Consagración personal al Corazón de Jesús 3
Familia.- Padres,
cónyuges, hijos, hermanos, parientes. Hay personas que no hallan
dificultad en ofrecérseme a sí, pero a veces se resisten a poner
resueltamente en mis manos algún miembro especial de su familia a quien
mucho aman. No parece
sino que voy a matar in continenti todo
cuanto a mi bondad se confíe. ¡Qué concepto tan pobre tienen de Mí! A
veces dicen que en sí no tienen dificultad en sufrir, pero no quisieran
ver sufrir a esa persona; creen que consagrarse a Mí y comenzar a sufrir
todos cuantos les rodean, son cosas inseparables. ¿De dónde habrán
sacado esa idea? Lo que sí hace la Consagración sincera es suavizar
mucho las cruces que todos tenéis que llevar en este mundo.
Bienes de fortuna.- Fincas,
negocios, carrera, oficio, empleo, casa, etc. Yo no exijo que las almas
que me aman abandonen estas cosas, a no ser que las llame al estado
religioso. Todo lo contrario, deben cuidar de ellas ya que constituyen
una parte de las obligaciones de su estado. Lo que pido es que las
pongan en mis manos, que hagan lo que buenamente puedan, a fin de que
tengan feliz éxito; pero el resultado me lo reserven a Mí sin angustias
ni zozobras, ni tampoco desesperaciones.
Bienes espirituales.- Ya
sabes que todas las acciones virtuosas que ejecutes en estado de
gracia, y los sufragios que después de tu muerte se ofrezcan por tu
descanso, tienen una parte a la cual puedes renunciar a favor de otras
personas ya vivas o difuntas.
Pues
bien, hijo mío, desearía que de esa parte me hicieras donación plena, a
fin de que Yo la distribuya entre personas que me pareciere bien. Yo
sé, mejor que tú, en quiénes preciso establecer mi reinado, a quiénes
hace más falta, en dónde surtirá mejor efecto, y así podré repartirla
con más provecho que tú. Pero esta donación no es obstáculo para que
ciertos sacrificios que la obediencia, la caridad o la piedad piden en
algunas ocasiones, puedas ofrecerlos tú.
Todo,
pues, has de entregármelo con entera confianza, para que Yo lo
administre como me parezca bien y, aunque en ocasiones sueltas pondré a
prueba tu confianza haciendo que salgan mal, ya verás cómo, en conjunto,
tus asuntos han de caminar mejor, tanto mejor cuanto tú te tomes mayor
interés por los míos. Cuanto más pienses tú en Mí, más pensaré Yo en ti;
cuanto más te preocupes de mi gloria, más me preocuparé de la tuya;
cuanto más trabajes por mis asuntos, más trabajaré por los tuyos. Tienes
que procurar, hijo mío, ser más desinteresado. Hay algunas personas que
solo piensan en sí; su mundo espiritual es un sistema planetario en el
que ellos ocupan el centro, y todo lo demás, incluso mis intereses, al
menos prácticamente, son especies de planetas que giran a su alrededor.
Este egocentrismo
interior es mal sistema astronómico.
Segunda parte de la Consagración
Hijo mío, hemos llegado con esto a la segunda parte de la Consagración: Cuida tú de mi honra y de mis cosas.
Esta es la parte para ti más importante, porque en rigor es la
propiamente tuya. La anterior era la mía: si en ella te pedí la entrega
de todo, era con el fin de tener las manos libres para cumplir la parte
del convenio que me toca; mas la tuya, en la que debes poner toda la
decisión de tu alma, la que ha de formar el termómetro que marque los
grados de tu amor para conmigo, es la presente: el cuidar de mis santos
intereses.
¿Sabes
cuáles son mis intereses? Yo, hijo mío, no tengo otros que las almas:
estas son mis intereses y mis joyas y mi amor; quiero, como decía a mi
sierva Margarita, establecer el imperio de mi amor en todos los corazones. No ha llegado todavía mi reinado;
hay
cierta extensión externa en las naciones católicas, pero este reinado
hondo, por el cual el amor para conmigo sea quien, no de nombre sino de
hecho, mande, gobierne e impere establemente en el alma, ese reinado
¡qué poco extendido está aún en los pueblos cristianos! Y no es que el
terreno falte; son numerosas las almas preparadas para ello, y cada día
serán más; lo que faltan son apóstoles; dame un corazón tocado con este
divino imán, y verás qué prontamente quedan imantados otros.
Maneras de apostolado
¡Qué fácil es ser mi apóstol! No hay edad, ni sexo, ni estado, ni condición que puedan decirse ineptos.
¡Son tantos los modos de trabajar! Míralos:
La oración: o
sea, pedir al cielo mi reinado continuamente; pedirlo a mi Padre,
pedírmelo a Mí, a mi Madre, a mis Santos. Pedirlo en la Iglesia,
en casa, en la calle, en medio de tus ocupaciones diarias: «¡Que reines!,
Corazón Divino»; esta ha de ser la exclamación que en todo el día no se
caiga de tus labios; repítela diez, veinte, cincuenta, cien, doscientas
veces por día, hasta que se haga habitual; busca mañas para acordarte.
¿Quién
no puede ser apóstol? ¡Y qué buen apostolado éste de oración por
instantáneas! Dame una muchedumbre de almas lanzando de continuo estas
saetas y dime si no harán mella en el cielo; son
moléculas de vapor, que se elevan, forman nubes, y se deshacen después en lluvia fecunda sobre el mundo.
El sacrificio: Primero pasivo o de aceptación. ¡Cuántas
molestias, disgustos, malos ratos, tristezas, sinsabores, pequeños o
grandes, suelen sobreveniros a todos, como me sobrevinieron a Mí, a
mi. Madre
y a mis Santos! Pues bien, todo eso, llevado en silencio, con
paciencia y aun con alegría, si puedes; todo eso, ofrecido porque reine,
¡qué apostolado tan rico! Hijo mío, la cruz es lo que más vale porque
es lo que más cuesta. ¡Cuántas cruces se estropean tristemente entre los
hombres! ¡Y son joyas tan preciosas! En segundo lugar, el sacrificio
activo o de mortificación; procura habituarte al vencimiento frecuente
en cosas pequeñas, práctica tan excelente en la vida espiritual. Vas por
la calle y te asalta el deseo de mirar tal objeto, no lo mires;
tendrías gusto de probar tal golosina, no la pruebes; te han inculpado
una cosa que no has hecho, y no se sigue gran perjuicio en callar,
cállate; y así en casos parecidos, y todo porque Yo reine. Y si tu
generosidad lo pide puedes pasar a penitencias mayores. Ya ves, ¡qué
campo de apostolado se presenta ante tus ojos, y este sí que es eficaz!
Ocupaciones diarias: algunas
personas dicen que no pueden trabajar por el reinado del Corazón de
Jesús por estar muy ocupadas, como si los deberes de su estado, las
obligaciones de su oficio y sus quehaceres diarios, hechos con cuidado y
esmero, no pudieran convertirse en trabajos apostólicos. Sí, hijo mío,
todo depende de la intención con que se hagan. Una
misma madera puede ser trozo de leña que se arroje en una hornilla, o
devotísima imagen que se ponga en un altar. Mientras te ocupas en eso
procura muchas veces levantar a Mí tus ojos y como saborearte en hacerlo
todo bien, para que todas tus obras
sean monedas preciosísimas que caigan en el cepillo que guardo para la obra de mi reinado en el mundo.
Debes
también esforzarte, aunque con paz, por ser cada día más santo; porque
cuanto más lo seas, tendrá mayor eficacia lo que hicieres por mi gloria.
La propaganda: a
veces pudieras prestar tu favor a alguna empresa de mi Corazón Divino;
recomendar tal o cual práctica a las personas que están a tu alrededor,
ganarlas si puede ser, a fin de que se entreguen a Mí como te entregaste
tú. Y si tienes dificultad en hablar, un folleto no la tiene; dalo o
recomiéndalo; colócalo otras veces en un sobre y envíalo de misión a
cualquier punto del globo.
¡Cuántas almas me han ganado donde menos se pensaba estos misioneros errabundos!
¡Ya
ves si existen maneras de trabajar por mi Reino! Si no luchas, no será
por falta de armas. No hay momento en todo el día en que no puedas
manejar alguna
de ellas. Debes mirar al girasol, que mira sin cesar al astro rey. Es
muy fácil ser mi apóstol. Y, ¡qué cosa tan hermosa una vida de continuo
iluminada por este ideal esplendoroso!
¡Todas
las obras del día selladas con sello de apostolado, y del apostolado
magnífico del amor! ¡Todas las obras del día convertidas en oro de
caridad! A la hora de la muerte, qué dulce será, hijo mío, echar una
mirada hacia atrás y ver cinco, diez, veinte o más años de trescientos
sesenta y cinco días cada uno, pasados todos los días así.