Empezamos la segunda semana de Ejercicios Espirituales según San Ignacio y en ella pasamos a
la Contemplación de los Misterios de la vida de Jesucristo.
Hasta ahora, nuestro método de oración ha sido la Meditación, que
significa que el hombre, mediante el uso de su razón iluminada por la
fe, piensa acerca de distintos aspectos. Mientras que en la
Contemplación, la fe me hace ver con naturalidad los Misterios de
Cristo, sin hacer ningún esfuerzo. Es dejarme iluminar. A partir de
ahora no es tanto elaborar, sino recibir lo que Dios me ilumine.
La primera Contemplación es la de la Encarnación:
Las Tres Personas Divinas miraban la llanura y la redondez del mundo
llena de hombres, y viendo cómo se perdían, determinan en su eternidad,
que la Segunda Persona se haga hombre para salvar a todo el género
humano y así, al llegar la plenitud de los tiempos, envían al Ángel
Gabriel a anunciárselo a Nuestra Señora.
Hay
un plan de Dios que es rescatar al hombre, y la respuesta de Dios es
Cristo. Seguimos pegados a la Palabra de Dios, porque es donde se nos
revela de manera más clara las intenciones de Dios.
Leemos Lc 1, 26-36
Hacemos la composición de lugar, que es muy importante para meterme en
el contexto que voy a meditar. Que la imaginación se coloque, porque la
imaginación ayuda a la contemplación.
Estamos en Nazaret, una pequeña localidad en un cerro. En la estación
de lluvias hay muchas flores. Precisamente, Nazaret significa florecer.
En el AT nunca se menciona esta ciudad. Para el pueblo de Israel era una
ciudad irrelevante. De allí nadie importante había salido, ningún
acontecimiento salvífico había ocurrido. De hecho, más tarde se
preguntarán los judíos: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?
Dios
nos da una lección: en lo pequeño, en lo desconocido para los hombres,
en lo sencillo, en lo cotidiano y ordinario de la vida, nos va a hablar y
nos va a dar a conocer sus planes. Así es el modo de Dios.
Dios
se abaja, se hace uno como yo, para que yo le entienda, para que yo le
comprenda, y para que Él me entienda y para que Él me comprenda.
Pedirle
a Dios que me ayude a experimentar con gozo su cercanía. Y que esta
petición vaya calando en mi corazón como lluvia suave. El fruto de mi
oración depende de esta petición.
Cuando voy a orar todo me tira hacia fuera: las personas, los
problemas, las circunstancias personales, las noticias… La Contemplación
es justo el proceso inverso: todo queda recogido dentro y el centro que
lo unifica todo es el corazón. Si tengo poco tiempo para orar y
necesito diez minutos para entrar en la oración, para hacer la
composición de lugar…, pues emplearlos, porque no es fácil entrar de la
actividad a la oración. Los resortes de la fe no son tan automáticos en
nosotros, necesitan un proceso; no es costoso, pero necesita tiempo.
¿Por qué a veces no me va bien la oración? Porque dedico poco tiempo a
pedir al Espíritu Santo que me ilumine y la oración depende de Él. Sin
Él no puedo orar. No tengo que ser infiel nunca a la oración.
Mirar cómo el mundo necesita la salvación, mi mundo, la situación
actual. La Santísima Trinidad mira a este mundo y no le es indiferente.
Dios lo ha creado bueno, es obra de sus manos. A Dios le preocupa que el
hombre le conozca y le ame y no estará tranquilo hasta que cada uno de
sus hijos lo haga. Dios nos mira con tristeza, pero también con
esperanza.
Continuamos con nuestra composición de lugar, entrando en casa de
María, en su intimidad. Y allí, en el mes sexto, nos dice San Lucas, fue
enviado el Ángel Gabriel de parte de Dios, a una virgen desposada con
un varón de nombre José, de la casa de David: el nombre de la virgen era
María.
María es una doncella que ha consagrado su corazón a Dios.
Y le dice: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo.
El
Señor está contigo es una fórmula del AT, usada anteriormente. Una
fórmula de alianza, que significaba que Dios elige un pueblo y hace un
pacto con el que promete estar con el pueblo en todas sus vicisitudes.
El Ángel se hace portavoz y le comunica a María una misión: No temas,
María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu
seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será
grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de
David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reino
no tendrá fin.
¿Quién es el que va a nacer? El Enmanuel, que significa Dios con
nosotros. Su nombre es Jesús, que significa Yavhé salva.
Nace
el que es el centro del corazón humano y la plenitud de todas sus
aspiraciones. Fuera de Cristo, no hay plenitud posible. Todo lo demás
nos deja insatisfechos. Nada nos puede llenar.
Todas
las dimensiones humanas que el hombre puede vivir, las ha asumido
Cristo, por eso me entiende cuando estoy alegre, o triste, o
insatisfecho, o desconcertado…
Dijo
María al Ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El
Ángel le contestó y le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra.
Será
obra, no de los hombres, sino del Espíritu Santo. Dios empieza su obra
comenzándola Él, continuándola Él y llevándola a su término Él.
Es
muy importante que nosotros sepamos que Dios siempre está con nosotros
en la misión que nos ha encomendado. Dios no falla nunca con su gracia.
Él siempre está.
Pedirle a Dios mucha humildad para entender este lenguaje que Él ha
empleado: que la gloria se revela en el vaciamiento, la riqueza en la
pobreza.
Nosotros,
para cualquier cosa montamos un evento, lo hacemos todo a lo grande.
Dios no bendice esta grandeza, el buscar aplausos, la fama, el que nos
quieran y nos reconozcan… Dios bendice lo que es de corazón a corazón,
lo que se hace calladamente.
Hay
que buscar el último lugar, como Carlos de Foucould, que se marchó al
desierto para buscarlo, lejos del ruido, de los placeres, del mundo… y
nos dice: Y cuando lo encontré, ya estaba ocupado, estaba Cristo.
Pasar por el corazón este Misterio de la Encarnación. Y, como María,
acogerlo en mi interior y responder como Ella: He aquí la esclava del
Señor, hágase en Mí según tu palabra. María no comprende, pero se fía y
se entrega totalmente.
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