Después de haber concluido la Cena, salen hacia el Monte de los Olivos,
alrededor de la media noche. Es una noche larga, triste y oscura. Salen
de Jerusalén y bajan hasta el torrente Cedrón, también conocido como
arroyo Negro y suben hacia el Huerto de Getsemaní, donde Jesús solía
retirarse con los suyos.
Pedimos dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado,
lágrimas, pena, sentimiento y compasión, porque por mis pecados va el
Señor a la Pasión; todo esto, Cristo lo hace por mí.
Contemplamos la oscuridad de la noche. La oscuridad siempre está
asociada a miedo, incertidumbre, momento que el demonio siempre
aprovecha para la tentación.
“Triste está mi alma hasta la muerte”. Esta escena de Getsemaní es el
reverso de la Transfiguración. Allí se reveló lo que era el final de una
vida; aquí se manifiesta el camino que conduce hacia ese final. Y
aparece en esta escena el aspecto profundamente humano de Jesús. Siente
soledad, miedo y angustia en su propia alma ante la Pasión. Aprende
nuestro lenguaje de sufrimiento, sufriendo Él el primero. Tiene las
sensaciones propias de cualquier hombre.
Dice el Evangelio: “Comenzó a entristecerse y angustiarse”.
El mayor punto de sufrimiento del hombre es sentir la tristeza del alma.
Siente miedo, temor ante lo que aún no ha llegado, pero que va a
suceder. Siente hastío, repugnancia hacia todo aquello que le viene.
“Padre mío, si es posible, pase de Mí este Cáliz”
Sintió la ausencia de Dios, la noche oscura de la fe. Cristo se sintió
solo. Sus discípulos, o le abandonan o no le entienden. Pero Él sabe que
el Padre es el único que le sostiene. Cristo no tiene ninguna
contradicción interior, aunque pide que pase de Él el Cáliz. Por eso
inmediatamente dice: “Sin embargo, no se haga como Yo quiero, sino como
quieres Tú”, “Hágase Tu Voluntad”. Él experimenta la sensibilidad humana
del abandono, pero secunda en todo a su Padre. Acepta libremente todo
lo que le viene para cumplir su misión. Busca activamente cumplir en
todo la Voluntad de Dios.
En
su oración al Padre quedan recogidas todas las súplicas de todos los
hombres oprimidos por el dolor y el sufrimiento injusto de la vida. En
su sufrimiento estoy yo también y todos mis sufrimientos.
Jesús
se dirige a sus discípulos: “Vigilad y orad para que no caigáis en
tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil”.
Antes,
los discípulos no habían entendido la Pasión. Ahora, que la están
viviendo, la entienden menos. Por eso Jesús les invita a la vigilancia,
para que estén atentos y comprendan la asociación a su cruz que tenemos
cada uno.
Hay que estar con disposiciones de atención interior. No cansarnos de
escuchar, de seguir las mociones del Espíritu Santo. Dios no puede
actuar en nosotros sin una adhesión real de nuestra voluntad a sus
designios y sin esta adhesión no hay progreso. La colaboración con la
acción de Dios es absolutamente necesaria. No se trata ya de evitar el
pecado, que eso se da por supuesto, sino de una adhesión a Él para poder
avanzar en la vida espiritual. Hay que conectar la moción del Espíritu
Santo con nuestra voluntad humana. La acción de Dios no falla, lo que
falta es nuestra colaboración. Si quiero que mi vida llegue a la
plenitud, es indispensable esta colaboración. Esto nos evita ser
mediocres.
Sin
un verdadero amor a Cristo, no podemos ser verdaderos discípulos suyos.
Y no podemos amarle si nuestro corazón no se siente movido por la
gratitud hacia Él; repetirme: Cristo va hacia su Pasión por mí, todo
sufrimiento lo sufre gustoso por mí. Sentir vivamente sus sufrimientos,
pedírselo al Espíritu Santo: dolor con su dolor, angustia con su
angustia, sentimiento de soledad y abandono con el que Cristo siente,
tristeza con su tristeza… Pensar en los amargos dolores que padece por
mí. Mis pecados le causan dolor.
Sé
muy bien y espero no olvidarlo nunca, que el sentimiento aquí no basta,
que no basta sentir sin más, pues sentir dolor al pensar en los
sufrimientos de Cristo, sin obedecerle, no es verdadero amor, sino una
burla – dice Newman. El verdadero amor siente con justicia y obra con
justicia.
Un
cristiano que ante la Pasión, no tenga sentimientos en su corazón de
adhesión a Cristo sufriente, se tiene que preguntar si verdaderamente
vive una vida cristiana, porque el amor genera sentimientos y en ellos
está la flor de la acción de Dios en nuestra vida.
Es muy importante que la contemplación del Señor ilumine nuestra vida.
Terminemos con esta oración:
Señor
Jesús, Tú me enseñas, de bruces sobre el suelo, que no siempre caminaré
animoso y que me encontraré con las dificultades. Un día u otro me
desanimaré, me sentiré sin fuerzas. Haz que entonces me acuerde de Ti y
sepa, como Tú, ponerme en manos del Padre.
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