viernes, 31 de marzo de 2017

JESÚS JUZGADO. Charla Semanal

EJERCICIOS ESPIRITUALES 22
         Hemos contemplado a Jesús en esta semana pasada en el prendimiento y ahora Jesús es sometido a dos procesos: el judío ante Herodes y el romano ante Poncio Pilato y sufrirá dos condenas.
         Hoy vamos a contemplar el proceso judío en Mc 14,53-72: Jesús ante el Sanedrín.
         Nos situamos: De noche, Jesús es conducido por el mismo camino que horas antes, Él mismo había recorrido con sus discípulos. Cruzando el torrente Cedrón y subiendo a la ciudad de Jerusalén, es llevado al Palacio del Sumo Sacerdote. Ocupaba el cargo Caifás, quien había sucedido a su suegro Anás. El juicio celebrado contra Jesús era completamente arbitrario, no se ajustaba a la jurisprudencia de la ley. Buscaban un testimonio contra Jesús para hacerle morir y no lo hallaban. Porque muchos testificaban falsamente contra Él y no eran acordes sus testimonios.
         Pedimos dolor con Cristo doloroso, lágrimas, pena interna de tanto como Cristo pasó por mí. Pedir la gracia de comprender algo de su Pasión, a fin de comenzar a descubrir cómo la vida que vivimos es fruto de su amor. Pedir fortaleza en la tentación para no sucumbir a ella.
         El proceso ante el Sanedrín no era más que la consecuencia, de lo que Cristo ya había venido sufriendo por parte de los príncipes de los sacerdotes, los ancianos y los escribas durante su vida pública. Su doctrina era rechazada. Y esa situación es la misma que se produce en el juicio.
Los falsos testigos surgen de la multitud. Entre ellos seguramente había gente que en otro tiempo le aclamaba o incluso había sido beneficiada por la multitud de milagros que Jesús realizaba. Habría otros indiferentes y otros muchos enemigos. El poder de las tinieblas los había oscurecido a todos, volviéndoles mentirosos e incoherentes. Lo peor de todo es vivir de noche en el corazón. El pecado ciega. Se apodera de nosotros el mal espíritu.
Es una terrible recompensa para quien había pasado haciendo el bien.
         Contemplemos a Jesús: Él se callaba y no respondía palabra alguna ante las acusaciones.
Hay que gastar mucho tiempo contemplando esta escena: el silencio de Jesús. Cristo no se defiende. Externamente está atado, pero interiormente es libre. Es oprimido, ultrajado y maltratado. Comenzaron a escupirle y le cubrían el rostro y le abofeteaban. Y Él aparece sereno y manso.
         Los soldados convierten a Jesús en juguete de sus desórdenes, con los gestos más insultantes para un judío como escupirle en pleno rostro. Este era el gesto más vejatorio para un judío.
         Pero… ¿y Pedro? Estando abajo, en el atrio, una de las siervas del pontífice le dijo: Tú también estabas con el Nazareno, con Jesús. Él lo negó: Ni sé ni entiendo lo que tú dices.
Salió fuera y la sierva siguió diciendo: Éste es de ellos. Él de nuevo lo negó.
Y pasando, uno de los presentes le dijo: Efectivamente, tú eres de ellos, porque eres galileo. Pero él se puso a maldecir y a jurar: No conozco a ese hombre que vosotros decís.
El hombre impetuoso y bravo que corta la oreja en el Huerto, se muestra ahora cobarde y niega a Jesús. Externamente aparece libre, pero internamente está atado.
En sus negaciones se da un proceso: No entiendo lo que dices, no conozco a ese hombre y maldice.
También en su conversión se dará el proceso contrario: Se quedó en el atrio, salió fuera y lloró amargamente. Si fue capaz de llorar por Cristo, es porque realmente le amaba.
         Es muy importante que leamos estos versículos varias veces. Que dejemos que las escenas me hablen. Que pidamos su gracia. Si la mano de Dios no nos conduce, nos perderemos toda la Pasión. No tiene que ser un espectáculo para mí. Sólo entrando en el interior puedo contemplarla. Se trata de aproximarnos a la vivencia interior de Jesucristo. Aplicar todos mis sentidos interiores para tener un conocimientos más perfecto de lo que está sucediendo.
Gastar mi tiempo contemplándolo. Entrar en el “sin tiempo”. Nuestro enemigo principal es el tiempo. Las cosas de Dios tienen que ser en un tiempo “sin tiempo”. Porque si no, la persona no levanta vuelo. Sin tiempo podemos tener hondura y altura. Madre de la oración elevada es la oración prolongada.
Contemplar a Cristo como si le tuviéramos presente, sintiendo en nosotros todo lo que Él padeció. Agradeciendo tantos beneficios, presentando nuestras necesidades, pidiendo el remedio para ellas, acusándonos de haber sido la causa de tan dolorosa Pasión por nuestros pecados.

domingo, 26 de marzo de 2017

EL PRENDIMIENTO DE JESÚS. Charla semanal


EJERCICIOS ESPIRITUALES 21

         Hoy vamos a contemplar el Prendimiento de Jesús en Mt 26,47-56
Petición: Dolor, sentimiento y compasión porque, por mis pecados, va el Señor a la Pasión. Este dolor, sentimiento y compasión han de ser interiores. No tienen por qué coincidir con sentimientos sensibles, a veces sí, pero si no coinciden han de ser ante todo experiencias interiores. Han de venir de la meditación de que mis pecados producen su Pasión.
Pensemos que lo único realmente mío son mis pecados. Porque todo lo bueno que hago, no es mío, todo es gracia de Dios, Él lo hace en mí. Realmente lo único mío son mis pecados, ésos no son de Dios, pero Dios los permite para sacar algo bueno y mejor.
Nosotros nos alejamos de Él cuando pecamos y Él, cuando peco, se acerca más a mí para perdonarme. ¡Bendita culpa que mereció tal Redentor!
         Contemplemos ahora la experiencia de abandono que vive Jesús. Dice el Evangelio: “Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron”.
Le traicionan y a cambio, Él se entrega.
Judas lo entrega a los Sumos Sacerdotes. Ellos, a su vez, lo entregan al Procurador. Y él lo entrega al pueblo. Jesús es entregado y abandonado. Es una escena dura. No hay derramamiento de sangre aún. Pero hay en Cristo un gran dolor interior, un gran sufrimiento. Sufrimiento interior, moral, el más grande que un hombre puede padecer.
Tener una actitud de profundo agradecimiento por la entrega de Cristo. Agradecérselo profunda y vivamente.
         Contemplemos a Judas: es de los elegidos personalmente por Cristo después de pasar una noche en oración.
Judas había comido y bebido con Él. Había entablado con Él una relación de amistad. Era su íntimo, su amigo. Pero a Judas le puede más el dinero que el amor interior. Las cosas externas tienen la capacidad de cegar al hombre.
Judas lo besó con un beso traicionero, un beso falso. El beso siempre es un lenguaje de comunicación afectiva, expresa lo que hay en el corazón. Judas emplea un signo de afecto y de amor para la traición.
         Contemplemos ahora a Jesús: Jesús es el amor que se entrega. Esto hay que contemplarlo mucho, despacito, volver sobre ello cuantas veces sea necesario. Nos va a ayudar a entender toda la Pasión que va a venir después.
Dice Jesús a Judas: “Amigo, ¿a qué vienes?” En Jesús no hay rechazo, no hay repulsa hacia Judas. Jesús sufre la traición de alguien a quien quiere y aún así le quiere hacer recapacitar, le ofrece hasta el último momento la oportunidad de arrepentirse.
         Contemplemos a Pedro: Sacando una espada, hirió a un siervo del pontífice, cortándole una oreja. Y Jesús entonces le dice: Vuelve tu espada a su lugar, pues quien toma la espada a espada morirá. Jesús le hace ver que ése no es el camino. La violencia llama a la violencia. Lo único que puede parar la violencia es la mansedumbre.
Jesús le dice: ¿o crees que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi disposición al punto más de doce legiones de ángeles? Esto nos da pie para entender que el personaje invisible de toda la Pasión es el Padre. Es el que le sostiene. Sin Él, Jesús se desploma. El Padre, con sus manos, sostiene al Hijo. Por eso el Hijo está seguro. Hay que descubrir estas manos del Padre en la Pasión de Cristo y en nuestra propia pasión. Sin estas manos del Padre, Jesús no tiene fuerzas para soportar la Pasión. El amor del Padre no le deja nunca solo. La cruz es sujeción, porque está colgada del amor del Padre que nunca falla.
Dios no perdonó a su Hijo, lo entregó por nosotros. Cristo aprendió sufriendo, a obedecer. Así se aprende a ser hijo.
Del Padre vengo y al Padre voy. Cristo vive una línea ininterrumpida en su entrega al Padre, en su vida no existe ruptura. Puede sentir abatimientos o cualquier otro sentimiento de abandono, pero Él vive con serenidad todos los momentos, sostenido por las manos amorosas del Padre. Este amor lo sostiene, no se rompe nunca. No se explica este drama de la Pasión sin la confianza absoluta en el Padre. Cristo va libremente hacia su muerte: Nadie me quita la vida, Yo la doy libremente.
Experimenta el vértigo de todos los horrores, pero nunca vacila.  Siempre le sostiene el Padre.
Pensemos que cuando se renueva el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, cuando el sacerdote levanta la Hostia y el Cáliz, no es el sacerdote quien los sostiene, sino Cristo quien sostiene al sacerdote.
         Contemplemos ahora a los discípulos: todos le abandonaron y huyeron. No le abandonan los extraños, sino los íntimos. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron.
         Si después de contemplar todo esto, la cruz me sabe a amargura y a peso, es que todavía hay poco amor en mí. Recrearme en esta contemplación de Cristo, caminando voluntariamente hacia la Pasión por mí.

viernes, 17 de marzo de 2017

La oración en el Huerto de los olivos. Charla semanal

Continuamos contemplando a Cristo en su Pasión. Esta vez emprendemos el camino desde el Cenáculo al Huerto de los Olivos. Lo encontramos en Mt 26,36-46
         Después de haber concluido la Cena, salen hacia el Monte de los Olivos, alrededor de la media noche. Es una noche larga, triste y oscura. Salen de Jerusalén y bajan hasta el torrente Cedrón, también conocido como arroyo Negro y suben hacia el Huerto de Getsemaní, donde Jesús solía retirarse con los suyos.
         Pedimos dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena, sentimiento y compasión, porque por mis pecados va el Señor a la Pasión; todo esto, Cristo lo hace por mí.
         Contemplamos la oscuridad de la noche. La oscuridad siempre está asociada a miedo, incertidumbre, momento que el demonio siempre aprovecha para la tentación.
         “Triste está mi alma hasta la muerte”. Esta escena de Getsemaní es el reverso de la Transfiguración. Allí se reveló lo que era el final de una vida; aquí se manifiesta el camino que conduce hacia ese final. Y aparece en esta escena el aspecto profundamente humano de Jesús. Siente soledad, miedo y angustia en su propia alma ante la Pasión. Aprende nuestro lenguaje de sufrimiento, sufriendo Él el primero. Tiene las sensaciones propias de cualquier hombre.
         Dice el Evangelio: “Comenzó a entristecerse y angustiarse”.
         El mayor punto de sufrimiento del hombre es sentir la tristeza del alma.
         Siente miedo, temor ante lo que aún no ha llegado, pero que va a suceder. Siente hastío, repugnancia hacia todo aquello que le viene. “Padre mío, si es posible, pase de Mí este Cáliz”
         Sintió la ausencia de Dios, la noche oscura de la fe. Cristo se sintió solo. Sus discípulos, o le abandonan o no le entienden. Pero Él sabe que el Padre es el único que le sostiene. Cristo no tiene ninguna contradicción interior, aunque pide que pase de Él el Cáliz. Por eso inmediatamente dice: “Sin embargo, no se haga como Yo quiero, sino como quieres Tú”, “Hágase Tu Voluntad”. Él experimenta la sensibilidad humana del abandono, pero secunda en todo a su Padre. Acepta libremente todo lo que le viene para cumplir su misión. Busca activamente cumplir en todo la Voluntad de Dios.
En su oración al Padre quedan recogidas todas las súplicas de todos los hombres oprimidos por el dolor y el sufrimiento injusto de la vida. En su sufrimiento estoy yo también y todos mis sufrimientos.

Jesús se dirige a sus discípulos: “Vigilad y orad para que no caigáis en tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil”.
Antes, los discípulos no habían entendido la Pasión. Ahora, que la están viviendo, la entienden menos. Por eso Jesús les invita a la vigilancia, para que estén atentos y comprendan la asociación a su cruz que tenemos cada uno.
Hay que estar  con disposiciones de atención interior. No cansarnos de escuchar, de seguir las mociones del Espíritu Santo. Dios no puede actuar en nosotros sin una adhesión real de nuestra voluntad a sus designios y sin esta adhesión no hay progreso. La colaboración con la acción de Dios es absolutamente necesaria. No se trata ya de evitar el pecado, que eso se da por supuesto, sino de una adhesión a Él para poder avanzar en la vida espiritual. Hay que conectar la moción del Espíritu Santo con nuestra voluntad humana. La acción de Dios no falla, lo que falta es nuestra colaboración. Si quiero que mi vida llegue a la plenitud, es indispensable esta colaboración. Esto nos evita ser  mediocres.
Sin un verdadero amor a Cristo, no podemos ser verdaderos discípulos suyos. Y no podemos amarle si nuestro corazón no se siente movido por la gratitud hacia Él; repetirme: Cristo va hacia su Pasión por mí, todo sufrimiento lo sufre gustoso por mí. Sentir vivamente sus sufrimientos, pedírselo al Espíritu Santo: dolor con su dolor, angustia con su angustia, sentimiento de soledad y abandono con el que Cristo siente, tristeza con su tristeza… Pensar en los amargos dolores que padece por mí. Mis pecados le causan dolor.
Sé muy bien y espero no olvidarlo nunca, que el sentimiento aquí no basta, que no basta sentir sin más, pues sentir dolor al pensar en los sufrimientos de Cristo, sin obedecerle, no es verdadero amor, sino una burla – dice Newman. El verdadero amor siente con justicia y obra con justicia.
Un cristiano que ante la Pasión, no tenga sentimientos en su corazón de adhesión a Cristo sufriente, se tiene que preguntar si verdaderamente vive una vida cristiana, porque el amor genera sentimientos y en ellos está la flor de la acción de Dios en nuestra vida.
Es muy importante que la contemplación del Señor ilumine nuestra vida.
Terminemos con esta oración:
Señor Jesús, Tú me enseñas, de bruces sobre el suelo, que no siempre caminaré animoso y que me encontraré con las dificultades. Un día u otro me desanimaré, me sentiré sin fuerzas. Haz que entonces me acuerde de Ti y sepa, como Tú, ponerme en manos del Padre.

viernes, 10 de marzo de 2017

LA ÚLTIMA CENA. Charla

EJERCICIOS ESPIRITUALES 19
         Para la meditación de hoy, nos situamos en el Cenáculo. La tradición lo sitúa en una casa cerca del palacio del sumo sacerdote. La sala donde se celebró la Ultima Cena estaba en el piso superior. Ahí encontramos unas mesas en forma de U preparadas para la fiesta. En medio, el cordero, el pan ácimo, las  salsas y las verduras amargas, tal como lo celebraban los judíos en Egipto.
         Allí nos encontramos a Jesús con sus discípulos. Se comienza la celebración rezando la fórmula de la bendición con la que se consagra la fiesta, y se bebe la primera copa. Se sirve una segunda copa y el que preside explica el sentido de la fiesta. Se canta la primera parte del Hallel, que corresponde a los Salmos 113 y 114, que son salmos de alabanza. El que preside parte el pan y lo distribuye, y seguidamente el cordero con las hierbas amargas. Luego se sirve la tercera copa y se canta la segunda parte del Hallel, con la que se da las gracias por la celebración. Pero aquí es donde Jesucristo introdujo un cambio fundamental.
         Con los ojos del alma, vamos a contemplar a las personas de la Cena. Oiremos lo que hablan. Miraremos lo que hacen. Contemplaremos lo que Cristo quiere padecer. La Divinidad de Cristo se esconde en su Humanidad, al contrario de lo que ocurrió en la Transfiguración, que su Divinidad salió de su Humanidad. Cristo se encuentra en trance de sufrimiento y de dolor. Considerar cómo todo lo que va a suceder, lo padece por mis pecados. Todos mis sentidos tienen que entrar en juego en la oración.
         Pedir dolor, sentimiento y confusión porque, por mis pecados, Cristo va a ir a la Pasión. Jesús lo vive por mí.
         En este marco contemplamos el Lavatorio de los pies, que nos narra Juan en el capítulo 13. Por medio de este episodio, Jesús comienza su paso de este mundo al Padre. Revela así el verdadero amor y su culminación en el servicio. Por eso dice el evangelista: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
         El lavatorio era un oficio exclusivo de siervos y esclavos. Pero Jesús rompe este protocolo. Él mismo se hace esclavo. Lava los pies de sus apóstoles uno por uno. “Se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ciñó una toalla”. Contemplar la humildad y cercanía de Jesús.
         Descálzate y deja que el Señor se acerque y te lave a ti los pies y verás lo que ocurre. Entenderás muchas cosas de lo que Jesús ha hecho y quiere hacer por ti. Que esta imagen se quede impresa en tu alma, en tu memoria afectiva, en la memoria del corazón.
         Cuando llegó a Simón Pedro, él le dijo: ¿Tú lavarme a mí los pies? Pedro tiene un carácter impetuoso e impulsivo, pero aún así, Dios es capaz de santificarle. Pedro todavía no ha comprendido lo que es amar con un amor de servicio, desde abajo. Hay cosas que no se entienden con razonamientos, sino con experiencias y él va a aprender de Jesús con el testimonio de su propia vida. Por eso Jesús le dice: Lo que Yo hago no lo comprendes ahora, lo entenderás más tarde.
         Jesús les sigue instruyendo: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque de verdad lo soy. Si Yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque Yo os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como Yo he hecho”.
         Jesús nos enseña el abajamiento extremo. La imagen de la Iglesia jerárquica, es una pirámide invertida, cuyo vértice está abajo. En ese vértice está Jesucristo, debajo de todo, sujetando a su Iglesia. Después está el Papa, que es el Siervo de los Siervos de Dios. Encima los Obispos. Más arriba los presbíteros, diáconos y por último todo el pueblo de Dios. Es decir, cuanto más “importantes”, más abajo están, más actitud de servicio deben tener, más amor.
         La conversión al amor de Cristo nos tiene que decir que nosotros, en vez de subir, tenemos que bajar. Esta es nuestra verdadera vocación: buscar los últimos lugares, buscar servir, buscar amar en el servir.
El subir construye el mundo. El bajar construye el Reino de Dios.
         “En verdad os digo: no es el siervo mayor que su señor, ni el enviado mayor que quien le envía. Dichosos vosotros si practicáis estas cosas”. Gustar estas palabras de Cristo.
Seguir leyendo los capítulos del 14 al 17 de San Juan, contemplativamente.
         “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en Mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así os lo diría, porque voy a prepararos un lugar. Cuando Yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde Yo estoy, estéis también vosotros… Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí… Lo que pidiereis en mi nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo; si me pidiereis alguna cosa en mi nombre, Yo la haré… No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros… Vosotros me veréis, porque Yo vivo y vosotros viviréis… Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada… Como el Padre me amó, Yo también os he amado; permaneced en mi amor… Éste es mi precepto: que os améis unos a otros como Yo os he amado. Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos… No me habéis elegido vosotros a Mí, sino Yo a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto…”
         Estas son algunas de las frases que Jesús nos dejó como testamento, un testamento de amor. En nuestra meditación, leerlas y releerlas, gustarlas interiormente, saborearlas con el corazón. Que llegue hasta mí todo el amor que Cristo quiere darme. Que me sienta amada, preferida, elegida, reservada para Él, de su propiedad.

jueves, 2 de marzo de 2017

VIVIR CON EL Y COMO EL. Charla semanal


EJERCICIOS ESPIRITUALES 18
         En este punto de nuestros Ejercicios, tenemos claro que hemos optado por seguir a Jesucristo: Yo, Contigo. Pero a partir de ahora no basta este Contigo, sino también Como Tú. Por el camino que Tú me has abierto, por el mismo camino que Tú has inaugurado.
         Hoy vamos a contemplar el Como Tú.
         Tomamos el Evangelio de San Mateo 21, donde encontramos primeramente la entrada de Jesús en Jerusalén.
         Nos situamos en Betfagé, una aldea muy pequeña junto al monte de los Olivos, considerada como un barrio a las afueras de Jerusalén. Aquí empieza la historia de la Pasión. Esta narración la describen los cuatro evangelistas; esto nos demuestra la importancia que tiene.
         Pedir un conocimiento interno del Señor, para más amarle y más seguirle. Sumarme a la aclamación que hacen de Jesucristo como Rey y Señor de la historia. Pedir al Señor que toda mi vida sea una alabanza al Padre.
         Contemplamos la entrada en Jerusalén. Es la entrada solemne en la ciudad donde se va a realizar la entrega total y definitiva en amor y servicio. Cristo va a consumar con su Vida lo que ha ido anunciando de mil maneras con su Palabra. Se va a realizar la obra más grande que han contemplado los hombres. Contemplamos a Jesús que entra manso y humilde, para que se cumpliera lo dicho por el profeta: “He aquí que tu rey viene a ti, manso y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de una bestia de carga”. El que va a entrar en Jerusalén es el Mesías, pero Él no reclama sus derechos, no manifiesta su poderío. Desde el silencio, entra en Jerusalén.
         En esta entrada aparecen los signos mesiánicos:
Primero, alfombran la calzada: “Los más de entre la turba desplegaban sus mantos por el camino”. Esto era lo que hacían al recibir a los reyes antes de ungirlos. Jesús va a será ahora ungido por Dios por el Espíritu Santo derramado por el mundo.
Segundo, los ramos y los olivos: El olivo siempre ha tenido un matiz religioso. Jesús va a ser ungido como Rey, pero no de este mundo.
Y tercero, la aclamación: “Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Y cuanto entró en Jerusalén toda la ciudad se conmovió. Esta conmoción recuerda la que vivió la ciudad en tiempos de Herodes, cuando llegaron los Magos a adorar el recién nacido.

         Después de la descripción de esta entrada, el evangelista nos narra la Purificación del Templo: “Entró Jesús en el Templo de Dios y arrojó de allí a cuantos vendían y compraban en él, y derribó las mesas de los cambistas, diciéndoles: Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones.”
El culto es la expresión de la relación del hombre con Dios y la expresión de la mutua fraternidad entre los hombres. En aquel momento se había empobrecido. Lo habían convertido en un puro rito, que les tranquilizaba la conciencia, pero no convertía sus corazones. El culto se había pervertido. Se hacía por fuera sin que pasase nada por dentro. Pero Jesús no se calla y desenmascara una religión que había esclavizado al hombre.
Jesús les echa en cara que hayan pervertido la alianza que habían hecho con Dios. Trataban de comprarle con machos cabríos, pero en su interior no había ningún compromiso de conversión.
Esto siempre es un peligro: hacer las cosas sólo por fuera, pero sin que nos toquen el interior. Y así nos incapacitamos para que el proceso de transformación se realice en nuestro interior.
        
         La tercera parte de este relato evangélico es la maldición de la higuera: es el tercer signo que realiza Jesús en estos últimos momentos de su vida pública. Los profetas, ya en el Antiguo Testamento, habían comparado al pueblo infiel con un árbol que no da frutos. El profeta Ezequiel nos dice: “Como es el palo de la vid entre las maderas de la selva, leña que yo echo al fuego para que se consuma, así echaré a él los habitantes de Jerusalén. Volveré contra ellos mi rostro, escaparon del fuego y el fuego los devorará y sabréis que yo soy Yavhé cuando volviere contra ellos mi rostro”.
El gesto de Jesús al maldecir la higuera es claro: la higuera estéril simboliza al pueblo de Dios que no ha sido fiel a la misión encomendada y la maldición de Jesús anuncia el abandono en el que van a vivir.
Pero al mismo tiempo es una invitación a poner la confianza en Jesús. Él es el Señor, el Hijo de Dios y tiene el poder de purificar el interior del hombre y a salvar todo lo que está herido o roto. La fe en Jesús irá transformando nuestra vida.
         Este tiempo de Cuaresma es un tiempo fuerte de gracia para vivir esta transformación. Ayer nos decía el libro del Deuteronomio: “Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a Él, pues Él es tu vida”. Estos tres consejos son de oro: Amar al Señor, escuchar su voz y pegarnos a Él. Esto es el tiempo de Cuaresma, el tiempo que dedicamos a estos Ejercicios: seguir estos tres consejos, dejar todo lo superfluo por estar con Dios. Vivir pegaditos a Él para que pueda hacer su obra en nosotros.