DIARIO DE SANTA FAUSTINA 6
A propósito de haber celebrado recientemente el día de los fieles
difuntos, nos viene muy bien esta parte del Diario de Santa Faustina:
“Una noche vino a visitarme una de nuestras hermanas que había muerto
hacía dos meses. Era una de las hermanas del coro. La vi en un estado
terrible. Toda en llamas, con la cara dolorosamente torcida. La visión
duró un breve instante y desapareció. Un escalofrío traspasó mi alma y
aunque no sabía dónde sufría, en el purgatorio o en el infierno, no
obstante redoblé mis plegarias por ella. La noche siguiente vino de
nuevo, pero la vi en un estado aún más espantoso, entre llamas más
terribles, en su cara se notaba la desesperación. Me sorprendí mucho de
que después de las plegarias que había ofrecido por ella, estuviera en
un estado más espantoso y le pregunté: ¿No te han ayudado mis oraciones?
Me contestó que no le habían ayudado nada y que no le iban a ayudar. Y
le pregunté: Y las oraciones que toda la Congregación ofreció por ti,
¿tampoco te ha ayudado? Me contestó que no, que aquellas oraciones
habían aprovechado a otras almas. Y le dije: Si mis plegarias no te
ayudan nada, hermana, te ruego que no vengas a verme. Y desapareció
inmediatamente. Sin embargo, yo no dejé de rezar. Después de algún
tiempo volvió a visitarme de noche, pero en un estado distinto. No
estaba entre llamas como antes y su rostro era radiante, los ojos le
brillaban de alegría y me dijo que yo tenía un amor verdadero al
prójimo, que muchas almas se habían aprovechado de mis plegarias y me
animó a no dejar de interceder por las almas que sufrían en el
Purgatorio y me dijo que ella no iba a permanecer ya mucho tiempo en él.
¡Verdaderamente los juicios de Dios son misteriosos!
Otra vez oí en mi alma esta voz: Haz una novena por la patria. La
novena consistirá en las letanías de todos los santos. Pide el permiso
al confesor.
Durante la confesión siguiente obtuve el permiso y por la noche empecé en seguida la novena.
Terminando
las letanías vi una gran claridad y en ella a Dios Padre. Entre la luz y
la tierra vi a Jesús clavado en la cruz, de tal forma que Dios,
deseando mirar hacia la tierra, tenía que mirar a través de las heridas
de Jesús. Y entendía que Dios bendecía la tierra en consideración a
Jesús.
La primera enseñanza que podemos sacar es la constancia en rezar por
las almas, en este caso por las del Purgatorio. Sólo Dios sabe el
alcance de nuestras oraciones y lo que cuenta con ellas para salvar a
las almas. En nuestras manos está el poder ayudar a tantas… En esto
consiste el amor verdadero al prójimo: en hacerles un bien para toda la
eternidad.
Y si nuestra oración se la ofrecemos al Padre a través de Nuestro Señor
Jesucristo, su Hijo muy amado, Él la recibirá a través de sus heridas,
que para Él son tan preciosas y por las que lo da todo por nosotros y
nada nos puede negar.
Sigue diciéndonos Santa Faustina: ¡Oh vida gris y monótona, cuántos
tesoros encierras! Ninguna hora se parece a la otra, pues la tristeza y
la monotonía desaparecen cuando miro todo con los ojos de la fe. La
gracia que hay para mí en esta hora no se repetirá en la hora siguiente.
Me será dada en la hora siguiente, pero no será ya la misma. El tiempo
pasa y no vuelve nunca. Lo que contiene en sí no cambiará jamás; lo
sella con el sello para la eternidad.
Y fijaos bien en el relato que viene, para que aprendamos cómo Dios nos
manifiesta su Voluntad, pero tenemos que abrir bien los ojos para
descubrirla:
Un día la Madre Superiora, deseando complacerme, me dio permiso de ir,
en compañía de otra hermana a hacer el llamado “paseo de los caminitos”.
Me alegré mucho. Debíamos ir en barco a pesar de que estaba tan cerca.
Por la noche me dijo Jesús: “Yo deseo que te quedes en casa”. Le
contesté: Jesús, ya está todo preparado, debemos salir por la mañana,
¿qué voy a hacer ahora? Y el Señor me contestó: “Esta excursión causará
daño a tu alma”. Le dije: Tú puedes remediarlo siempre, dispón las
circunstancias de tal forma, que se haga tu Voluntad.
En ese momento se oyó la campanilla para el descanso. Con una mirada, saludé a Jesús y fui a la celda.
Por
la mañana hacía un día hermoso. Mi compañera se alegraba pensando que
tendríamos una gran satisfacción, que podríamos visitar todo, pero yo
estaba segura de que no saldríamos, aunque hasta el momento no había
ningún obstáculo que nos lo impidiera. Primero debíamos recibir la Santa
Comunión y salir en seguida después de la acción de gracias.
De
repente, durante la Santa Comunión, la espléndida mañana que hacía
cambió completamente. Sin saber de dónde, vinieron las nubes y cubrieron
todo el cielo y empezó una lluvia torrencial. Todos se extrañaban, ya
que había amanecido un día tan hermoso. ¿Quién podría esperar la lluvia y
que cambiara así en tan poco tiempo?
La
Madre Superiora me dijo: Cuánto siento que uds., hermanas, no puedan
ir. Contesté: Querida Madre, no importa que no podamos ir, la Voluntad
de Dios es que nos quedemos en casa. Sin embargo, nadie sabía que era un
claro deseo de Jesús que yo me quedara en casa. Pasé todo el día en el
recogimiento y la meditación, agradeciendo al Señor por haberme hecho
quedar en casa. En aquel día, Dios me concedió muchas consolaciones
celestiales.
¡Estos son los caminos de Dios! Él sabe lo que nos conviene y aunque no
nos hable tan directamente como a Santa Faustina, dispone de igual
forma las cosas para evitar aquello que nos pueden hacer daño a nuestras
almas, aunque nosotros ni siquiera lo sospechemos y, por el contrario,
favorece aquello que nos pueda hacer el bien. Sólo tenemos que confiar y
dejarnos llevar por Él.
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