viernes, 12 de mayo de 2017

La pesca milagrosa con Jesús resucitado. Charla semanal


EJERCICIOS ESPIRITUALES 27
Todas estas meditaciones son para afianzarnos en el seguimiento de Jesucristo, contemplando a Cristo resucitado.
Cristo ha sufrido por mí, ha muerto por mí, pero también ha resucitado por mí.
Vamos a leer despacio el capítulo 21 de San Juan. Teológicamente es un capítulo añadido, porque ya vemos una despedida por parte de San Juan en el capítulo 20, cuando dice: “Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos, que no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”.
Y ya después viene un apéndice, que es el capítulo 21, en el que narra la postrera aparición a los discípulos. Este capítulo se incorporó después.
Nos situamos en el lago de Genesaret o de Tiberíades, como también se le conoce. Este lago es una depresión que retiene las aguas del Jordán. Su agua es potable y es abundante en pesca.
El lago había sido escenario de una gran actividad de Jesús: Allí llama a los primeros discípulos, ocurre el milagro de la tempestad calmada, en sus orillas sucede la multiplicación de los panes y ahora se les aparece para confirmarles en la misión que les había encomendado.
Pedimos, como siempre, la gracia de alegrarme y gozarme de tanta gloria y gozo de Cristo resucitado.
Este relato tiene un sentido marcadamente eclesial. Primero confirma a Pedro en una experiencia personal de la fe y luego le abre a una dimensión comunitaria.


Ocurren tres escenas:
En la primera, el Señor se hace presente cuando Simón Pedro les dice a los demás apóstoles: Voy a pescar. Y nosotros le dijeron: Vamos también nosotros contigo. Y salieron y entraron en la barca y en aquella noche no pescaron nada. Pero llegada la mañana, se hallaba Jesús en la playa, aunque ellos no se dieron cuenta de que era Jesús.
Primero, vemos que el trabajo de la pesca lo realizan juntos, a pesar de las dificultades. Aquí se manifiesta la misión, una misión que es pescar, a la que nos envía la Iglesia, y que debemos realizarla juntos, como comunidad.
Jesús les dice después: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. Y ellos obedecen, son fieles a las indicaciones que les da Jesús. Esto nos transmite la obediencia que debemos a nuestros pastores, a la Iglesia, pues en esta fidelidad y en esta obediencia está el fruto: La echaron, pues y ya no podían arrastrar la red por la muchedumbre de los peces.
Cuando bajaron de la barca, vieron unas brasas encendidas y un pez puesto sobre ellas y pan y a Jesús diciéndoles: Venid y comed. Esta imagen representa la reunión de la comunidad en torno a la Eucaristía, en torno a Cristo. Siempre, el centro es el Señor.
Misión, pescar y unión con Dios en la Eucaristía: Somos activos y contemplativos. Y el Y es importante, porque si nos quedamos sólo en la acción o sólo en la contemplación, estamos viviendo de una manera incompleta y no daremos el fruto deseado. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Por eso vivimos en el mundo, pero tenemos que ser contemplativos.

En la segunda escena contemplamos un diálogo entrañable de Jesús con Pedro y un proceso desconcertante para él.
¿Me amas más que éstos?, le pregunta Jesús. ¿Me amas?, le pregunta por segunda vez. Y de nuevo ¿me amas? Es una triple pregunta con una triple respuesta que implica madurar en el seguimiento de Cristo. Vuelve a conquistar el corazón de Pedro, que había dudado en la Pasión, y por eso le dice: Señor, Tú sabes que te amo. De nuevo, Sí Señor, Tú sabes que te amo. Y de nuevo, Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo. Y a cada respuesta, a cada paso en esta maduración de su entrega, de su seguimiento, de su compromiso, le va encomendando una misión: apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.
Pedro responde con un amor abnegado, que va a formar parte a partir de ahora de su condición de discípulo. Jesús, a quienes ama, les confía una misión. Ahora debo mantener yo mi propio diálogo con Cristo. Dejar que me pregunte a mí y responderle con generosidad, sin miedo, poniendo nuestra debilidad y nuestra miseria en sus manos: Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo. Porque Él me pregunta: ¿Me amas más que éstos? Y lo importante es ese Más. Porque Él quiere sacar lo mejor de mí. En el amor nunca llegamos al tope, siempre podemos amar más.
Y en la tercera escena, Jesús le vaticina el futuro a Pedro: Cuando eras joven, tú te ceñías e ibas donde querías, cuando envejezcas, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras.
Será mártir, será testigo, tendrá que sellar su fe con su vida si fuere preciso.
El seguimiento de Cristo está abierto a caminos insospechados. Tenemos que ser dóciles y dejarnos llevar por donde Dios quiera. Por eso Cristo le añade: Sígueme.
Contigo y como Tú.
Dios muchas veces nos rompe los planes. Los caminos de Dios no son nuestros caminos, son inescrutables. Tendremos descensos, pasaremos por túneles oscuros…, no sabemos, pero forman parte del camino de Dios. Iremos descubriendo la Voluntad de Dios según nos la vaya revelando, sin prisa, Él tiene su tiempo y sus planes para nosotros. Yo le tengo que entregar mi vida de verdad y dejarme hacer por Él. Hace falta mucha fe para fiarse y dejarse llevar. La confianza nos hace fuertes. No se trata de hacer yo mi proyecto, sino dejar que Dios haga el suyo en mí.

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