DIARIO DE SANTA FAUSTINA 4
Una vez vi a un siervo de Dios en peligro de caer en pecado grave.
Empecé a pedir a Dios que me cargara con todos los tormentos del
infierno, todos los sufrimientos que quisiera, pero que liberase a ese
sacerdote y lo alejara del peligro de cometer el pecado. Jesús escuchó
mi súplica y en un momento sentí en la cabeza la corona de espinas. Las
espinas de la corona penetraron hasta mi cerebro. Esto duró tres horas.
El siervo de Dios fue liberado de aquel pecado y Dios fortaleció su alma
con una gracia especial.
A
menudo sentía la Pasión del Señor Jesús en mi cuerpo; aunque esto era
invisible y me alegro de eso, porque Jesús quiere que sea así. Eso
duraba muy poco tiempo. Estos sufrimientos incendiaban mi alma con un
fuego de amor hacia Dios y hacia las almas inmortales. El amor soportará
todo, el amor continuará después de la muerte, el amor no teme a nada…
Al anochecer, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una
túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra
tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho
salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido. En silencio,
atentamente miraba al Señor; mi alma estaba llena de temor, pero también
de una gran alegría. Después de un momento Jesús me dijo: “Pinta una
imagen según el modelo que ves y firma: Jesús, en Ti confío. Deseo que
esta imagen sea venerada primero en la capilla y luego en el mundo
entero.
Prometo
que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo, ya
aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos y sobre todo a la hora
de la muerte. Yo mismo la defenderé como mi Gloria”.
Cuando
se lo conté al confesor, él me dio como respuesta que Cristo se refería
a que pintara la imagen de Dios en mi alma. Pero cuando salí del
confesionario, oí nuevamente estas palabras: “Mi imagen está en tu
alma. Deseo que haya fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen
que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemnidad el primer
domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la
fiesta de la Misericordia.
Deseo
que los sacerdotes proclamen esta gran misericordia que tengo hacia las
almas pecadoras. Que el pecador no tenga miedo de acercarse a Mí. Me
queman las llamas de la misericordia, deseo derramarlas sobre las almas
humanas.
La
desconfianza de las almas desgarra mis entrañas. Aún más me duele la
desconfianza de las almas elegidas; a pesar de mi amor inagotable no
confían en Mí. Ni siquiera mi muerte ha sido suficiente para ellas. ¡Ay
de las almas que abusen de ella!”
Cuando
le conté a la Madre Superiora lo que Dios me pedía, me contestó que
Jesús debía explicarlo más claramente a través de alguna señal.
Cuando
pedí al Señor Jesús alguna señal como prueba de que verdaderamente Él
era Dios y Señor mío y de que de Él venían estas peticiones, entonces
dentro de mí oí esta voz: “Lo haré conocer a las Superioras a través de
las gracias que concederé por medio de esta imagen”.
Cansadísima
por las múltiples dificultades que tenía por el hecho de que Jesús me
hablaba y exigía que fuese pintada la imagen, decidí pedir a mi director
espiritual que me dispensara de estas inspiraciones interiores y de la
obligación de pintar la imagen. Pero al escucharme en confesión, me dio
la siguiente respuesta: No la dispenso de nada, hermana y no le está
permitido sustraerse a estas inspiraciones interiores, sino que debe
decir todo al confesor, eso es necesario, absolutamente necesario,
porque de lo contrario se desviará a pesar de estas grandes gracias del
Señor. De momento usted se confiesa conmigo, pero ha de saber que debe
tener un confesor permanente, es decir, un director espiritual.
Me
afligí muchísimo. Pensaba poder liberarme de todo y había pasado todo
lo contrario: una orden clara de seguir las demandas de Jesús. Le pido a
Jesús que conceda estas gracias a otra persona, porque yo no sé
aprovecharlas y solamente las malgasto. Jesús, ten compasión de mí, no
me encomiendes cosas tan grandes, ves que soy un puñado de polvo inútil.
¿Qué podemos aprender hoy del Diario de Santa Faustina?
Primero,
la importancia del ofrecimiento del sufrimiento para colaborar con
Cristo en la salvación de las almas y hacerles llegar los méritos y
gracias que nos alcanzó a todos con su Pasión. Seguramente no tengamos
la visión del alma que necesita de nuestro sufrimiento y oración en ese
momento, y mucho menos podamos ver el cambio de actitud que pueden
experimentar gracias a nuestro ofrecimiento, pero sí es seguro que Dios,
a través nuestro, puede salvar a muchas almas de la condenación eterna.
Él sí sabe el caso particular de cada uno, y sabe distribuir las
gracias según las necesidades de cada uno.
Por
otra parte, el relato de la visión donde Jesús le pide a Faustina que
pinte el cuadro, nos desvela que Él desea que nos salvemos, desea darnos
a conocer su infinita misericordia. Así se lo expresó a Santa Faustina,
así es la imagen con la que quiso inmortalizar esa expresión de su
infinito amor. Pero requiere nuestra colaboración. Él quiere que esos
rayos que llevan infinidad de gracias para cada uno, lleguen a través
nuestro. Por muchas dificultades que encontremos, igual que las encontró
Santa Faustina, debemos perseverar, hacer conocer al mundo que no hay
perdición si nos agarramos a Cristo, que hay esperanza, que el pecado y
la muerte no tienen la última palabra, que Cristo ha muerto para que
nosotros vivamos, que sufre indeciblemente porque las almas se empecinan
en darle la espalda, como el mal ladrón, que teniendo la oportunidad
tan cerca no la supo aprovechar. Le queman las llamas de misericordia,
como Él mismo dice. Ojalá que Santa Faustina nos ayude a ser apóstoles
de la misericordia cada uno en nuestro entorno y así apaguemos estas
llamas de su Corazón.
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