martes, 13 de diciembre de 2016

EL NACIMIENTO DE JESÚS. Charla semanal

         Vamos a contemplar hoy el Misterio del Nacimiento de Jesús. En esta contemplación, el ver más no depende de mí, sino de la invocación al Espíritu Santo. El alma va siendo conducida por Él. Por tanto, nada de tensiones y de rigideces interiores.
         Vamos a leer despacio Lc 2, 1-20, donde se nos narra el Nacimiento de Jesús.
         Para nuestra composición de lugar, nos trasladamos a Belén, un pueblo pequeño al sur de Jerusalén, situado sobre dos colinas. Se sabía de él que era la patria de David, en cuyos alrededores guardaba él los rebaños de su padre, mientras sus hermanos combatían a los filisteos.  Era un pueblo pequeño sin mucha relevancia, donde los pastores comerciaban  con los productos de las ovejas.
         Pedir la gracia de que se me conceda estar allí presente y contemplarlo todo desde dentro. Emplear mi imaginación para contemplar la escena, el pesebre, el Niño que está en el pesebre, la Madre, el cuidado de la Madre a aquel Niño…
         Y rogar para que Dios me conceda el conocimiento interno de que el Señor nace por mí en Belén, para que yo más le ame y más le siga. Y pasar esta petición varias veces por el corazón.
Que Cristo nazca es admirable, pero que nazca por mí…! Y es que Dios tiene un plan lleno de amor para mí. Cristo está dispuesto a hacer lo que sea para que yo me entere de cuánto me ama. Cristo nace por mí.
Si sólo entiendo lo que tengo que hacer yo por Él, estoy malogrando el plan de Dios. Primero es entender cuánto me ama Él. El amor saca amor. Por eso primero es entender el amor de Dios. Lo demás viene después.
         Dios decide hacerse hombre en unas circunstancias extraordinarias: humildad, pobreza… Dios no organiza un fiestón para demostrarme lo que me quiere. Sus signos son irrelevantes para el mundo. Debo sentirlos como una caricia.
         Dios simplifica todos los elementos externos para que quede la persona lo más simplificada posible para su encuentro con Él. Aquí sólo están María, José, el Niño, una mula y un buey.
         El Señor, que es eterno, se somete al tiempo y a la ley del aprendizaje. El eterno se hace temporal. El que todo lo sabe comienza a aprender. Hace falta humillarse para demostrarme el amor que me tiene. Esta es la humildad de quien ha venido a servir y se somete en todo para hacer la Voluntad de su Padre. Todo esto lo ha hecho Dios para que me entere de lo que me ama.
         Jesús nace en la historia humana.
         De Nazaret nos trasladamos a Belén. La Historia de la Salvación es una historia que se mueve, es dinámica. Esto me enseña que no me puedo quedar anquilosado. Tengo que moverme en la vida espiritual.
Cada acontecimiento de mi vida puede ser convertido en historia de salvación. La rutina de todos los días, que a veces no sabemos qué hacer con ella. El mundo busca lo extraordinario, vive de lunes a jueves suspirando por el fin de semana. Nosotros no podemos vivir así. Los acontecimientos normales, vividos con fidelidad, nos sirven de crecimiento interior, de crecimiento en la fe y nos ayudan a madurar en el seguimiento de Cristo.
Aprender a vivir todo en acción de gracias: el tener agua caliente, luz, un coche con el que desplazarme… Todo es un motivo para dar gracias a Dios, en vez de suspirar por lo que no tengo.
         Nos dice San Lucas que le llegó el tiempo del parto. Dios no se encarnó antes porque el mundo no estaba preparado. Dios se hace presente al hombre en el momento que éste es capaz de abrirse al misterio y tiene posibilidad de seguirlo.
         María da a luz a su Hijo. Contemplar la solicitud de María envolviendo en pañales a su Hijo y acostándolo en un pesebre.
         Los pastores van a adorarle. Los pastores son los paganos, los extranjeros, porque los suyos, los elegidos, no le recibieron.
         No encontró sitio en la posada. Jesús nace fuera de la ciudad, para demostrar que nace para todos. De la misma manera, morirá fuera de la ciudad, fuera de las murallas de Jerusalén.
         Nace el Salvador, el que nos salva de todas las esclavitudes. Jesús nace para salvarme de mis pecados. Jesús viene con una misión y esa misión comienza en la Encarnación.
Para San Juan, el momento de mayor humillación de Jesús es su nacimiento. Él lo entendió bien. El día de Navidad se lee siempre el prólogo del Evangelio de San Juan, igual que en la Pasión del Viernes Santo se lee la Pasión según San Juan, por él el que mejor captó su muerte como camino de glorificación. Él entendió que Jesús, en su nacimiento, toca fondo.
         Leamos el Prólogo de San Juan, para entender lo que significa el nacimiento de Jesucristo:
“Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz nace en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron… Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y el mundo fue hecho por Él, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre; que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios son nacidos. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria… Y de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia”.
Leer varias veces esta lectura, leerla con el corazón. El que existía desde siempre, por quien fueron hechas todas las cosas, decide hacerse hombre, encarnarse, por mí, por salvarme de mi pecado, para darme vida, para ser luz que me ilumine, para hacerme hija de Dios.
Y vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Y yo, ¿le recibo con el amor que se merece, con el reconocimiento que se merece?

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