Dice San Pablo en Ro 6,23: El salario del pecado es la muerte, pero el
don de Dios es la vida eterna en Nuestro Señor Jesucristo.
La
muerte es la desolación, el fracaso, la tristeza… Y si esta situación
perdura, entonces se puede anquilosar y terminar en una segunda muerte y
ésta sí es eterna.
El pecado en nuestra vida lo tenemos que afrontar desde la confianza en
el amor de Dios, que nunca me lo retira y por eso tengo que estar
agradecida a Dios, que sigue haciendo su obra en mí y su salvación
siempre en mi alma.
Por eso sigue diciendo San Pablo en Ro 8: No hay, pues, ya condenación
alguna para los que son de Cristo Jesús, porque la ley del espíritu de
vida me libró de la ley del pecado y de la muerte.
No hay, pues, ninguna condenación que pese en los que viven en Cristo Jesús.
Vamos a pedir a Jesucristo varias gracias y dones en esta meditación:
Poder
experimentar y sentir el pecado en su dimensión eterna. Sentir lo que
es estar condenado para siempre. Lo que es perder la vocación al amor y
al servicio para el que he sido creado. Sentir la frustración de
fracaso, que acaba en muerte, como consecuencia de una vida sin Dios,
sin Cristo, sin amor.
Experimentar
y sentir la fragilidad de mi libertad. Yo soy capaz de crear infiernos
en mi vida y en la de los demás. Como peregrino sobre esta tierra, debo
aceptar humildemente que el infierno puede surgir de mi corazón, del
centro de mi ser.
Experimentar y sentir la salvación con que Dios ha envuelto mi vida. Si
a Jesús le llamamos Salvador, es preciso saber de qué nos salva. Nada
menos que del infierno, de lo incomprensible, de la tiniebla, del mundo
al revés, de todo lo contrario al amor.
Y todo esto, para que si del amor del Señor eterno me olvido por mis
faltas, al menos el temor a las penas me ayude para no vivir en pecado.
Y para revivir y renovar mi fe en la alianza de Dios con el hombre,
para afirmarme y consolidarme en el camino de la verdadera vida. Para
comprender la pobreza y pequeñez de mi vida abandonada a mis propias
fuerzas. Para percibir la debilidad y fragilidad de mi amor, que puede
fallar. Para sentir más profundamente el agradecimiento de lo que Cristo
ha hecho por mí, salvándome del pecado, experimentando así que donde
abundó el pecado, mi pecado, sobreabundó la gracia y la misericordia.
Repasar las situaciones de mi vida en las que he probado la amargura
del sufrimiento sin ningún consuelo. Sufrimiento físico, sufrimiento
psíquico… De esas situaciones me ha traído y me ha rescatado Cristo. Y
si me aparto de Él, yo misma me estaré provocando situaciones de
infierno; infierno que es todo lo que es contrario al amor, consecuencia
de la dureza del corazón de los hombres.
Sólo
la experiencia de Cristo nos permite vivir en sosiego las situaciones
de sufrimiento, infiernos injustos que ni siquiera nosotros nos
buscamos.
Agradecer a Dios todo lo que ha hecho por mí. Renovar mi fe. No fiarme
de mis propias fuerzas. Hay muchas cosas que me seducen en el mundo y me
apartan del proyecto de Dios. Separada de Él sólo puedo morder el
fracaso. El hombre sin Dios, antes o después encuentra su perdición.
Mi salvación le ha costado mucho a Dios, ha pagado por ella un precio
altísimo. Debo estarle eternamente agradecida. El corazón tiene ojos,
oído, gusto… Tenemos cinco sentidos exteriores, pero también otros cinco
interiores. Son los sentidos de mi corazón y a través de ellos tengo
que gustar a Dios. Hasta que mi corazón no se entere de Dios, hasta que
no lo vea, hasta que no lo oiga, hasta que no lo guste, hasta que no lo
huela, hasta que no lo toque…, no puedo madurar cristianamente.
Todas estas meditaciones las tengo que hacer delante de Él, gustándole a Él, sintiéndolo a Él.
Mi
imaginación me tiene que ayudar a este sentir interno. Tengo que poner
toda la carne en el asador. Es necesario tocar fondo. Y tocarlo de
manera que sienta verdadera angustia de vivir sin Dios. Y que esto me
haga reaccionar. A veces Dios permite que nos destrocemos completamente
para que nos pueda reconstruir. He aquí la razón de verdaderos infiernos
que hemos experimentado a lo largo de nuestra vida.
En este mundo hay una alergia profunda al sufrimiento. Nos ofrece
colchones y terapias para no sufrir. Nos convence de que lo importante
es disfrutar, pasárselo bien. A vivir, que son dos días, dicen. Se han
anestesiado los bienes espirituales. Están envueltos en un infierno y no
se dan cuenta porque no saben distinguir la luz y cuando alcanzan a
descubrirlo, no saben cómo salir de su oscuridad. Podrían llegar a
escuchar un día las mismas palabras que el rico Epulón: Tú ya recibiste
bienes en vida y Lázaro recibió males, y ahora él es aquí consolado y tú
eres atormentado.
Padre nuestro, que estás en los cielos, tú conoces el mal del mundo y
cómo yo lo aumento cada día. Ayúdame a acoger el día de salvación;
concédeme ahora el mirar a tu Hijo, tratado como pecador por nosotros,
crucificado por nosotros, por mí. Reconciliado por el Amor infinito,
viviré en el humilde amor que no busca otra recompensa fuera de Ti.
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