viernes, 30 de diciembre de 2016

ADORACIÓN DE LOS MAGOS Y HUIDA A EGIPTO. Meditación semanal

Hoy vamos a contemplar dos misterios más de la vida de Nuestro Señor Jesucristo: La Adoración de los Magos y la huída a Egipto. Lo encontramos todo en Mt 2, 1-23. Mateo trata de darnos una visión teológica de Jesús. Lo presenta como Rey, que merece el homenaje incluso de los paganos.
         Comienzo invocando al Espíritu Santo. Por cierto, ayer leía en la predicación del P. Cantalamessa en este Adviento, que es el predicador de la Casa Pontificia, hablando sobre el Espíritu Santo, que decía algo muy hermoso sobre Él: “Él es la unidad del Padre y del Hijo. El Padre es quien ama, el Hijo el amado y el Espíritu el amor que los une, el don intercambiado.
Él es como el viento, no se sabe de dónde viene ni adónde va, pero se ven los efectos cuando pasa. Es como la luz que ilumina todo lo que está delante, quedando ella escondida. Comprenderemos plenamente quién es el Espíritu Santo, solamente en el Paraíso.”
         Por tanto, invoquemos al Espíritu Santo, de Él depende que nuestra oración dé fruto. Es el tiempo mejor empleado de nuestra oración.
         Contemplemos a Jesús, que se ha hecho Hombre, Niño. Contemplemos sus ojos, los más lindos, los más misericordiosos que jamás se han visto; su boca, la más dulce, la más graciosa que jamás hubo ni habrá, sus labios finísimos, su naricita; sus brazos y manos, los más delicados que nunca niño tuvo ni tendrá; sus piernecitas y pies, los más tiernos, los mejor tallados… El más hermoso sobre todos los hijos de los hombres.
         Esto es lo que contemplaron también los Reyes cuando llegaron y le ofrecieron oro, como Rey que era; incienso, como Dios; y mirra, como Hombre.
         Para el mundo bíblico todo acontecimiento importante era anunciado por una estrella.
         La aparición de la estrella nos indica que Jesús es el nuevo Moisés, que saca al pueblo de los pecados, como Moisés les sacó de la esclavitud. La estrella anuncia que algo ha sucedido y los Magos supieron reconocerlo, más que los religiosos de la época, que conociendo las Escrituras deberían haberle reconocido, pero no se dejaron llevar por la luz de Dios como hicieron los Magos. Quien se deja conducir por la luz de Dios, está lleno, está pleno, con la certeza de que Dios está conmigo, a pesar de las pruebas y dificultades, con la certeza de que Dios nos da plenitud en el corazón, la misma certeza que condujo a Jesucristo durante toda su vida,y le llevó a decir: “Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. En verdad os digo que el que escucha mi Palabra y cree en el que me envió tiene la vida eterna”. No puedo dudar de que esto es verdad en mi vida. Esto es una convicción para mí. Sin Dios, el mundo y nosotros andaríamos en tinieblas. “La luz nace en las tinieblas, como dice el Prólogo de San Juan, pero las tinieblas no la acogieron… Era la luz verdadera, que viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron.” Por eso la incomprensión es una señal indeleble que acompaña al cristiano y esto nos tiene que consolar. Aún así, debemos aplicarnos en ser luz para los demás, a fin de que brillemos en el Reino de Dios.
         En el diálogo de los Magos con Herodes, aparece el título de Rey: ¿Dónde está el Rey de los judíos? Este título no se volverá a nombrar hasta la Pasión, donde se comprende el verdadero sentido de la realeza de Jesús. Le preguntará Pilato: ¿eres tú el rey de los judíos? Hemos de comprender que la salvación no es sólo obra de la Pasión, sino de la propia Encarnación, que ya es salvífica, ya es redentora por sí misma. El Misterio de Dios es una totalidad. Nosotros lo vivimos litúrgicamente por partes para poder asimilarlo, pero es una unidad.
         Los que encuentran a Jesús, como los Magos, se llenan de alegría. Pero hubieron de pasar un largo y difícil camino antes de encontrarle. De igual forma, nosotros hemos de purificarnos antes de encontrar a Jesús. Nuestra búsqueda debe ser firme y constante. Lo único que se me pide es que sea fiel en este camino de purificación por el que Dios me lleve.
         Los Reyes encontraron a Jesús junto a María. María está siempre junto al Hijo. Por Ella siempre llegaremos a Jesús.
         Y cayendo de rodillas, lo adoraron. Esta debe ser nuestra actitud: adorar al Niño, adorarlo con espíritu de humildad.
         Tiempo después, María y José tienen que huir con el Niño a Egipto. Egipto es el símbolo del pecado. Y allí va Jesús, al pecado, sin contaminarse de él, para salvar a los hombres del pecado.
         Imaginar este camino en su huída: Jesús Niño, incapaz de hacer nada, conducido por su Madre.
José, varón justo, instrumento que Dios elige, viviendo en la noche, sin comprender todo lo que le envolvía, en la prueba, en el no entender, pero fiándose siempre de Dios y siempre en actitud de servicio.
Contemplar a María, la siempre disponible a la Voluntad del Padre. Emprende el camino por la persecución de Herodes. Quieren matar al Hijo que acaba de tener. No comprende la maldad hacia una criatura tan indefensa. Dice San Ignacio que el enemigo de la natura humana siempre lucha contra Dios. ¿Y quién paga? Como siempre, los inocentes, los más indefensos. Pero Dios pasa salvando, aún en las experiencias más atroces.
Dios, el Ungido, el que es capaz de llenar las aspiraciones del corazón humano, es rechazado por los hombres. No sólo se le desprecia, sino que intentan darle muerte. El poder del mal trata de impedir la nueva vida que llega para los hombres. Los que ostentan el poder de este mundo podrán poner zancadillas, podrán ganar algunas batallas, pero la victoria siempre es para Dios. Dios pasa salvando, incluso por los acontecimientos más dolorosos. Dios siempre se sale con la suya.

viernes, 16 de diciembre de 2016

EL NACIMIENTO DE CRISTO (2) Meditación semanal



Volvemos hoy sobre el Misterio del Nacimiento de Cristo, pero de una manera especial. La semana pasada lo contemplábamos. Hoy, nos recomienda San Ignacio la aplicación de los sentidos. Ya en otra ocasión habíamos mencionado los sentidos espirituales, los sentidos del corazón y son ahora los que tenemos que poner en práctica, pues en definitiva, no se trata de conocer a Cristo sólo de una forma racional, de una forma intelectual, sino de tener sobre Él un conocimiento interno, profundo, de tal manera que yo más le ame y más le siga. Porque no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente, dice San Ignacio. Esto  es una gracia de Dios y debo pedírsela al Espíritu Santo.
         Volver a leer el texto de S.Lucas en el capítulo 2 y aplicar los cinco sentidos interiores. Contemplar a las tres Personas: San José, la Virgen y el Niño, no el pesebre, no el establo, no las circunstancias externas, no, sino centrarme en las tres Personas y  oírlas, tocarlas, gustarlas, sentirlas… Esto es una manera de orar, según nos explica San Ignacio.
No hay que dejar nada fuera. Tengo que implicarme con todo mi ser, con todo mi yo. Paladearlo con el corazón. Experimentar interiormente cómo me ama Cristo en su nacimiento, cómo me ama a mí, cómo me mira a mí, cómo me seduce. Toda mi persona se tiene que enterar de este amor y tiene que experimentarlo, no sólo mi mente, por eso lo tengo que gustar interiormente, con el corazón.
Y así tengo que acercarme a esta meditación de esta manera nueva, como nunca lo he hecho. La vivencia así de Cristo, es mucho más intensa, mucho más densa, hasta que vaya calando en todos los estratos interiores de mi ser.
Jesucristo, no sólo es Dios, es hombre, como yo, igual a mí en todo menos en el pecado. Cuando yo le comulgo, comulgo toda la totalidad de Jesucristo: su humanidad y su divinidad. Él puede transformar toda mi persona, porque entiende absolutamente todo de mí. Yo tengo que incorporar todo su ser en el mío, hasta llegar a sentir como Él, hasta pensar como Él, hasta actuar como Él. Jesús hace una alianza conmigo incluso sensible. Él es un hombre verdadero para mí. Imaginármelo, gustar su divinidad, su humanidad, sus virtudes…; no es fantasear, es pura oración. Así nos lo enseña San Ignacio. Podemos ir sentido por sentido si nos ayuda.
         Contemplar al Niño, un Niño precioso, tierno, nada más bonito ante nuestros ojos. Mirar sus ojos y sentir cómo me miran. Mirar sus manitas, me las tiende a mí. Mirar su cuerpo precioso, que un día entregará por mí. Mirar sus labios que quieren decirme tantas cosas.
         Acariciarle, estrecharle entre mis brazos. Que María me ayude a cogerle con la misma ternura que Ella le cogía. Tocar sus manitas, su rostro…
         Oler su pureza y dejarme envolver por ella, como por un perfume agradable, muy agradable.
         Besarle, gustarle, saborear su dulzura, su candidez, su hermosura, su suavidad.
         Oir sus gemidos. Me pide amor, me lo reclama.
         Se trata de conocer el misterio más hondo de quién es Jesús. Este conocimiento va a tener un cambio brutal en mi vida, no me va a dejar indiferente, me va a transformar, no puede ser de otra manera. Los que se acercan a Jesús de una manera sincera, quedan tocados. Él no deja a nadie indiferente. No hay nada más poderoso que la comunicación afectiva con Jesús. Es como si me expusiera al sol, acabo calentándome.
Es el diálogo más profundo: de su interioridad a la mía, y de la mía a la suya. Sentir a Jesús, oler a Jesús, gustar a Jesús, tocar a Jesús, oir a Jesús, ver a Jesús… Los sentidos son una primera forma de acercamiento. Merece la pena que hagamos un pequeño esfuerzo. Dios ha puesto en nosotros los sentidos para que nos relacionemos con Él. Él se ha hecho pan para que yo le coma, para que yo le guste, para que yo le toque, para que yo le sienta.
La consecuencia de todo esto es una experiencia unitiva, de adoración. Sólo adorando con los sentidos llegamos a identificarnos con Cristo, para que yo más le ame y más le siga.
Hacer esta experiencia en la intimidad, donde me sienta a gusto con el Señor.

martes, 13 de diciembre de 2016

EL NACIMIENTO DE JESÚS. Charla semanal

         Vamos a contemplar hoy el Misterio del Nacimiento de Jesús. En esta contemplación, el ver más no depende de mí, sino de la invocación al Espíritu Santo. El alma va siendo conducida por Él. Por tanto, nada de tensiones y de rigideces interiores.
         Vamos a leer despacio Lc 2, 1-20, donde se nos narra el Nacimiento de Jesús.
         Para nuestra composición de lugar, nos trasladamos a Belén, un pueblo pequeño al sur de Jerusalén, situado sobre dos colinas. Se sabía de él que era la patria de David, en cuyos alrededores guardaba él los rebaños de su padre, mientras sus hermanos combatían a los filisteos.  Era un pueblo pequeño sin mucha relevancia, donde los pastores comerciaban  con los productos de las ovejas.
         Pedir la gracia de que se me conceda estar allí presente y contemplarlo todo desde dentro. Emplear mi imaginación para contemplar la escena, el pesebre, el Niño que está en el pesebre, la Madre, el cuidado de la Madre a aquel Niño…
         Y rogar para que Dios me conceda el conocimiento interno de que el Señor nace por mí en Belén, para que yo más le ame y más le siga. Y pasar esta petición varias veces por el corazón.
Que Cristo nazca es admirable, pero que nazca por mí…! Y es que Dios tiene un plan lleno de amor para mí. Cristo está dispuesto a hacer lo que sea para que yo me entere de cuánto me ama. Cristo nace por mí.
Si sólo entiendo lo que tengo que hacer yo por Él, estoy malogrando el plan de Dios. Primero es entender cuánto me ama Él. El amor saca amor. Por eso primero es entender el amor de Dios. Lo demás viene después.
         Dios decide hacerse hombre en unas circunstancias extraordinarias: humildad, pobreza… Dios no organiza un fiestón para demostrarme lo que me quiere. Sus signos son irrelevantes para el mundo. Debo sentirlos como una caricia.
         Dios simplifica todos los elementos externos para que quede la persona lo más simplificada posible para su encuentro con Él. Aquí sólo están María, José, el Niño, una mula y un buey.
         El Señor, que es eterno, se somete al tiempo y a la ley del aprendizaje. El eterno se hace temporal. El que todo lo sabe comienza a aprender. Hace falta humillarse para demostrarme el amor que me tiene. Esta es la humildad de quien ha venido a servir y se somete en todo para hacer la Voluntad de su Padre. Todo esto lo ha hecho Dios para que me entere de lo que me ama.
         Jesús nace en la historia humana.
         De Nazaret nos trasladamos a Belén. La Historia de la Salvación es una historia que se mueve, es dinámica. Esto me enseña que no me puedo quedar anquilosado. Tengo que moverme en la vida espiritual.
Cada acontecimiento de mi vida puede ser convertido en historia de salvación. La rutina de todos los días, que a veces no sabemos qué hacer con ella. El mundo busca lo extraordinario, vive de lunes a jueves suspirando por el fin de semana. Nosotros no podemos vivir así. Los acontecimientos normales, vividos con fidelidad, nos sirven de crecimiento interior, de crecimiento en la fe y nos ayudan a madurar en el seguimiento de Cristo.
Aprender a vivir todo en acción de gracias: el tener agua caliente, luz, un coche con el que desplazarme… Todo es un motivo para dar gracias a Dios, en vez de suspirar por lo que no tengo.
         Nos dice San Lucas que le llegó el tiempo del parto. Dios no se encarnó antes porque el mundo no estaba preparado. Dios se hace presente al hombre en el momento que éste es capaz de abrirse al misterio y tiene posibilidad de seguirlo.
         María da a luz a su Hijo. Contemplar la solicitud de María envolviendo en pañales a su Hijo y acostándolo en un pesebre.
         Los pastores van a adorarle. Los pastores son los paganos, los extranjeros, porque los suyos, los elegidos, no le recibieron.
         No encontró sitio en la posada. Jesús nace fuera de la ciudad, para demostrar que nace para todos. De la misma manera, morirá fuera de la ciudad, fuera de las murallas de Jerusalén.
         Nace el Salvador, el que nos salva de todas las esclavitudes. Jesús nace para salvarme de mis pecados. Jesús viene con una misión y esa misión comienza en la Encarnación.
Para San Juan, el momento de mayor humillación de Jesús es su nacimiento. Él lo entendió bien. El día de Navidad se lee siempre el prólogo del Evangelio de San Juan, igual que en la Pasión del Viernes Santo se lee la Pasión según San Juan, por él el que mejor captó su muerte como camino de glorificación. Él entendió que Jesús, en su nacimiento, toca fondo.
         Leamos el Prólogo de San Juan, para entender lo que significa el nacimiento de Jesucristo:
“Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz nace en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron… Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y el mundo fue hecho por Él, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre; que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios son nacidos. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria… Y de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia”.
Leer varias veces esta lectura, leerla con el corazón. El que existía desde siempre, por quien fueron hechas todas las cosas, decide hacerse hombre, encarnarse, por mí, por salvarme de mi pecado, para darme vida, para ser luz que me ilumine, para hacerme hija de Dios.
Y vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Y yo, ¿le recibo con el amor que se merece, con el reconocimiento que se merece?

viernes, 2 de diciembre de 2016

LA ENCARNACIÓN. Charla semanal

LA ENCARNACIÓN
         Empezamos la segunda semana de Ejercicios Espirituales según San Ignacio y en ella pasamos a la Contemplación de los Misterios de la vida de Jesucristo.
         Hasta ahora, nuestro método de oración ha sido la Meditación, que significa que el hombre, mediante el uso de su razón iluminada por la fe, piensa acerca de distintos aspectos. Mientras que en la Contemplación, la fe me hace ver con naturalidad los Misterios de Cristo, sin hacer ningún esfuerzo. Es dejarme iluminar. A partir de ahora no es tanto elaborar, sino recibir lo que Dios me ilumine.
         La primera Contemplación es la de la Encarnación:
         Las Tres Personas Divinas miraban la llanura y la redondez del mundo llena de hombres, y viendo cómo se perdían, determinan en su eternidad, que la Segunda Persona se haga hombre para salvar a todo el género humano y así, al llegar la plenitud de los tiempos, envían al Ángel Gabriel a anunciárselo a Nuestra Señora.
Hay un plan de Dios que es rescatar al hombre, y la respuesta de Dios es Cristo. Seguimos pegados a la Palabra de Dios, porque es donde se nos revela de manera más clara las intenciones de Dios.
Leemos Lc 1, 26-36
         Hacemos la composición de lugar, que es muy importante para meterme en el contexto que voy a meditar. Que la imaginación se coloque, porque la imaginación ayuda a la contemplación.
         Estamos en Nazaret, una pequeña localidad en un cerro. En la estación de lluvias hay muchas flores. Precisamente, Nazaret significa florecer. En el AT nunca se menciona esta ciudad. Para el pueblo de Israel era una ciudad irrelevante. De allí nadie importante había salido, ningún acontecimiento salvífico había ocurrido. De hecho, más tarde se preguntarán los judíos: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?
Dios nos da una lección: en lo pequeño, en lo desconocido para los hombres, en lo sencillo, en lo cotidiano y ordinario de la vida, nos va a hablar y nos va a dar a conocer sus planes. Así es el modo de Dios.
Dios se abaja, se hace uno como yo, para que yo le entienda, para que yo le comprenda, y para que Él me entienda y para que Él me comprenda.
Pedirle a Dios que me ayude a experimentar con gozo su cercanía. Y que esta petición vaya calando en mi corazón como lluvia suave. El fruto de mi oración depende de esta petición.
         Cuando voy a orar todo me tira hacia fuera: las personas, los problemas, las circunstancias personales, las noticias… La Contemplación es justo el proceso inverso: todo queda recogido dentro y el centro que lo unifica todo es el corazón. Si tengo poco tiempo para orar y necesito diez minutos para entrar en la oración, para hacer la composición de lugar…, pues emplearlos, porque no es fácil entrar de la actividad a la oración. Los resortes de la fe no son tan automáticos en nosotros, necesitan un proceso; no es costoso, pero necesita tiempo. ¿Por qué a veces no me va bien la oración? Porque dedico poco tiempo a pedir al Espíritu Santo que me ilumine y la oración depende de Él. Sin Él no puedo orar. No tengo que ser infiel nunca a la oración.
         Mirar cómo el mundo necesita la salvación, mi mundo, la situación actual. La Santísima Trinidad mira a este mundo y no le es indiferente. Dios lo ha creado bueno, es obra de sus manos. A Dios le preocupa que el hombre le conozca y le ame y no estará tranquilo hasta que cada uno de sus hijos lo haga. Dios nos mira con tristeza, pero también con esperanza.
         Continuamos con nuestra composición de lugar, entrando en casa de María, en su intimidad. Y allí, en el mes sexto, nos dice San Lucas, fue enviado el Ángel Gabriel de parte de Dios, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David: el nombre de la virgen era María.
María es una doncella que ha consagrado su corazón a Dios.
Y le dice: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo.
El Señor está contigo es una fórmula del AT, usada anteriormente. Una fórmula de alianza, que significaba que Dios elige un pueblo y hace un pacto con el que promete estar con el pueblo en todas sus vicisitudes.
         El Ángel se hace portavoz y le comunica a María una misión: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.
         ¿Quién es el que va a nacer? El Enmanuel, que significa Dios con nosotros. Su nombre es Jesús, que significa Yavhé salva.
Nace el que es el centro del corazón humano y la plenitud de todas sus aspiraciones. Fuera de Cristo, no hay plenitud posible. Todo lo demás nos deja insatisfechos. Nada nos puede llenar.
Todas las dimensiones humanas que el hombre puede vivir, las ha asumido Cristo, por eso me entiende cuando estoy alegre, o triste, o insatisfecho, o desconcertado…
Dijo María al Ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El Ángel le contestó y le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra.
Será obra, no de los hombres, sino del Espíritu Santo. Dios empieza su obra comenzándola Él, continuándola Él y llevándola a su término Él.
Es muy importante que nosotros sepamos que Dios siempre está con nosotros en la misión que nos ha encomendado. Dios no falla nunca con su gracia. Él siempre está.
         Pedirle a Dios mucha humildad para entender este lenguaje que Él ha empleado: que la gloria se revela en el vaciamiento, la riqueza en la pobreza.
Nosotros, para cualquier cosa montamos un evento, lo hacemos todo a lo grande. Dios no bendice esta grandeza, el buscar aplausos, la fama, el que nos quieran y nos reconozcan… Dios bendice lo que es de corazón a corazón, lo que se hace calladamente.
Hay que buscar el último lugar, como Carlos de Foucould, que se marchó al desierto para buscarlo, lejos del ruido, de los placeres, del mundo… y nos dice: Y cuando lo encontré, ya estaba ocupado, estaba Cristo.
         Pasar por el corazón este Misterio de la Encarnación. Y, como María, acogerlo en mi interior y responder como Ella: He aquí la esclava del Señor, hágase en Mí según tu palabra. María no comprende, pero se fía y se entrega totalmente.