DIARIO DE SANTA FAUSTINA 14
EL AMOR A DIOS Y EL AMOR DE DIOS
Dios me dio a conocer en qué consiste el verdadero amor y me concedió
la luz para entender cómo demostrárselo en la práctica. El verdadero
amor a Dios consiste en cumplir la voluntad de Dios. Para demostrar a
Dios el amor en la práctica, es necesario que todas nuestras acciones,
aun las más pequeñas, deriven del amor hacia Dios. Y me dijo el Señor:
Niña Mía, más que nada Me agradas a través del sufrimiento. En tus
sufrimientos físicos, y también morales, hija Mía, no busques compasión
de las criaturas. Deseo que la fragancia de tus sufrimientos sea pura,
sin ninguna mezcla. Exijo que te distancies no solamente de las
criaturas, sino también de ti misma. Hija Mía, quiero deleitarme con el
amor de tu corazón: amor puro, virginal, intacto, sin ninguna sombra.
Cuanto más ames el sufrimiento, tanto más puro será tu amor hacia Mí.
Mi
Corazón ha sido conmovido por una gran compasión hacia ti, hija Mía
queridísima, cuando te he visto hecha pedazos por el gran dolor que
sufrías mientras deplorabas tus pecados. Yo veo tu amor tan puro y
sincero que te doy la prioridad entre las vírgenes, tú eres el honor y
la gloria de Mi Pasión. Veo cada humillación de tu alma y nada se
escapa a Mi atención; elevo a los humildes hasta Mi trono, porque así es
Mi voluntad.
Compórtate
como un mendigo que cuando recibe una limosna grande no la rehúsa, sino
que más bien la agradece con más cordialidad; así tú también, si te
concedo unas gracias más grandes, no las rehúses diciendo que eres
indigna. Yo lo sé; pero tú más bien alégrate y goza, y toma tantos
tesoros de Mi Corazón cuantos puedas llevar, ya que haciéndolo así Me
agradas más. Te diré algo más: no tomes estas gracias solamente para
ti, sino también para el prójimo, es decir invita a las almas con las
cuales estás en contacto a confiar en Mi misericordia infinita. Cuánto
amo a las almas que se Me han confiado totalmente, haré todo por ellas.
Una vez vine a mi celda y estaba tan cansada que antes de comenzar a
desvestirme tuve que descansar un momento, y cuando estaba desvestida,
una de las hermanas me pidió que le trajera un vaso de agua caliente. A
pesar del cansancio, me vestí rápidamente y le traje el agua que
deseaba, aunque de la cocina a la celda había un buen trecho de camino y
el barro llegaba a los tobillos. Al entrar en mi celda vi un copón con
el Santísimo Sacramento y oí esta voz: Toma este copón y llévalo al tabernáculo. En un primer momento vacilé, pero me acerqué y cuando toqué el copón, oí estas palabras: Con el mismo amor con que te acercas a Mí, acércate a cada una de las hermanas y todo lo que haces por ellas Me lo haces a Mí.
Siento muy bien que mi misión no terminará con mi muerte, sino que
empezará. Oh almas que dudan, les descorreré las cortinas del cielo
para convencerlas de la bondad de Dios, para que ya no hirieran más el
Dulcísimo Corazón de Jesús con desconfianza. Dios es Amor y
Misericordia.
Oh
Dios único en la Santísima Trinidad, deseo amarte como hasta ahora
ningún alma humana Te ha amado; y aunque soy particularmente mísera y
pequeña, no obstante arrojo muy profundamente el ancla de mi confianza
en el abismo de Tu misericordia, oh Dios y Creador mío. A pesar de mi
gran miseria no tengo miedo de nada, sino que espero cantar eternamente
el himno de la gloria. Que no dude alma ninguna mientras viva, aunque
sea la más miserable, cada una puede ser una gran santa, porque es
grande el poder de la gracia de Dios. De nosotros depende solamente no
oponernos a la actuación de Dios.
No
hago ningún razonamiento en la vida interior, no analizo ninguno de los
caminos por los que me lleva el Espíritu Divino; me basta con saber que
soy amada y que yo amo. El amor puro me permite conocer a Dios y
comprender muchos misterios.
Oh
Jesús, ojalá pudiera transformarme en una neblina delante de Ti para
cubrir la tierra, con el fin de que Tu santa mirada no viera los
terribles crímenes. Cuando miro el mundo y su indiferencia hacia Ti,
siempre me vienen lágrimas a los ojos, pero cuando miro un alma
consagrada que es tibia, entonces mi corazón sangra.
Una vez, cuando hacía la adoración por nuestra patria, un dolor
estrechó mi alma y empecé a orar del modo siguiente: Jesús
Misericordiosísimo, Te pido por la intercesión de Tus Santos y,
especialmente, por la intercesión de Tu Amadísima Madre que Te crió
desde la niñez, que bendigas a mi patria. Jesús, no mires nuestros
pecados, sino las lágrimas de los niños pequeños, el hambre y el frío
que sufren. Jesús, en nombre de estos inocentes, concédeme la gracia
que Te pido para mi patria. En aquel instante vi al Señor Jesús con los
ojos llenos de lágrimas y me dijo: Ves, hija Mía, cuánta compasión les tengo!; debes saber que son ellos los que sostienen el mundo.
En
cierta ocasión conocí a una persona que pensaba cometer un pecado
grave. Pedí al Señor que me enviara los peores tormentos, para que
aquella alma fuera preservada. De repente sentí en la cabeza el atroz
dolor de la corona de espinas. Eso no duró bastante tiempo, pero sirvió
para que aquella persona permaneciera en la gracia de Dios. Oh Jesús,
que fácil es santificarse; es necesario solamente un poco de buena
voluntad. Si Jesús descubre en el alma ese poquito de buena voluntad,
entonces se apresura a entregarse al alma y nada puede detenerlo, ni los
errores, ni las caídas, nada en absoluto. Jesús tiene prisa por ayudar
a esa alma, y si el alma es fiel a esta gracia de Dios, entonces en muy
poco tiempo puede llegar a la máxima santidad a la que una criatura
puede llegar aquí en la tierra. Dios es muy generoso y no rehúsa a
nadie su gracia, da más de lo que nosotros le pedimos. La fidelidad en
el cumplimiento de las inspiraciones del Espíritu Santo es el camino más
corto.
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