EJERCICIOS ESPIRITUALES 16
Vamos a contemplar diversos llamamientos que aparecen en el Evangelio y
también el mío propio. Jesús me llama por mi nombre. Él nunca violenta.
Si yo no le dejo entrar en mi vida, no hay posibilidad de encuentro con
Él. Lo primero que tengo que hacer es ofrecerle a Jesús mi libertad: es
lo que más vale de la persona. Sólo desde la libertad puedo amarle.
Pedirle que no sea sordo a su llamada, sino presto y diligente a seguirla.
Nos situamos junto al lago de Galilea, también llamado de Genesaret o
Tiberíades. En este lugar, Jesús va a realizar gran parte de su
actividad y aquí realiza las primeras llamadas.
Nos dice el Evangelio: “Caminando a lo largo del mar de Galilea, vio a
Simón y a Andrés, hermano de Simón que echaban redes en el mar, pues
eran pescadores. Y Jesús les dijo: Venid en pos de mí y os haré
pescadores de hombres. Al instante, dejando las redes, lo siguieron. Y
continuando un poco más allá, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a Juan,
su hermano, que estaban también remendando sus redes en la barca, y los
llamó. Ellos, luego, dejando a su padre Zebedeo en la barca, se fueron
en pos de Él.”
Él llama a los que tiene en su Corazón. Escuchar mi nombre, porque
también a mí me llama. Y me llama a estar con Él, porque el sentido
fundamental de esta llamada es entrar en una relación más plena, de
identificación total con Él.
Jesús llama, y ejerce una fascinación tan grande…, que no lo piensan.
Al instante, dejan su trabajo, su familia, sus ocupaciones, sus
necesidades…, y lo siguen.
Jesús nos llama de en medio del mundo, de en medio de los hombres, para
volver luego a los hombres y servirlos. Por eso los llama donde están
trabajando, donde la gente se afana y lucha para abrirse paso.
De la misma manera me llama a mí a hacer estos Ejercicios, a hacer
oración. Me llama en medio de mis ocupaciones diarias y me llama para
luego volver a ellas, pero de una manera renovada, habiéndome
transformado primero. No me saca del mundo, no me saca de mi vida
ordinaria, sino que me llama a volver a ella siendo un apóstol, una vez
que he tenido esa experiencia profunda del amor de Jesucristo, que se ha
fijado en mí entre la multitud, que me ha elegido a mí de entre los
demás, para tener una experiencia íntima con Él y luego poder llevarlo a
los demás. Si no se da primero este paso de verdadera transformación en
Él, el siguiente paso que es volver al mundo, fallará, no tendré nada
que llevar a los demás, no tendré nada que transmitir… El que entra, es
distinto del que sale. Por fuera, no van a cambiar las cosas, seguiré
teniendo los mismos problemas, las mismas circunstancias a mi alrededor,
el mismo carácter para afrontarlo…, pero mi corazón será distinto. No
me romperé con las dificultades, la manera de verlo todo será diferente.
Si no hay encuentro con Cristo, no habrá después apostolado. La
experiencia que tendré es tan vital que no la podré callar.
Deja que Él te llame. Escucha su voz. Dios se amolda a la manera de ser
de cada uno. Nos llama según somos cada uno. Pero nos tenemos que dejar
transformar y esta transformación lleva su tiempo. Por eso es necesario
ser constantes en la oración, porque es el tiempo principal del que
Dios dispone para irnos transformando. También lo hará a través de la
vida misma, de las circunstancias que permite, de las experiencias que
vivamos.
Después me encomendará una misión, porque llamada y misión van siempre
unidas. Jesús llama, cambia nuestra vida y nos envía. Y esa misión me la
irá descubriendo poco a poco.
El
otro día escuchábamos en el Evangelio el envío de los 72. Sólo cuando
estamos preparados, Jesús nos envía. No nos podemos quedar cuanto
recibimos gratuitamente de Él.
Pero sin haber terminado el proceso de transformación, el apostolado no
es posible. No estamos capacitados para la misión.
¿Cómo me llama Jesús? Con una palabra, con un gesto, siempre por medio
de una relación personal: Venid conmigo, seguidme.
Y pide una respuesta incondicional e inmediata. No cabe otra que un Sí,
a quien primero me lo ha dado todo, a quien sin mérito alguno por mi
parte se ha fijado en mí.
Su llamada es gratuita, no me debe nada. Yo a El sí se lo debo todo. Me llama porque me quiere.
Me
siento incapaz, indigno. Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Pero no le importa, Él ya lo sabe, y aún así me sigue llamando. Mis
pegas no son suficientes: Mira, Señor, que no sé hablar, mira que no
tengo suficiente formación, mira que mi carácter es débil, mira que no
tengo personalidad que llame la atención, mira que tampoco tengo mucho
tiempo… Una a una, El rebate todas estas pegas, me llama. Conociéndome,
me elige. Para que quede patente que no es por mis méritos, sino por su
gracia. No debo quitarle las riendas a Aquel que las tiene.
No
me queda más que decirle: Señor, que tu gracia sostenga, inspire y
acompañe todas mis obras, para que empiecen en Ti como en su fuente, y
tiendan a Ti como a su fin.
Agradecerle tanto don recibido. Todo lo que tengo de bueno en mí, me lo
ha dado Él. Nada bueno puede salir de mí si Él no lo pone. Y…, mis
pecados, no hay que taparlos ni maquillarlos, porque Él todo lo ve. Ahí
están, no hay más que aceptarlos y pedir perdón. Él ya los sabe, ya los
conoce.
A fuerza de su amor cambiará mi vida.
No temas, no tengas miedo. Confía en Mí. Yo haré mi obra.
Decía un teólogo: Te pido que tengas conmigo la misericordia de no dejarme sentado en mi tranquilidad.
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