EL ALMA EN UNIÓN CON DIOS
DIARIO DE SANTA FAUSTINA 10
La lengua es un órgano pequeño, pero hace cosas grandes. Una
(religiosa) persona que no es callada, nunca llegará a la santidad. No
se haga ilusiones; a no ser que el Espíritu de Dios hable por ella, que
en tal caso no debe callar. Pero para poder oír la voz de Dios, hay que
tener serenidad en el alma y observar el silencio, no un silencio
triste, sino un silencio en el alma, es decir, el recogimiento en Dios.
Se pueden decir muchas cosas sin interrumpir el silencio, y al
contrario, se puede hablar poco y romper continuamente el silencio. Qué
daños irreparables causa el no guardar el silencio. Se hace mucho daño
al prójimo, pero sobre todo a la propia alma.
Dios
no se da a un alma parlanchina que como un zángano en la colmena, zumba
mucho, pero no produce miel. El alma parlanchina está vacía en su
interior. No hay en ella ni virtudes fundamentales, ni intimidad con
Dios. Ni hablar de una vida más profunda, ni de una paz dulce, ni del
silencio en el que mora Dios. El alma, sin gustar la dulzura del
silencio interior, es un espíritu inquieto y perturba el silencio de los
demás. Vi a muchas almas en los abismos infernales por no haber
observado el silencio. Eran almas consagradas.
El
alma que reflexiona, recibe mucha luz. El alma disipada se expone a sí
misma a la caída y que no se sorprenda si cae. Para que el Espíritu
divino pueda obrar en el alma, se necesita silencio y recogimiento.
Oh
Jesús Misericordia, tiemblo al pensar que debo rendir cuenta de la
lengua. En la lengua está la vida, pero también la muerte. A veces con
la lengua matamos. No entiendo las conciencias que entienden esto como
una cosa pequeña.
Ahora pasa Santa Faustina de este tema a hablar de la vida del alma con Dios.
Cuando
el alma ha sido purificada y el Señor está en relación de intimidad con
ella, ahora concentra toda su fuerza en tender hacia Dios. Pero ella,
por sí misma, no puede hacer nada. Dios lo arregla todo. Ella lo sabe.
Vive todavía en el destierro y comprende que puede haber días nublados y
lluviosos, pero debe mirar todo con una actitud distinta. No se refugia
en una paz engañosa, sino que se dispone a la lucha. Todo lo grande y
santo la concierne.
Al
salir de los tormentos por los que ha pasado, es profundamente humilde.
La pureza de su alma es grande. Sabe lo que le conviene hacer en cada
momento y lo que le conviene abandonar. Siente el más delicado toque de
la gracia y es muy fiel a Dios. Reconoce a Dios desde lejos y goza de Él
incesantemente. En muy poco tiempo reconoce a Dios en las almas de
otras personas y en todo su alrededor.
Dios,
como Espíritu puro que es, introduce al alma en la vida puramente
espiritual, la hace capaz de una estrecha convivencia con Él. Ella está
en comunión con el Señor en un descanso de amor. Habla con el Señor sin
usar los sentidos. Dios la llena con su luz. Su mente, iluminada, ve
claramente y distingue los grados de la vida espiritual. Reconoce que
antes se unía a Dios de un modo imperfecto, cuando su espiritualidad
estaba unida a los sentidos. Existe una unión con el Señor superior y
más perfecta, que es la intelectual. Aquí el alma se ve más protegida de
las ilusiones, la espiritualidad es más profunda y más pura. Los
sentidos se apagan y están como muertos. El alma está sumergida en la
divinidad.
Tiene
muchas visiones sensibles y espirituales, oye muchas palabras
sobrenaturales; pero a pesar de estas gracias, no se basta a sí misma.
Precisamente Dios la visita con estas gracias porque está expuesta a
muchos peligros y puede fácilmente caer en la ilusión.
A un alma que está unida a Dios, es necesario prepararla para grandes y encarnizados combates.
Después de estas purificaciones y pruebas, Dios la trata de modo especial.
El amor puro es capaz de grades empresas y no lo destruyen ni las
dificultades ni las contrariedades. Si el amor es fuerte, es
perseverante en la vida cotidiana, gris y monótona. Sabe que para
agradar a Dios, una cosa es necesaria, es decir, hacer las cosas más
pequeñas con gran amor y siempre amor.
El
amor puro no se equivoca, tiene singularmente mucha luz y no hará nada
que no agrade a Dios. Es ingenioso en hacer lo que es más agradable a
Dios; es feliz cuando puede anonadarse y arder como un sacrificio puro.
Cuanto más se entrega, tanto más es feliz. El alma parece que no camina,
sino que corre y empieza a volar hacia el ardor mismo del sol y se
entrega completamente a la influencia de la gracia. Se ahoga en Él como
en su único tesoro. Desaparece el abismo entre el Señor y el alma, el
Creador y la criatura. El alma está en casi continuo éxtasis. La
presencia de Dios no la abandona ni por un momento. Y el alma permanece
en una continua unión amorosa con el Señor, que sin embargo, no le
impide cumplir con sus deberes.
Dios la atrae hacia Sí con tanta fuerza y fortaleza, que en algunos momentos no se da cuenta de estar en la tierra.
El
alma conoce que el Señor cuenta con ella y este conocimiento le da más
fuerza. Confía en Dios y gracias a esta confianza llega allí adonde Dios
la llama. Las dificultades no la espantan, son para ella como el pan de
cada día. Durante el tiempo de paz, el alma hace esfuerzos, al igual
que en tiempo de lucha. Tiene que ejercitarse mucho, porque de lo
contrario ni hablar de la victoria.
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