Vamos a contemplar hoy el Misterio del Nacimiento de Jesús. En esta
contemplación, el ver más no depende de mí, sino de la invocación al
Espíritu Santo. El alma va siendo conducida por Él. Por tanto, nada de
tensiones y de rigideces interiores.
Vamos a leer despacio Lc 2, 1-20, donde se nos narra el Nacimiento de Jesús.
Para nuestra composición de lugar, nos trasladamos a Belén, un pueblo
pequeño al sur de Jerusalén, situado sobre dos colinas. Se sabía de él
que era la patria de David, en cuyos alrededores guardaba él los rebaños
de su padre, mientras sus hermanos combatían a los filisteos. Era un
pueblo pequeño sin mucha relevancia, donde los pastores comerciaban con
los productos de las ovejas.
Pedir la gracia de que se me conceda estar allí presente y contemplarlo
todo desde dentro. Emplear mi imaginación para contemplar la escena, el
pesebre, el Niño que está en el pesebre, la Madre, el cuidado de la
Madre a aquel Niño…
Y rogar para que Dios me conceda el conocimiento interno de que el
Señor nace por mí en Belén, para que yo más le ame y más le siga. Y
pasar esta petición varias veces por el corazón.
Que
Cristo nazca es admirable, pero que nazca por mí…! Y es que Dios tiene
un plan lleno de amor para mí. Cristo está dispuesto a hacer lo que sea
para que yo me entere de cuánto me ama. Cristo nace por mí.
Si
sólo entiendo lo que tengo que hacer yo por Él, estoy malogrando el
plan de Dios. Primero es entender cuánto me ama Él. El amor saca amor.
Por eso primero es entender el amor de Dios. Lo demás viene después.
Dios decide hacerse hombre en unas circunstancias extraordinarias:
humildad, pobreza… Dios no organiza un fiestón para demostrarme lo que
me quiere. Sus signos son irrelevantes para el mundo. Debo sentirlos
como una caricia.
Dios simplifica todos los elementos externos para que quede la persona
lo más simplificada posible para su encuentro con Él. Aquí sólo están
María, José, el Niño, una mula y un buey.
El Señor, que es eterno, se somete al tiempo y a la ley del
aprendizaje. El eterno se hace temporal. El que todo lo sabe comienza a
aprender. Hace falta humillarse para demostrarme el amor que me tiene.
Esta es la humildad de quien ha venido a servir y se somete en todo para
hacer la Voluntad de su Padre. Todo esto lo ha hecho Dios para que me
entere de lo que me ama.
Jesús nace en la historia humana.
De Nazaret nos trasladamos a Belén. La Historia de la Salvación es una
historia que se mueve, es dinámica. Esto me enseña que no me puedo
quedar anquilosado. Tengo que moverme en la vida espiritual.
Cada
acontecimiento de mi vida puede ser convertido en historia de
salvación. La rutina de todos los días, que a veces no sabemos qué hacer
con ella. El mundo busca lo extraordinario, vive de lunes a jueves
suspirando por el fin de semana. Nosotros no podemos vivir así. Los
acontecimientos normales, vividos con fidelidad, nos sirven de
crecimiento interior, de crecimiento en la fe y nos ayudan a madurar en
el seguimiento de Cristo.
Aprender
a vivir todo en acción de gracias: el tener agua caliente, luz, un
coche con el que desplazarme… Todo es un motivo para dar gracias a Dios,
en vez de suspirar por lo que no tengo.
Nos dice San Lucas que le llegó el tiempo del parto. Dios no se encarnó
antes porque el mundo no estaba preparado. Dios se hace presente al
hombre en el momento que éste es capaz de abrirse al misterio y tiene
posibilidad de seguirlo.
María da a luz a su Hijo. Contemplar la solicitud de María envolviendo
en pañales a su Hijo y acostándolo en un pesebre.
Los pastores van a adorarle. Los pastores son los paganos, los
extranjeros, porque los suyos, los elegidos, no le recibieron.
No encontró sitio en la posada. Jesús nace fuera de la ciudad, para
demostrar que nace para todos. De la misma manera, morirá fuera de la
ciudad, fuera de las murallas de Jerusalén.
Nace el Salvador, el que nos salva de todas las esclavitudes. Jesús
nace para salvarme de mis pecados. Jesús viene con una misión y esa
misión comienza en la Encarnación.
Para
San Juan, el momento de mayor humillación de Jesús es su nacimiento. Él
lo entendió bien. El día de Navidad se lee siempre el prólogo del
Evangelio de San Juan, igual que en la Pasión del Viernes Santo se lee
la Pasión según San Juan, por él el que mejor captó su muerte como
camino de glorificación. Él entendió que Jesús, en su nacimiento, toca
fondo.
Leamos el Prólogo de San Juan, para entender lo que significa el nacimiento de Jesucristo:
“Al
principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios.
Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él y
sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y
la vida era la luz de los hombres. La luz nace en las tinieblas, pero
las tinieblas no la acogieron… Era la luz verdadera que, viniendo a este
mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y el mundo fue hecho
por Él, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no
le recibieron. Mas a cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser
hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre; que no de la sangre,
ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios son
nacidos. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto
su gloria… Y de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia”.
Leer
varias veces esta lectura, leerla con el corazón. El que existía desde
siempre, por quien fueron hechas todas las cosas, decide hacerse hombre,
encarnarse, por mí, por salvarme de mi pecado, para darme vida, para
ser luz que me ilumine, para hacerme hija de Dios.
Y
vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Y yo, ¿le recibo con
el amor que se merece, con el reconocimiento que se merece?
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