Las bienaventuranzas
EJERCICIOS ESPIRITUALES 13
Volvemos al modo de la contemplación y hoy lo vamos a hacer con el pasaje de las Bienaventuranzas.
Las Bienaventuranzas son la vida de Cristo. Nos muestran cómo vive
Cristo. Él, no sólo las ha predicado, sino que las ha vivido y nos las
ofrece como una propuesta de vida.
Cristo sube a la montaña. Es significativo en el Antiguo Testamento que
el encuentro con Dios se da en el desierto o en la montaña. Para que yo
pueda entender las cosas de Jesús, también tengo que subir a la
montaña, tengo que dejar las cosas de aquí abajo y subir a la montaña,
tengo que ir ligero de equipaje.
Pedir el conocimiento interno de Cristo para más amarle y seguirle.
Llegar a una verdadera identificación con Cristo. Experimentar la luz y
la fuerza interior que surge en mí, fruto del encuentro con Cristo,
cuando me dejo guiar por el espíritu de las bienaventuranzas. Soy más
Cristo cuando termino de orar y de contemplar. No apartar los ojos de
Jesús. No es tanto lo que dice, como quién lo dice. Escucha Quien te
habla. En la actitud contemplativa es fundamental escuchar. No intentar
manejar yo la oración. Dejar que Dios me vaya llevando por donde Él
quiera. El Espíritu de Dios es el que me lleva. Pedírselo, que no le
ponga yo ningún obstáculo para que Él haga su obra en mí.
Me
sitúo ahora en el pasaje que encuentro en Mt 5: Contemplo a Jesús en la
ladera de la montaña, viendo el lago Tiberíades de fondo, cerca de
Cafarnaún y allí Jesús se sienta y predica.
Contemplar
a Jesús en sus palabras, ellas nos adentran más en el misterio de su
persona; son la expresión de lo que fue su vida. Al orar sobre ellas,
queremos que ellas sean también las que vayan modelando nuestra vida:
serán el mejor fundamento en el que edificamos. Dice Jesús: Todo el que
oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre
prudente que edificó su casa sobre roca.
El
comienzo del discurso de las Bienaventuranzas es sorprendente: no
empieza invitando a la conversión, sino proclamando la dicha y la
felicidad de un estilo de vida. Al orar en ellas, nos parece descubrir
algo más cálido y distinto, y a la vez más que la simple enumeración de
unos valores cristianos, como son la mansedumbre, la actitud
misericordiosa, la pobreza de espíritu, la limpieza de corazón…: son un
mensaje donde queda grabado el Espíritu de Jesús.
No
hay que leerlas como si fueran una lista de obligaciones, intentando
esforzarnos por vivirlas. Hay que verlas y escucharlas como la Buena
Nueva, como un camino de felicidad: Felices los que aman tanto y son tan
libres que eligen ser pobres, no violentos, capaces de sufrir, con
hambre y sed de justicia, misericordiosos, limpios de corazón,
trabajando por la paz, perseguidos por su fidelidad. Las
bienaventuranzas nos ponen ante un modo de ser que piensa, siente y vive
de forma diferente al mundo. El mundo no considera una dicha sufrir,
más bien intenta erradicar toda forma de sufrimiento, veamos por ejemplo
la eutanasia o el aborto; prefiere matar la causa a que el hombre
sufra. Nos envuelve de placeres. Nos incita a la violencia. ¡Qué lejos
está el mundo de comprender el espíritu de las bienaventuranzas! Sólo en
el encuentro con Cristo puedo entenderlas y sólo con su gracia puedo
vivirlas. Es pura gracia y puro don.
Escuchar,
por tanto, las bienaventuranzas de sus labios, dirigidas a mí
particularmente. Aclimatar mi alma en la oración, para que no me
chirríe: Bienaventurados cuando os insulten y os persigan por mi causa y
con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí.
Aunque
no me lo parezca, son un camino de felicidad. Cristo no me miente. Él
no promete ahorrarme las piedras del camino, pero me asegura la
felicidad al seguirle.
Elegir
la pobreza, porque la riqueza es un estorbo para amar, porque introduce
preocupaciones en el corazón. Cuanto más tengo, de más me tengo que
preocupar y de más cosas tengo que cuidar. Los deseos, los sueños de
querer hacer tantas cosas…, también son riquezas; no lo tengo, pero lo
deseo.
Llenarme tanto del amor de Dios que no me quepa nada más. Se puede vivir así.
Repasar,
no tanto si vivo o si no vivo las bienaventuranzas, sino cómo quiere
Cristo que viva yo y me da la gracia para hacerlo. Todo lo que me pida
Dios puedo hacerlo, porque me da su gracia.
No hay felicidad más profunda que la que viene de Cristo. Sólo Dios basta. Si lo tengo en mi vida, tengo todo lo necesario.
No
se trata de cambiar mi moralidad, sino de cambiar mi interior. Y esto
es un regalo de Dios, no un esfuerzo. Desearlo y pedirlo, para que Dios
me lo conceda.
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