viernes, 9 de junio de 2017

CONTEMPLACIÓNM PARA ALCANZAR AMOR.


EJERCICIOS ESPIRITUALES 31
         Contemplación para alcanzar amor.
Esta contemplación es la recapitulación de todo lo que hemos vivido en la experiencia de estos Ejercicios. Quien se ha dejado transformar por el conocimiento interno del Señor, quien se ha identificado con Él y se ha dejado afectar por los Misterios de la vida del Señor, vivirá la realidad de forma nueva. Será capaz de hallar a Dios en todas las cosas. Estará llamado a ser contemplativo en la acción. Éste es un nuevo modo de ser y de estar en el mundo: la de vivir en amor a Dios y servicio a los hombres, sabiendo encontrarse con Dios en cada momento de la vida. Ahora estamos capacitados para ver y hallar a Dios en todas las cosas. No me pide Dios que cambie de vida, sino que en ésta que llevo, sea capaz de descubrirle en todo y en todos.
Debo ver toda la realidad transformada por el amor.
         En estos Ejercicios hemos subido con Cristo, hemos volado con Él a través de los Misterios de su vida. Ahora nos toca tomar tierra.
El que subió y el que baja, es distinto. No puedo ser ni ver las cosas de la misma forma que antes.
Recordamos: Contigo y como Tú.
Cristo ya bajó en la Encarnación. Ahora nos toca bajar a nosotros.
Tenemos que vivir la intimidad con Él que hemos mantenido a través de todas las contemplaciones, en medio del mundo, en medio de las tareas que realizamos cada día.
La experiencia de oración nos debe haber creado una dependencia. El seguir orando nos va a permitir respirar. La vida del Espíritu nos hace equilibrados entre la vida contemplativa y la acción. Es un modo nuevo de vivir.
Mi vida debe quedar configurada en el amor a Dios y en el servicio a los hombres.
Debo ver la huella de Dios en todo.
El respeto a la naturaleza, por ejemplo, no nos viene por ecologistas, sino por ver en todo lo que contemplamos la huella de Dios. Mucho más aún en el hombre, al que hay que mirar con actitud positiva, con esperanza.
         Recordamos la meditación que tuvimos sobre el Principio y Fundamento: Hemos sido creados para amar, alabar, hacer reverencia, glorificar y servir a Dios.
Y esto lo tenemos que tener muy claro y refrescarlo de vez en cuando para no tener intenciones torcidas.
Con esta contemplación para alcanzar el amor vuelvo otra vez al Principio y Fundamento. Y así me muevo en un círculo, que no es otro que un círculo de amor. De Dios vengo por amor y a Dios voy por amor. Amo y soy amado por Él.
Y sé que el amor que comienza en el corazón, termina en las obras, pues de lo contrario no resulta creíble.
Petición: conocimiento interno de tanto bien recibido.
Vamos a seguir unos pasos para esta contemplación.   
         Primero: debo interiorizar, para comprender y agradecer todo lo que Dios ha hecho en mi vida. Hacer un repaso tranquilo y suave, para reconocer su mano en todo lo que me ha pasado, porque lo haya querido o porque lo haya permitido. Traerlo todo al presente. Hay muchas cosas que no he hecho bien, y que aún no me he perdonado. Las tengo archivadas y me sigo castigando por ellas. Pero Dios sí que las ha perdonado y olvidado incluso. Pedir la gracia de verme como Dios me ve y amarme y perdonarme como Dios me ama y me perdona.
         Esto me lleva a otro paso, que es el de sentirme interpelado, es decir, lo que yo de mi parte debo ofrecerle y darle. Los dones que Dios me da, piden mi correspondencia en amor y servicio. Porque el que ama, intercambia todo lo que tiene. El amor de Dios impacta y saca lo mejor de mí.    Y me lleva a comprometerme: entregarle mi vida.
         Otro paso es de contemplar a Dios en todas sus criaturas. Verle dándose en la Creación. Todo es don de Dios. Todo me habla de su amor por mí. Todo lo ha puesto para mí. Dios ha dejado todo vestido de su Hermosura. En sus dones está presente el mismo Dios.
Esto hace que yo también me dé y comprenda que lo importante no son las cosas que hago, sino el amor que pongo en lo que hago. Un acto de amor puro vale más que mil obras. Las cosas valen por el amor que se pone en ellas. En cada cosa tengo que poner alma, vida y corazón.
         Contemplo también que Dios trabaja en mí y por mí. Él desea y busca lo mejor de la persona a quien ama. Dios actúa para mí en cada momento. En todos los acontecimientos se manifiesta su presencia.
Comprender que las cosas no dependen de mí. Dios me lo da y me lo comunica todo desde arriba.

         Empeñarme en esta contemplación, porque de ella depende que salgamos a la vida transformados.

         Terminar con esta oración: Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a Vos Señor lo torno; todo es vuestro, disponed de todo a vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta.

viernes, 2 de junio de 2017

PENTECOSTÉS. Charla semanal

EJERCICIOS ESPIRITUALES 30

         Probablemente, aún el Espíritu Santo sea el gran desconocido en nuestra vida o, cuando menos, no el gran conocido, siendo el que habita en nuestras almas.
Hoy, próximos a celebrar Pentecostés, le pedimos que nos ayude a contemplarlo. Él, que ha sido durante estos Ejercicios el artífice de nuestra santificación, puesto que los Ejercicios son la obra del Espíritu Santo en nosotros. Si queremos tener vida espiritual, tenemos que dejar que el que nos habita, trabaje.
         Pedimos sentir y gustar la presencia del Espíritu de Dios en la Iglesia y en mi vida. Abrirme a sus dones transformadores, que cambian mi corazón y me fortalecen durante el camino. Tener disponibilidad, apertura, docilidad…
         Leemos el pasaje que nos narra Hch 2,1-11: “Estando todos juntos en un lugar, se produjo de repente un ruido proveniente del cielo como el de un viento que sopla impetuosamente, que invadió toda la casa… Aparecieron, como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les otorgaba expresarse”.
         Ya Cristo en la cruz, traspasado por nuestros pecados, entregó el Espíritu. Algunos autores interpretan ese espíritu con minúscula, como que entregó la vida. Pero otros lo interpretan y lo entienden con mayúscula, como que nos entregó el Espíritu Santo.  Con la muerte de Cristo comienza la vida del Espíritu. El mismo Jesús permanece con nosotros por medio del Espíritu Santo.
         Se representa al Espíritu Santo como un viento que sopla impetuosamente y luego como lenguas de fuego. Por medio del viento y del fuego, elementos de la naturaleza familiares al hombre, nos acercamos a la acción del Espíritu en nosotros. El Espíritu da forma y contenido a nuestra vida. Penetra en lo más hondo de nuestro corazón para destruir y arrancar las malas hierbas, las malas inclinaciones, los malos pensamientos y deseos; y para edificar y plantar las obras del Espíritu: las obras de caridad, de humildad, la obra de nuestra santificación.
Bajo el influjo del Espíritu Santo madura y se refuerza nuestra vida interior. A nosotros nos toca ser dóciles. Un cristiano maduro es el que va viviendo a impulsos del Espíritu Santo. Él hace fácil lo que para nosotros es difícil. Él nos hace digerir incluso las cosas difíciles que nos pide Dios en nuestra vida, aquello que no entendemos y que nos cuesta aceptar. Basta pedirle su intervención y ser dóciles: dejarnos guiar, dejarnos llevar por Él.
         Cuando uno vive entregado a Dios, Dios nos entrega su Espíritu.
         El Espíritu Santo es la entraña misma de nuestro ser, es el alma de nuestra alma.
Sin el Espíritu Santo, todo nos acabará cansando y desgastando.
         Si no estamos dispuestos a morir a nosotros mismos, matamos la vida del Espíritu. Él es el motor de arranque y sin Él mi vida no se mueve.
         Él modela nuestra alma según como somos cada uno, con nuestra psicología particular, con nuestro carácter peculiar, con la configuración que Dios nos ha concedido a cada uno. Por eso el camino de santidad de cada uno es único e irrepetible. El Espíritu Santo no trabaja en nosotros en serie. Santo Cura de Ars no hay más que uno. Santa Madre Teresa de Calcuta no hay más que una. Somos irrepetibles y especiales cada uno para Dios y el Espíritu Santo se empeña y se recrea en cada uno. Por eso no debemos tirar la toalla cuando vemos las virtudes y dones con que Dios ha enriquecido a los santos. El vernos lejos de ellos no es ni más ni menos que el no dejar que su gracia actúe en nosotros, porque la riqueza de sus dones no se agota y Él tiene para mí los que sólo yo necesito y Él sabe bien de lo que yo tengo necesidad. Por eso a veces la mejor oración es: Dame tu gracia, dame lo que sabes que necesito para mi santificación.
Dice San Pablo en su carta a los Romanos: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; más el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inenarrables, y el que escudriña los corazones conoce cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede por los santos según Dios”.
Es cierto que a veces soñamos con santidades rápidas. Y la acción de Dios no funciona así. La obra de la santidad es lenta. Dios se toma su tiempo para cada cosa. Pensemos en la vida de Jesús: esperó 30 años antes de comenzar su obra apostólica.
         Entremanos nos traemos la obra de Dios y hay que dejarle que la haga a su manera: en nosotros y en el mundo, confiando en que el Espíritu está presente y obra según los designios de Dios.
Tenemos que aprender a escucharle, porque Él nos susurra: sus inspiraciones son suaves. Hay que estar atentos, orar y escuchar, pedirle humildemente su gracia y saber esperarla, porque Él, a su debido tiempo, nos la dará. Mientras tanto nos toca ser humildes y bregar con nuestras imperfecciones y pecados, pero dejándonos amasar por Él.
         Roguemos a la Santísima Virgen que nos mantenga preparados y expectantes para que, como viento impetuoso y fuego abrasador, irrumpa en nuestras vidas.