EJERCICIOS ESPIRITUALES 24
Este Cristo a quien hemos acompañado en la Pasión, vive y vive para
siempre. Suya es la victoria, y nosotros, que hemos sufrido y muerto con
Él, también ahora participamos de su triunfo, que es el triunfo sobre
el pecado, sobre nuestro pecado.
Pedir la gracia de alegrarme y gozarme intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo Nuestro Señor.
Esta
alegría es la que brota de la fe, la esperanza y la caridad. No siempre
esta alegría se siente sensiblemente. Pero no debe fallar y debemos
vivir habitualmente con ella. Y es el fruto de la convicción de que
Jesús saca siempre adelante su plan, a pesar de las dificultades y esto
nos debe producir una gran satisfacción. Podemos tener problemas, pero
el estado permanente de nuestra alma debe ser la alegría y el gozo. Una
alegría que viene de lo Alto, que es total y completa. Porque las
alegrías del mundo, hoy son y mañana dejan de serlo; son alegrías
ficticias y hacen que vivamos momentos alegres, pero superficiales. Pero
cuando la alegría viene de Dios, nada de este mundo me la puede quitar.
Es la alegría profunda de saber que Cristo ha vencido al pecado. Y si
está vivo, no hay dificultad que no se pueda superar.
La Resurrección de Jesús es ya la nuestra: vivimos el tiempo de espera, de oración, de crecimiento.
Leemos el pasaje de Jn 20, 1-18, donde se narran las primeras apariciones a María Magdalena, Pedro y Juan.
Las apariciones tienen dos matices:
O se aparece a personas concretas y lo que se vive es el encuentro personal.
O se aparece al Colegio de los Apóstoles, que son los que han de continuar predicando el Evangelio y el Reino.
La Resurrección ocurre el primer día de la semana. Es el amanecer de una Humanidad nueva.
En
este día nos encontramos a: Pedro, el discípulo que ha negado a su
Maestro. Juan, el que permaneció fiel a su Señor. Y la Magdalena, la
mujer que busca apasionadamente. En esta búsqueda, se ayudan unos a
otros para encontrar al Señor.
Juan llega antes que Pedro, no porque estuviera en mejor forma física, no porque fuera más joven, sino porque amaba más.
El
amor saca lo mejor de nosotros mismos. Un amor que nos va configurando y
nos capacita para amar cada vez más. Hemos sido creados por amor y para
amar. La única vocación que Dios nos ha ofrecido es la del amor y si no
vivimos para amar, estamos viviendo por debajo de nuestro umbral,
vivimos una vida a medio gas. El mayor fracaso es haber sido creados
para el amor y no amar. Amar a Dios y amarnos entre nosotros. La
Resurrección nos confirma que el amor ha vencido al pecado. Subió a la
cruz por amor y vive resucitado por amor.
María
Magdalena fue la primera a quien se le apareció porque buscaba al amor
de su alma. Ella corrió en la noche sola a buscarle, porque el amor hace
locuras. Dice la secuencia de ella: Resucitó de veras mi amor y mi
esperanza. Su encuentro con Cristo marcó su vida. ¿Por qué lloras? ¿A
quién buscas?, le dijo Jesús. Al principio no lo reconoció. Él la fue
preparando suavemente para este encuentro, como siempre lo hace, sin
forzar, sin imponer, con la suavidad de quien sabe que el amor
conquista.
Ella,
creyendo que era el hortelano, le dice: Señor, si te lo has llevado tú,
dime donde le has puesto y yo lo tomaré. Y entonces le dice Jesús:
¡María! La llama por su nombre. ¡Es tan importante el nombre que tenemos
cada uno para Dios! Cuando nos bautizan, preguntan el nombre con el que
nos van a llamar. Por ese nombre nos llama Dios. Un nombre que lleva
tatuado en la palma de su mano. Que está escrito en el Libro de la Vida,
el Libro que sólo el Cordero tiene poder para abrir.
María se identifica con Él y le corresponde: ¡Rabboni!, que quiere decir: ¡Maestro!
Aquella
experiencia marcó su vida y le siguió buscando desde entonces. Ahora lo
contempla todo a la luz de la Pascua. Ha dado el paso de las tinieblas a
la luz. Ella se encuentra con Él, con su Palabra. Y se convierte en el
modelo del creyente.
Escuchar
en este clima mi nombre. También yo me iré encontrando con él por medio
de su Palabra. Y así Jesús me irá educando en la fe, como a María. Y
nuestra relación será cada vez más personal. Y me irá conduciendo a una
confianza plena en el Padre, pues para eso ha venido, para que
conozcamos al Padre y le amemos tanto como le ama Él.
Terminamos con este texto de Balduino de Ford: “El amor con que Dios
nos ha amado ha desatado los lazos con que la muerte nos tenía
prisioneros. En adelante, éste nada más que nos puede retener un
instante a los que se le permite tocar. Porque Cristo ha resucitado como
primicias de los que duermen. Nos confirma en la certeza de que
nosotros resucitaremos, por el misterio, el ejemplo y el testimonio de
su propia resurrección, como por la palabra de su promesa.
Es
fuerte la muerte, capaz de quitarnos el don de la vida; es más fuerte
el amor, que puede darnos una vida mejor. Es fuerte la muerte, su poder
puede despojarnos de nuestro cuerpo; es más fuerte el amor: tiene poder
para arrancar a la muerte su botín y devolvérnoslo. Es fuerte la muerte,
ningún hombre puede resistirle; pero es más fuerte el amor, hasta el
punto que triunfa de la muerte, quiebra su aguijón, detiene su ambición y
arruina su victoria”
Pidámosle a Jesucristo que nos ponga, como un sello, sobre su corazón resucitado.
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