Consagración personal al Corazón de Jesús 2
Dos clases de devoción
Yacen
mis alhajas más preciosas allá en el fondo del cofre, porque todavía
quedan muchos que no han caído enteramente en la cuenta. Esta devoción
divina es un grueso filón de oro que atraviesa todo el campo de la
Iglesia; generalmente se explotan las capas más exteriores que se hallan
a flor de tierra, y por eso todo el mundo las descubre, y con muy poco
trabajo pueden aprovecharse de ellas; ¿quién no conoce, por ejemplo, la
Comunión de los primeros
viernes
de mes y la Consagración de las familias? ¿Quién no asiste de cuando en
cuando a alguna fiesta en mi honor? ¿Quién no tiene su nombre escrito
en la lista de alguna Congregación y cumple con una u otra de sus
prácticas más fáciles? Todos estos son viajeros que, al pasar por el
filón, se detienen un momento, remueven algo la arena, hallan algunas
pepitas de oro y continúan su camino. Mas son pocos, hijo mío, los que
se lanzan a ahondar de lleno en la mina, los que pudieran llamarse
mineros de profesión.
Consagración
En
efecto, la Consagración es la práctica fundamental de la devoción a mi
Corazón Divino. Pero, ¡cuánta rutina se observa ya en este punto!
Cuántas personas piadosas están haciendo cada día consagraciones que se
hallan en los libros píos y, sin embargo, no son almas consagradas de
verdad: más bien que hacer consagraciones las rezan, son rezadoras de
consagraciones.
Oye,
hijo mío, en qué consiste la Consagración completa, según yo mismo
enseñé a mis amigos más íntimos, según ellos lo explicaron en sus
diversos escritos, y según lo dejaron confirmado con su ejemplo.
Un pacto
La
Consagración puede reducirse a un pacto: a aquel que Yo pedí a mi
primer apóstol de España, Bernardo de Hoyos, y antes en términos
equivalentes, a mi sierva Sta. Margarita: Cuida tú de mi honra y de mis cosas, que mi corazón cuidará de ti y de las tuyas. También contigo desearía hacer este pacto.
Yo,
que como Señor absoluto podría acercarme, exigiendo sin ningunas
condiciones, quiero pactar con mis criaturas. Y tú, ¿no quieres pactar
conmigo? No tengas miedo que hayas de salir perdiendo. Yo en los tratos
con mis criaturas, soy tan condescendiente y benigno, que cualquiera
pensaría que me engañan. Además es un convenio que no te obligará de
suyo ni bajo pecado mortal, ni bajo pecado venial; Yo no quiero
compromisos que te ahoguen; quiero amor, generosidad, paz; no zozobras y
apreturas de conciencia.
Ya
ves que el pacto tiene dos partes; una que me obliga a Mí y otra que te
obliga a ti. A Mí, a cuidar de ti y de tus intereses; a ti, a cuidar de
Mí y de los míos. ¿Verdad que es un convenio muy dulce?
Primera parte
de la Consagración
Empezaremos
por la parte mía: Yo cuidaré de ti y de tus cosas. Para eso es
necesario que todas, a saber: alma, cuerpo, vida, salud, familia,
asuntos, en una palabra, todo: lo remitas plenamente a la disposición de
mi suave providencia y que me dejes hacer. Yo quiero arreglarlas a mi
gusto y tener las manos libres. Por eso deseo que me des todas las
llaves; que me concedas licencia para entrar y salir cuando Yo quiera;
que no andes vigilándome para ver y examinar lo que hago; que no me
pidas cuenta de ningún paso que dé, aunque no veas la
razón
y aun parezca a primera vista que va a causarte daño; pues, aunque
tengas muchas veces que ir a ciegas, te consolará el saber que te hallas
en buenas manos. Y cuando ofrezcas tus cosas, no ha de ser con el fin
precisamente de que Yo te las arregle a tu gusto, porque eso ya es
ponerme condiciones y proceder con miras interesadas, sino para que las
arregle según me parezca a Mí; para que proceda en todo como dueño y
como Rey, con entera libertad, aunque prevea alguna vez que mi
determinación te haya de ser dolorosa. Tú no ves sino el presente, Yo
veo lo por venir; tú miras con microscopio, Yo miro con telescopio de
inconmensurable alcance; y soluciones, que de momento parecerían
felicísimas, son a veces desastrosas para lo que ha de llegar; fuera de
que en ocasiones, para probar tu fe y confianza en Mí y hacerte merecer
gloria, permitiré de momento, con intención deliberada, el trastorno de
tus planes.
Mas
con esto no quiero que te abandones a una especie de fatalismo
quietista y descuides tus asuntos interiores. Debes seguir como ley
aquel consejo que os dejé en el Evangelio: «Cuando hubiereis hecho
cuanto se os había mandado, decid: siervos inútiles somos». Debes en
cualquier asunto tomar todas las diligencias que puedas, como si el
éxito dependiera de ti solo, y después decirme con humilde confianza:
«Corazón de Jesús, hice según mi flaqueza, cuanto buenamente pude; lo
demás ya es cosa tuya, el resultado lo dejo a tu providencia». Y después
de dicho esto, procura desechar toda inquietud y quedarte con el reposo
de un lago en una tranquila tarde de otoño.
Lo que se debe ofrecer
Como dije, debéis ofrecerme todo sin excluir absolutamente nada, pues solo me excluyen algo las personas que se fían poco de Mí.
El Alma.- Ponla
en mis manos: tu salvación eterna, grado de gloria en el cielo,
progreso en virtud, defectos, pasiones, miserias, todo. Hay algunas
personas que siempre andan henchidas de temores, angustias, desalientos
por las cosas del espíritu. Si esto es, hijo mío, porque pecas
gravemente, está muy justificado.
Es
un estado tristísimo el del pecado mortal, que a todo trance debes
abandonar enseguida, ya que te hace enemigo formal mío. Esfuérzate,
acude a Mí con instancia, que Yo te ayudaré mucho, y sobre todo
confiésate con frecuencia si puedes, que éste es un excelente remedio.
Caídas graves no son obstáculo para consagrarse a Mí, con tal que haya
sincero deseo de enmienda; la Consagración será un magnífico medio para
salir de este estado.
Hay
otra clase de personas que no pecan mortalmente y, sin embargo, siempre
están interiormente de luto, porque creen que no progresan en la vida
espiritual. Esto no me satisface. Debes también aquí hacer cuanto
buenamente puedas según la flaqueza
humana,
y lo demás abandonarlo a Mí. El cielo es un jardín completísimo, y así
debe contener toda variedad de plantas; no todo ha de ser cipreses,
azucenas y claveles; también ha de haber tomillos; ofrécete para ocupar
ese lugar. Todas esas amarguras en personas que no pecan gravemente
nacen de que buscan más su gloria que la mía. La virtud, la perfección,
tiene dos aspectos: el de ser bien tuyo y el de ser bien mío; tú debes
procurarla con empeño, mas con paz, por ser bien mío, pues lo tuyo, en
cuanto tuyo, ya quedamos en que debes remitirlo a mi cuidado. Además,
debes tener en cuenta que si te entregas a Mí, la obra de tu perfección
más que tú la haré Yo.
El cuerpo.- También
Yo quiero encargarme de tu salud y tu vida, y por eso tienes que
ponerlas en mis manos. Yo sé lo que te conviene, tú no lo sabes.
Toma
los medios que buenamente se puedan para conservar o recuperar la
salud, y lo demás remítelo a mi cuidado, desechando aprehensiones,
imaginaciones, miedos, persuadido de que no de medicinas ni de médicos,
sino de Mí vendrán principalmente la
enfermedad y el remedio.
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