace saber si de verdad seguimos a Cristo. La cruz es un regalo cuando se vive en Cristo. En Cristo entiendo la humillación porque me une más a Él.
Debo buscar la gloria del que amo a costa de la mía personal.
Debo buscar, como Él, ser el más pequeño, el servidor de todos.
Y ante este programa, Jesucristo nos pregunta como hizo una vez a sus apóstoles: ¿también vosotros queréis marcharos?
         La elección de Cristo es libre y amorosa. Es más un don que una elección y por eso debemos pedírselo.
Pero Cristo quiere que mi elección por Él sea firme. Que yo experimente: Es que yo sin Ti me muero, no puedo vivir.
Esta elección es clave en mi vida cristiana, me asegura vivir en la fe. Si no, algún día abandonaré y no perseveraré. Pero debo saber que esta elección conlleva la cruz, el Calvario. Si voy al Tabor con Él, también tengo que estar dispuesta a la crucifixión. Es el mismo Cristo el del Tabor que el del Calvario.
Y tengo que tener claro por qué elijo a Cristo. Dios ve lo que mueve mi alma a hacer todas las cosas que hago, aunque exteriormente nadie lo vea. A los hombres los puedo engañar, pero a Dios no. Él ve realmente cuáles son las motivaciones que mueven cada uno de mis actos. Y todas las que no sean amar y seguir más a Jesucristo, tarde o temprano me llevan al fracaso. No tenemos que fingir nada con Dios; somos transparentes ante Él y su juicio es el único que nos debe preocupar.
El seguimiento de Cristo forja en mí el hombre nuevo, un hombre que se deja conducir dócilmente por Cristo. Y esto solamente es posible por la gracia de Dios que mueve el afecto: no hablamos de sentimientos, ni de emociones. Hablamos del núcleo más íntimo de mi persona, donde llega Dios, donde llega su gracia: eso es el afecto.
Pedir y pedir y pedir esta gracia, y cuando Dios quiera, me la concederá. Nadie puede venir a Mí si el Padre no lo atrae.
Desear esta gracia. Un deseo, si se pone en práctica, se refuerza. Si no se pone en práctica, se debilita.
No pasa nada porque me vea débil. La obra no es mía, es de Dios.