IMPORTANCIA DE LA ORACION 2
Decíamos
el otro día que la oración es un medio que nos dejó Nuestro Señor para
entregarse a nosotros. Y que practicado asiduamente, tiene una poderosa
eficacia en nuestro progreso espiritual. Y además, que nos ayuda a sacar
más provecho de los Sacramentos. Continuamos entonces:
De
la oración saca el alma gozos que son como el presagio de la unión
celestial, de esa herencia eterna que nos espera. En esto consiste la
oración como dice Santa Teresa: en el trato íntimo de corazón a corazón
entre Dios y el alma, «estando muchas veces a solas con quien sabemos
que nos ama» (Santa Teresa, ib. cap.8).
Este
trato se establece cuando el alma, elevada por la fe y el amor, apoyada
en Jesucristo, se entrega a Dios, a su voluntad, por un movimiento del
Espíritu Santo. Ningún esfuerzo puramente natural puede producir este
contacto: «Nadie puede decir: Señor Jesús, si no es movido por la gracia
del Espíritu Santo» (1Cor 12,3).
En una conversación se escucha y se habla; el alma se entrega a Dios y Dios se comunica al alma.
Para
escuchar a Dios, para recibir sus luces, basta con que el corazón se
halle penetrado por sentimientos de fe, de reverencia, de humildad, de
ardiente confianza, de amor generoso.
Para
hablarle, es preciso tener algo que decirle. ¿Cuál será el tema de la
conversación? Este depende principalmente de dos factores: la medida de
la gracia que Jesucristo da al alma y el estado de la misma alma.
Jesucristo,
en cuanto Dios, es dueño absoluto de sus dones: otorga su gracia al
alma, cómo y cuándo lo juzga oportuno. Por eso los maestros de la vida
espiritual siempre han respetado santamente esta soberanía de Cristo en
la dispensación de sus favores y de sus luces y esto explica su extrema
reserva al tratar de las relaciones del alma con su Dios.
San
Benito, que fue un eminente contemplativo, favorecido con gracias
extraordinarias de oración y maestro en el conocimiento de las almas,
exhorta a sus discípulos a «entregarse con frecuencia a la oración y
deja claramente entender claramente que la vida de oración es de
absoluta necesidad para encontrar a Dios. Pero cuando se trata de
reglamentar el modo de darse a la oración, lo hace con particular
discreción. Presupone, naturalmente, que ya se ha adquirido cierto
conocimiento habitual de las cosas divinas por medio de la lectura
asidua de las Sagradas Escrituras y de las obras de los Santos Padres de
la Iglesia. Y respecto a la oración, se limita a indicar en primer
lugar cuál debe ser la disposición con que el alma debe acercarse a la
presencia de Dios: profunda reverencia y humildad y quiere que el alma
permanezca en presencia de Dios en espíritu de gran arrepentimiento y de
perfecta sencillez. Esta disposición es la mejor para escuchar la voz
de Dios con fruto. En cuanto a la oración misma, San Benito la hace
consistir en impulsos cortos y fervorosos del corazón a Dios. «El alma,
dice, siguiendo el consejo del mismo Cristo debe evitar el mucho hablar;
no prolongará el ejercicio de la oración a menos de ser arrastrada a
ello por los movimientos del Espíritu Santo, que mora en ella por la
gracia».
Otro
gran maestro de la vida espiritual, elevado a un alto grado de
contemplación, y lleno de luces de gracia y experiencia, San Ignacio de
Loyola, enseña que se debe dejar a Dios el cuidado de indicar a cada
alma el mejor modo y manera de tratar con El.
Santa
Teresa, en varios pasajes de sus Obras, inculca el mismo pensamiento:
«Esto importa mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha,
que no la arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas arriba y
abajo y a los lados» (Moradas, 1ª, cap.2). Dice que Dios conduce a las
almas por caminos y sendas muy distintas.
San
Francisco de Sales dice: «No penséis, hijas mías, que la oración sea
obra del espíritu humano, es un don especial del Espíritu Santo, que
eleva las potencias del alma sobre las fuerzas naturales, para unirse a
Dios por sentimientos y comunicaciones de que son incapaces el
raciocinio y la sabiduría de los hombres.- Los caminos por los cuales
conduce El a las almas santas en este ejercicio (que es, sin duda
alguna, el ejercicio más divino de una criatura razonable) son
sorprendentes en su variedad y dignos de toda alabanza, pues nos llevan a
Dios y bajo su guía; pero no debemos inquietarnos por seguirlos todos,
ni siquiera escoger alguno según nuestro propio parecer; lo que importa
es reconocer el efecto de la gracia en nosotros, y serle fieles»
Podríamos multiplicar citas y testimonios parecidos, pero estos bastan
para demostrarnos, que si bien los maestros de la vida espiritual ponen
especial empeño en invitar a las almas a darse a la oración, por ser un
elemento esencial para la perfección espiritual, sin embargo se guardan
bien de imponer a todas las almas un camino preferente para hacerla.
Recomiendan métodos particulares, pero querer imponer indistintamente a
todas las almas el mismo método sería desconocer la libertad divina,
según la cual Jesucristo distribuye sus gracias, y las inclinaciones que
hace nacer en nosotros su Espíritu.
Cada
alma, pues, ha de examinarse. Por una parte, debe apreciar sus
aptitudes, sus disposiciones, sus gustos, sus aspiraciones, su género de
vida; por otra, tratar de conocer el impulso del Espíritu Santo y tener
en cuenta sus progresos en la vida espiritual. Debe ser dócil y
responder con generosidad a la gracia de Cristo y a la acción del
Espíritu Santo. Y encontrado el camino que más le conviene, el alma debe
seguirlo fielmente, hasta que el Espíritu Santo la conduzca a otro
camino. Esto es una garantía de fecundidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario