DIARIO DE SANTA FAUSTINA 16
EXPERIENCIA DE LA MUERTE
A
veces, después de la Santa Comunión, siento la presencia de Dios de un
modo particular, sensible. Siento que Dios está en mi corazón. Y el
hecho de sentir a Dios en el alma, no me impide en absoluto cumplir mis
tareas; aún cuando realizo los más importantes asuntos que requieren
atención, no pierdo la presencia de Dios en el alma y quedo
estrechamente unida a Él. Con Él voy al trabajo, con Él voy al recreo,
con Él sufro, con Él gozo, vivo en Él y Él en mí. No estoy nunca sola,
ya que Él es mi compañero permanente. Siento su presencia en cada
momento. Nuestra familiaridad es estrecha a causa de la unión de la
sangre y de la vida.
La
adoración nocturna del jueves la hice por la conversión de los
pecadores empedernidos y especialmente por los que han perdido la
esperanza en la Divina Misericordia. Meditaba sobre lo mucho que Dios
sufrió y lo grande que es el amor que nos mostró, y nosotros no creemos
que Dios nos ama tanto. Oh Jesús, ¿quién lo comprenderá? ¡Qué dolor
para nuestro Salvador! Y ¿Cómo puede convencernos de su amor si su
muerte no llega a convencernos? Invité a todo el cielo a que se uniera a
mí para compensar al Señor la ingratitud de ciertas almas.
Jesús me enseñó cuánto le agrada la plegaria reparadora; me dijo: La plegaria de un alma humilde y amante aplaca la ira de Mi Padre y atrae un mar de bendiciones. Después
de la adoración, a medio camino hacia mi celda, fui cercada por una
gran jauría de perros negros, enormes, que saltaban y aullaban con la
intención de desgarrarme en pedazos. Me di cuenta de que no eran perros
sino demonios. Uno de ellos dijo con rabia: Como esta noche nos has
arrebatado muchas almas, nosotros te desgarraremos en pedazos.
Contesté: Si tal es la voluntad de Dios misericordiosísimo, desgarradme
en pedazos, porque me lo he merecido justamente siendo la más miserable
entre los pecadores y Dios es siempre santo, justo e infinitamente
misericordioso. A estas palabras, los demonios todos juntos
contestaron: Huyamos, porque no está sola, sino que el Todopoderoso está
con ella. Y desaparecieron del camino como polvo, como rumor, mientras
yo tranquila, terminando el Te Deum, iba a la celda contemplando la infinita e insondable misericordia Divina.
De
repente sufrí un desmayo con un gran sufrimiento preagónico. No era la
muerte, es decir el pasaje a la verdadera vida, sino una muestra de los
sufrimientos de la misma muerte. La muerte es espantosa a pesar de
darnos la vida eterna. De repente me sentí mal, la falta de
respiración, la oscuridad delante de los ojos, la sensación del
debilitamiento de los miembros…, este sofocamiento es atroz y un
instante así es infinitamente largo… A pesar de la confianza, viene
también un extraño miedo. Deseé recibir los últimos Sacramentos. Sin
embargo la Confesión me resultó muy difícil a pesar del deseo de
recibirla. Uno no sabe lo que dice; comienza a decir una cosa, deja la
otra sin terminar... Oh, que Dios preserve a cada alma de aplazar la
confesión a la última hora!. Conocí el gran poder de las palabras del
sacerdote que descienden sobre el alma del enfermo. Cuando pregunté al
Padre espiritual si estaba preparada para presentarme delante de Dios y
si podía estar tranquila, recibí la respuesta: Puedes estar
completamente tranquila, no solamente ahora, sino después de cada
confesión semanal. La gracia de Dios que acompaña estas palabras del
sacerdote es grande. El alma siente la fortaleza y el arrojo para la
lucha.
Mis
sufrimientos los uní a los sufrimientos de Jesús y los ofrecí por mí y
por la conversión de las almas que no confían en la bondad de Dios. De
repente mi celda se llenó de figuras negras, llenas de furia y de odio
hacia mí. Una de ellas dijo: Maldita tú y Aquel que está en ti, porque
ya empiezas a atormentarnos en el infierno. En cuanto pronuncié: Y el
Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, en seguida esas figuras
desaparecieron ruidosamente.
Entonces dije a Jesús: Jesús, pensé que me ibas a llevar. Y Él me contestó: Aun
no se ha cumplido plenamente Mi voluntad en ti; te quedaras todavía en
la tierra, pero no mucho tiempo. Me agrada mucho tu confianza, pero el
amor ha de ser más ardiente. El amor puro da fuerza al alma en la agonía misma. Cuando
agonizaba en la cruz, no pensaba en Mí, sino en los pobres pecadores y
rogaba al Padre por ellos. Quiero que también tus últimos momentos sean
completamente semejantes a los Míos en la cruz. Hay un solo precio con
el cual se compran las almas, y éste es el sufrimiento unido a Mi
sufrimiento en la cruz. El amor puro comprende estas palabras, el amor
carnal no las comprenderá nunca.
El
sufrimiento es el tesoro más grande que hay en la tierra, purifica al
alma. El amor verdadero se mide con el termómetro del sufrimiento.
Oh
Jesús, Te doy las gracias por las pequeñas cruces cotidianas, por las
contrariedades con las que tropiezan mis propósitos, por el peso de la
vida comunitaria, por la mala interpretación de mis intenciones, por las
humillaciones por parte de los demás, por el comportamiento áspero
frente a mí, por las sospechas injustas, por mi salud débil y por el
agotamiento de las fuerzas, por el anonadamiento de mi propio yo, por
la falta de reconocimiento en todo, por los impedimentos hechos a todos
mis planes.
Te
doy las gracias, Jesús, por los sufrimientos interiores, por la aridez
del espíritu, por los miedos, los temores y las dudas, por las tinieblas
y la densa oscuridad interior, por las tentaciones y las distintas
pruebas, por las angustias que son difíciles de expresar y especialmente
por aquellas en las que nadie nos comprende, por la hora de la muerte,
por el duro combate durante ella, por toda la amargura que pueda sufrir.
Te
agradezco, Jesús, porque has bebido el cáliz de la amargura antes de
dármelo endulzado. Heme aquí que he acercado los labios a este cáliz de
Tu santa voluntad; hágase de mi según Tu voluntad, que se haga de mi lo
que Tu sabiduría estableció desde la eternidad. En ti, oh Señor, todo
lo que da Tu Corazón paternal es bueno; no pongo las consolaciones por
encima de las amarguras, ni las amarguras por encima de las
consolaciones, sino que Te lo agradezco todo, oh Jesús. Mi deleite
consiste en contemplarte, oh Dios Inconcebible. Conozco bien la morada
de mi Esposo. Siento que en mí no hay ni una gota de sangre que no arda
de amor hacia Ti.