sábado, 16 de diciembre de 2017

LA VIDA INTERIOR. DIARIO DE SANTA FAUSTINA 11

DIARIO DE SANTA FAUSTINA 11
LA VIDA INTERIOR
         A través de la oración, el alma se arma para enfrentar cualquier batalla. En cualquier condición en que se encuentre un alma, debe orar. Tiene que rezar el alma pura y bella, porque de lo contrario perdería su belleza; tiene que implorar el alma que tiende a la pureza, porque de lo contrario no la alcanzaría; tiene que suplicar el alma recién convertida, porque de lo contrario caería nuevamente; tiene que orar el alma pecadora (...) para poder levantarse. Y no hay alma que no tenga el deber de orar, porque toda gracia fluye por medio de la oración.
El alma debe saber que para orar y perseverar en la oración, tiene que armarse de paciencia y con  esfuerzo superar las dificultades exteriores e interiores.  Las dificultades interiores: el desaliento, la aridez, la pereza, las tentaciones; las exteriores: la necesidad de respetar los momentos destinados a la oración.  Yo misma experimenté que si no rezaba la oración en el momento establecido, después tampoco la rezaba, porque no me lo permitían los deberes.
Cuando el Señor Mismo quiere estar al lado de un alma y guiarla, aleja todo lo que es exterior.  Cuando me enfermé y fui trasladada a la enfermería, tuve muchos disgustos por este motivo. Éramos dos las internadas en la enfermería.  A mi compañera venían a visitarla otras hermanas, a mi nadie me visitaba.  Las noches de invierno eran largas, la otra Hermana tenía luz, los auriculares de la radio y yo, ni siquiera podía preparar las meditaciones por falta de luz.
Así pasaron casi dos semanas. Una noche me quejaba al Señor de tener muchos tormentos, de no poder ni siquiera preparar las meditaciones por no tener luz y me dijo el Señor que vendría todas las noches y me dictaría los temas para la meditación del día siguiente.  Los temas se referían siempre a Su dolorosa Pasión.  Me decía:  Contempla Mi tormento delante de Pilato.  Y así, punto por punto, durante toda la semana contemplé Su dolorosa Pasión.  Desde aquel momento una gran alegría entró en mi alma y ya no deseaba ni visitas, ni luz.  Me bastaba Jesús.  Las Superioras, cuidaban muchísimo a las enfermas, sin embargo, el Señor había dispuesto las cosas de tal manera que me sentía abandonada. Más de una vez sufría tantas y tan distintas persecuciones y tormentos, que la misma Madre me llegó a decir: En su camino, hermana, los sufrimientos brotan directamente de debajo de la tierra.  Me dijo: Yo la miro, hermana, como si estuviera crucificada, pero he observado que Jesús de algún modo entra en esto.  Sea fiel al Señor, hermana.
               Una vez deseaba mucho acercarme a la Santa Comunión, pero tenía cierta duda y no me acerqué.  Sufrí terriblemente a causa de ello.  Me parecía que el corazón se me reventaría del dolor.  Cuando me dediqué a mis tareas, con el corazón lleno de amargura, de repente Jesús, se puso a mi lado y me dijo:  Hija Mía, no dejes la Santa Comunión, a no ser que sepas bien de haber caído gravemente, fuera de esto no te detengan ningunas dudas en unirte a Mí en Mi misterio de amor.  Tus pequeños defectos desaparecerán en Mi amor como una pajita arrojada a un gran fuego.  Debes saber que Me entristeces mucho cuando no Me recibes en la Santa Comunión.
         El día de la cruzada, que es el quinto día de cada mes, cayó en primer viernes.  Era mi día para estar de guardia delante de Jesús.  En este día mío, mi tarea era compensar al Señor por todos los insultos y faltas de respeto y rogar para que en este día no se cometiera ningún sacrilegio.  En aquel día mi espíritu estaba inflamado de un amor singular hacia la Eucaristía.  Me parecía que estaba transformada en el ardor.  Cuando, para tomar la Santa Comunión, me acerqué al sacerdote que me daba a Jesús, otra Hostia se le pegó a la manga y yo no sabía cuál tomar.  Cuando estaba deliberando así un momento, el sacerdote impaciente, hizo una señal con la mano para que la tomara.  Cuando tomé la Hostia que me entregaba, la otra me cayó en las manos.  El sacerdote fue al final del comulgatorio para distribuir la Santa Comunión y yo tuve al Señor Jesús en las manos durante todo ese tiempo.  Cuando el sacerdote se acercó otra vez, le di la Hostia para que la pusiera en el cáliz, porque en el primer momento, al haber recibido a Jesús, no pude decir que la otra se le había caído. Cuando tuve la Hostia en las manos, sentí tanta fortaleza de su amor que durante el día entero no pude comer nada, ni recobrar el conocimiento.  De la Hostia oí estas palabras: Deseaba descansar en tus manos, no solamente en tu corazón, y de repente en aquel momento vi al Niño Jesús.  Pero al acercarse el sacerdote, otra vez vi la Hostia.
Oh María, Virgen Inmaculada, Puro cristal para mi corazón,
Tú eres mi fuerza, oh ancla poderosa, Tú eres el escudo y la defensa para el corazón débil.
Oh María, Tú eres pura e incomparable, Virgen y Madre a la vez.
Tú eres bella como el sol, sin mancha alguna, Nada se puede comparar con la imagen de Tu alma.
Tu belleza encantó el ojo del tres veces Santo, Y bajó del cielo, abandonando el trono de la sede eterna, Y tomó el cuerpo y la sangre de Tu Corazón durante nueve meses, escondiéndose en el Corazón de la Virgen. Oh Madre, Virgen, nadie comprenderá, Que el inmenso Dios se hace hombre, Sólo por amor y por Su insondable misericordia. A través de Ti, oh Madre, viviremos con Él eternamente. Oh María, Virgen Madre y Puerta Celestial, a través de Ti nos ha llegado la salvación. Todas las gracias brotan para nosotros a través de Tus manos. Y me santificará solamente un fiel seguimiento de Ti. Oh María, Virgen, la Azucena más bella, Tu corazón fue el primer tabernáculo para Jesús en la tierra, Y eso porque Tu humildad fue la más profunda ,Y por eso fuiste elevada por encima de los coros de los ángeles y de los santos. Oh María, dulce Madre mía, Te entrego el alma, el cuerpo y mi pobre corazón, Sé [tú] la custodia de mi vida, Y especialmente en la hora de la muerte, En el último combate.   Amén  

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