EJERCICIOS ESPIRITUALES 21
Hoy vamos a contemplar el Prendimiento de Jesús en Mt 26,47-56
Petición:
Dolor, sentimiento y compasión porque, por mis pecados, va el Señor a
la Pasión. Este dolor, sentimiento y compasión han de ser interiores. No
tienen por qué coincidir con sentimientos sensibles, a veces sí, pero
si no coinciden han de ser ante todo experiencias interiores. Han de
venir de la meditación de que mis pecados producen su Pasión.
Pensemos
que lo único realmente mío son mis pecados. Porque todo lo bueno que
hago, no es mío, todo es gracia de Dios, Él lo hace en mí. Realmente lo
único mío son mis pecados, ésos no son de Dios, pero Dios los permite
para sacar algo bueno y mejor.
Nosotros nos alejamos de Él cuando pecamos y Él, cuando peco, se acerca
más a mí para perdonarme. ¡Bendita culpa que mereció tal Redentor!
Contemplemos ahora la experiencia de abandono que vive Jesús. Dice el
Evangelio: “Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron”.
Le traicionan y a cambio, Él se entrega.
Judas
lo entrega a los Sumos Sacerdotes. Ellos, a su vez, lo entregan al
Procurador. Y él lo entrega al pueblo. Jesús es entregado y abandonado.
Es una escena dura. No hay derramamiento de sangre aún. Pero hay en
Cristo un gran dolor interior, un gran sufrimiento. Sufrimiento
interior, moral, el más grande que un hombre puede padecer.
Tener una actitud de profundo agradecimiento por la entrega de Cristo. Agradecérselo profunda y vivamente.
Contemplemos a Judas: es de los elegidos personalmente por Cristo después de pasar una noche en oración.
Judas
había comido y bebido con Él. Había entablado con Él una relación de
amistad. Era su íntimo, su amigo. Pero a Judas le puede más el dinero
que el amor interior. Las cosas externas tienen la capacidad de cegar al
hombre.
Judas
lo besó con un beso traicionero, un beso falso. El beso siempre es un
lenguaje de comunicación afectiva, expresa lo que hay en el corazón.
Judas emplea un signo de afecto y de amor para la traición.
Contemplemos ahora a Jesús: Jesús es el amor que se entrega. Esto hay
que contemplarlo mucho, despacito, volver sobre ello cuantas veces sea
necesario. Nos va a ayudar a entender toda la Pasión que va a venir
después.
Dice
Jesús a Judas: “Amigo, ¿a qué vienes?” En Jesús no hay rechazo, no hay
repulsa hacia Judas. Jesús sufre la traición de alguien a quien quiere y
aún así le quiere hacer recapacitar, le ofrece hasta el último momento
la oportunidad de arrepentirse.
Contemplemos a Pedro: Sacando una espada, hirió a un siervo del
pontífice, cortándole una oreja. Y Jesús entonces le dice: Vuelve tu
espada a su lugar, pues quien toma la espada a espada morirá. Jesús le
hace ver que ése no es el camino. La violencia llama a la violencia. Lo
único que puede parar la violencia es la mansedumbre.
Jesús
le dice: ¿o crees que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi
disposición al punto más de doce legiones de ángeles? Esto nos da pie
para entender que el personaje invisible de toda la Pasión es el Padre.
Es el que le sostiene. Sin Él, Jesús se desploma. El Padre, con sus
manos, sostiene al Hijo. Por eso el Hijo está seguro. Hay que descubrir
estas manos del Padre en la Pasión de Cristo y en nuestra propia pasión.
Sin estas manos del Padre, Jesús no tiene fuerzas para soportar la
Pasión. El amor del Padre no le deja nunca solo. La cruz es sujeción,
porque está colgada del amor del Padre que nunca falla.
Dios no perdonó a su Hijo, lo entregó por nosotros. Cristo aprendió sufriendo, a obedecer. Así se aprende a ser hijo.
Del
Padre vengo y al Padre voy. Cristo vive una línea ininterrumpida en su
entrega al Padre, en su vida no existe ruptura. Puede sentir
abatimientos o cualquier otro sentimiento de abandono, pero Él vive con
serenidad todos los momentos, sostenido por las manos amorosas del
Padre. Este amor lo sostiene, no se rompe nunca. No se explica este
drama de la Pasión sin la confianza absoluta en el Padre. Cristo va
libremente hacia su muerte: Nadie me quita la vida, Yo la doy
libremente.
Experimenta el vértigo de todos los horrores, pero nunca vacila. Siempre le sostiene el Padre.
Pensemos
que cuando se renueva el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, cuando
el sacerdote levanta la Hostia y el Cáliz, no es el sacerdote quien los
sostiene, sino Cristo quien sostiene al sacerdote.
Contemplemos ahora a los discípulos: todos le abandonaron y huyeron. No
le abandonan los extraños, sino los íntimos. Vino a los suyos y los
suyos no le recibieron.
Si después de contemplar todo esto, la cruz me sabe a amargura y a
peso, es que todavía hay poco amor en mí. Recrearme en esta
contemplación de Cristo, caminando voluntariamente hacia la Pasión por
mí.
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