DIARIO DE SANTA FAUSTINA 3
Una vez estaba yo reflexionando sobre la Santísima Trinidad, sobre la
esencia divina. Quería penetrar y conocer quién era este Dios. En un
instante, mi espíritu fue llevado como al otro mundo, vi un resplandor
inaccesible y en él como tres fuentes de caridad que no llegaba a
comprender. De este resplandor salían palabras en forma de rayos y
rodeaban el cielo y la tierra. De repente, del mar del resplandor salió
nuestro amado Salvador, de una belleza inconcebible, con las llagas
resplandecientes. Y se oyó la voz: “Quién es Dios en su esencia, nadie
lo sabrá, ni una mente angélica, ni humana. Trata de conocer a Dios a
través de meditar sus atributos.” Después Jesús trazó con la mano la
señal de la cruz y desapareció.
En otra ocasión, fui llamada al juicio de Dios. Me presenté delante del
Señor, a solas. Jesús se veía como durante la Pasión. Después de un
momento, estas heridas desaparecieron y quedaron sólo cinco: en las
manos, en los pies y en el costado. Inmediatamente vi todo el estado de
mi alma tal y como Dios la ve. Vi claramente todo lo que no agrada a
Dios. No sabía que hay que rendir cuentas ante el Señor, incluso de las
faltas más pequeñas. ¡Qué momento! ¿Quién podrá describirlo? Presentarse
delante del tres veces Santo. Jesús me preguntó: ¿Quién eres? Contesté:
Soy tu sierva, Señor. “Tienes la deuda de un día de fuego en el
Purgatorio”. Quise arrojarme inmediatamente a las llamas del fuego del
Purgatorio, pero Jesús me detuvo y me dijo: “¿Qué prefieres, sufrir
ahora durante un día o durante un breve tiempo en la tierra?” Contesté:
Jesús, quiero sufrir en el Purgatorio y quiero sufrir en la tierra los
más grandes tormentos, aunque sea hasta el fin del mundo. Jesús dijo:
“Es suficiente una cosa. Bajarás a la tierra y sufrirás mucho, pero
durante poco tiempo y cumplirás mi Voluntad y mis deseos. Un fiel siervo
mío te ayudará a cumplirla. Ahora, pon la cabeza sobre mi pecho, sobre
mi Corazón y de Él toma fuerza y fortaleza para todos los sufrimientos,
porque no encontrarás alivio, ni ayuda, ni consuelo en ninguna otra
parte. Debes saber, que vas a sufrir mucho, mucho, pero que esto no te
asuste. Yo estoy contigo.”
Poco
después de este suceso, enfermé. Las dolencias físicas fueron para mí
una escuela de paciencia. Sólo Jesús sabe cuántos esfuerzos de voluntad
tuve que hacer para cumplir los deberes.
Jesús,
cuando quiere purificar un alma, utiliza los instrumentos que Él
quiere. Mi alma se siente completamente abandonada por las criaturas. A
veces, la intención más pura es interpretada mal por las hermanas. Este
sufrimiento es muy doloroso, pero Dios lo permite y hay que aceptarlo,
ya que a través de ello nos hacemos más semejantes a Jesús.
Yo les informaba de todo a mis Superioras y ellas no creían en mis palabras.
Sin embargo, la gracia de Dios me perseguía a cada paso, y cuando menos lo esperaba, Dios me hablaba.
Un día, Jesús me dijo que iba a castigar una ciudad, la más bonita de
mi patria, con un castigo semejante al de Sodoma y Gomorra. Vi la gran
ira de Dios y un escalofrío traspasó mi corazón. Rogué en silencio. Un
momento después, Jesús me dijo: “Niña mía, durante el sacrificio, únete
estrechamente Conmigo y ofrece al Padre Celestial mi Sangre y mis Llagas
como expiación de los pecados de esta ciudad. Repítelo
ininterrumpidamente durante toda la Santa Misa. Hazlo durante siete
días”. Al séptimo día vi a Jesús en una nube clara y me puse a pedir que
Jesús mirara a aquella ciudad y todo nuestro país. Jesús me miró con
bondad y me dijo: “Por ti bendigo al país entero”. Y con la mano hizo
una gran señal de la cruz encima de nuestra patria.
Cuando renové mis votos, el Señor Jesús se puso a mi lado, vestido con
una túnica blanca, ceñido con un cinturón de oro y me dijo: “Te concedo
el amor eterno, para que tu pureza sea intacta y para confirmar que
nunca experimentarás tentaciones impuras”. Jesús se quitó el cinturón de
oro y ciñó con él mis caderas. Desde entonces no experimento ninguna
turbación contraria a la virtud, ni en el corazón ni en la mente.
Después comprendí que era una de las gracias más grandes que la
Santísima Virgen María obtuvo para mí, ya que durante muchos años le
había suplicado recibirla. A partir de aquel momento tengo mayor
devoción a la Madre de Dios. Ella me ha enseñado a amar interiormente a
Dios y a cumplir su santa voluntad en todo. Por medio de María, Dios ha
descendido a la tierra y a mi corazón.
Enseñanzas para nosotros en el día de hoy:
- Si
queremos conocer a Dios, tenemos que meditar en sus atributos, pues
aunque no podamos llegar a su esencia, sí podemos conocerle y amarle.
- Cuando
sintamos el Purgatorio que Dios permite en este mundo para cada uno de
nosotros, recostarnos sobre el pecho de Jesús y sacar de su Corazón las
fuerzas, el alivio y el consuelo ante todas las pruebas.
- Jesús,
cuando quiere purificar a un alma, utiliza los instrumentos que Él
quiere. Muchas veces en nuestra vida no entendemos las cosas que nos
pasan, pero tenemos que confiar en Él, que todo lo permite para nuestra
purificación, para nuestro bien.
- Importancia
de la vivencia de la Eucaristía, en unión al sacrificio de Cristo, para
alcanzar las gracias que las almas necesitan para su salvación
- María,
la gran aliada para alcanzarnos de Dios todas las gracias que
necesitamos. Unirnos mucho a Ella y confiar en su protección y en su
intercesión. Pedirle todo cuanto necesitemos con una total confianza.
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