EJERCICIOS ESPIRITUALES 17
Se trata de conocer a Aquel que nos ha llamado. Él ha inaugurado un
camino nuevo y quiere que yo le siga. En mí crea una persona nueva y me
da un patrón de vida nueva. Desea que en todo busque y halle a Dios y su
Voluntad. Este punto de los Ejercicios se centra en un diálogo entre Él
y yo. Se tiene que consolidar lo esencial, mi relación con Cristo, para
que después le pueda descubrir y hallar en todas las demás cosas.
Contemplamos la Transfiguración en Mat, 17
La Transfiguración es el pórtico de entrada a la Pasión, igual que el Bautismo fue el pórtico de entrada a la vida pública.
La
finalidad de esta contemplación es crear un clima para el encuentro con
Cristo, para poder reconocerlo aquí transfigurado y después
crucificado. Él es el mismo, seguimos al mismo Cristo.
Nos situamos en un monte elevado en medio de una gran llanura, desde
donde se otea todo el horizonte. No hay colinas alrededor. Siempre tiene
mucha vegetación. Para los que hemos ido, sabemos que se accede por una
carretera en zigzag, por la que sólo se puede subir en taxi. Arriba hay
una gran explanada, donde tuvo lugar el Misterio que contemplamos. Es
uno de los puntos más evocadores de toda Palestina.
Mi petición, como siempre: Conocimiento interno. Mirar a Jesús con los
ojos del corazón. Por mí se transfigura, para que más le ame y más le
siga.
Jesús siempre aclimata a sus discípulos a los Misterios que les
prepara. La aclimatación es muy importante. Jesús es el mejor pedagogo.
Les crea un microclima.
Antiguamente, siempre construían un atrio antes de entrar al Templo,
precisamente para esta aclimatación, pues no se puede entrar de la vida
ordinaria, con sus distracciones y sus problemas, a la vida sagrada
donde necesitamos el recogimiento, sin una aclimatación previa. A la
entrada del atrio había siempre agua y un jardín, que son elementos
tranquilizadores, que nos dan sosiego al espíritu.
Los preámbulos siempre son necesarios para entrar en comunión con lo sagrado.
Sólo el encuentro con uno mismo y con Dios, serenan.
El sentido de la Transfiguración es hacernos entender que la
Crucifixión es camino de Resurrección. Nos concede una visión anticipada
de la gloriosa venida de Cristo, el cual transfigurará este miserable
cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo. Pero nos recuerda que
es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el
Reino de Dios.
Hay dos Misterios contrapuestos: La Encarnación y la Transfiguración.
En la Encarnación, Dios se esconde en un hombre.
En
la Transfiguración, el Misterio de Dios sale de la humanidad de Cristo.
La humanidad es el soporte que permite la divinidad. Dios nos enseña
que está escondido en un hombre.
Jesús quiere conceder a sus discípulos esta experiencia, que les
permita no echarse para atrás ante el escándalo de la cruz.
Su muerte en la cruz, ¿es un fracaso?. No, es semilla de Resurrección, es camino para la vida.
A la Transfiguración no se llega si Dios no nos lo concede. Es una
gracia que hay que pedirla: poder tener la experiencia de Cristo
transfigurado.
Seguramente
esta semana, si hacemos bien nuestra oración y pedimos ayuda al
Espíritu Santo, tendremos una experiencia de consolación muy fuerte.
Pedir este don de la consolación, que no es fruto del esfuerzo humano,
porque como dice San Ignacio, así nuestras obras van calientes y sin la
consolación, quedan frías. Que comprendamos que Dios mismo, metido en la
vida de los hombres y hecho Hombre, deja que se desvele por un momento
el misterio de su persona. Es sólo un momento, después la historia
continúa.
Dios Padre nos habla en la Transfiguración. Nos define a Jesús, su
verdadero rostro: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia;
escuchadle. Lo mismo que dijo en el Bautismo. Él es la plenitud de la
ley y los profetas.
El
Padre nos ofrece a Cristo como punto de mira. Nos revela el verdadero
sentido de la vida del discípulo: seguir el camino del Maestro, una vida
gastada en el amor y en el servicio, que ahora empezará el camino para
subir hasta el Calvario, hasta su muerte y va a ella como el Siervo de
Dios.
De mi relación con Cristo tiene que salir una fuerza tal, que quede una
impronta en mi vida, que quede plasmado dentro de mí, en mi alma, como
quedó su Cuerpo en la Sábana Santa; para que cuando mi fe tambalee a
causa de las cruces que Dios permita en mi vida, cuando me encuentre sin
esperanza, contemple su rostro transfigurado dentro de mí y pueda
seguir adelante.
Jesús dice a sus discípulos: Levantaos, no tengáis miedo. También me lo
dice a mí. Ante nuestros aparentes fracasos, Jesús nos conforta:
Levantaos, no tengáis miedo. Hay que tener bien instalada en el corazón
esta convicción: el fracaso no existe para aquel que mira al
transfigurado.
Contemplamos también a Pedro, que aún no ha entendido nada: Señor, que
bien se está aquí, hagamos tres tiendas. No había comprendido todavía el
camino de Jesús. Lo entenderá más adelante. Como muchas cosas en
nuestra vida, que tampoco entendemos y Cristo nos las va desvelando poco
a poco.
Próximamente tendremos que descender de la montaña para afrontar los
riesgos, para dejarnos triturar, como Cristo. Pero miremos su ejemplo:
Él es la fuente que desciende para apagar nuestra sed.
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