Hoy
vamos a contemplar dos misterios más de la vida de Nuestro Señor
Jesucristo: La Adoración de los Magos y la huída a Egipto. Lo
encontramos todo en Mt 2, 1-23. Mateo trata de darnos una visión
teológica de Jesús. Lo presenta como Rey, que merece el homenaje incluso
de los paganos.
Comienzo invocando al Espíritu Santo. Por cierto, ayer leía en la
predicación del P. Cantalamessa en este Adviento, que es el predicador
de la Casa Pontificia, hablando sobre el Espíritu Santo, que decía algo
muy hermoso sobre Él: “Él es la unidad del Padre y del Hijo. El Padre es
quien ama, el Hijo el amado y el Espíritu el amor que los une, el don
intercambiado.
Él
es como el viento, no se sabe de dónde viene ni adónde va, pero se ven
los efectos cuando pasa. Es como la luz que ilumina todo lo que está
delante, quedando ella escondida. Comprenderemos plenamente quién es el
Espíritu Santo, solamente en el Paraíso.”
Por tanto, invoquemos al Espíritu Santo, de Él depende que nuestra
oración dé fruto. Es el tiempo mejor empleado de nuestra oración.
Contemplemos a Jesús, que se ha hecho Hombre, Niño. Contemplemos sus
ojos, los más lindos, los más misericordiosos que jamás se han visto; su
boca, la más dulce, la más graciosa que jamás hubo ni habrá, sus labios
finísimos, su naricita; sus brazos y manos, los más delicados que nunca
niño tuvo ni tendrá; sus piernecitas y pies, los más tiernos, los mejor
tallados… El más hermoso sobre todos los hijos de los hombres.
Esto es lo que contemplaron también los Reyes cuando llegaron y le
ofrecieron oro, como Rey que era; incienso, como Dios; y mirra, como
Hombre.
Para el mundo bíblico todo acontecimiento importante era anunciado por una estrella.
La aparición de la estrella nos indica que Jesús es el nuevo Moisés,
que saca al pueblo de los pecados, como Moisés les sacó de la
esclavitud. La estrella anuncia que algo ha sucedido y los Magos
supieron reconocerlo, más que los religiosos de la época, que conociendo
las Escrituras deberían haberle reconocido, pero no se dejaron llevar
por la luz de Dios como hicieron los Magos. Quien se deja conducir por
la luz de Dios, está lleno, está pleno, con la certeza de que Dios está
conmigo, a pesar de las pruebas y dificultades, con la certeza de que
Dios nos da plenitud en el corazón, la misma certeza que condujo a
Jesucristo durante toda su vida,y le llevó a decir: “Porque el Padre ama
al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. En verdad os digo que el que
escucha mi Palabra y cree en el que me envió tiene la vida eterna”. No
puedo dudar de que esto es verdad en mi vida. Esto es una convicción
para mí. Sin Dios, el mundo y nosotros andaríamos en tinieblas. “La luz
nace en las tinieblas, como dice el Prólogo de San Juan, pero las
tinieblas no la acogieron… Era la luz verdadera, que viniendo a este
mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y por Él fue hecho el
mundo, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no
le recibieron.” Por eso la incomprensión es una señal indeleble que
acompaña al cristiano y esto nos tiene que consolar. Aún así, debemos
aplicarnos en ser luz para los demás, a fin de que brillemos en el Reino
de Dios.
En el diálogo de los Magos con Herodes, aparece el título de Rey:
¿Dónde está el Rey de los judíos? Este título no se volverá a nombrar
hasta la Pasión, donde se comprende el verdadero sentido de la realeza
de Jesús. Le preguntará Pilato: ¿eres tú el rey de los judíos? Hemos de
comprender que la salvación no es sólo obra de la Pasión, sino de la
propia Encarnación, que ya es salvífica, ya es redentora por sí misma.
El Misterio de Dios es una totalidad. Nosotros lo vivimos litúrgicamente
por partes para poder asimilarlo, pero es una unidad.
Los que encuentran a Jesús, como los Magos, se llenan de alegría. Pero
hubieron de pasar un largo y difícil camino antes de encontrarle. De
igual forma, nosotros hemos de purificarnos antes de encontrar a Jesús.
Nuestra búsqueda debe ser firme y constante. Lo único que se me pide es
que sea fiel en este camino de purificación por el que Dios me lleve.
Los Reyes encontraron a Jesús junto a María. María está siempre junto al Hijo. Por Ella siempre llegaremos a Jesús.
Y cayendo de rodillas, lo adoraron. Esta debe ser nuestra actitud: adorar al Niño, adorarlo con espíritu de humildad.
Tiempo después, María y José tienen que huir con el Niño a Egipto.
Egipto es el símbolo del pecado. Y allí va Jesús, al pecado, sin
contaminarse de él, para salvar a los hombres del pecado.
Imaginar este camino en su huída: Jesús Niño, incapaz de hacer nada, conducido por su Madre.
José,
varón justo, instrumento que Dios elige, viviendo en la noche, sin
comprender todo lo que le envolvía, en la prueba, en el no entender,
pero fiándose siempre de Dios y siempre en actitud de servicio.
Contemplar
a María, la siempre disponible a la Voluntad del Padre. Emprende el
camino por la persecución de Herodes. Quieren matar al Hijo que acaba de
tener. No comprende la maldad hacia una criatura tan indefensa. Dice
San Ignacio que el enemigo de la natura humana siempre lucha contra
Dios. ¿Y quién paga? Como siempre, los inocentes, los más indefensos.
Pero Dios pasa salvando, aún en las experiencias más atroces.
Dios,
el Ungido, el que es capaz de llenar las aspiraciones del corazón
humano, es rechazado por los hombres. No sólo se le desprecia, sino que
intentan darle muerte. El poder del mal trata de impedir la nueva vida
que llega para los hombres. Los que ostentan el poder de este mundo
podrán poner zancadillas, podrán ganar algunas batallas, pero la
victoria siempre es para Dios. Dios pasa salvando, incluso por los
acontecimientos más dolorosos. Dios siempre se sale con la suya.
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