DIARIO DE SANTA FAUSTINA 19
LA PASIÓN
Al
venir a la adoración, en seguida me envolvió un recogimiento interior y
vi al Señor Jesús atado a una columna, despojado de las vestiduras y en
seguida empezó la flagelación. Vi a cuatro hombres que por turno
azotaban al Señor con disciplinas. Mi corazón dejaba de latir al ver
esos tormentos. Luego el Señor me dijo estas palabras: Estoy sufriendo un dolor aun mayor del que estás viendo. Y
Jesús me dio a conocer por cuales pecados se sometió a la flagelación,
que son los pecados de la impureza. Oh, cuanto sufrió Jesús moralmente
al someterse a la flagelación. Entonces Jesús me dijo: Mira y ve el género humano en el estado actual. En
un momento vi cosas terribles. Los verdugos se alejaron de Jesús, y
otros hombres se acercaron para flagelarle: tomaron los látigos y
azotaban al Señor sin piedad. Eran sacerdotes, religiosos y religiosas y
máximos dignatarios de la Iglesia, lo que me sorprendió mucho; eran
laicos de diversa edad y condición, todos descargaban su ira en el
inocente Jesús. Al verlo mi corazón se hundió en una especie de agonía;
y mientras los verdugos lo flagelaban, Jesús callaba y miraba a lo
lejos, pero cuando lo flagelaban aquellas almas que he mencionado
arriba, Jesús cerró los ojos y un gemido silencioso pero terriblemente
doloroso salió de su Corazón. Y el Señor me dio a conocer
detalladamente el peso de la maldad de aquellas almas ingratas: ¿Ves?, he aquí un suplicio mayor que Mi muerte.
Entonces mis labios callaron y empecé a sentir en mí la agonía y sentía
que nadie me consolaría ni me sacaría de ese estado sino Aquel que a
eso me había llevado. Entonces el Señor me dijo: Veo el dolor sincero de tu corazón que ha dado un inmenso alivio a Mi Corazón, mira y consuélate.
Cuando
me sumerjo en la Pasión del Señor, a menudo en la adoración veo al
Señor Jesús bajo este aspecto: después de la flagelación los verdugos
tomaron al Señor y le quitaron su propia túnica que ya se había pegado a
las llagas y mientras le despojaban de ella, volvieron a abrirse sus
llagas. Luego vistieron al Señor con un manto rojo, sucio y despedazado
sobre las llagas abiertas. El manto llegaba a las rodillas. Mandaron
al Señor sentarse en un pedazo de madero y entonces trenzaron una corona
de espinas y ciñeron con ella su Sagrada Cabeza; pusieron una caña en
su mano, y se burlaban de Él homenajeándolo como a un rey. Le escupían
en la Cara y otros tomaban la caña y le pegaban en la Cabeza; otros le
producían dolor a puñetazos, y otros le tapaban la Cara y le golpeaban
con los puños. Jesús lo soportaba silenciosamente. ¿Quién puede
entender su dolor? Jesús tenía su mirada hacia el suelo. Sentí lo que
sucedía entonces en el dulcísimo Corazón de Jesús. Que cada alma medite
lo que Jesús sufría en aquel momento. Competían en insultar al Señor.
Yo pensaba de dónde podía proceder tanta maldad en el hombre. La
provoca el pecado. Se encontraron el Amor y el pecado.
Entonces
vi a Jesús clavado en la cruz. Después de estar Jesús colgado en ella
un momento, vi toda una multitud de almas crucificadas como Jesús. Vi
la tercera muchedumbre de almas y la segunda de ellas. La segunda
infinidad de almas no estaba clavada en la cruz, sino que las almas
sostenían fuertemente la cruz en la mano; mientras tanto la tercera
multitud de almas no estaba clavada ni sostenía la cruz fuertemente,
sino que esas almas arrastraban la cruz detrás de sí y estaban
descontentas. Entonces Jesús me dijo: ¿Ves, esas almas que se
parecen a Mí en el sufrimiento y en el desprecio?, también se parecerán a
Mí en la gloria; y aquellas que menos se asemejan a Mí en el
sufrimiento y en el desprecio, serán menos semejantes a Mí también en la
gloria.
Muchas
veces durante la Santa Misa veo al Señor en mi alma, siento su
presencia que me invade por completo. Siento su mirada divina, hablo
mucho con Él sin decir una sola palabra. Conozco lo que desea su
Corazón Divino y siempre hago lo que Él prefiere. Lo amo hasta la
locura y siento que soy amada por Dios. En los momentos en que me
encuentro con Dios en la profundidad de mis entrañas, me siento tan
feliz que no sé expresarlo. Estos momentos son cortos, porque el alma
no los podría soportar más tiempo, pues debería producirse la separación
del cuerpo. Aunque estos momentos son muy cortos, no obstante el poder
que pasa al alma permanece muchísimo tiempo. Sin el menor esfuerzo
siento un profundo recogimiento que entonces me envuelve y que no
disminuye a pesar de que converso con la gente, ni me molesta en el
cumplimento de mis deberes. Siento su constante presencia sin ningún
esfuerzo del alma, siento que estoy unida a Dios tan estrechamente como
una gota de agua con el océano sin fondo.
En otra ocasión, habiendo sufrido físicamente los ataques del demonio, oí una voz:
Estás
unida a Mí y no tengas miedo de nada, pero has de saber, niña Mía, que
Satanás te odia; él odia a muchas almas, pero arde de un odio particular
hacia ti, porque arrancaste a muchas almas de su poder.
Sentí que vale la pena cualquier sufrimiento con tal de ganar almas para el Cielo.
Oh
Dios mío, aun en los castigos con que hieres la tierra veo el abismo de
Tu misericordia, porque castigándonos aquí en la tierra, nos liberas
del castigo eterno. Alégrense, todas las criaturas, porque están más
cerca de Dios en su infinita misericordia que el niño recién nacido del
corazón de su madre. Oh Dios, que eres la Piedad misma para los más
grandes pecadores arrepentidos sinceramente; cuanto más grande es el
pecador, tanto mayor es el derecho que tiene a la Divina Misericordia.
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