Volvemos hoy sobre el Misterio del Nacimiento de Cristo, pero de una manera especial. La semana pasada lo contemplábamos. Hoy, nos recomienda San Ignacio la aplicación de los sentidos. Ya en otra ocasión habíamos mencionado los sentidos espirituales, los sentidos del corazón y son ahora los que tenemos que poner en práctica, pues en definitiva, no se trata de conocer a Cristo sólo de una forma racional, de una forma intelectual, sino de tener sobre Él un conocimiento interno, profundo, de tal manera que yo más le ame y más le siga. Porque no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente, dice San Ignacio. Esto es una gracia de Dios y debo pedírsela al Espíritu Santo.
Volver a leer el texto de S.Lucas en el capítulo 2 y aplicar los cinco
sentidos interiores. Contemplar a las tres Personas: San José, la Virgen
y el Niño, no el pesebre, no el establo, no las circunstancias
externas, no, sino centrarme en las tres Personas y oírlas, tocarlas,
gustarlas, sentirlas… Esto es una manera de orar, según nos explica San
Ignacio.
No
hay que dejar nada fuera. Tengo que implicarme con todo mi ser, con
todo mi yo. Paladearlo con el corazón. Experimentar interiormente cómo
me ama Cristo en su nacimiento, cómo me ama a mí, cómo me mira a mí,
cómo me seduce. Toda mi persona se tiene que enterar de este amor y
tiene que experimentarlo, no sólo mi mente, por eso lo tengo que gustar
interiormente, con el corazón.
Y
así tengo que acercarme a esta meditación de esta manera nueva, como
nunca lo he hecho. La vivencia así de Cristo, es mucho más intensa,
mucho más densa, hasta que vaya calando en todos los estratos interiores
de mi ser.
Jesucristo,
no sólo es Dios, es hombre, como yo, igual a mí en todo menos en el
pecado. Cuando yo le comulgo, comulgo toda la totalidad de Jesucristo:
su humanidad y su divinidad. Él puede transformar toda mi persona,
porque entiende absolutamente todo de mí. Yo tengo que incorporar todo
su ser en el mío, hasta llegar a sentir como Él, hasta pensar como Él,
hasta actuar como Él. Jesús hace una alianza conmigo incluso sensible.
Él es un hombre verdadero para mí. Imaginármelo, gustar su divinidad, su
humanidad, sus virtudes…; no es fantasear, es pura oración. Así nos lo
enseña San Ignacio. Podemos ir sentido por sentido si nos ayuda.
Contemplar al Niño, un Niño precioso, tierno, nada más bonito ante
nuestros ojos. Mirar sus ojos y sentir cómo me miran. Mirar sus manitas,
me las tiende a mí. Mirar su cuerpo precioso, que un día entregará por
mí. Mirar sus labios que quieren decirme tantas cosas.
Acariciarle, estrecharle entre mis brazos. Que María me ayude a cogerle
con la misma ternura que Ella le cogía. Tocar sus manitas, su rostro…
Oler su pureza y dejarme envolver por ella, como por un perfume agradable, muy agradable.
Besarle, gustarle, saborear su dulzura, su candidez, su hermosura, su suavidad.
Oir sus gemidos. Me pide amor, me lo reclama.
Se trata de conocer el misterio más hondo de quién es Jesús. Este
conocimiento va a tener un cambio brutal en mi vida, no me va a dejar
indiferente, me va a transformar, no puede ser de otra manera. Los que
se acercan a Jesús de una manera sincera, quedan tocados. Él no deja a
nadie indiferente. No hay nada más poderoso que la comunicación afectiva
con Jesús. Es como si me expusiera al sol, acabo calentándome.
Es
el diálogo más profundo: de su interioridad a la mía, y de la mía a la
suya. Sentir a Jesús, oler a Jesús, gustar a Jesús, tocar a Jesús, oir a
Jesús, ver a Jesús… Los sentidos son una primera forma de acercamiento.
Merece la pena que hagamos un pequeño esfuerzo. Dios ha puesto en
nosotros los sentidos para que nos relacionemos con Él. Él se ha hecho
pan para que yo le coma, para que yo le guste, para que yo le toque,
para que yo le sienta.
La
consecuencia de todo esto es una experiencia unitiva, de adoración.
Sólo adorando con los sentidos llegamos a identificarnos con Cristo,
para que yo más le ame y más le siga.
Hacer esta experiencia en la intimidad, donde me sienta a gusto con el Señor.
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