viernes, 9 de marzo de 2018

CUALIDADES DE UNA MADRE. DIARIO DE SANTA FAUSTINA 20

DIARIO DE SANTA FAUSTINA 20
CUALIDADES DE UNA MADRE
Gratitud por ser hija de la Iglesia:
Qué alegría ser una hija fiel de la Iglesia.  Oh, cuanto amo a la santa Iglesia y a todos quienes viven en ella.  Los miro como miembros vivos de Cristo, que es su Cabeza.  Me inflamo de amor con los que aman, sufro con los que sufren, el dolor me consume mirando a los tibios y a los ingratos; entonces procuro un amor tan grande hacia Dios que compense por aquellos que no lo aman, que alimentan a su Salvador con negra ingratitud.
Oh Dios mío, estoy consciente de mi misión en la santa Iglesia.  Mi empeño continuo es impetrar la misericordia para el mundo.  Me uno estrechamente a Jesús y me presento como víctima que implora por el mundo.  Dios no me rehusará nada cuando le suplico con la voz de Su Hijo.  Mi sacrificio es nada por sí mismo, pero cuando lo uno al sacrificio de Jesús, se hace omnipotente y tiene la fuerza para aplacar la ira divina.  Dios nos ama en Su Hijo, la dolorosa Pasión del Hijo de Dios es un continuo aplacamiento de la ira de Dios.
         Unión íntima con Cristo, especialmente en su Pasión:
Haz de mí, oh Jesús, una víctima agradable y pura delante del Rostro de Tu Padre.  Oh Jesús, transfórmame, miserable y pecadora, en Ti, ya que Tú lo puedes todo y entrégame a Tu Padre Eterno.  Deseo transformarme en la hostia expiatoria delante de Ti, pero en una hostia no consagrada delante de los hombres; deseo que la fragancia de mi sacrificio sea conocida sólo por Ti, Oh Dios Eterno, que arda en mí el fuego inextinguible de la súplica por Tu misericordia; siento y comprendo que ésta es mi tarea, aquí y en la eternidad.  Tú Mismo me has ordenado hablar de esta gran misericordia Tuya y de Tu bondad.
Oh Jesús, cuando vienes a mí en la Santa Comunión, Tú que Te has dignado morar con el Padre y el Espíritu Santo en el pequeño cielo de mi corazón, procuro acompañarte durante el día entero, no Te dejo solo ni un momento.  Aunque estoy en compañía de otras personas, mi corazón está siempre unido a Ti.  Cuando me duermo, te ofrezco cada latido de mi corazón, cuando me despierto, me sumerjo en Ti sin decir una palabra.  Al despertarme, adoro un momento la Santísima Trinidad y le agradezco por haberme ofrecido un día más y que una vez más vuelva a repetirse en mí el misterio de la Encarnación de Su Hijo, que una vez más delante de mis ojos vuelva a repetirse su dolorosa Pasión.  Trato entonces de facilitar a Jesús el paso a través de mí a otras almas.  Con Jesús voy a todas partes, su presencia me acompaña en todo momento.
En los sufrimientos del alma o del cuerpo trato de callar, porque entonces mi espíritu adquiere la fortaleza que viene de la Pasión de Jesús.  Delante de mis ojos tengo siempre su Rostro doloroso, insultado y desfigurado, su Corazón divino traspasado por nuestros pecados y especialmente por la ingratitud de las almas elegidas.
La Majestad de Dios me envuelve otra vez, me siento sumergida totalmente en Dios, toda sumergida y penetrada por Él, viendo cuánto el Padre Celestial nos ama.  Oh, qué gran felicidad llena mi alma por el conocimiento de Dios, de la vida de Dios.  Deseo compartir esta felicidad con todos los hombres, no puedo encerrar esta felicidad en mi corazón solamente, porque sus rayos me queman y hacen estallar mi pecho y mis entrañas.  Deseo atravesar el mundo entero y hablar a las almas de la gran misericordia de Dios.  Oh sacerdotes, ayúdenme en esto, usen las palabras más convincentes sobre su misericordia, porque toda expresión es muy débil para expresar lo misericordioso que es.
Importancia del silencio y del recogimiento:
El Espíritu Santo no habla a un alma distraída y charlatana, sino que, por medio de sus silenciosas inspiraciones, habla a un alma recogida, a un alma silenciosa.  Si se observara rigurosamente el silencio, no habría murmuraciones, amarguras, maledicencias, chismes, no sería tan maltratado el amor del prójimo, en una palabra, muchas faltas se evitarían.  Los labios callados son el oro puro y dan testimonio de la santidad interior.
Como es la Superiora en un convento, así debe ser una madre:
La Superiora debe distinguirse por la humildad y el amor hacia cada hermana, sin excepción alguna.  Que no se deje guiar por simpatía o por antipatía, sino por el espíritu de Cristo.  Debe saber que Dios le pedirá cuenta de cada hermana.  Que no diga sermones a las hermanas, sino que dé el ejemplo de una profunda humildad y el de negarse a sí misma, ésta será la enseñanza más eficaz para las que dependen de ella.  Que sea resuelta, pero nunca brusca; que tenga paciencia si la cansan con las mismas preguntas, aunque tenga que repetir cien veces la misma cosa, pero siempre con la misma calma.  Que trate de presentir todas las necesidades de las hermanas sin esperar que le pidan ésta u otra cosa, porque son diversas las naturalezas de las almas.  Si ve que alguna hermana está triste o doliente, trate de ayudarle de cualquier manera y de consolarla; que ruegue mucho y pida luz para saber cómo comportarse con cada una de ellas porque cada alma es un mundo diferente.  Dios tiene distintos modos para tratar con las almas que, a veces, para nosotros, son incomprensibles e inconcebibles, por eso la Superiora debe ser prudente para no impedir la actuación de Dios en ningún alma.  Que nunca amoneste a las hermanas cuando está nerviosa, además los reproches deben siempre ir acompañados por palabras de estímulo.  Hay que dar a conocer al alma su error para que lo reconozca, pero no se la debe desalentar.  La Superiora debe distinguirse por el amor activo a las hermanas, debe encargarse de todas las penas para aliviar a las hermanas; que no exija ningún servicio de las hermanas, que las respete como a las esposas de Jesús y que esté dispuesta a servirles tanto de día como de noche; debe más bien pedir que ordenar.  Que tenga el corazón abierto a los sufrimientos de las hermanas y que ella misma estudie y contemple fijamente el libro abierto, es decir, a Jesús Crucificado.  Que siempre pida con fervor la luz y, especialmente, cuando tenga que arreglar algo de importancia con alguna hermana.  Procure una profunda unión a Dios y Dios gobernará a  través de ella. 


sábado, 3 de marzo de 2018

LA PASIÓN. DIARIO DE SANTA FAUSTINA 19


DIARIO DE SANTA FAUSTINA 19
LA PASIÓN
Al venir a la adoración, en seguida me envolvió un recogimiento interior y vi al Señor Jesús atado a una columna, despojado de las vestiduras y en seguida empezó la flagelación.  Vi a cuatro hombres que por turno azotaban al Señor con disciplinas.  Mi corazón dejaba de latir al ver esos tormentos.  Luego el Señor me dijo estas palabras: Estoy sufriendo un dolor aun mayor del que estás viendo.  Y Jesús me dio a conocer por cuales pecados se sometió a la flagelación, que son los pecados de la impureza.  Oh, cuanto sufrió Jesús moralmente al someterse a la flagelación.  Entonces Jesús me dijo: Mira y ve el género humano en el estado actual.  En un momento vi cosas terribles. Los verdugos se alejaron de Jesús, y otros hombres se acercaron para flagelarle: tomaron los látigos y azotaban al Señor sin piedad.  Eran sacerdotes, religiosos y religiosas y máximos dignatarios de la Iglesia, lo que me sorprendió mucho; eran laicos de diversa edad y condición, todos descargaban su ira en el inocente Jesús.  Al verlo mi corazón se hundió en una especie de agonía; y mientras los verdugos lo flagelaban, Jesús callaba y miraba a lo lejos, pero cuando lo flagelaban aquellas almas que he mencionado arriba, Jesús cerró los ojos y un gemido silencioso pero terriblemente doloroso salió de su Corazón.  Y el Señor me dio a conocer detalladamente el peso de la maldad de aquellas almas ingratas: ¿Ves?, he aquí un suplicio mayor que Mi muerte.  Entonces mis labios callaron y empecé a sentir en mí la agonía y sentía que nadie me consolaría ni me sacaría de ese estado sino Aquel que a eso me había llevado.  Entonces el Señor me dijo: Veo el dolor sincero de tu corazón que ha dado un inmenso alivio a Mi Corazón, mira y consuélate.

Cuando me sumerjo en la Pasión del Señor, a menudo en la adoración veo al Señor Jesús bajo este aspecto: después de la flagelación los verdugos tomaron al Señor y le quitaron su propia túnica que ya se había pegado a las llagas y mientras le despojaban de ella, volvieron a abrirse sus llagas.  Luego vistieron al Señor con un manto rojo, sucio y despedazado sobre las llagas abiertas.  El manto llegaba a las rodillas.  Mandaron al Señor sentarse en un pedazo de madero y entonces trenzaron una corona de espinas y ciñeron con ella su Sagrada Cabeza; pusieron una caña en su mano, y se burlaban de Él homenajeándolo como a un rey.  Le escupían en la Cara y otros tomaban la caña y le pegaban en la Cabeza; otros le producían dolor a puñetazos, y otros le tapaban la Cara y le golpeaban con los puños.  Jesús lo soportaba silenciosamente.  ¿Quién puede entender su dolor?  Jesús tenía su mirada hacia el suelo.  Sentí lo que sucedía entonces en el dulcísimo Corazón de Jesús.  Que cada alma medite lo que Jesús sufría en aquel momento.  Competían en insultar al Señor.  Yo pensaba de dónde podía proceder tanta maldad en el hombre.  La provoca el pecado.  Se encontraron el Amor y el pecado.

Entonces vi a Jesús clavado en la cruz.  Después de estar Jesús colgado en ella un momento, vi toda una multitud de almas crucificadas como Jesús.  Vi la tercera muchedumbre de almas y la segunda de ellas.  La segunda infinidad de almas no estaba clavada en la cruz, sino que las almas sostenían fuertemente la cruz en la mano; mientras tanto la tercera multitud de almas no estaba clavada ni sostenía la cruz fuertemente, sino que esas almas arrastraban la cruz detrás de sí y estaban descontentas.  Entonces Jesús me dijo: ¿Ves, esas almas que se parecen a Mí en el sufrimiento y en el desprecio?, también se parecerán a Mí en la gloria; y aquellas que menos se asemejan a Mí en el sufrimiento y en el desprecio, serán menos semejantes a Mí también en la gloria.

Muchas veces durante la Santa Misa veo al Señor en mi alma, siento su presencia que me invade por completo.  Siento su mirada divina, hablo mucho con Él sin decir una sola palabra.  Conozco lo que desea su Corazón Divino y siempre hago lo que Él prefiere.  Lo amo hasta la locura y siento que soy amada por Dios.  En los momentos en que me encuentro con Dios en la profundidad de mis entrañas, me siento tan feliz que no sé expresarlo.  Estos momentos son cortos, porque el alma no los podría soportar más tiempo, pues debería producirse la separación del cuerpo.  Aunque estos momentos son muy cortos, no obstante el poder que pasa al alma permanece muchísimo tiempo.  Sin el menor esfuerzo siento un profundo recogimiento que entonces me envuelve y que no disminuye a pesar de que converso con la gente, ni me molesta en el cumplimento de mis deberes.  Siento su constante presencia sin ningún esfuerzo del alma, siento que estoy unida a Dios tan estrechamente como una gota de agua con el océano sin fondo.

         En otra ocasión, habiendo sufrido físicamente los ataques del demonio, oí una voz:
Estás unida a Mí y no tengas miedo de nada, pero has de saber, niña Mía, que Satanás te odia; él odia a muchas almas, pero arde de un odio particular hacia ti, porque arrancaste a muchas almas de su poder.

         Sentí que vale la pena cualquier sufrimiento con tal de ganar almas para el Cielo.
Oh Dios mío, aun en los castigos con que hieres la tierra veo el abismo de Tu misericordia, porque castigándonos aquí en la tierra, nos liberas del castigo eterno.  Alégrense, todas las criaturas, porque están más cerca de Dios en su infinita misericordia que el niño recién nacido del corazón de su madre.  Oh Dios, que eres la Piedad misma para los más grandes pecadores arrepentidos sinceramente; cuanto más grande es el pecador, tanto mayor es el derecho que tiene a la Divina Misericordia.