IMPORTANCIA DE LA ORACION 4
Si
todos los días reservamos algún ratito, largo o breve, según nuestras
aptitudes y los deberes de nuestro estado, para conversar con el Padre
celestial, para recoger sus inspiraciones y escuchar los llamamientos
del Espíritu, sucederá entonces que las palabras de Cristo, como dice
San Agustín, serán cada vez más frecuentes e inundarán el alma con
raudales de luz, abriendo en ella fuentes inagotables de vida.
El
alma, a su vez, traduce constantemente sus sentimientos en actos de fe,
de dolor y compunción, de confianza y de amor, o de complacencia y de
entrega a la voluntad del Padre celestial; se mueve en un ambiente del
todo divino; la oración llega a ser su respiración y como su vida; en
ella vive habitualmente, y, por tanto, no tiene que hacer esfuerzo para
encontrar a Dios, aun en medio de las ocupaciones más absorbentes.
Los
momentos que dedica diariamente al ejercicio formal de la oración, no
son sino la intensificación de ese estado habitual de dulce reposo y
unión con Dios en que le habla interiormente y ella misma escucha la voz
del Altísimo. Ese estado es la misma presencia de Dios, en un coloquio
interior y amoroso, en que el alma habla a Dios a veces con los labios,
pero ordinariamente con el corazón, permaneciendo siempre unida a Él, a
pesar de los múltiples quehaceres diarios. Hay no pocas almas sencillas,
pero rectas, que, fieles al llamamiento del Espíritu Santo, alcanzan
ese estado tan deseable.
El
alma prescinde de todo cuanto los sentidos, la imaginación y aun la
misma inteligencia le representaban, para atender únicamente a lo que la
fe le dicta sobre Dios. El alma ha progresado, toca ya el velo del
Santo de los Santos; sabe que Dios se le oculta tras ese velo como tras
una nube; casi le toca, pero aun no le ve. En este estado de la oración
de fe, el alma se acoge a Dios con quien se siente unida, a pesar de las
tinieblas que sólo la luz beatífica será capaz de disipar; gusta de
Dios, a quien tiene la dicha de poseer. Como dice la esposa en el Cantar
de los Cantares: «Como el manzano entre los árboles silvestres, tal es
mi amado entre los mancebos. A su sombra anhelo sentarme y su fruto es
dulce a mi paladar».
El
alma ha entrado ya en la oración de quietud, adonde se puede asegurar
que llegan muchas almas cuando son fieles a la gracia. Entonces el alma
encuentra, en esa simple adhesión de fe, en ese abrazo de amor…, el
valor de la elevación interior, la libertad de corazón, la humildad y la
entrega al beneplácito divino, que le son necesarios en el largo
caminar hacia la plenitud de Dios. «Una cosa son las muchas palabras y
otra, el afecto firme y constante», dice San Agustín en su Epístola.
Luego,
si así le place a la Bondad Suprema, Dios mismo hará traspasar a esa
alma las lindes ordinarias de lo sobrenatural para darse a ella en
misteriosas comunicaciones, en que las facultades naturales, elevadas
por la acción divina, reciben, bajo el influjo de los dones del Espíritu
Santo, y, sobre todo, de los de entendimiento y sabiduría, un modo de
operación superior. Los místicos lo describen como el éxtasis.
No
podemos en modo alguno, subir por nuestros propios esfuerzos a tal
grado de oración y de unión con Dios, porque dependen únicamente de su
libre y soberana voluntad. ¿Se podrá al menos desearlo? Si se trata de
los fenómenos accidentales que acompañan a la oración, como son las
revelaciones, el éxtasis y los estigmas, desde luego que no; pues habría
en ello temeridad y presunción; pero tratándose del conocimiento puro,
simple y perfecto, que Dios da en ella de sus perfecciones, del amor
encendido que se sigue de ello en el alma, ¡ah!, entonces os diré, que
deseéis con todas vuestras fuerzas un alto grado de oración y el gozar
de la contemplación perfecta. Porque Dios es el autor principal de
nuestra santidad; y en estas comunicaciones es cuando precisamente
trabaja con mayor empeño; luego no desearlas sería no desear «amar a
Dios con toda nuestra alma, con toda nuestra mente, con todas nuestras
fuerzas y con todo nuestro corazón». Además, ¿qué da a nuestra vida todo
su valor, quién determina los grados de nuestra santidad? -Ya os he
dicho que es la intensidad del amor con que vivimos y obramos. Y esta
pureza e intensidad de la caridad se obtienen con abundancia en la
oración. Veis por qué nos es tan útil, y por qué asimismo debemos
aspirar legítimamente a alcanzar un alto grado de oración?
Claro
está que en esto como en todo, hemos de someter nuestros deseos a la
voluntad de Dios, pues sólo Él sabe lo que más conviene a nuestras
almas; y aun cuando trabajemos siempre por ser fieles, generosos y
humildes, para obedecer en todo momento a la gracia, aun cuando
suspiremos por llegar a la cima de la perfección, con todo, conviene y
mucho no perder nunca la paz del alma, seguros de que Dios es harto
bueno y sabio para darnos lo que más nos conviene.
Por tanto digamos: «¡Señor, enséñanos a orar!»…
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