DIARIO DE SANTA FAUSTINA 5
En esta parte del Diario, Santa Faustina escribe los consejos espirituales que recibió de su confesor en diferentes confesiones:
Hermana,
ud. no debe evitar estas inspiraciones interiores, sino que debe decir
siempre todo al confesor. Si reconoce que estas inspiraciones interiores
son provechosas para su alma o para otras almas, sígalas y no las
descuide.
Si
estas inspiraciones no concuerdan con la fe y con el espíritu de la
Iglesia, se deben rechazar inmediatamente, porque vienen del espíritu
maligno.
Dios
está preparándole muchas gracias especiales, pero procure que su vida
sea pura como las lágrimas delante del Señor, sin hacer caso a lo que
puedan pensar de ud. Que le baste Dios. Sólo Él.
Camine por la vida haciendo el bien para que yo pueda escribir en las páginas de su vida: Vivió haciendo el bien.
Procure
que quien trate con ud., se aleje feliz. Difunda a su alrededor la
fragancia de la felicidad, porque de Dios ha recibido mucho y por eso
sea generosa con los demás. Que todos puedan alejarse de ud. felices,
aunque hayan apenas rozado el borde de su túnica.
Permita que el Señor empuje la barca de su vida a la profundidad insondable de la vida interior.
Quizá
hasta aquí podríamos hacer una reflexión, partiendo de esta última
idea. El núcleo de nuestra vida, de donde parta todo, debe ser nuestra
vida interior. Sin ella, estaremos secos, nada tendremos que ofrecer a
los demás.
Debemos
interiorizar, llegar a lo más profundo de nuestro ser, donde habita
Dios de una manera permanente, porque es allí donde Dios se nos va a
comunicar, donde nos va a hablar. Lógicamente, el clima para hacer esto
es la oración, aunque también a lo largo del día, si vivimos en un tono
de recogimiento de los sentidos, si no queremos escucharlo todo, verlo
todo, hablarlo todo…, Dios nos seguirá inspirando para que conozcamos en
todo momento el camino por el que Él nos quiere llevar. Y ante la duda
de aquello que sintamos como inspiración, podemos seguir estos
criterios: si las inspiraciones nos resultan provechosas para nuestra
alma o para la de los demás; si concuerdan con la fe y el espíritu de la
Iglesia.
Dios
nos quiere hacer ricos en gracias para nosotros y para los demás, pero
para ello tenemos que ofrecerle un corazón puro y limpio, porque sólo
los limpios de corazón pueden ver a Dios.
Sólo
así podremos vivir haciendo el bien, sólo así podremos vivir una vida
feliz; sólo así podremos conseguir que los que se acerquen al borde de
nuestra túnica queden contagiados con esta felicidad que viene de Dios.
Continuamos con otro de los consejos que recibió Santa Faustina:
Que
su alma, hermana, se distinga particularmente por la sencillez y la
humildad. Camine por la vida como una niña, siempre confiada, siempre
llena de sencillez y humildad, contenta de todo, feliz de todo. Allí
donde otras almas se asustan, usted, hermana, pase tranquilamente
gracias a la sencillez y la humildad. Recuerde para toda la vida que
como las aguas descienden de las montañas a los valles, las gracias del
Señor descienden sólo sobre las almas humildes.
Respecto a esta virtud de la humildad, dice Santa Faustina:
Sé
bien lo que soy por mí misma, porque Jesús descubrió a los ojos de mi
alma todo el abismo de mi miseria y por lo tanto, me doy cuenta
perfectamente de que todo lo que hay de bueno en mi alma es sólo su
santa gracia. El conocimiento de mi miseria me permite conocer al mismo
tiempo el abismo de Tu misericordia.
Oh
Dios, cuanto más te conozco, tanto menos te puedo entender, pero esa
incapacidad de comprenderte, me permite conocer lo grande que eres. Y
esa incapacidad de comprenderte incendia mi corazón hacia Ti como una
nueva llama. Desde el momento que permitiste sumergir la mirada de mi
alma en Ti, descanso y no deseo nada más. He encontrado mi destino. Tú
eres el objeto de mi amor. Todo es nada en comparación Contigo. Los
sufrimientos, las contrariedades, las humillaciones, los fracasos…, son
espinas que incendian mi amor hacia Ti, Jesús.
Es la misma experiencia que tuvo San Pablo y que le llevó a decir: ¿Quién me separará del amor de Cristo?
Y la misma experiencia de María a los pies de Jesús, que supo dejar las
demás cosas para ocuparse de la única que es importante.
Ay Marta, Marta, ¡cuántas Martas hay en mi vida! Cuántas preocupaciones
inútiles que nos quitan la paz del alma, que enturbian nuestra
imaginación y no nos dejan entrar en lo profundo de nuestra alma, donde
sumergiendo la mirada encontraremos a Cristo, el único que vale la pena,
el único que merece que lo dejemos todo por Él.
Cuando
descubramos así a Cristo en nuestra vida, entenderemos como Santa
Faustina, que todo lo demás son espinas que incendian mi amor hacia
Jesús. Y podremos decir con ella:
Locos
e irrealizables son mis anhelos. Deseo ocultarte que estoy sufriendo.
No quiero ser recompensada jamás por mis esfuerzos y mis buenas obras.
Oh Jesús, Tú mismo eres mi recompensa. Tú me bastas, oh tesoro de mi
corazón. Deseo compartir los sufrimientos del prójimo, esconder mis
sufrimientos en mi corazón. Porque el sufrimiento es una gracia. A
través del sufrimiento el alma se hace semejante al Salvador, el amor se
cristaliza en el sufrimiento. Cuanto más grande es el sufrimiento,
tanto más puro se hace el amor.
Pidamos, pues, que Dios no escatime en los sufrimientos que permita en
nuestras vidas, que nos dé la gracia para que tales sufrimientos no nos
hagan renegar ni alejarnos de Dios, sino que por el contrario, nos dé
las fuerzas para soportarlos con paciencia y con amor y podamos sacar el
provecho para el que Dios nos los envía.
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