IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN: 5
Cuáles son las disposiciones de corazón que debemos llevar a la oración para que sea fructuosa:
Para
hablar con Dios es preciso despegarse de las criaturas; no hablaremos
dignamente al Padre celestial, si las criaturas: personas, cosas,
afectos…, ocupan la imaginación, el espíritu, y, lo que es más, el
corazón; de ahí que lo primero, lo más necesario, lo esencial para poder
hablar con Dios, es este dejar todo a un lado para ocuparse sólo de
Dios.
Además
debemos procurar orar con recogimiento. El alma ligera, disipada y
siempre distraída, el alma que no sabe ni quiere esforzarse por atar a
la loca de la casa, es decir, reprimir los desvaríos de la imaginación,
no será nunca un alma de oración. Cuando oramos, no nos han de turbar
las distracciones que nos asalten, pero sí se ha de enderezar de nuevo
el espíritu llevándole dulcemente y sin violencia al tema que debe
ocuparnos, ayudándonos si es preciso de un libro.
¿Por
qué son tan necesarios a la oración esta soledad, aun física, y ese
desasimiento interior del alma? porque es el Espíritu Santo quien ora en
nosotros y por nosotros. Y como su acción en el alma es sumamente
delicada, en nada la debemos contrariar, so pena de «contristar al
Espíritu Santo», porque de otro modo el Espíritu divino terminará por
callarse. Al abandonarnos a Él, debemos, por el contrario, apartar
cuantos estorbos puedan oponerse a la libertad de su acción; debemos
decirle: «Habla Señor, que tu siervo escucha». Y esa su voz no se oirá
bien si no es en el silencio interior.
Hemos
de permanecer además, en aquellas disposiciones fundamentales de no
rehusar a Dios nada de cuanto nos pidiere, de estar siempre dispuestos,
como lo estaba Jesús, a dar en todo gusto a su Padre. «Hago siempre lo
que es de su agrado» (Jn 8,29). Disposición excelente, por cuanto pone
al alma a merced del divino querer.
Cuando
decimos a Dios en la oración: «Señor, tú sólo mereces toda gloria y
todo amor, por ser sumamente bueno y perfecto; a ti me entrego, y porque
te amo, me abrazo con tu santa voluntad», entonces responde el Espíritu
divino, indicándonos alguna imperfección que corregir, algún sacrificio
que aceptar, alguna obra que realizar; y, amando, llegaremos a
desarraigar todo cuanto pudiera ofender la vista del Padre celestial y a
obrar siempre según su agrado.
Para
esto, se ha de entrar en la oración con aquella reverencia que conviene
en presencia del Padre de la Majestad. Aunque hijos adoptivos de Dios,
somos simples hechuras suyas, y aun cuando se digne comunicarse a
nosotros, no por eso deja de ser Dios, el Señor de todo, el Ser
infinitamente soberano. La adoración es la actitud que cuadra mejor al
alma delante de su Dios. «El Padre gusta de aquellos que le adoran en
espíritu y en verdad». Notad el sentido íntimo de estas dos palabras:
«Padre…y adoran». ¿Qué otra cosa nos quiere decir sino que, si bien
llegamos a ser hijos de Dios, no dejamos por eso de ser criaturas suyas?
Dios
quiere, además, que, mediante ese respeto humilde y profundo,
reconozcamos lo nada que somos y valemos. Subordina la concesión de sus
dones a esta confesión, que es a la vez un homenaje a su poder y a su
bondad. «Resiste Dios a los soberbios, mas a los humildes otorga su
gracia». Bien a las claras nos enseñó el Señor esta doctrina en la
parábola del fariseo y del publicano.
Más
todavía debe abundar en mayores sentimientos de humildad el alma que
ofende a Dios por el pecado; en este caso, es preciso que manifieste la
compunción interior con que lamenta sus extravíos, y que caiga de
rodillas ante el Señor, igual que la Magdalena pecadora.
Pero
nuestros pecados pasados y actuales miserias, no nos han de alejar
atemorizados de Dios. Porque estábamos muy alejados del Padre, pero ya
nos acercó a Él Jesús, con su preciosa Sangre, con la que nos ha
devuelto toda la hermosura perdida por el pecado. Porque Cristo, y sólo
Él, es quien suple nuestro alejamiento, nuestra miseria, nuestra
indignidad… En Él nos hemos de apoyar cuando oramos. Nadie va al Padre
sino por Mí, Yo soy el camino, el único camino. Cristo es quien puede
ponernos en contacto con Dios.
Hay
que unir, pues, nuestras plegarias a las que Jesús elevaba desde este
suelo. Pasaba las noches en oración con Dios. Jesús oró por Sí mismo
cuando pidió al Padre que lo glorificara, oró por sus discípulos, no
para que fueran sacados de este mundo, sino para que se viesen libres
del mal, y oró por todos cuantos habíamos de creer en Él.
Jesús
nos dejó, además, una fórmula admirable de oración en el Padrenuestro,
donde se pide todo cuanto un hijo de Dios puede pedir a su Padre que
está en los cielos.- «¡Oh Padre!, santificado sea tu nombre. «Venga a
nosotros tu reino», a mí y a todas vuestras criaturas; se Tú siempre el
verdadero amo y señor de mi corazón, y que en todo, sea para mí
agradable o adverso, se cumpla tu voluntad; que yo pueda decir, como tu
Hijo Jesús, que vivo para Ti. Todas nuestras súplicas, dice San Agustín,
debieran reducirse esencialmente a esos actos de amor, a esas
aspiraciones, a esos santos deseos que Cristo Jesús puso en nuestros
labios, y que su Espíritu, el Espíritu de adopción, repite en nosotros.
Es la oración por excelencia de todo hijo de Dios.
Además,
no sólo santificó Nuestro Señor con su ejemplo nuestras oraciones, sino
que las apoya con su crédito divino e infalible. Él mismo nos tiene
dicho que todo cuanto pidamos al Padre en su nombre, nos será otorgado.
Y
así nuestro gozo será completo. Porque el alma que de veras se da a la
oración, se va desasiendo más y más de todo lo terreno, para penetrar
más profundamente en la vida de Dios.
Muy buenos consejos. Sin embargo, considero que la vida de oración es un proceso. Un proceso en el que hay que orar aún en medio de nuestras distracciones. Pues se corre el riesgo de creerse ser muy avanzados y se puede incluso caer en la soberbia al pensar que no las tenemos.
ResponderEliminarEl poseso de purificación, si bien es en parte nuestro, lo es también y en gran medida por medio del Espíritu Santo. La meta no es orar, sino ser oración, pero se aprende a orar orando.
Siento que lo que más agrada a Dios es nuestra pobreza y nuestra disposición, más que nuestra perfección.
Perseverare en la oración aunque pierda el tiempo. (San Rafael Arnaiz)
Muchas gracias. Feliz y Santa navidad!