viernes, 26 de octubre de 2018

IMPORTANCIA DE LA ORACION 2

IMPORTANCIA DE LA ORACION 2
Decíamos el otro día que la oración es un medio que nos dejó Nuestro Señor para entregarse a nosotros. Y que practicado asiduamente, tiene una poderosa eficacia en nuestro progreso espiritual. Y además, que nos ayuda a sacar más provecho de los Sacramentos. Continuamos entonces:
De la oración saca el alma gozos que son como el presagio de la unión celestial, de esa herencia eterna que nos espera. En esto consiste la oración como dice Santa Teresa: en el trato íntimo de corazón a corazón entre Dios y el alma, «estando muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama» (Santa Teresa, ib. cap.8).
Este trato se establece cuando el alma, elevada por la fe y el amor, apoyada en Jesucristo, se entrega a Dios, a su voluntad, por un movimiento del Espíritu Santo. Ningún esfuerzo puramente natural puede producir este contacto: «Nadie puede decir: Señor Jesús, si no es movido por la gracia del Espíritu Santo» (1Cor 12,3).
En una conversación se escucha y se habla; el alma se entrega a Dios y Dios se comunica al alma.
Para escuchar a Dios, para recibir sus luces, basta con que el corazón se halle penetrado por sentimientos de fe, de reverencia, de humildad, de ardiente confianza, de amor generoso.
Para hablarle, es preciso tener algo que decirle. ¿Cuál será el tema de la conversación? Este depende principalmente de dos factores: la medida de la gracia que Jesucristo da al alma y el estado de la misma alma.
Jesucristo, en cuanto Dios, es dueño absoluto de sus dones: otorga su gracia al alma, cómo y cuándo lo juzga oportuno. Por eso los maestros de la vida espiritual siempre han respetado santamente esta soberanía de Cristo en la dispensación de sus favores y de sus luces y esto explica su extrema reserva al tratar de las relaciones del alma con su Dios.
San Benito, que fue un eminente contemplativo, favorecido con gracias extraordinarias de oración y maestro en el conocimiento de las almas, exhorta a sus discípulos a «entregarse con frecuencia a la oración y deja claramente entender claramente que la vida de oración es de absoluta necesidad para encontrar a Dios. Pero cuando se trata de reglamentar el modo de darse a la oración, lo hace con particular discreción. Presupone, naturalmente, que ya se ha adquirido cierto conocimiento habitual de las cosas divinas por medio de la lectura asidua de las Sagradas Escrituras y de las obras de los Santos Padres de la Iglesia. Y respecto a la oración, se limita a indicar en primer lugar cuál debe ser la disposición con que el alma debe acercarse a la presencia de Dios: profunda reverencia y humildad y quiere que el alma permanezca en presencia de Dios en espíritu de gran arrepentimiento y de perfecta sencillez. Esta disposición es la mejor para escuchar la voz de Dios con fruto. En cuanto a la oración misma, San Benito la hace consistir en impulsos cortos y fervorosos del corazón a Dios. «El alma, dice, siguiendo el consejo del mismo Cristo debe evitar el mucho hablar; no prolongará el ejercicio de la oración a menos de ser arrastrada a ello por los movimientos del Espíritu Santo, que mora en ella por la gracia».
Otro gran maestro de la vida espiritual, elevado a un alto grado de contemplación, y lleno de luces de gracia y experiencia, San Ignacio de Loyola, enseña que se debe dejar a Dios el cuidado de indicar a cada alma el mejor modo y manera de tratar con El.
Santa Teresa, en varios pasajes de sus Obras, inculca el mismo pensamiento: «Esto importa mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha, que no la arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas arriba y abajo y a los lados» (Moradas, 1ª, cap.2). Dice que Dios conduce a las almas por caminos y sendas muy distintas.
San Francisco de Sales dice: «No penséis, hijas mías, que la oración sea obra del espíritu humano, es un don especial del Espíritu Santo, que eleva las potencias del alma sobre las fuerzas naturales, para unirse a Dios por sentimientos y comunicaciones de que son incapaces el raciocinio y la sabiduría de los hombres.- Los caminos por los cuales conduce El a las almas santas en este ejercicio (que es, sin duda alguna, el ejercicio más divino de una criatura razonable) son sorprendentes en su variedad y dignos de toda alabanza, pues nos llevan a Dios y bajo su guía; pero no debemos inquietarnos por seguirlos todos, ni siquiera escoger alguno según nuestro propio parecer; lo que importa es reconocer el efecto de la gracia en nosotros, y serle fieles» Podríamos multiplicar citas y testimonios parecidos, pero estos bastan para demostrarnos, que si bien los maestros de la vida espiritual ponen especial empeño en invitar a las almas a darse a la oración, por ser un elemento esencial para la perfección espiritual, sin embargo se guardan bien de imponer a todas las almas un camino preferente para hacerla. Recomiendan métodos particulares, pero querer imponer indistintamente a todas las almas el mismo método sería desconocer la libertad divina, según la cual Jesucristo distribuye sus gracias, y las inclinaciones que hace nacer en nosotros su Espíritu.
Cada alma, pues, ha de examinarse. Por una parte,  debe apreciar sus aptitudes, sus disposiciones, sus gustos, sus aspiraciones, su género de vida; por otra, tratar de conocer el impulso del Espíritu Santo y tener en cuenta sus progresos en la vida espiritual. Debe ser dócil y responder con generosidad a la gracia de Cristo y a la acción del Espíritu Santo. Y encontrado el camino que más le conviene, el alma debe seguirlo fielmente, hasta que el Espíritu Santo la conduzca a otro camino. Esto es una garantía de fecundidad.

viernes, 5 de octubre de 2018

IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN 1


IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN 1
Tan grande es el deseo que tiene Nuestro Señor de darse a nosotros, que multiplicó los medios de llevarlo a cabo: juntamente con los distintos Sacramentos, nos ha señalado la oración, como fuente de gracia.
Los Sacramentos producen la gracia por el hecho mismo de ser aplicados al alma si el alma no pone impedimentos.
La oración no tiene la misma eficacia, pero no por eso es menos necesaria que los Sacramentos para conseguir la ayuda divina. Vemos, por ejemplo, cómo Jesucristo durante su vida mortal hace milagros movido por la oración. Se le presenta un leproso que le dice: «Señor, tened compasión de mí», y le cura. Le presentan un ciego que le dice: «Señor, haced que vea», y Nuestro Señor le devuelve la vista. Marta y Magdalena le dicen: «Señor: si hubieses estado aquí, no hubiera muerto nuestro hermano». Esto es una especie de petición y a esta súplica contesta el Señor resucitando a Lázaro.- Estos son favores temporales, pero también la gracia se alcanza con la oración.
Le dice la Samaritana: Señor, dadme de esa agua viva para que no tenga más sed y Cristo se descubre a ella como el Mesías, y la induce a confesar sus faltas para perdonárselas.
El Buen Ladrón Clavado en la cruz, le pide  que se acuerde de él, y el Señor le concede  el perdón completo diciéndole: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Por otra parte, Nuestro Señor mismo nos recomienda que oremos: «Pedid, y se os dará; llamad, y se os abrirá; buscad, y encontraréis». «Todo cuanto pidiereis a mi Padre en mi nombre, es decir, poniéndome por intercesor, os lo concederá». Es, pues, evidente que la oración vocal de súplica resulta un medio muy poderoso para atraernos los dones de Dios.
Pero aparte de la oración de súplica, está la oración mental o meditación, que es uno de los medios más necesarios para conseguir aquí en la tierra nuestra unión con Dios y nuestra imitación de Jesucristo. El contacto asiduo del alma con Dios en la fe por medio de la oración y la vida de oración, ayuda poderosamente a la transformación sobrenatural de nuestra alma. La oración bien hecha, la vida de oración, es transformante.
Más aún; la unión con Dios en la oración nos facilita la participación más fructuosa en los otros medios que Cristo estableció para comunicarse con nosotros y convertirnos en imagen suya, que son los Sacramentos. La oración, la vida de oración, conserva, estimula, aviva y perfecciona los sentimientos de fe, de humildad, de confianza y de amor, que en conjunto constituyen la mejor disposición del alma para recibir con abundancia la gracia divina. Un alma familiarizada con la oración saca más provecho de los Sacramentos y de los otros medios de salvación, que otra que se da a la oración con tibieza y sin perseverancia. Un alma que no acude fielmente a la oración, puede asistir a la Santa Misa, recibir los Sacramentos y escuchar la Palabra de Dios, pero sus progresos en la vida espiritual serán con frecuencia insignificantes. Y esto es porque el autor principal de nuestra perfección y de nuestra santidad es Dios mismo, y la oración es precisamente la que conserva al alma en frecuente contacto con Dios: la oración enciende y mantiene el alma como una  hoguera, en la cual el fuego del amor está siempre encendido; y cuando el alma se pone en contacto directo con la divina gracia en los Sacramentos, entonces la abrasa y la llena.
La vida sobrenatural de un alma es proporcional a su unión con Dios mediante la fe y el amor. Este amor debe exteriorizarse en actos, y este amor reclama la vida de oración. Puede decirse que nuestro adelantamiento en el amor divino depende prácticamente de nuestra vida de oración.
¿Qué es la oración? Digamos que es una conversación del hijo de Dios con su Padre celestial, para adorarle, alabarle, manifestarle su amor, tratar de conocer su Voluntad, y obtener de El la ayuda necesaria para cumplirla.
No debemos olvidar jamás nuestra condición de criaturas, es decir, nuestra nada y también nuestra calidad de hijos de Dios, que debe servirnos de hilo conductor en la oración.
San Pablo nos dice: «No sabemos lo que debemos pedir a Dios en la oración según nuestras necesidades, pero el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda. El mismo ruega por nosotros con gemidos inenarrables». Este mismo Espíritu debe rogar por nosotros y en nosotros. Es el que nos hace clamar a Dios: «¡Abba, Padre!» Como consecuencia de nuestra filiación divina, tenemos el derecho y el deber de presentarnos ante Dios como sus hijos.
Por eso Jesús nos dice: «Cuando oréis, orad así: Padre nuestro, que estás en los cielos; santificado sea tu nombre…». Por este motivo adoptará siempre el hijo de Dios una actitud de profunda reverencia y de profunda humildad, suplicará que le sean perdonados sus pecados, no caer en la tentación y ser librado del mal; y acompañará esta humildad y reverencia con una inquebrantable confianza -porque «todo don perfecto desciende de arriba, del Padre amoroso. Así, sobre las alas de la fe y de la esperanza, el alma remonta su vuelo hacia el cielo y se eleva hasta Dios. Y con profunda devoción, expone a Dios con entera confianza todas sus necesidades.
Por eso la oración es como la manifestación de nuestra vida íntima de hijos de Dios y por esto es tan vivificante y tan fecunda. El alma que se da regularmente a la oración saca de ella gracias inefables que la transforman poco a poco, a imagen v semejanza de Jesús, Hijo único del Padre celestial. «La puerta, dice Santa Teresa, por la que penetran en el alma las gracias escogidas, como las que el Señor me hizo, es la oración; una vez cerrada esta puerta, ignoro cómo podría otorgárnoslas» (Vida, cap.8).