PRINCIPIO Y
FUNDAMENTO (2). EJERCICIOS ESPIRITUALES. Meditación semanal
Continuamos meditando sobre las
verdades de Principio y Fundamento.
Decíamos el otro día que el hombre ha
sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios y mediante esto
salvar su alma, y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el
hombre. De donde se sigue que el hombre ha de usar de ellas tanto cuanto le
ayuden para su fin, y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impiden.
Por lo tanto, es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, de
tal manera que no queramos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor
que deshonor, vida larga que corta…, solamente deseando y eligiendo lo que más
nos conduce para el fin para el que hemos sido creados.
Vivimos inmersos en un mundo lleno de
personas y cosas: mi familia, mis amigos, mi trabajo, el tiempo del que
dispongo, los talentos y cualidades que Dios me ha dado, mi vida, mi salud… y
la relación que tengo con todo eso tiene que ser ordenada. Tengo que examinar a
la luz de Dios si hay algo para mí que es más importante que Dios.
Dios, a través de la oración, me va a
ir educando el corazón para que le guste a Él como lo mejor de mi vida y vaya
descubriendo que todo lo demás me deja inapetente. Hay cosas que, no sólo van a
dejar de ser importantes para mí, sino que hasta me voy a dar cuenta que puedo
vivir mejor sin ellas. Dios hace posible que no me cueste dejar ciertas cosas.
Esto es lo bonito. Podemos usar todas las cosas, no es necesario privarnos de
todo ni cortar con todo. Pero con la luz de Dios, iremos viendo claro aquello
de lo que podemos prescindir. Pero aquí hay que concretar, no podemos hacer una
meditación abstracta, hay que bajar a los aspectos concretos de nuestra vida.
Un pajarillo está igual de preso en
una jaula, que si lo tenemos fuera atado con un hilo de la patita. Pues igual
nosotros, tenemos que descubrir hasta los hilos más transparentes que nos
impiden volar libremente hacia Dios. Las cosas en sí mismas son buenas, lo malo
es mi dependencia de ellas, el no saberlas usar, eso es lo que me ata.
Tenemos que ser indiferentes a todas
las cosas creadas, eso es lo que me da la libertad de espíritu. Si tengo
afectos desordenados, se frustra el plan de Dios para mi vida. Y dado que este
plan de Dios es amarle a Él y amar a los hombres, el amor que me une a los
demás y a las cosas tiene que ser un amor ordenado, sin ataduras y sin
dependencias. La libertad interior es el resultado de saber que sólo Dios
basta. Si Dios no me llena, otras cosas ocuparán el lugar de Dios y harán el
papel de Dios en mi vida. Dios debe estar en el centro de mi vida y de mi
corazón. Nuestra actitud debe ser la de Jesucristo: Heme aquí, Señor, que vengo
para hacer tu Voluntad.
Vamos a meditar en Gn 12, 1-20:
Dios llama a Abraham, le
arranca de su tierra, de la casa de su padre, sin conocer muy bien aún el plan
de Dios.
Ese salir de nuestra tierra, es salir
de nuestros planes, de nuestras seguridades, de nuestras comodidades. Cuántas
veces le decimos al Señor: Yo te amo, Señor, cuenta conmigo, pero no me toques
mi salud, no me toques a mi familia, no me toques mi trabajo, no me toques mi
casa… qué manera es ésta de dejarle a Dios que haga su plan en mí? Nos gusta
mucho decirle a Dios cómo tiene que hacer las cosas, por eso nos deja perplejos
cuando, después de orar, las cosas no salen como se las hemos pedido. Y es que,
o Dios se ajusta a nuestros planes, o creemos que Dios no nos escucha y no
actúa en nuestras vidas. Nos hemos olvidado de que hay que firmarle un cheque
en blanco a Dios.
Abraham vive en indiferencia a todo lo
creado y así hace posible la respuesta a la llamada de Dios. Con Abraham se
abre una nueva etapa en la Historia de la Salvación. Comienza un mandato sin
explicaciones. Dios no tiene por qué explicarnos nada, por más que nosotros
busquemos una explicación para todo lo que consideramos males en nuestra vida.
Dios siempre sabe lo que hace. A nosotros nos toca nada más dejarnos hacer.
No quiero tener más plan que el plan
de Dios.
Tengo que encontrar a Dios en la salud
y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza…, lo que toque. Mi corazón no
se debe apegar ni a una cosa ni a la otra.
Tiene que haber una etapa purificadora
en nuestra vida: Dios tiene que quitar todos los obstáculos antes de darnos sus
dones. Tengo que dejar a Dios que sea Dios. Mi corazón le debe pertenecer
completamente, pues un corazón dividido no es apto para el seguimiento de
Cristo. La indiferencia ante todo es una tarea que nos debe acompañar toda la
vida.
Después de dedicar cada día un ratito
a la oración, para que Dios nos vaya haciendo comprender todas estas verdades,
tenemos que hacer un examen de nuestra oración:
¿Qué me ha dicho el Señor en mi
oración?
¿Qué actitud he tenido hacia lo que Él
me ha dicho? ¿De colaboración, de dejarme hacer, de aferrarme a lo que Él me
pide y que tanto me cuesta dárselo
¿He estado distraído o he abierto mi
corazón para escucharle?
Por último, darle gracias por las
luces que me haya dado y pedirle perdón por lo que no le haya agradado.
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