QUINCE MINUTOS CON JESUS SACRAMENTADO
No
es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme mucho; basta que me
ames con fervor. Háblame, pues, aquí sencillamente, como hablarías a tu
amigo. Pide mucho, mucho por los demás, no vaciles en pedir; me gustan
los corazones generosos que llegan a olvidarse en cierto modo de sí
mismos, para atender a las necesidades ajenas. Háblame así, con
sencillez, con llaneza, de los pobres a quienes quisieras ayudar, de los
enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que quisieras volver
al buen camino, de los que sufren y no puedes consolar... Recuérdame
que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón; y ¿no ha
de salir del corazón el ruego que me diriges por aquellos que tu corazón
especialmente ama?
Y
para ti, ¿no necesitas alguna gracia? Hazme, si quieres, una lista de
tus necesidades, y ven, léela en mi presencia. Dime francamente que
sientes soberbia, amor a la comodidad y al regalo; que eres tal vez
egoísta, inconstante, negligente, perezoso... ; y pídeme luego que venga
en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para quitar de ti
tales miserias.
No
te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos
Santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos…! Pero rogaron
con humildad...; y poco a poco se vieron libres de ellos.
Ni
tampoco vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud,
memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; todo eso
puedo darte, y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga,
antes favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas?
¿qué puedo hacer por tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de
favorecerte…!
¿Sientes
acaso tristeza o mal humor? Cuéntame alma desconsolada, tus tristezas.
¿Quién te hirió? ¿quién lastimó tu amor propio ? ¿quién te ha
despreciado? Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar
todas esas heridas del tuyo. Dame cuenta de todo, y acabarás en breve
por decirme que, a semejanza de Mí todo lo perdonas, todo lo olvidas, y
en pago recibirás mi consoladora bendición.
Échate
en brazos de mi providencia. Contigo estoy; aquí, a tu lado me tienes;
todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.
Cuéntame
también lo que ha consolado y agradado a tu corazón. Quizá has tenido
agradables sorpresas, quizá has visto disipadas las tentaciones, quizá
has recibido alguna muestra de cariño; has vencido alguna dificultad, o
salido de algún trance apurado. Obra mía es todo esto, y yo te lo he
proporcionado: ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud, y
decirme sencillamente, como un hijo a su padre: « ¡Gracias, Padre mío,
gracias!»? El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al
bienhechor le gusta verse correspondido.
¿Tienes
alguna Promesa para hacerme? Leo, ya lo sabes, en el fondo de tu
corazón. A los hombres se les engaña fácilmente; a Dios, no. Háblame,
pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya
más a aquella ocasión de pecado? ¿de privarte de aquel objeto que te
dañó? ¿de no leer más aquel libro que exaltó tu imaginación? ¿de no
tratar más a aquella persona que turbó la paz de tu alma ?
¿Volverás
a ser dulce, amable y condescendiente con aquella persona a quien, por
haberte faltado, has mirado hasta hoy como enemiga?
Ahora,
hijo mío; vuelve a tus ocupaciones habituales, al trabajo, a la
familia, al estudio... ; pero no olvides los quince minutos de grata
conversación que hemos tenido aquí los dos en la soledad del santuario.
Guarda cuanto puedas, silencio, modestia, recogimiento, resignación,
caridad con el prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, la
Virgen Santísima, y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso,
más entregado a mi servicio. En mi Corazón encontrarás cada día nuevo
amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.
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