Sobre los
EJERCICIOS ESPIRITUALES
Aunque era mi intención compartir con vosotros estos EE que he comenzado, no va
a ser fácil, porque estos EE son la experiencia diaria con Dios en la oración y
éste es un trabajo personal, que nadie puede hacer por nadie. Tan sólo me voy a
limitar a daros algunos puntos de reflexión, pero tiene que ser labor personal
vuestra delante de Dios, si queréis aprovecharlo.
Decía
precisamente el P. Juan Carlos el primer día, que lo más importante e
insustituible es la experiencia de Dios en la oración. Y esto es un proceso.
Habrá días de mucha consolación y días en que no sintamos nada. Y es normal,
porque Dios trabaja de dos modos: la consolación y la desolación.
Hay
que dedicarle, nosotros que lo estamos haciendo presencialmente, al menos 30
minutos diarios mínimo de oración. Vosotros, lo que buenamente podáis.
Acompañarlo de la Santa Misa diaria y algún otro ejercicio de piedad: el
Rosario, el Via Crucis, visitar a un enfermo…
Oración es, que se para el mundo, y se queda el alma a solas con Dios, en un
coloquio amoroso. Dejarlo todo en este tiempo de oración.
Los
EE no son condición para la salvación. Pero no se pueden hacer estos EE sin
este tiempo de oración. No hay que empeñarse. Las cosas del Espíritu son
suaves, no hay que forzarse, no hay que violentarse.
Esta
condición de la oración es innegociable. Es encontrar el camino para
encontrarme con Dios. Si los hacemos bien, habrá un antes y un después de estos
EE. Hay que hacerlos con intensidad, pero no con tensión. Es Dios quien tiene
que hacer su obra, no yo.
Dios
se rebela a quien ve con grande ánimo, es decir, con deseo profundo. Hay que ser
transparentes, sinceros con Dios. Dios me dará todos los medios y todas las
gracias que necesito. Si ve mi mecha preparada, la encenderá. En estos ratos
que dediquemos a la oración, no hay que llevar a ellos nuestros problemas, sino
solo la Palabra de Dios. No hay que hacer de la oración cualquier cosa. Cristo
me cogerá de la mano y me llevará hasta la contemplación.
A
estos EE no vamos a una aventura cualquiera, sino al encuentro del Amor Vivo,
que me escruta y me conoce. Lo más transformante es el encuentro con Cristo que
me ama. Haz la oración como si todo dependiera de ti y pide el don, como si
todo dependiera de Dios.
Cómo
hay que hacer la oración:
Hacerla siempre en el mismo lugar y a la misma hora.
Hacer una composición de lugar: Caer en la cuenta de
ante Quién estoy y a qué he venido.
Invocar al Espíritu Santo para que me haga entender su
Palabra.
Leer con calma el texto de la Palabra de Dios.
Detenerme en lo que me ayude y no darle más vueltas cuando ya no ayude.
Vamos
a comenzar con un texto de Is 55,1-11:
Nos encontramos en el llamado Isaías segundo, o libro
de las Consolaciones. En el año 550 a.C, el pueblo de Dios está fuertemente
castigado por Ciro, rey de los persas y tiene bajo su dominio a esta comunidad.
Y en esta situación se alza la voz del profeta que anima a mantener la
esperanza y a mantener vivo el deseo de salvación. Y el relato comienza con
estas palabras: “Oíd sedientos todos, acudid por agua… También los que no
tenéis dinero: venid, comprad trigo y leche de balde. Buscad al Señor mientras
se le encuentra”.
Dios pasa por la historia del hombre ofreciendo. Y lo
que ofrece no se puede comprar. Sus dones no son fruto de nuestro esfuerzo y
nuestro trabajo. No es algo que se me debe. Él se ofrece, y sólo los sedientos,
los que se disponen, los que entran con generosidad…, son los que pueden
saciarse.
Su Palabra, su mensaje, es como la lluvia que cae en
tierra. Y no vuelve sino después de haber empapado la tierra y hacerla
germinar.
Hay que llevar esto a nuestra vida: hay que dejar que
el Espíritu de Dios baje mansamente sobre cada uno de nosotros. Que nos ayude a
tener experiencia de Él.
Sé Tú
quien me lleve, quien me haga caminar sobre las olas como a Pedro.
Enséñame a orar, a hablar Contigo, a escucharte, a mirarte, a contemplarte, a
descubrirte. Enamórame de Ti perdidamente.
“Buscad a Yavhé mientras pueda ser hallado, llamadlo en tanto que está cerca”.
Quizá nunca pase Dios tan cerca de mi vida y de mi alma como en estos EE. Si no
aprovecho su gracia, tal vez no tenga otra oportunidad.
“Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son
vuestros caminos” Dios tiene que cambiar mi mentalidad, mi forma de vivir, de
sentir y de pensar. Conviene que Él crezca y yo mengüe.
Decía
San Ignacio: Él es todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y
entender.
Pasamos a un texto del primer libro de Samuel 1,9-18
Se abre con una plegaria. Es la oración de Ana, que
ora y suplica a Dios para que le conceda lo que más desea en su vida: un hijo.
En este relato se constata la súplica constante, la postura humilde de Ana ante
Dios.
Así tiene que ser nuestra oración de petición:
constante. Dios nos podría conceder las cosas ya, porque tiene poder para
hacerlo, pero no quiere. Desea nuestra constancia: Pedid y se os dará, buscad y
hallaréis, llamad y se os abrirá. Y quiere que pidamos, que busquemos y que
llamemos. Y cuando halle nuestro corazón rendido a sus pies, en una actitud
humilde y confiada, nos concederá lo que le pedimos. Dice una oración colecta
de la Misa: Danos incluso lo que no nos atrevemos a pedir. Dios conoce bien
nuestras necesidades, pero quiere que le roguemos con confianza, sabiendo que todo
lo debemos esperar de Él.
Señor, no quiero nada si Tú no lo quieres para mí. Dame sólo lo que Tú quieras,
lo que sabes que necesito, lo que le hace bien a mi alma.
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