viernes, 25 de noviembre de 2016

EL INFIERNO. Meditación semanal

  Hoy vamos a meditar sobre el Infierno, para culminar el proceso de las meditaciones sobre el pecado. Pero en los Ejercicios de San Ignacio, el infierno no se contempla como condenación eterna, sino como el sufrimiento temporal en el que nos sumerge el pecado: los infiernos que he padecido en mi vida fruto de malas decisiones; las noches de tristeza en las que me ha sumido el pecado; las tinieblas fruto de ese separarme de Dios.
         Dice San Pablo en Ro 6,23: El salario del pecado es la muerte, pero el don de Dios es la vida eterna en Nuestro Señor Jesucristo.
La muerte es la desolación, el fracaso, la tristeza… Y si esta situación perdura, entonces se puede anquilosar y terminar en una segunda muerte y ésta sí es eterna.
         El pecado en nuestra vida lo tenemos que afrontar desde la confianza en el amor de Dios, que nunca me lo retira y por eso tengo que estar agradecida a Dios, que sigue haciendo su obra en mí y su salvación siempre en mi alma.
         Por eso sigue diciendo San Pablo en Ro 8: No hay, pues, ya condenación alguna para los que son de Cristo Jesús, porque la ley del espíritu de vida me libró de la ley del pecado y de la muerte.
No hay, pues, ninguna condenación que pese en los que viven en Cristo Jesús.
         Vamos a pedir a Jesucristo varias gracias y dones en esta meditación:
Poder experimentar y sentir el pecado en su dimensión eterna. Sentir lo que es estar condenado para siempre. Lo que es perder la vocación al amor y al servicio para el que he sido creado. Sentir la frustración de fracaso, que acaba en muerte, como consecuencia de una vida sin Dios, sin Cristo, sin amor.
Experimentar y sentir la fragilidad de mi libertad. Yo soy capaz de crear infiernos en mi vida y en la de los demás. Como peregrino sobre esta tierra, debo aceptar humildemente que el infierno puede surgir de mi corazón, del centro de mi ser.
         Experimentar y sentir la salvación con que Dios ha envuelto mi vida. Si a Jesús le llamamos Salvador, es preciso saber de qué nos salva. Nada menos que del infierno, de lo incomprensible, de la tiniebla, del mundo al revés, de todo lo contrario al amor.
         Y  todo esto, para que si del amor del Señor eterno me olvido por mis faltas, al menos el temor  a las penas me ayude para no vivir en pecado. Y para revivir y renovar mi fe en la alianza de Dios con el hombre, para afirmarme y consolidarme en el camino de la verdadera vida. Para comprender la pobreza y pequeñez de mi vida abandonada a mis propias fuerzas. Para percibir la debilidad y fragilidad de mi amor, que puede fallar. Para sentir más profundamente el agradecimiento de lo que Cristo ha hecho por mí, salvándome del pecado, experimentando así que donde abundó el pecado, mi pecado, sobreabundó la gracia y la misericordia.
         Repasar las situaciones de mi vida en las que he probado la amargura del sufrimiento sin ningún consuelo. Sufrimiento físico, sufrimiento psíquico… De esas situaciones me ha traído y me ha rescatado Cristo. Y si me aparto de Él, yo misma me estaré provocando situaciones de infierno; infierno que es todo lo que es contrario al amor, consecuencia de la dureza del corazón de los hombres.
Sólo la experiencia de Cristo nos permite vivir en sosiego las situaciones de sufrimiento, infiernos injustos que ni siquiera nosotros nos buscamos.
         Agradecer a Dios todo lo que ha hecho por mí. Renovar mi fe. No fiarme de mis propias fuerzas. Hay muchas cosas que me seducen en el mundo y me apartan del proyecto de Dios. Separada de Él sólo puedo morder el fracaso. El hombre sin Dios, antes o después encuentra su perdición.
         Mi salvación le ha costado mucho a Dios, ha pagado por ella un precio altísimo. Debo estarle eternamente agradecida. El corazón tiene ojos, oído, gusto… Tenemos cinco sentidos exteriores, pero también otros cinco interiores. Son los sentidos de mi corazón y a través de ellos tengo que gustar a Dios. Hasta que mi corazón no se entere de Dios, hasta que no lo vea, hasta que no lo oiga, hasta que no lo guste, hasta que no lo huela, hasta que no lo toque…, no puedo madurar cristianamente.
Todas estas meditaciones las tengo que hacer delante de Él, gustándole a Él, sintiéndolo a Él.
Mi imaginación me tiene que ayudar a este sentir interno. Tengo que poner toda la carne en el asador. Es necesario tocar fondo. Y tocarlo de manera que sienta verdadera angustia de vivir sin Dios. Y que esto me haga reaccionar. A veces Dios permite que nos destrocemos completamente para que nos pueda reconstruir. He aquí la razón de verdaderos infiernos que hemos experimentado a lo largo de nuestra vida.
         En este mundo hay una alergia profunda al sufrimiento. Nos ofrece colchones y terapias para no sufrir. Nos convence de que lo importante es disfrutar, pasárselo bien. A vivir, que son dos días, dicen. Se han anestesiado los bienes espirituales. Están envueltos en un infierno y no se dan cuenta porque no saben distinguir la luz y cuando alcanzan a descubrirlo, no saben cómo salir de su oscuridad. Podrían llegar a escuchar un día las mismas palabras que el rico Epulón: Tú ya recibiste bienes en vida y Lázaro recibió males, y ahora él es aquí consolado y tú eres atormentado.
         Padre nuestro, que estás en los cielos, tú conoces el mal del mundo y cómo yo lo aumento cada día. Ayúdame a acoger el día de salvación; concédeme ahora el mirar a tu Hijo, tratado como pecador por nosotros, crucificado por nosotros, por mí. Reconciliado por el Amor infinito, viviré en el humilde amor que no busca otra recompensa fuera de Ti.

jueves, 17 de noviembre de 2016

EL PECADO (2) Meditación semanal


Continuamos nuestra meditación sobre el PECADO y lo hacemos ante Cristo crucificado. Delante de Él comprendemos que el pecado en nuestra vida deforma el plan que Dios tiene para nosotros y hasta lo impide. Pero la experiencia en Cristo nos lleva, no al fracaso, sino a la esperanza de saber que en Él todo tiene arreglo, porque Él ha venido a crucificar el pecado del mundo, el pecado del hombre y mi propio pecado.
Con el pecado rechazo a Dios. Pero el reconocerlo es un don. Entendernos pecadores es un don que nos hace humildes ante Dios, entender su amor y su misericordia, que se desbordan conmigo cuando reconozco mi pecado.
Voy a hacer un repaso de mi propia historia de pecado, para comprender el amor de Dios y su perdón. Sentir un crecido e intenso dolor de mis pecados. Llorar, si no externamente, al menos internamente por el dolor de haber rechazado a Dios, de haberle ofendido. Este dolor intenso es la conversión del corazón. He rechazado el amor verdadero por amores aparentes. Pero Dios me devuelve el amor rechazado y me da más amor cuando me acerco a Él arrepentido.
No se trata de sentir remordimiento por haberle fallado o culpabilidad, porque con estos sentimientos me convierto yo en el centro y el centro tiene que ser Él. Por eso, la verdadera contrición es la que brota como coloquio de amor con Cristo crucificado. Sólo la mirada de Cristo me hace comprender mi pecado con una actitud serena. Sólo Él me puede dar el perdón y la paz. El pecado, puesto delante de Dios, es camino de encuentro con Él. No hacerlo así, nos produce mal humor y desolación. Como dice el Salmo 50: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra Ti, contra Ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces. En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente… Rocíame con el hisopo y seré puro, lávame y quedaré más blanco que la nieve… Aparta de mis pecados tu vista y borra en mí toda culpa. Crea en mí, oh Dios, un corazón puro y renueva dentro de mí un espíritu firme. No me arrojes lejos de tu rostro y no quites de mí tu santo Espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación, sosténgame tu espíritu generoso… Abre Tú, Señor, mis labios y cantará mi boca tus alabanzas. Porque no es sacrificio lo que Tú quieres, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio, oh Dios, es un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, Tú, oh Dios, no lo desprecias”.
Ante esta actitud y estas palabras, Dios reacciona rápido, como con el hijo pródigo. Mata el ternero cebado. Me pone el anillo en el dedo, como signo de la alianza que ha hecho con el hombre. Me pone las sandalias en los pies, como signo de reestablecer la dignidad que desde siempre me confirió. Esto es lo que hace el Sacramento de la Reconciliación en mi vida. La gracia de Dios siempre va conduciendo mi vida.
Meditar en todo esto despacio, rememorando el profundo amor de Dios hacia mi alma arrepentida. Agradecérselo, porque nunca se lo agradeceré lo suficiente. Todo es don de Dios. Por eso tengo que vivir en un agradecimiento continuo. Reconocer que todo me viene de Él.
La reconciliación me devuelve a la vida, porque el pecado me lleva a la muerte, a la angustia, al desconcierto, a la desesperación, a la desesperanza, a la tristeza…
Tengo que dejar que Dios cure todas las heridas que me ha dejado el pecado, que sane toda la historia de mi vida apartada de Él.
Pensar en los pecados que he cometido en relación con los demás, todo lo que les ha producido desamor, todo el daño que les he hecho, los sentimientos de rencor, de malquerencia, de malos deseos. Tengo que quitar todas las espinas, todo aquello que hace daño a los demás.
Contemplar la fealdad y la malicia del pecado. Descubrir todo lo que el pecado destroza en mi vida: algo personal y precioso que Dios tiene para mí. Dios se entristece por nuestro alejamiento. El pecado le causa un dolor profundo a Dios. Dios sufre por no poder amar. Nosotros, su viña, no nos dejamos cuidar por Él. Dice Isaías, en el capítulo 5: “Tenía mi amado una viña en un fértil recuesto. La cavó, la limpió de piedras y la plantó de vides selectas. Edificó en medio de ella una torre, e hizo en ella un lagar, esperando que le daría uvas, pero le dio agrazones (uvas que nunca maduran). Ahora, pues…, juzgad entre mí y la viña. ¿Qué más podía yo hacer por mi viña que no lo hiciera? ¿Cómo, esperando que diese uvas, dio agrazones?”.
Dios es olvidado por la ingratitud de su pueblo, por mi ingratitud. El corazón de Dios refleja la tristeza de quien esperaba el fruto correspondiente a tantos desvelos.
Pedirle perdón, reconocer ante Él, como San Pablo, que hago el mal que no quiero, que no soy yo quien lo hago, sino el pecado que habita en mí. ¿Quién mi librará de este cuerpo de muerte, si no es Cristo?
Leemos en la carta a los Colosenses, en el capítulo 3, las recomendaciones para librarnos de este cuerpo de muerte: “Deponed la ira, la indignación, la maldad, la maledicencia, el torpe lenguaje. No os engañéis unos a otros; despojaos del hombre viejo con todas sus obras y vestíos del nuevo, que sin cesar se renueva para lograr el perfecto conocimiento según la imagen de su Creador.
Vosotros pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, soportándoos y perdonándoos mutuamente siempre que alguno diere a otro motivo de queja. Como el Señor os perdonó, así también perdonaos vosotros. Pero por encima de todo esto, vestíos de la caridad, que es vínculo de perfección. Y la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo… Y todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por Él”.

jueves, 10 de noviembre de 2016

EL PECADO. Meditación semanal



Sin olvidar el Principio y Fundamento, que tiene que ser el hilo de oro conductor de nuestros Ejercicios, vamos a comenzar las meditaciones sobre el pecado.
         Veíamos que Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros. Pues bien, el pecado rompe este plan de Dios sobre mí. Por tanto, me reconozco pecador y me duele esta ofensa a Dios, este desamor para quien me lo ha dado todo. Pero no debo caer en un continuo remordimiento que no me lleva a ninguna parte, sino confiar en la misericordia de Dios, que vuelve a darme otra oportunidad para restablecer su plan para mí.
         Soy un pecador, sí, pero salvado, querido y amado por Dios. Por eso el pecado no rompe definitivamente el plan de Dios ni en el mundo ni en mí. Esta es nuestra esperanza.
         El pecado, ante todo, es un acto de desamor. Nos ciega los ojos y los oídos para ver y escuchar el amor de Dios. El pecado es grave por el amor que se rechaza. Y si no hay dolor por esto, menos puede haber arrepentimiento. Por eso el pecado es más que no cumplir ciertas normas o ciertos preceptos. Es algo más profundo. Es el acto de desobediencia de una criatura a su Creador, que implícitamente rechaza a Aquel de quien salió. Y además de romperse mi relación con Dios, perturba mi relación con los demás y conmigo mismo. Esto me debe hacer sentir vergüenza y confusión por mis pecados. Dice el libro del Eclesiástico que hay una vergüenza que conduce al pecado y otra vergüenza que es gloria y gracia. Vamos a leerlo para entenderlo.
Eclo 4,23-36 “Espera tu tiempo y guárdate del mal. Y no tendrás que avergonzarte de ti mismo. Pues hay una confusión que es fruto del pecado, y una confusión que trae consigo gloria y gracia… No retengas la palabra salvadora y no ocultes tu sabiduría; pues en el hablar se da a conocer la sabiduría, y la doctrina en las palabras de la lengua… No te avergüences de confesar tus pecados… No te sometas al hombre necio y no tengas acepción por la persona del poderoso. Lucha por la verdad hasta la muerte, y el Señor Dios combatirá por ti. No seas duro en tus palabras, ni perezoso ni remiso en tus obras. No seas como león en tu casa, ni te muestres caprichoso con tus servidores. No sea tu mano abierta para recibir y cerrada para dar.”
         Esta lectura me puede servir de examen para hablar en un coloquio de amor con Jesucristo crucificado: ¿Me guardo del mal, o me expongo viendo cosas que no me convienen, oyendo cosas, críticas, chismes…, que ensucian mi pensamiento y mi corazón, hablando o juzgando lo que no debo y a quien no debo? ¿dejo que mi boca hable de la palabra salvadora en los momentos oportunos que Dios me inspira? ¿Lucho por el bien y la verdad? ¿Soy dura en mis palabras, con  los míos, soy como un león en mi casa? ¿soy perezosa a la hora de hacer el bien? ¿recibo, pero no doy?
No se trata de martillearme con mis pecados, sino de reconocerlos bajo la luz de la mirada de Cristo crucificado y reconocerme con humildad pecador, pero pecador amado. Esto marcará la diferencia entre sentir tristeza, abatimiento, angustia, remordimiento…, o sentir dolor, verdadero dolor por haber ofendido a quien tanto me ama, pero esperanza. Porque Él me sigue dando otra oportunidad; mientras aliente mi vida, Él me sigue ofreciendo otra oportunidad, arreglar el puente que he roto para que no haya distancias entre nosotros, y así restablecer mi relación con Él, conmigo misma y con los demás. Esto es una experiencia de gracia, un don que hay que pedir. Yo sola no puedo llegar desde el dolor hasta el amor. No me merezco el amor de Dios y, sin embargo, lo tengo seguro.
         Muchas veces, cuando pecamos, tendemos a sacar el pecado fuera de nosotros, a buscar excusas: hice esto porque me obligaron, porque las circunstancias no me permitían obrar de otra manera… Esto lo único que hace es que rodee la situación, en vez de afrontarla desde la luz de Cristo, y comprender mi desamor. El cambiar esta actitud es convertirnos. Empezaremos a confesar nuestros pecados, no como actos concretos, sino como actitudes. Es decir: he gritado a mi marido, a mi hijo, a mi vecino…, por qué? Porque me he dejado llevar por la ira, porque he sido soberbia, porque creía que mi idea era la mejor, porque creo llevar siempre la razón. Y por tanto es mi soberbia, mi ira…, lo que está ofendiendo al amor de Dios, que me quiere mansa y humilde y sólo esta actitud puede llevar a cabo su plan en mí. Esto sólo se ve en clima de oración. Se trata de dejarme mirar con cariño por Dios. A la luz del amor de Dios, vamos viendo las manchas de nuestra alma. Pero sólo a la luz del amor de Dios.
No hay que dejar fuera de la oración nada de lo que me pasa: estoy preocupada, siento esto…, por qué? ¿qué me pasa? ¿qué sentimientos o qué actitudes hay en mí, contrarios a la confianza en el amor que Dios me tiene, en sus planes para mí, en que todo lo que me sucede es por mi bien? Todos mis problemas le importan a Dios. No puedo esperar a no tener ningún problema para rezar, porque entonces no rezaría nunca. Todos los problemas los tengo que entender a la luz del amor de Dios, y a través de ellos puedo recibir el amor de Dios. Por eso tengo que hablar de ellos en un coloquio de amor con Dios. Con lo que soy, con lo que tengo, debo ir a la oración. Tengo que bajar a mis fracasos, a mis proyectos truncados, a lo que me gustaría tener y no tengo…, pero no sola, sino con la linterna del Espíritu Santo, para verlo todo como Dios lo ve.
         Nos puede ayudar el Salmo 130 cuando bajemos a las profundidades de nuestra alma: “Desde lo hondo a Ti grito, Señor. Señor, escucha mi voz, estés tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Mi alma espera en el Señor, mi alma espera en su palabra, mi alma aguarda al Señor, porque en Él está la salvación.
Si llevas cuenta de  los delitos, Señor, quién podrá resistir? Pero de Tí procede el perdón y así infundes respeto. Aguarde Israel al Señor como el centinela a la aurora, porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa y Él redimirá a Israel de todos sus delitos”. ¡Qué suerte tenemos de contar con un Dios misericordioso!. Si no, qué sería de nosotros. Pues bien, que nuestra oración esta semana, pase del dolor al gozo, del dolor de arrepentimiento por nuestros pecados, al gozo de sabernos amados, queridos y perdonados por Dios.
         Y no olvidemos hacer el examen de nuestra oración, para anotar todas las luces que nos haya dado Dios y ver su paso por nuestra alma.

viernes, 4 de noviembre de 2016

PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (2). EJERCICIOS ESPIRITUALES. Meditación semanal




PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (2). EJERCICIOS ESPIRITUALES. Meditación semanal

Continuamos meditando sobre las verdades de Principio y Fundamento.
         Decíamos el otro día que el hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios y mediante esto salvar su alma, y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre. De donde se sigue que el hombre ha de usar de ellas tanto cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impiden. Por lo tanto, es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, de tal manera que no queramos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta…, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin para el que hemos sido creados.
         Vivimos inmersos en un mundo lleno de personas y cosas: mi familia, mis amigos, mi trabajo, el tiempo del que dispongo, los talentos y cualidades que Dios me ha dado, mi vida, mi salud… y la relación que tengo con todo eso tiene que ser ordenada. Tengo que examinar a la luz de Dios si hay algo para mí que es más importante que Dios.
         Dios, a través de la oración, me va a ir educando el corazón para que le guste a Él como lo mejor de mi vida y vaya descubriendo que todo lo demás me deja inapetente. Hay cosas que, no sólo van a dejar de ser importantes para mí, sino que hasta me voy a dar cuenta que puedo vivir mejor sin ellas. Dios hace posible que no me cueste dejar ciertas cosas. Esto es lo bonito. Podemos usar todas las cosas, no es necesario privarnos de todo ni cortar con todo. Pero con la luz de Dios, iremos viendo claro aquello de lo que podemos prescindir. Pero aquí hay que concretar, no podemos hacer una meditación abstracta, hay que bajar a los aspectos concretos de nuestra vida.
         Un pajarillo está igual de preso en una jaula, que si lo tenemos fuera atado con un hilo de la patita. Pues igual nosotros, tenemos que descubrir hasta los hilos más transparentes que nos impiden volar libremente hacia Dios. Las cosas en sí mismas son buenas, lo malo es mi dependencia de ellas, el no saberlas usar, eso es lo que me ata.
         Tenemos que ser indiferentes a todas las cosas creadas, eso es lo que me da la libertad de espíritu. Si tengo afectos desordenados, se frustra el plan de Dios para mi vida. Y dado que este plan de Dios es amarle a Él y amar a los hombres, el amor que me une a los demás y a las cosas tiene que ser un amor ordenado, sin ataduras y sin dependencias. La libertad interior es el resultado de saber que sólo Dios basta. Si Dios no me llena, otras cosas ocuparán el lugar de Dios y harán el papel de Dios en mi vida. Dios debe estar en el centro de mi vida y de mi corazón. Nuestra actitud debe ser la de Jesucristo: Heme aquí, Señor, que vengo para hacer tu Voluntad.
         Vamos a meditar en Gn 12, 1-20:
Dios llama a Abraham, le arranca de su tierra, de la casa de su padre, sin conocer muy bien aún el plan de Dios.
         Ese salir de nuestra tierra, es salir de nuestros planes, de nuestras seguridades, de nuestras comodidades. Cuántas veces le decimos al Señor: Yo te amo, Señor, cuenta conmigo, pero no me toques mi salud, no me toques a mi familia, no me toques mi trabajo, no me toques mi casa… qué manera es ésta de dejarle a Dios que haga su plan en mí? Nos gusta mucho decirle a Dios cómo tiene que hacer las cosas, por eso nos deja perplejos cuando, después de orar, las cosas no salen como se las hemos pedido. Y es que, o Dios se ajusta a nuestros planes, o creemos que Dios no nos escucha y no actúa en nuestras vidas. Nos hemos olvidado de que hay que firmarle un cheque en blanco a Dios.
         Abraham vive en indiferencia a todo lo creado y así hace posible la respuesta a la llamada de Dios. Con Abraham se abre una nueva etapa en la Historia de la Salvación. Comienza un mandato sin explicaciones. Dios no tiene por qué explicarnos nada, por más que nosotros busquemos una explicación para todo lo que consideramos males en nuestra vida. Dios siempre sabe lo que hace. A nosotros nos toca nada más dejarnos hacer.
         No quiero tener más plan que el plan de Dios.
         Tengo que encontrar a Dios en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza…, lo que toque. Mi corazón no se debe apegar ni a una cosa ni a la otra.
         Tiene que haber una etapa purificadora en nuestra vida: Dios tiene que quitar todos los obstáculos antes de darnos sus dones. Tengo que dejar a Dios que sea Dios. Mi corazón le debe pertenecer completamente, pues un corazón dividido no es apto para el seguimiento de Cristo. La indiferencia ante todo es una tarea que nos debe acompañar toda la vida.
         Después de dedicar cada día un ratito a la oración, para que Dios nos vaya haciendo comprender todas estas verdades, tenemos que hacer un examen de nuestra oración:
         ¿Qué me ha dicho el Señor en mi oración?
         ¿Qué actitud he tenido hacia lo que Él me ha dicho? ¿De colaboración, de dejarme hacer, de aferrarme a lo que Él me pide y que tanto me cuesta dárselo
         ¿He estado distraído o he abierto mi corazón para escucharle?
         Por último, darle gracias por las luces que me haya dado y pedirle perdón por lo que no le haya agradado.

PRINCIPIO Y FUNDAMENTO. EJERCICIOS ESPIRITUALES. Meditación semanal



PRINCIPIO Y FUNDAMENTO. EJERCICIOS ESPIRITUALES. Meditación semanal
         Vamos a comenzar nuestras meditaciones sobre el Principio y Fundamento, al que dedicaremos varias semanas por lo importante que es.
Principio quiere decir que partimos de aquí y si no hacemos un buen comienzo, nuestros Ejercicios no producirán el fruto esperado.
El Fundamento va a consistir en descubrir el proyecto que Dios tiene sobre mi vida y una vez descubierto, construirlo todo.
         El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios N.S. y mediante esto salvar su alma y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden a conseguir el fin para el que ha sido creado. De donde se sigue que el hombre ha de usar de ellas tanto cuanto le ayuden para su fin y tanto deben quitarse de ellas cuanto se lo impidan. Por lo tanto, es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, de tal manera que no queramos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta…, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin para el que hemos sido creados.
         Hemos sido creados para amar y ser amados por Dios. Nada en este mundo, ni ninguna persona me va a llevar a la plenitud del amor. No hay nada comparable a vivir la unión con Dios en el amor. Nuestra dignidad mayor es vivir esta vocación de unión con Dios en el amor.
         Dios me amó primero, Él toma la iniciativa y me tengo que sentir amado en la totalidad de lo que soy. No puede haber zonas en mi vida que estén en sombras. Toda mi historia, todo mi pasado, todo mi presente…, forma parte de mi historia y tengo que ver en ella proyectado el amor de Dios. A Dios no le puedo ocultar nada de mi vida. Y nada puede apartarnos del proyecto de Dios sobre nosotros, ni siquiera el pecado, que tan sólo lo emborrona. Todo me debe llevar a Dios, todo me debe conducir a Dios.
         Vamos a ayudarnos de unos textos bíblicos para que Dios nos vaya rebelando este proyecto sobre nosotros:
-         Gen 1, 27-31 “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó y los creó, hombre y mujer los creó y los bendijo Dios diciéndoles: Procread y multiplicaos y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra”
Aquí se hace patente lo que nos decía antes San Ignacio: que todas las cosas creadas nos han de servir para realizar el proyecto que Dios tiene para nosotros.
Y nos muestra la dignidad del hombre, que es tan grande que nos ha creado a su imagen.
Que Dios me ayude a comprender el amor tan grande que derrochó en mí.
-         Sal 138 y 139 “Oh Yavhé, Tú me has examinado y me conoces, Tú conoces cuándo me siento y cuándo me levanto y de lejos entiendes mi pensamiento. Disciernes cuándo camino y cuándo descanso, te son familiares todas mis sendas. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y ya Tú, Yavhé, lo sabes todo. Me envuelves por detrás y por delante y pones sobre mí tu mano… Tú formaste mis entrañas, Tú me tejiste en el seno de mi madre. Te alabaré por el maravilloso modo en que me hiciste. ¡Admirables son tus obras! Del todo conoces mi alma. Mis huesos no te eran ocultos cuando fui modelado en secreto y bordado en las profundidades de la tierra. Ya vieron tus ojos mis obras, siendo escritas todas en tu libro. Estaban mis días determinados cuando aún no existía ninguno de ellos. ¡Cuán difíciles son de entender tus pensamientos, oh Dios! Si quisiera contarlos son más que las arenas… Escudríñame Oh Dios y examina mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y mira si mi camino es torcido, y condúceme por las sendas de la eternidad”.

Es necesario leer y releer este Salmo dejándose penetrar de su sentido. La repetición de las palabras en la fe del corazón produce sus efectos en nuestra alma. Nos sitúa ante Dios que no cesa hoy de crearnos, de amarnos. Hay que detenerse y dejar que saboree el corazón estos sentimientos del salmista.
-         Is 43, 1-7 “Ahora, pues, así dice Yavhé que te creó… No temas, porque Yo te he rescatado, Yo te llamé por tu nombre y tú me perteneces. Porque, si atraviesas las aguas, Yo seré contigo; si por ríos, no te anegarás. Si pasas por el fuego, no te quemarás; las llamas no te consumirán. Porque Yo soy Yavhé, tu Dios… Porque eres a mis ojos de muy gran estima, de gran precio y te amo, y entrego por ti hombres y pueblos a cambio de tu vida. No temas, porque Yo soy contigo”.
Dame Señor la gracia de sentirte presente en mi vida, en las situaciones difíciles, en los peligros por los que paso.
-         Ef 1, 3-14 “Bendito sea Dios y Padre de N.S. Jesucristo que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su Voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia, que superabundantemente derramó sobre nosotros toda sabiduría y prudencia, dándonos a conocer el misterio de su Voluntad… En Él fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”.
Pablo expresa aquí su alegría desbordante por el plan de Dios sobre el hombre. Nos eligió en Cristo para ser santos, con una santidad que es la de ser semejantes a Cristo. Por eso, cada acontecimiento de nuestra vida, marcado por la fe y el amor, son una etapa en la realización de este designio de Dios.
-         Mt 22, 34-40 “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a éste, es: amarás al prójimo como a ti mismo.”
Esta es la vocación del hombre, el modo de ser al que he sido llamado.
Con estas meditaciones no queremos llenarnos de ideas, simplemente tenemos que entrar en un diálogo con Dios, desde el interior de nuestro corazón. Hay que detenerse donde encontremos paz espiritual, gusto de la Palabra de Dios y saborearla internamente. Hay que escuchar a Dios.

LA MISERICORDIA DE DIOS EN EL PROFETA JEREMIAS. Meditación semanal



LA MISERICORDIA DE DIOS EN EL PROFETA JEREMIAS
        
         Este verano hemos tenido la oportunidad de escuchar cada día en la primera lectura de la Misa muchos textos de Jeremías. Toda la revelación de Dios a este profeta nos muestra la tristeza del Corazón de Dios y su ira ante el pueblo de Israel por su infidelidad, pero también se derrama en sus palabras su misericordia, que busca el arrepentimiento de su pueblo para poder perdonarlo y seguir bendiciéndolo como lo había hecho desde el principio.
         Dice Dios al profeta: “Antes que te formara en el vientre te conocí, antes de que tú salieses del seno materno te consagré y te designé para profeta de pueblos”.
A veces creemos que es una casualidad que estemos aquí, sin darnos cuenta que en la mente de Dios existíamos antes de ser creados y ya Dios nos amaba. Ya pensaba en nosotros de una manera única, personal y especialísima, ya que nos concebía bautizados, perseverantes en la fe, en un grupo de adoradores de la Divina Misericordia… Él ya nos quería aquí y ahora a cada uno de nosotros, nos amaba desde entonces, se complacía en nosotros.
         “Irás a donde te envíe Yo y dirás lo que Yo te mande”.
Nuestra vida no tiene otro sentido que cumplir la Voluntad de Dios. Nada puede hacer que nos realicemos mejor como personas: ni el trabajo que hayamos desempeñado, ni nuestra misión como padres o como abuelos…, si todo lo que hayamos hecho no ha sido la Voluntad de Dios. Y, ¿cómo conocerla? ¿cómo saber si le estamos agradando? ¿cómo saber si nuestras decisiones se ajustan a los planes de Dios? Orando. Así es como se nos manifiesta el plan de Dios: en la oración, en el diálogo y en la intimidad con Él. Y cuando no lo tengamos claro, pedir ayuda para saber discernir. Si mi camino no es el camino de Dios, si lo que hago no responde al plan de Dios sobre mí, en vano me estoy empeñando. Como dice el Salmo: si Dios no construye la casa, en vano se cansan los albañiles.
         “No apartaré mi rostro de vosotros, porque soy misericordioso. Reconoce pues tu maldad”.
He aquí la promesa que nos ha de mantener firmes toda nuestra vida. Él jamás apartará su rostro de nosotros. Le basta con que reconozcamos nuestra maldad, nuestras malas inclinaciones, nuestras flaquezas y debilidades, nuestras caídas grandes o pequeñas. Es un hecho que no somos fieles, que corremos tras nuestras pasiones que nos nublan el camino de la Voluntad de Dios. Y Él nos observa con compasión, esperando que nos demos cuenta enseguida y que volvamos a Él, como el hijo pródigo. Nunca nuestros pecados pueden ser un motivo para alejarnos de Dios, porque Él está siempre dispuesto a perdonarnos. No apartaré mi rostro de vosotros. Y Él es fiel.
         “Me llamarás mi Padre y no te separarás de Mí”. “Convertíos y sanaré vuestras rebeldías”. “Limpia de maldades tu corazón para que pueda salvarte”. “Mejorad vuestros caminos y vuestras obras y Yo moraré con vosotros”. “Oíd mi voz y seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo y seguid los caminos que Yo os mande y os irá bien”.
         “Yo, Yavhé, penetro los corazones para retribuir a cada uno según sus caminos, según el fruto de sus obras”
Penetro sus corazones: podemos engañar al mundo con nuestras acciones o dejarnos engañar por las acciones de otros, pero el interior, la actitud, la intención…, sólo Dios la conoce. Incluso a veces, no sólo engañamos a los demás, sino que nos engañamos a nosotros mismos, haciéndonos creer que hacemos las cosas por Dios, cuando en realidad buscamos nuestro propio interés, que piensen bien de nosotros, que nos quieran, que nos agradezcan, que nos tengan en cuenta… Sólo Dios penetra en el corazón, sólo Él puede juzgarlo.
         “Sáname, oh Yavhé, y seré sanado, sálvame y seré salvo, pues Tú eres mi gloria”.
         “¿Acaso no puedo Yo hacer de vosotros como hace el alfarero?”. “Como está el barro en las manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos”. Pidamos a Dios ser ese barro dócil en sus manos que se deje hacer. Él sabe lo que hay que quitar y que poner, lo que hay que moldear, lo que hay que robustecer y lo que hay que desechar. Nuestra santificación no es la obra de nuestras manos, sino el dejarnos hacer por Dios: es la obra de sus manos.
         “Tú me sedujiste, oh Yavhé y yo me dejé seducir”.
         “Pondré sobre ellos mis ojos para bien y les haré volver a esta tierra, los edificaré y no los destruiré, los plantaré y no los arrancaré y les daré un corazón para que reconozcan que Yo soy Yavhé y ellos serán mi pueblo y Yo seré su Dios, pues se convertirán a Mí de todo corazón”. Esta es la respuesta de Dios ante nuestro arrepentimiento.
         “Con amor eterno te amé, por eso te he mantenido mi favor. De nuevo te edificaré y serás edificada”. “Yo pondré mi ley en tu interior y la escribiré en tu corazón y seré tu Dios”. “Les perdonaré sus maldades y no me acordaré más de sus pecados”. Dejemos que estas palabras de Dios sean como un bálsamo que cure las heridas que el pecado causa en nuestro corazón.
         “Los reuniré de los extremos de la tierra… y los guiaré con consolaciones; Yo los guiaré a las corrientes de las aguas, por caminos llanos para que no tropiecen… Los consolaré y convertiré su pena en alegría… Yo saciaré a toda alma desfallecida y hartaré a toda alma languideciente… Les daré un solo corazón y un solo camino, para que siempre me teman y siempre les vaya bien, a ellos y a sus hijos después de ellos. Y haré con ellos una alianza eterna de no dejar de hacerles bien, y pondré mi temor en su corazón para que no se aparten de Mí, y me gozaré en ellos al hacerles bien, y los plantaré firmemente en esta tierra, con todo mi corazón y toda mi alma… Yo les restituiré la salud, los sanaré y les descubriré abundancia de paz y de verdad y los limpiaré de todas la iniquidades que contra mí cometieron y les perdonaré todas las culpas y todas sus rebeliones contra mí… y temblarán y se turbarán de tanto bien y de tanta paz como Yo les daré”.