EJERCICIOS ESPIRITUALES 19
Para la meditación de hoy, nos situamos en el Cenáculo. La tradición lo
sitúa en una casa cerca del palacio del sumo sacerdote. La sala donde
se celebró la Ultima Cena estaba en el piso superior. Ahí encontramos
unas mesas en forma de U preparadas para la fiesta. En medio, el
cordero, el pan ácimo, las salsas y las verduras amargas, tal como lo
celebraban los judíos en Egipto.
Allí nos encontramos a Jesús con sus discípulos. Se comienza la
celebración rezando la fórmula de la bendición con la que se consagra la
fiesta, y se bebe la primera copa. Se sirve una segunda copa y el que
preside explica el sentido de la fiesta. Se canta la primera parte del
Hallel, que corresponde a los Salmos 113 y 114, que son salmos de
alabanza. El que preside parte el pan y lo distribuye, y seguidamente el
cordero con las hierbas amargas. Luego se sirve la tercera copa y se
canta la segunda parte del Hallel, con la que se da las gracias por la
celebración. Pero aquí es donde Jesucristo introdujo un cambio
fundamental.
Con los ojos del alma, vamos a contemplar a las personas de la Cena.
Oiremos lo que hablan. Miraremos lo que hacen. Contemplaremos lo que
Cristo quiere padecer. La Divinidad de Cristo se esconde en su
Humanidad, al contrario de lo que ocurrió en la Transfiguración, que su
Divinidad salió de su Humanidad. Cristo se encuentra en trance de
sufrimiento y de dolor. Considerar cómo todo lo que va a suceder, lo
padece por mis pecados. Todos mis sentidos tienen que entrar en juego en
la oración.
Pedir dolor, sentimiento y confusión porque, por mis pecados, Cristo va a ir a la Pasión. Jesús lo vive por mí.
En este marco contemplamos el Lavatorio de los pies, que nos narra Juan
en el capítulo 13. Por medio de este episodio, Jesús comienza su paso
de este mundo al Padre. Revela así el verdadero amor y su culminación en
el servicio. Por eso dice el evangelista: “Habiendo amado a los suyos
que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. “No hay amor más
grande que el que da la vida por sus amigos”.
El lavatorio era un oficio exclusivo de siervos y esclavos. Pero Jesús
rompe este protocolo. Él mismo se hace esclavo. Lava los pies de sus
apóstoles uno por uno. “Se levantó de la mesa, se quitó el manto y se
ciñó una toalla”. Contemplar la humildad y cercanía de Jesús.
Descálzate y deja que el Señor se acerque y te lave a ti los pies y
verás lo que ocurre. Entenderás muchas cosas de lo que Jesús ha hecho y
quiere hacer por ti. Que esta imagen se quede impresa en tu alma, en tu
memoria afectiva, en la memoria del corazón.
Cuando llegó a Simón Pedro, él le dijo: ¿Tú lavarme a mí los pies?
Pedro tiene un carácter impetuoso e impulsivo, pero aún así, Dios es
capaz de santificarle. Pedro todavía no ha comprendido lo que es amar
con un amor de servicio, desde abajo. Hay cosas que no se entienden con
razonamientos, sino con experiencias y él va a aprender de Jesús con el
testimonio de su propia vida. Por eso Jesús le dice: Lo que Yo hago no
lo comprendes ahora, lo entenderás más tarde.
Jesús les sigue instruyendo: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros?
Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque de verdad lo
soy. Si Yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro,
también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque Yo os
he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como Yo he hecho”.
Jesús nos enseña el abajamiento extremo. La imagen de la Iglesia
jerárquica, es una pirámide invertida, cuyo vértice está abajo. En ese
vértice está Jesucristo, debajo de todo, sujetando a su Iglesia. Después
está el Papa, que es el Siervo de los Siervos de Dios. Encima los
Obispos. Más arriba los presbíteros, diáconos y por último todo el
pueblo de Dios. Es decir, cuanto más “importantes”, más abajo están, más
actitud de servicio deben tener, más amor.
La conversión al amor de Cristo nos tiene que decir que nosotros, en
vez de subir, tenemos que bajar. Esta es nuestra verdadera vocación:
buscar los últimos lugares, buscar servir, buscar amar en el servir.
El subir construye el mundo. El bajar construye el Reino de Dios.
“En verdad os digo: no es el siervo mayor que su señor, ni el enviado
mayor que quien le envía. Dichosos vosotros si practicáis estas cosas”.
Gustar estas palabras de Cristo.
Seguir leyendo los capítulos del 14 al 17 de San Juan, contemplativamente.
“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en Mí. En
la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así os lo diría,
porque voy a prepararos un lugar. Cuando Yo me haya ido y os haya
preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde
Yo estoy, estéis también vosotros… Yo soy el camino, la verdad y la
vida; nadie viene al Padre sino por Mí… Lo que pidiereis en mi nombre,
eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo; si me pidiereis
alguna cosa en mi nombre, Yo la haré… No os dejaré huérfanos; vendré a
vosotros… Vosotros me veréis, porque Yo vivo y vosotros viviréis… Yo soy
la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ése
da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada… Como el Padre me
amó, Yo también os he amado; permaneced en mi amor… Éste es mi precepto:
que os améis unos a otros como Yo os he amado. Nadie tiene amor mayor
que éste de dar uno la vida por sus amigos… No me habéis elegido
vosotros a Mí, sino Yo a vosotros y os he destinado para que vayáis y
deis fruto…”
Estas son algunas de las frases que Jesús nos dejó como testamento, un
testamento de amor. En nuestra meditación, leerlas y releerlas,
gustarlas interiormente, saborearlas con el corazón. Que llegue hasta mí
todo el amor que Cristo quiere darme. Que me sienta amada, preferida,
elegida, reservada para Él, de su propiedad.
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