DIARIO DE SANTA FAUSTINA 11
LA VIDA INTERIOR
A través de la oración, el alma se arma para enfrentar cualquier batalla. En
cualquier condición en que se encuentre un alma, debe orar. Tiene que
rezar el alma pura y bella, porque de lo contrario perdería su belleza;
tiene que implorar el alma que tiende a la pureza, porque de lo
contrario no la alcanzaría; tiene que suplicar el alma recién
convertida, porque de lo contrario caería nuevamente; tiene que orar el
alma pecadora (...) para poder levantarse. Y no hay alma que no tenga el
deber de orar, porque toda gracia fluye por medio de la oración.
El
alma debe saber que para orar y perseverar en la oración, tiene que
armarse de paciencia y con esfuerzo superar las dificultades exteriores
e interiores. Las dificultades interiores: el desaliento, la aridez,
la pereza, las tentaciones; las exteriores: la necesidad de respetar los
momentos destinados a la oración. Yo misma experimenté que si no
rezaba la oración en el momento establecido, después tampoco la rezaba,
porque no me lo permitían los deberes.
Cuando
el Señor Mismo quiere estar al lado de un alma y guiarla, aleja todo lo
que es exterior. Cuando me enfermé y fui trasladada a la enfermería,
tuve muchos disgustos por este motivo. Éramos dos las internadas en la
enfermería. A mi compañera venían a visitarla otras hermanas, a mi
nadie me visitaba. Las noches de invierno eran largas, la otra Hermana
tenía luz, los auriculares de la radio y yo, ni siquiera podía preparar
las meditaciones por falta de luz.
Así
pasaron casi dos semanas. Una noche me quejaba al Señor de tener muchos
tormentos, de no poder ni siquiera preparar las meditaciones por no
tener luz y me dijo el Señor que vendría todas las noches y me dictaría
los temas para la meditación del día siguiente. Los temas se referían
siempre a Su dolorosa Pasión. Me decía: Contempla Mi tormento delante de Pilato. Y
así, punto por punto, durante toda la semana contemplé Su dolorosa
Pasión. Desde aquel momento una gran alegría entró en mi alma y ya no
deseaba ni visitas, ni luz. Me bastaba Jesús. Las Superioras, cuidaban
muchísimo a las enfermas, sin embargo, el Señor había dispuesto las
cosas de tal manera que me sentía abandonada. Más de una vez sufría
tantas y tan distintas persecuciones y tormentos, que la misma Madre me
llegó a decir: En su camino, hermana, los sufrimientos brotan
directamente de debajo de la tierra. Me dijo: Yo la miro, hermana, como
si estuviera crucificada, pero he observado que Jesús de algún modo
entra en esto. Sea fiel al Señor, hermana.
Una vez deseaba mucho acercarme a la Santa Comunión, pero tenía cierta
duda y no me acerqué. Sufrí terriblemente a causa de ello. Me parecía
que el corazón se me reventaría del dolor. Cuando me dediqué a mis
tareas, con el corazón lleno de amargura, de repente Jesús, se puso a mi
lado y me dijo: Hija Mía, no dejes la Santa Comunión, a no ser que
sepas bien de haber caído gravemente, fuera de esto no te detengan
ningunas dudas en unirte a Mí en Mi misterio de amor. Tus pequeños
defectos desaparecerán en Mi amor como una pajita arrojada a un gran
fuego. Debes saber que Me entristeces mucho cuando no Me recibes en la
Santa Comunión.
El día de la cruzada, que es el quinto día de cada mes, cayó en primer
viernes. Era mi día para estar de guardia delante de Jesús. En este
día mío, mi tarea era compensar al Señor por todos los insultos y faltas
de respeto y rogar para que en este día no se cometiera ningún
sacrilegio. En aquel día mi espíritu estaba inflamado de un amor
singular hacia la Eucaristía. Me parecía que estaba transformada en el
ardor. Cuando, para tomar la Santa Comunión, me acerqué al sacerdote
que me daba a Jesús, otra Hostia se le pegó a la manga y yo no sabía
cuál tomar. Cuando estaba deliberando así un momento, el sacerdote
impaciente, hizo una señal con la mano para que la tomara. Cuando tomé
la Hostia que me entregaba, la otra me cayó en las manos. El sacerdote
fue al final del comulgatorio para distribuir la Santa Comunión y yo
tuve al Señor Jesús en las manos durante todo ese tiempo. Cuando el
sacerdote se acercó otra vez, le di la Hostia para que la pusiera en el
cáliz, porque en el primer momento, al haber recibido a Jesús, no pude
decir que la otra se le había caído. Cuando tuve la Hostia en las manos,
sentí tanta fortaleza de su amor que durante el día entero no pude
comer nada, ni recobrar el conocimiento. De la Hostia oí estas
palabras: Deseaba descansar en tus manos, no solamente en tu corazón, y de repente en aquel momento vi al Niño Jesús. Pero al acercarse el sacerdote, otra vez vi la Hostia.
Oh María, Virgen Inmaculada, Puro cristal para mi corazón,
Tú eres mi fuerza, oh ancla poderosa, Tú eres el escudo y la defensa para el corazón débil.
Oh María, Tú eres pura e incomparable, Virgen y Madre a la vez.
Tú eres bella como el sol, sin mancha alguna, Nada se puede comparar con la imagen de Tu alma.
Tu
belleza encantó el ojo del tres veces Santo, Y bajó del cielo,
abandonando el trono de la sede eterna, Y tomó el cuerpo y la sangre de
Tu Corazón durante nueve meses, escondiéndose en el Corazón de la
Virgen. Oh Madre, Virgen, nadie comprenderá, Que el inmenso Dios se hace
hombre, Sólo por amor y por Su insondable misericordia. A través de Ti,
oh Madre, viviremos con Él eternamente. Oh María, Virgen Madre y Puerta
Celestial, a través de Ti nos ha llegado la salvación. Todas las
gracias brotan para nosotros a través de Tus manos. Y me santificará
solamente un fiel seguimiento de Ti. Oh María, Virgen, la Azucena más
bella, Tu corazón fue el primer tabernáculo para Jesús en la tierra, Y
eso porque Tu humildad fue la más profunda ,Y por eso fuiste elevada por
encima de los coros de los ángeles y de los santos. Oh María, dulce
Madre mía, Te entrego el alma, el cuerpo y mi pobre corazón, Sé [tú] la
custodia de mi vida, Y especialmente en la hora de la muerte, En el
último combate. Amén
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