viernes, 30 de diciembre de 2016

ADORACIÓN DE LOS MAGOS Y HUIDA A EGIPTO. Meditación semanal

Hoy vamos a contemplar dos misterios más de la vida de Nuestro Señor Jesucristo: La Adoración de los Magos y la huída a Egipto. Lo encontramos todo en Mt 2, 1-23. Mateo trata de darnos una visión teológica de Jesús. Lo presenta como Rey, que merece el homenaje incluso de los paganos.
         Comienzo invocando al Espíritu Santo. Por cierto, ayer leía en la predicación del P. Cantalamessa en este Adviento, que es el predicador de la Casa Pontificia, hablando sobre el Espíritu Santo, que decía algo muy hermoso sobre Él: “Él es la unidad del Padre y del Hijo. El Padre es quien ama, el Hijo el amado y el Espíritu el amor que los une, el don intercambiado.
Él es como el viento, no se sabe de dónde viene ni adónde va, pero se ven los efectos cuando pasa. Es como la luz que ilumina todo lo que está delante, quedando ella escondida. Comprenderemos plenamente quién es el Espíritu Santo, solamente en el Paraíso.”
         Por tanto, invoquemos al Espíritu Santo, de Él depende que nuestra oración dé fruto. Es el tiempo mejor empleado de nuestra oración.
         Contemplemos a Jesús, que se ha hecho Hombre, Niño. Contemplemos sus ojos, los más lindos, los más misericordiosos que jamás se han visto; su boca, la más dulce, la más graciosa que jamás hubo ni habrá, sus labios finísimos, su naricita; sus brazos y manos, los más delicados que nunca niño tuvo ni tendrá; sus piernecitas y pies, los más tiernos, los mejor tallados… El más hermoso sobre todos los hijos de los hombres.
         Esto es lo que contemplaron también los Reyes cuando llegaron y le ofrecieron oro, como Rey que era; incienso, como Dios; y mirra, como Hombre.
         Para el mundo bíblico todo acontecimiento importante era anunciado por una estrella.
         La aparición de la estrella nos indica que Jesús es el nuevo Moisés, que saca al pueblo de los pecados, como Moisés les sacó de la esclavitud. La estrella anuncia que algo ha sucedido y los Magos supieron reconocerlo, más que los religiosos de la época, que conociendo las Escrituras deberían haberle reconocido, pero no se dejaron llevar por la luz de Dios como hicieron los Magos. Quien se deja conducir por la luz de Dios, está lleno, está pleno, con la certeza de que Dios está conmigo, a pesar de las pruebas y dificultades, con la certeza de que Dios nos da plenitud en el corazón, la misma certeza que condujo a Jesucristo durante toda su vida,y le llevó a decir: “Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. En verdad os digo que el que escucha mi Palabra y cree en el que me envió tiene la vida eterna”. No puedo dudar de que esto es verdad en mi vida. Esto es una convicción para mí. Sin Dios, el mundo y nosotros andaríamos en tinieblas. “La luz nace en las tinieblas, como dice el Prólogo de San Juan, pero las tinieblas no la acogieron… Era la luz verdadera, que viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron.” Por eso la incomprensión es una señal indeleble que acompaña al cristiano y esto nos tiene que consolar. Aún así, debemos aplicarnos en ser luz para los demás, a fin de que brillemos en el Reino de Dios.
         En el diálogo de los Magos con Herodes, aparece el título de Rey: ¿Dónde está el Rey de los judíos? Este título no se volverá a nombrar hasta la Pasión, donde se comprende el verdadero sentido de la realeza de Jesús. Le preguntará Pilato: ¿eres tú el rey de los judíos? Hemos de comprender que la salvación no es sólo obra de la Pasión, sino de la propia Encarnación, que ya es salvífica, ya es redentora por sí misma. El Misterio de Dios es una totalidad. Nosotros lo vivimos litúrgicamente por partes para poder asimilarlo, pero es una unidad.
         Los que encuentran a Jesús, como los Magos, se llenan de alegría. Pero hubieron de pasar un largo y difícil camino antes de encontrarle. De igual forma, nosotros hemos de purificarnos antes de encontrar a Jesús. Nuestra búsqueda debe ser firme y constante. Lo único que se me pide es que sea fiel en este camino de purificación por el que Dios me lleve.
         Los Reyes encontraron a Jesús junto a María. María está siempre junto al Hijo. Por Ella siempre llegaremos a Jesús.
         Y cayendo de rodillas, lo adoraron. Esta debe ser nuestra actitud: adorar al Niño, adorarlo con espíritu de humildad.
         Tiempo después, María y José tienen que huir con el Niño a Egipto. Egipto es el símbolo del pecado. Y allí va Jesús, al pecado, sin contaminarse de él, para salvar a los hombres del pecado.
         Imaginar este camino en su huída: Jesús Niño, incapaz de hacer nada, conducido por su Madre.
José, varón justo, instrumento que Dios elige, viviendo en la noche, sin comprender todo lo que le envolvía, en la prueba, en el no entender, pero fiándose siempre de Dios y siempre en actitud de servicio.
Contemplar a María, la siempre disponible a la Voluntad del Padre. Emprende el camino por la persecución de Herodes. Quieren matar al Hijo que acaba de tener. No comprende la maldad hacia una criatura tan indefensa. Dice San Ignacio que el enemigo de la natura humana siempre lucha contra Dios. ¿Y quién paga? Como siempre, los inocentes, los más indefensos. Pero Dios pasa salvando, aún en las experiencias más atroces.
Dios, el Ungido, el que es capaz de llenar las aspiraciones del corazón humano, es rechazado por los hombres. No sólo se le desprecia, sino que intentan darle muerte. El poder del mal trata de impedir la nueva vida que llega para los hombres. Los que ostentan el poder de este mundo podrán poner zancadillas, podrán ganar algunas batallas, pero la victoria siempre es para Dios. Dios pasa salvando, incluso por los acontecimientos más dolorosos. Dios siempre se sale con la suya.

viernes, 16 de diciembre de 2016

EL NACIMIENTO DE CRISTO (2) Meditación semanal



Volvemos hoy sobre el Misterio del Nacimiento de Cristo, pero de una manera especial. La semana pasada lo contemplábamos. Hoy, nos recomienda San Ignacio la aplicación de los sentidos. Ya en otra ocasión habíamos mencionado los sentidos espirituales, los sentidos del corazón y son ahora los que tenemos que poner en práctica, pues en definitiva, no se trata de conocer a Cristo sólo de una forma racional, de una forma intelectual, sino de tener sobre Él un conocimiento interno, profundo, de tal manera que yo más le ame y más le siga. Porque no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente, dice San Ignacio. Esto  es una gracia de Dios y debo pedírsela al Espíritu Santo.
         Volver a leer el texto de S.Lucas en el capítulo 2 y aplicar los cinco sentidos interiores. Contemplar a las tres Personas: San José, la Virgen y el Niño, no el pesebre, no el establo, no las circunstancias externas, no, sino centrarme en las tres Personas y  oírlas, tocarlas, gustarlas, sentirlas… Esto es una manera de orar, según nos explica San Ignacio.
No hay que dejar nada fuera. Tengo que implicarme con todo mi ser, con todo mi yo. Paladearlo con el corazón. Experimentar interiormente cómo me ama Cristo en su nacimiento, cómo me ama a mí, cómo me mira a mí, cómo me seduce. Toda mi persona se tiene que enterar de este amor y tiene que experimentarlo, no sólo mi mente, por eso lo tengo que gustar interiormente, con el corazón.
Y así tengo que acercarme a esta meditación de esta manera nueva, como nunca lo he hecho. La vivencia así de Cristo, es mucho más intensa, mucho más densa, hasta que vaya calando en todos los estratos interiores de mi ser.
Jesucristo, no sólo es Dios, es hombre, como yo, igual a mí en todo menos en el pecado. Cuando yo le comulgo, comulgo toda la totalidad de Jesucristo: su humanidad y su divinidad. Él puede transformar toda mi persona, porque entiende absolutamente todo de mí. Yo tengo que incorporar todo su ser en el mío, hasta llegar a sentir como Él, hasta pensar como Él, hasta actuar como Él. Jesús hace una alianza conmigo incluso sensible. Él es un hombre verdadero para mí. Imaginármelo, gustar su divinidad, su humanidad, sus virtudes…; no es fantasear, es pura oración. Así nos lo enseña San Ignacio. Podemos ir sentido por sentido si nos ayuda.
         Contemplar al Niño, un Niño precioso, tierno, nada más bonito ante nuestros ojos. Mirar sus ojos y sentir cómo me miran. Mirar sus manitas, me las tiende a mí. Mirar su cuerpo precioso, que un día entregará por mí. Mirar sus labios que quieren decirme tantas cosas.
         Acariciarle, estrecharle entre mis brazos. Que María me ayude a cogerle con la misma ternura que Ella le cogía. Tocar sus manitas, su rostro…
         Oler su pureza y dejarme envolver por ella, como por un perfume agradable, muy agradable.
         Besarle, gustarle, saborear su dulzura, su candidez, su hermosura, su suavidad.
         Oir sus gemidos. Me pide amor, me lo reclama.
         Se trata de conocer el misterio más hondo de quién es Jesús. Este conocimiento va a tener un cambio brutal en mi vida, no me va a dejar indiferente, me va a transformar, no puede ser de otra manera. Los que se acercan a Jesús de una manera sincera, quedan tocados. Él no deja a nadie indiferente. No hay nada más poderoso que la comunicación afectiva con Jesús. Es como si me expusiera al sol, acabo calentándome.
Es el diálogo más profundo: de su interioridad a la mía, y de la mía a la suya. Sentir a Jesús, oler a Jesús, gustar a Jesús, tocar a Jesús, oir a Jesús, ver a Jesús… Los sentidos son una primera forma de acercamiento. Merece la pena que hagamos un pequeño esfuerzo. Dios ha puesto en nosotros los sentidos para que nos relacionemos con Él. Él se ha hecho pan para que yo le coma, para que yo le guste, para que yo le toque, para que yo le sienta.
La consecuencia de todo esto es una experiencia unitiva, de adoración. Sólo adorando con los sentidos llegamos a identificarnos con Cristo, para que yo más le ame y más le siga.
Hacer esta experiencia en la intimidad, donde me sienta a gusto con el Señor.

martes, 13 de diciembre de 2016

EL NACIMIENTO DE JESÚS. Charla semanal

         Vamos a contemplar hoy el Misterio del Nacimiento de Jesús. En esta contemplación, el ver más no depende de mí, sino de la invocación al Espíritu Santo. El alma va siendo conducida por Él. Por tanto, nada de tensiones y de rigideces interiores.
         Vamos a leer despacio Lc 2, 1-20, donde se nos narra el Nacimiento de Jesús.
         Para nuestra composición de lugar, nos trasladamos a Belén, un pueblo pequeño al sur de Jerusalén, situado sobre dos colinas. Se sabía de él que era la patria de David, en cuyos alrededores guardaba él los rebaños de su padre, mientras sus hermanos combatían a los filisteos.  Era un pueblo pequeño sin mucha relevancia, donde los pastores comerciaban  con los productos de las ovejas.
         Pedir la gracia de que se me conceda estar allí presente y contemplarlo todo desde dentro. Emplear mi imaginación para contemplar la escena, el pesebre, el Niño que está en el pesebre, la Madre, el cuidado de la Madre a aquel Niño…
         Y rogar para que Dios me conceda el conocimiento interno de que el Señor nace por mí en Belén, para que yo más le ame y más le siga. Y pasar esta petición varias veces por el corazón.
Que Cristo nazca es admirable, pero que nazca por mí…! Y es que Dios tiene un plan lleno de amor para mí. Cristo está dispuesto a hacer lo que sea para que yo me entere de cuánto me ama. Cristo nace por mí.
Si sólo entiendo lo que tengo que hacer yo por Él, estoy malogrando el plan de Dios. Primero es entender cuánto me ama Él. El amor saca amor. Por eso primero es entender el amor de Dios. Lo demás viene después.
         Dios decide hacerse hombre en unas circunstancias extraordinarias: humildad, pobreza… Dios no organiza un fiestón para demostrarme lo que me quiere. Sus signos son irrelevantes para el mundo. Debo sentirlos como una caricia.
         Dios simplifica todos los elementos externos para que quede la persona lo más simplificada posible para su encuentro con Él. Aquí sólo están María, José, el Niño, una mula y un buey.
         El Señor, que es eterno, se somete al tiempo y a la ley del aprendizaje. El eterno se hace temporal. El que todo lo sabe comienza a aprender. Hace falta humillarse para demostrarme el amor que me tiene. Esta es la humildad de quien ha venido a servir y se somete en todo para hacer la Voluntad de su Padre. Todo esto lo ha hecho Dios para que me entere de lo que me ama.
         Jesús nace en la historia humana.
         De Nazaret nos trasladamos a Belén. La Historia de la Salvación es una historia que se mueve, es dinámica. Esto me enseña que no me puedo quedar anquilosado. Tengo que moverme en la vida espiritual.
Cada acontecimiento de mi vida puede ser convertido en historia de salvación. La rutina de todos los días, que a veces no sabemos qué hacer con ella. El mundo busca lo extraordinario, vive de lunes a jueves suspirando por el fin de semana. Nosotros no podemos vivir así. Los acontecimientos normales, vividos con fidelidad, nos sirven de crecimiento interior, de crecimiento en la fe y nos ayudan a madurar en el seguimiento de Cristo.
Aprender a vivir todo en acción de gracias: el tener agua caliente, luz, un coche con el que desplazarme… Todo es un motivo para dar gracias a Dios, en vez de suspirar por lo que no tengo.
         Nos dice San Lucas que le llegó el tiempo del parto. Dios no se encarnó antes porque el mundo no estaba preparado. Dios se hace presente al hombre en el momento que éste es capaz de abrirse al misterio y tiene posibilidad de seguirlo.
         María da a luz a su Hijo. Contemplar la solicitud de María envolviendo en pañales a su Hijo y acostándolo en un pesebre.
         Los pastores van a adorarle. Los pastores son los paganos, los extranjeros, porque los suyos, los elegidos, no le recibieron.
         No encontró sitio en la posada. Jesús nace fuera de la ciudad, para demostrar que nace para todos. De la misma manera, morirá fuera de la ciudad, fuera de las murallas de Jerusalén.
         Nace el Salvador, el que nos salva de todas las esclavitudes. Jesús nace para salvarme de mis pecados. Jesús viene con una misión y esa misión comienza en la Encarnación.
Para San Juan, el momento de mayor humillación de Jesús es su nacimiento. Él lo entendió bien. El día de Navidad se lee siempre el prólogo del Evangelio de San Juan, igual que en la Pasión del Viernes Santo se lee la Pasión según San Juan, por él el que mejor captó su muerte como camino de glorificación. Él entendió que Jesús, en su nacimiento, toca fondo.
         Leamos el Prólogo de San Juan, para entender lo que significa el nacimiento de Jesucristo:
“Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz nace en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron… Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y el mundo fue hecho por Él, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre; que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios son nacidos. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria… Y de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia”.
Leer varias veces esta lectura, leerla con el corazón. El que existía desde siempre, por quien fueron hechas todas las cosas, decide hacerse hombre, encarnarse, por mí, por salvarme de mi pecado, para darme vida, para ser luz que me ilumine, para hacerme hija de Dios.
Y vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Y yo, ¿le recibo con el amor que se merece, con el reconocimiento que se merece?

viernes, 2 de diciembre de 2016

LA ENCARNACIÓN. Charla semanal

LA ENCARNACIÓN
         Empezamos la segunda semana de Ejercicios Espirituales según San Ignacio y en ella pasamos a la Contemplación de los Misterios de la vida de Jesucristo.
         Hasta ahora, nuestro método de oración ha sido la Meditación, que significa que el hombre, mediante el uso de su razón iluminada por la fe, piensa acerca de distintos aspectos. Mientras que en la Contemplación, la fe me hace ver con naturalidad los Misterios de Cristo, sin hacer ningún esfuerzo. Es dejarme iluminar. A partir de ahora no es tanto elaborar, sino recibir lo que Dios me ilumine.
         La primera Contemplación es la de la Encarnación:
         Las Tres Personas Divinas miraban la llanura y la redondez del mundo llena de hombres, y viendo cómo se perdían, determinan en su eternidad, que la Segunda Persona se haga hombre para salvar a todo el género humano y así, al llegar la plenitud de los tiempos, envían al Ángel Gabriel a anunciárselo a Nuestra Señora.
Hay un plan de Dios que es rescatar al hombre, y la respuesta de Dios es Cristo. Seguimos pegados a la Palabra de Dios, porque es donde se nos revela de manera más clara las intenciones de Dios.
Leemos Lc 1, 26-36
         Hacemos la composición de lugar, que es muy importante para meterme en el contexto que voy a meditar. Que la imaginación se coloque, porque la imaginación ayuda a la contemplación.
         Estamos en Nazaret, una pequeña localidad en un cerro. En la estación de lluvias hay muchas flores. Precisamente, Nazaret significa florecer. En el AT nunca se menciona esta ciudad. Para el pueblo de Israel era una ciudad irrelevante. De allí nadie importante había salido, ningún acontecimiento salvífico había ocurrido. De hecho, más tarde se preguntarán los judíos: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?
Dios nos da una lección: en lo pequeño, en lo desconocido para los hombres, en lo sencillo, en lo cotidiano y ordinario de la vida, nos va a hablar y nos va a dar a conocer sus planes. Así es el modo de Dios.
Dios se abaja, se hace uno como yo, para que yo le entienda, para que yo le comprenda, y para que Él me entienda y para que Él me comprenda.
Pedirle a Dios que me ayude a experimentar con gozo su cercanía. Y que esta petición vaya calando en mi corazón como lluvia suave. El fruto de mi oración depende de esta petición.
         Cuando voy a orar todo me tira hacia fuera: las personas, los problemas, las circunstancias personales, las noticias… La Contemplación es justo el proceso inverso: todo queda recogido dentro y el centro que lo unifica todo es el corazón. Si tengo poco tiempo para orar y necesito diez minutos para entrar en la oración, para hacer la composición de lugar…, pues emplearlos, porque no es fácil entrar de la actividad a la oración. Los resortes de la fe no son tan automáticos en nosotros, necesitan un proceso; no es costoso, pero necesita tiempo. ¿Por qué a veces no me va bien la oración? Porque dedico poco tiempo a pedir al Espíritu Santo que me ilumine y la oración depende de Él. Sin Él no puedo orar. No tengo que ser infiel nunca a la oración.
         Mirar cómo el mundo necesita la salvación, mi mundo, la situación actual. La Santísima Trinidad mira a este mundo y no le es indiferente. Dios lo ha creado bueno, es obra de sus manos. A Dios le preocupa que el hombre le conozca y le ame y no estará tranquilo hasta que cada uno de sus hijos lo haga. Dios nos mira con tristeza, pero también con esperanza.
         Continuamos con nuestra composición de lugar, entrando en casa de María, en su intimidad. Y allí, en el mes sexto, nos dice San Lucas, fue enviado el Ángel Gabriel de parte de Dios, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David: el nombre de la virgen era María.
María es una doncella que ha consagrado su corazón a Dios.
Y le dice: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo.
El Señor está contigo es una fórmula del AT, usada anteriormente. Una fórmula de alianza, que significaba que Dios elige un pueblo y hace un pacto con el que promete estar con el pueblo en todas sus vicisitudes.
         El Ángel se hace portavoz y le comunica a María una misión: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.
         ¿Quién es el que va a nacer? El Enmanuel, que significa Dios con nosotros. Su nombre es Jesús, que significa Yavhé salva.
Nace el que es el centro del corazón humano y la plenitud de todas sus aspiraciones. Fuera de Cristo, no hay plenitud posible. Todo lo demás nos deja insatisfechos. Nada nos puede llenar.
Todas las dimensiones humanas que el hombre puede vivir, las ha asumido Cristo, por eso me entiende cuando estoy alegre, o triste, o insatisfecho, o desconcertado…
Dijo María al Ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El Ángel le contestó y le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra.
Será obra, no de los hombres, sino del Espíritu Santo. Dios empieza su obra comenzándola Él, continuándola Él y llevándola a su término Él.
Es muy importante que nosotros sepamos que Dios siempre está con nosotros en la misión que nos ha encomendado. Dios no falla nunca con su gracia. Él siempre está.
         Pedirle a Dios mucha humildad para entender este lenguaje que Él ha empleado: que la gloria se revela en el vaciamiento, la riqueza en la pobreza.
Nosotros, para cualquier cosa montamos un evento, lo hacemos todo a lo grande. Dios no bendice esta grandeza, el buscar aplausos, la fama, el que nos quieran y nos reconozcan… Dios bendice lo que es de corazón a corazón, lo que se hace calladamente.
Hay que buscar el último lugar, como Carlos de Foucould, que se marchó al desierto para buscarlo, lejos del ruido, de los placeres, del mundo… y nos dice: Y cuando lo encontré, ya estaba ocupado, estaba Cristo.
         Pasar por el corazón este Misterio de la Encarnación. Y, como María, acogerlo en mi interior y responder como Ella: He aquí la esclava del Señor, hágase en Mí según tu palabra. María no comprende, pero se fía y se entrega totalmente.

viernes, 25 de noviembre de 2016

EL INFIERNO. Meditación semanal

  Hoy vamos a meditar sobre el Infierno, para culminar el proceso de las meditaciones sobre el pecado. Pero en los Ejercicios de San Ignacio, el infierno no se contempla como condenación eterna, sino como el sufrimiento temporal en el que nos sumerge el pecado: los infiernos que he padecido en mi vida fruto de malas decisiones; las noches de tristeza en las que me ha sumido el pecado; las tinieblas fruto de ese separarme de Dios.
         Dice San Pablo en Ro 6,23: El salario del pecado es la muerte, pero el don de Dios es la vida eterna en Nuestro Señor Jesucristo.
La muerte es la desolación, el fracaso, la tristeza… Y si esta situación perdura, entonces se puede anquilosar y terminar en una segunda muerte y ésta sí es eterna.
         El pecado en nuestra vida lo tenemos que afrontar desde la confianza en el amor de Dios, que nunca me lo retira y por eso tengo que estar agradecida a Dios, que sigue haciendo su obra en mí y su salvación siempre en mi alma.
         Por eso sigue diciendo San Pablo en Ro 8: No hay, pues, ya condenación alguna para los que son de Cristo Jesús, porque la ley del espíritu de vida me libró de la ley del pecado y de la muerte.
No hay, pues, ninguna condenación que pese en los que viven en Cristo Jesús.
         Vamos a pedir a Jesucristo varias gracias y dones en esta meditación:
Poder experimentar y sentir el pecado en su dimensión eterna. Sentir lo que es estar condenado para siempre. Lo que es perder la vocación al amor y al servicio para el que he sido creado. Sentir la frustración de fracaso, que acaba en muerte, como consecuencia de una vida sin Dios, sin Cristo, sin amor.
Experimentar y sentir la fragilidad de mi libertad. Yo soy capaz de crear infiernos en mi vida y en la de los demás. Como peregrino sobre esta tierra, debo aceptar humildemente que el infierno puede surgir de mi corazón, del centro de mi ser.
         Experimentar y sentir la salvación con que Dios ha envuelto mi vida. Si a Jesús le llamamos Salvador, es preciso saber de qué nos salva. Nada menos que del infierno, de lo incomprensible, de la tiniebla, del mundo al revés, de todo lo contrario al amor.
         Y  todo esto, para que si del amor del Señor eterno me olvido por mis faltas, al menos el temor  a las penas me ayude para no vivir en pecado. Y para revivir y renovar mi fe en la alianza de Dios con el hombre, para afirmarme y consolidarme en el camino de la verdadera vida. Para comprender la pobreza y pequeñez de mi vida abandonada a mis propias fuerzas. Para percibir la debilidad y fragilidad de mi amor, que puede fallar. Para sentir más profundamente el agradecimiento de lo que Cristo ha hecho por mí, salvándome del pecado, experimentando así que donde abundó el pecado, mi pecado, sobreabundó la gracia y la misericordia.
         Repasar las situaciones de mi vida en las que he probado la amargura del sufrimiento sin ningún consuelo. Sufrimiento físico, sufrimiento psíquico… De esas situaciones me ha traído y me ha rescatado Cristo. Y si me aparto de Él, yo misma me estaré provocando situaciones de infierno; infierno que es todo lo que es contrario al amor, consecuencia de la dureza del corazón de los hombres.
Sólo la experiencia de Cristo nos permite vivir en sosiego las situaciones de sufrimiento, infiernos injustos que ni siquiera nosotros nos buscamos.
         Agradecer a Dios todo lo que ha hecho por mí. Renovar mi fe. No fiarme de mis propias fuerzas. Hay muchas cosas que me seducen en el mundo y me apartan del proyecto de Dios. Separada de Él sólo puedo morder el fracaso. El hombre sin Dios, antes o después encuentra su perdición.
         Mi salvación le ha costado mucho a Dios, ha pagado por ella un precio altísimo. Debo estarle eternamente agradecida. El corazón tiene ojos, oído, gusto… Tenemos cinco sentidos exteriores, pero también otros cinco interiores. Son los sentidos de mi corazón y a través de ellos tengo que gustar a Dios. Hasta que mi corazón no se entere de Dios, hasta que no lo vea, hasta que no lo oiga, hasta que no lo guste, hasta que no lo huela, hasta que no lo toque…, no puedo madurar cristianamente.
Todas estas meditaciones las tengo que hacer delante de Él, gustándole a Él, sintiéndolo a Él.
Mi imaginación me tiene que ayudar a este sentir interno. Tengo que poner toda la carne en el asador. Es necesario tocar fondo. Y tocarlo de manera que sienta verdadera angustia de vivir sin Dios. Y que esto me haga reaccionar. A veces Dios permite que nos destrocemos completamente para que nos pueda reconstruir. He aquí la razón de verdaderos infiernos que hemos experimentado a lo largo de nuestra vida.
         En este mundo hay una alergia profunda al sufrimiento. Nos ofrece colchones y terapias para no sufrir. Nos convence de que lo importante es disfrutar, pasárselo bien. A vivir, que son dos días, dicen. Se han anestesiado los bienes espirituales. Están envueltos en un infierno y no se dan cuenta porque no saben distinguir la luz y cuando alcanzan a descubrirlo, no saben cómo salir de su oscuridad. Podrían llegar a escuchar un día las mismas palabras que el rico Epulón: Tú ya recibiste bienes en vida y Lázaro recibió males, y ahora él es aquí consolado y tú eres atormentado.
         Padre nuestro, que estás en los cielos, tú conoces el mal del mundo y cómo yo lo aumento cada día. Ayúdame a acoger el día de salvación; concédeme ahora el mirar a tu Hijo, tratado como pecador por nosotros, crucificado por nosotros, por mí. Reconciliado por el Amor infinito, viviré en el humilde amor que no busca otra recompensa fuera de Ti.

jueves, 17 de noviembre de 2016

EL PECADO (2) Meditación semanal


Continuamos nuestra meditación sobre el PECADO y lo hacemos ante Cristo crucificado. Delante de Él comprendemos que el pecado en nuestra vida deforma el plan que Dios tiene para nosotros y hasta lo impide. Pero la experiencia en Cristo nos lleva, no al fracaso, sino a la esperanza de saber que en Él todo tiene arreglo, porque Él ha venido a crucificar el pecado del mundo, el pecado del hombre y mi propio pecado.
Con el pecado rechazo a Dios. Pero el reconocerlo es un don. Entendernos pecadores es un don que nos hace humildes ante Dios, entender su amor y su misericordia, que se desbordan conmigo cuando reconozco mi pecado.
Voy a hacer un repaso de mi propia historia de pecado, para comprender el amor de Dios y su perdón. Sentir un crecido e intenso dolor de mis pecados. Llorar, si no externamente, al menos internamente por el dolor de haber rechazado a Dios, de haberle ofendido. Este dolor intenso es la conversión del corazón. He rechazado el amor verdadero por amores aparentes. Pero Dios me devuelve el amor rechazado y me da más amor cuando me acerco a Él arrepentido.
No se trata de sentir remordimiento por haberle fallado o culpabilidad, porque con estos sentimientos me convierto yo en el centro y el centro tiene que ser Él. Por eso, la verdadera contrición es la que brota como coloquio de amor con Cristo crucificado. Sólo la mirada de Cristo me hace comprender mi pecado con una actitud serena. Sólo Él me puede dar el perdón y la paz. El pecado, puesto delante de Dios, es camino de encuentro con Él. No hacerlo así, nos produce mal humor y desolación. Como dice el Salmo 50: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra Ti, contra Ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces. En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente… Rocíame con el hisopo y seré puro, lávame y quedaré más blanco que la nieve… Aparta de mis pecados tu vista y borra en mí toda culpa. Crea en mí, oh Dios, un corazón puro y renueva dentro de mí un espíritu firme. No me arrojes lejos de tu rostro y no quites de mí tu santo Espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación, sosténgame tu espíritu generoso… Abre Tú, Señor, mis labios y cantará mi boca tus alabanzas. Porque no es sacrificio lo que Tú quieres, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio, oh Dios, es un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, Tú, oh Dios, no lo desprecias”.
Ante esta actitud y estas palabras, Dios reacciona rápido, como con el hijo pródigo. Mata el ternero cebado. Me pone el anillo en el dedo, como signo de la alianza que ha hecho con el hombre. Me pone las sandalias en los pies, como signo de reestablecer la dignidad que desde siempre me confirió. Esto es lo que hace el Sacramento de la Reconciliación en mi vida. La gracia de Dios siempre va conduciendo mi vida.
Meditar en todo esto despacio, rememorando el profundo amor de Dios hacia mi alma arrepentida. Agradecérselo, porque nunca se lo agradeceré lo suficiente. Todo es don de Dios. Por eso tengo que vivir en un agradecimiento continuo. Reconocer que todo me viene de Él.
La reconciliación me devuelve a la vida, porque el pecado me lleva a la muerte, a la angustia, al desconcierto, a la desesperación, a la desesperanza, a la tristeza…
Tengo que dejar que Dios cure todas las heridas que me ha dejado el pecado, que sane toda la historia de mi vida apartada de Él.
Pensar en los pecados que he cometido en relación con los demás, todo lo que les ha producido desamor, todo el daño que les he hecho, los sentimientos de rencor, de malquerencia, de malos deseos. Tengo que quitar todas las espinas, todo aquello que hace daño a los demás.
Contemplar la fealdad y la malicia del pecado. Descubrir todo lo que el pecado destroza en mi vida: algo personal y precioso que Dios tiene para mí. Dios se entristece por nuestro alejamiento. El pecado le causa un dolor profundo a Dios. Dios sufre por no poder amar. Nosotros, su viña, no nos dejamos cuidar por Él. Dice Isaías, en el capítulo 5: “Tenía mi amado una viña en un fértil recuesto. La cavó, la limpió de piedras y la plantó de vides selectas. Edificó en medio de ella una torre, e hizo en ella un lagar, esperando que le daría uvas, pero le dio agrazones (uvas que nunca maduran). Ahora, pues…, juzgad entre mí y la viña. ¿Qué más podía yo hacer por mi viña que no lo hiciera? ¿Cómo, esperando que diese uvas, dio agrazones?”.
Dios es olvidado por la ingratitud de su pueblo, por mi ingratitud. El corazón de Dios refleja la tristeza de quien esperaba el fruto correspondiente a tantos desvelos.
Pedirle perdón, reconocer ante Él, como San Pablo, que hago el mal que no quiero, que no soy yo quien lo hago, sino el pecado que habita en mí. ¿Quién mi librará de este cuerpo de muerte, si no es Cristo?
Leemos en la carta a los Colosenses, en el capítulo 3, las recomendaciones para librarnos de este cuerpo de muerte: “Deponed la ira, la indignación, la maldad, la maledicencia, el torpe lenguaje. No os engañéis unos a otros; despojaos del hombre viejo con todas sus obras y vestíos del nuevo, que sin cesar se renueva para lograr el perfecto conocimiento según la imagen de su Creador.
Vosotros pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, soportándoos y perdonándoos mutuamente siempre que alguno diere a otro motivo de queja. Como el Señor os perdonó, así también perdonaos vosotros. Pero por encima de todo esto, vestíos de la caridad, que es vínculo de perfección. Y la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo… Y todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por Él”.

jueves, 10 de noviembre de 2016

EL PECADO. Meditación semanal



Sin olvidar el Principio y Fundamento, que tiene que ser el hilo de oro conductor de nuestros Ejercicios, vamos a comenzar las meditaciones sobre el pecado.
         Veíamos que Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros. Pues bien, el pecado rompe este plan de Dios sobre mí. Por tanto, me reconozco pecador y me duele esta ofensa a Dios, este desamor para quien me lo ha dado todo. Pero no debo caer en un continuo remordimiento que no me lleva a ninguna parte, sino confiar en la misericordia de Dios, que vuelve a darme otra oportunidad para restablecer su plan para mí.
         Soy un pecador, sí, pero salvado, querido y amado por Dios. Por eso el pecado no rompe definitivamente el plan de Dios ni en el mundo ni en mí. Esta es nuestra esperanza.
         El pecado, ante todo, es un acto de desamor. Nos ciega los ojos y los oídos para ver y escuchar el amor de Dios. El pecado es grave por el amor que se rechaza. Y si no hay dolor por esto, menos puede haber arrepentimiento. Por eso el pecado es más que no cumplir ciertas normas o ciertos preceptos. Es algo más profundo. Es el acto de desobediencia de una criatura a su Creador, que implícitamente rechaza a Aquel de quien salió. Y además de romperse mi relación con Dios, perturba mi relación con los demás y conmigo mismo. Esto me debe hacer sentir vergüenza y confusión por mis pecados. Dice el libro del Eclesiástico que hay una vergüenza que conduce al pecado y otra vergüenza que es gloria y gracia. Vamos a leerlo para entenderlo.
Eclo 4,23-36 “Espera tu tiempo y guárdate del mal. Y no tendrás que avergonzarte de ti mismo. Pues hay una confusión que es fruto del pecado, y una confusión que trae consigo gloria y gracia… No retengas la palabra salvadora y no ocultes tu sabiduría; pues en el hablar se da a conocer la sabiduría, y la doctrina en las palabras de la lengua… No te avergüences de confesar tus pecados… No te sometas al hombre necio y no tengas acepción por la persona del poderoso. Lucha por la verdad hasta la muerte, y el Señor Dios combatirá por ti. No seas duro en tus palabras, ni perezoso ni remiso en tus obras. No seas como león en tu casa, ni te muestres caprichoso con tus servidores. No sea tu mano abierta para recibir y cerrada para dar.”
         Esta lectura me puede servir de examen para hablar en un coloquio de amor con Jesucristo crucificado: ¿Me guardo del mal, o me expongo viendo cosas que no me convienen, oyendo cosas, críticas, chismes…, que ensucian mi pensamiento y mi corazón, hablando o juzgando lo que no debo y a quien no debo? ¿dejo que mi boca hable de la palabra salvadora en los momentos oportunos que Dios me inspira? ¿Lucho por el bien y la verdad? ¿Soy dura en mis palabras, con  los míos, soy como un león en mi casa? ¿soy perezosa a la hora de hacer el bien? ¿recibo, pero no doy?
No se trata de martillearme con mis pecados, sino de reconocerlos bajo la luz de la mirada de Cristo crucificado y reconocerme con humildad pecador, pero pecador amado. Esto marcará la diferencia entre sentir tristeza, abatimiento, angustia, remordimiento…, o sentir dolor, verdadero dolor por haber ofendido a quien tanto me ama, pero esperanza. Porque Él me sigue dando otra oportunidad; mientras aliente mi vida, Él me sigue ofreciendo otra oportunidad, arreglar el puente que he roto para que no haya distancias entre nosotros, y así restablecer mi relación con Él, conmigo misma y con los demás. Esto es una experiencia de gracia, un don que hay que pedir. Yo sola no puedo llegar desde el dolor hasta el amor. No me merezco el amor de Dios y, sin embargo, lo tengo seguro.
         Muchas veces, cuando pecamos, tendemos a sacar el pecado fuera de nosotros, a buscar excusas: hice esto porque me obligaron, porque las circunstancias no me permitían obrar de otra manera… Esto lo único que hace es que rodee la situación, en vez de afrontarla desde la luz de Cristo, y comprender mi desamor. El cambiar esta actitud es convertirnos. Empezaremos a confesar nuestros pecados, no como actos concretos, sino como actitudes. Es decir: he gritado a mi marido, a mi hijo, a mi vecino…, por qué? Porque me he dejado llevar por la ira, porque he sido soberbia, porque creía que mi idea era la mejor, porque creo llevar siempre la razón. Y por tanto es mi soberbia, mi ira…, lo que está ofendiendo al amor de Dios, que me quiere mansa y humilde y sólo esta actitud puede llevar a cabo su plan en mí. Esto sólo se ve en clima de oración. Se trata de dejarme mirar con cariño por Dios. A la luz del amor de Dios, vamos viendo las manchas de nuestra alma. Pero sólo a la luz del amor de Dios.
No hay que dejar fuera de la oración nada de lo que me pasa: estoy preocupada, siento esto…, por qué? ¿qué me pasa? ¿qué sentimientos o qué actitudes hay en mí, contrarios a la confianza en el amor que Dios me tiene, en sus planes para mí, en que todo lo que me sucede es por mi bien? Todos mis problemas le importan a Dios. No puedo esperar a no tener ningún problema para rezar, porque entonces no rezaría nunca. Todos los problemas los tengo que entender a la luz del amor de Dios, y a través de ellos puedo recibir el amor de Dios. Por eso tengo que hablar de ellos en un coloquio de amor con Dios. Con lo que soy, con lo que tengo, debo ir a la oración. Tengo que bajar a mis fracasos, a mis proyectos truncados, a lo que me gustaría tener y no tengo…, pero no sola, sino con la linterna del Espíritu Santo, para verlo todo como Dios lo ve.
         Nos puede ayudar el Salmo 130 cuando bajemos a las profundidades de nuestra alma: “Desde lo hondo a Ti grito, Señor. Señor, escucha mi voz, estés tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Mi alma espera en el Señor, mi alma espera en su palabra, mi alma aguarda al Señor, porque en Él está la salvación.
Si llevas cuenta de  los delitos, Señor, quién podrá resistir? Pero de Tí procede el perdón y así infundes respeto. Aguarde Israel al Señor como el centinela a la aurora, porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa y Él redimirá a Israel de todos sus delitos”. ¡Qué suerte tenemos de contar con un Dios misericordioso!. Si no, qué sería de nosotros. Pues bien, que nuestra oración esta semana, pase del dolor al gozo, del dolor de arrepentimiento por nuestros pecados, al gozo de sabernos amados, queridos y perdonados por Dios.
         Y no olvidemos hacer el examen de nuestra oración, para anotar todas las luces que nos haya dado Dios y ver su paso por nuestra alma.

viernes, 4 de noviembre de 2016

PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (2). EJERCICIOS ESPIRITUALES. Meditación semanal




PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (2). EJERCICIOS ESPIRITUALES. Meditación semanal

Continuamos meditando sobre las verdades de Principio y Fundamento.
         Decíamos el otro día que el hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios y mediante esto salvar su alma, y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre. De donde se sigue que el hombre ha de usar de ellas tanto cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impiden. Por lo tanto, es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, de tal manera que no queramos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta…, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin para el que hemos sido creados.
         Vivimos inmersos en un mundo lleno de personas y cosas: mi familia, mis amigos, mi trabajo, el tiempo del que dispongo, los talentos y cualidades que Dios me ha dado, mi vida, mi salud… y la relación que tengo con todo eso tiene que ser ordenada. Tengo que examinar a la luz de Dios si hay algo para mí que es más importante que Dios.
         Dios, a través de la oración, me va a ir educando el corazón para que le guste a Él como lo mejor de mi vida y vaya descubriendo que todo lo demás me deja inapetente. Hay cosas que, no sólo van a dejar de ser importantes para mí, sino que hasta me voy a dar cuenta que puedo vivir mejor sin ellas. Dios hace posible que no me cueste dejar ciertas cosas. Esto es lo bonito. Podemos usar todas las cosas, no es necesario privarnos de todo ni cortar con todo. Pero con la luz de Dios, iremos viendo claro aquello de lo que podemos prescindir. Pero aquí hay que concretar, no podemos hacer una meditación abstracta, hay que bajar a los aspectos concretos de nuestra vida.
         Un pajarillo está igual de preso en una jaula, que si lo tenemos fuera atado con un hilo de la patita. Pues igual nosotros, tenemos que descubrir hasta los hilos más transparentes que nos impiden volar libremente hacia Dios. Las cosas en sí mismas son buenas, lo malo es mi dependencia de ellas, el no saberlas usar, eso es lo que me ata.
         Tenemos que ser indiferentes a todas las cosas creadas, eso es lo que me da la libertad de espíritu. Si tengo afectos desordenados, se frustra el plan de Dios para mi vida. Y dado que este plan de Dios es amarle a Él y amar a los hombres, el amor que me une a los demás y a las cosas tiene que ser un amor ordenado, sin ataduras y sin dependencias. La libertad interior es el resultado de saber que sólo Dios basta. Si Dios no me llena, otras cosas ocuparán el lugar de Dios y harán el papel de Dios en mi vida. Dios debe estar en el centro de mi vida y de mi corazón. Nuestra actitud debe ser la de Jesucristo: Heme aquí, Señor, que vengo para hacer tu Voluntad.
         Vamos a meditar en Gn 12, 1-20:
Dios llama a Abraham, le arranca de su tierra, de la casa de su padre, sin conocer muy bien aún el plan de Dios.
         Ese salir de nuestra tierra, es salir de nuestros planes, de nuestras seguridades, de nuestras comodidades. Cuántas veces le decimos al Señor: Yo te amo, Señor, cuenta conmigo, pero no me toques mi salud, no me toques a mi familia, no me toques mi trabajo, no me toques mi casa… qué manera es ésta de dejarle a Dios que haga su plan en mí? Nos gusta mucho decirle a Dios cómo tiene que hacer las cosas, por eso nos deja perplejos cuando, después de orar, las cosas no salen como se las hemos pedido. Y es que, o Dios se ajusta a nuestros planes, o creemos que Dios no nos escucha y no actúa en nuestras vidas. Nos hemos olvidado de que hay que firmarle un cheque en blanco a Dios.
         Abraham vive en indiferencia a todo lo creado y así hace posible la respuesta a la llamada de Dios. Con Abraham se abre una nueva etapa en la Historia de la Salvación. Comienza un mandato sin explicaciones. Dios no tiene por qué explicarnos nada, por más que nosotros busquemos una explicación para todo lo que consideramos males en nuestra vida. Dios siempre sabe lo que hace. A nosotros nos toca nada más dejarnos hacer.
         No quiero tener más plan que el plan de Dios.
         Tengo que encontrar a Dios en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza…, lo que toque. Mi corazón no se debe apegar ni a una cosa ni a la otra.
         Tiene que haber una etapa purificadora en nuestra vida: Dios tiene que quitar todos los obstáculos antes de darnos sus dones. Tengo que dejar a Dios que sea Dios. Mi corazón le debe pertenecer completamente, pues un corazón dividido no es apto para el seguimiento de Cristo. La indiferencia ante todo es una tarea que nos debe acompañar toda la vida.
         Después de dedicar cada día un ratito a la oración, para que Dios nos vaya haciendo comprender todas estas verdades, tenemos que hacer un examen de nuestra oración:
         ¿Qué me ha dicho el Señor en mi oración?
         ¿Qué actitud he tenido hacia lo que Él me ha dicho? ¿De colaboración, de dejarme hacer, de aferrarme a lo que Él me pide y que tanto me cuesta dárselo
         ¿He estado distraído o he abierto mi corazón para escucharle?
         Por último, darle gracias por las luces que me haya dado y pedirle perdón por lo que no le haya agradado.

PRINCIPIO Y FUNDAMENTO. EJERCICIOS ESPIRITUALES. Meditación semanal



PRINCIPIO Y FUNDAMENTO. EJERCICIOS ESPIRITUALES. Meditación semanal
         Vamos a comenzar nuestras meditaciones sobre el Principio y Fundamento, al que dedicaremos varias semanas por lo importante que es.
Principio quiere decir que partimos de aquí y si no hacemos un buen comienzo, nuestros Ejercicios no producirán el fruto esperado.
El Fundamento va a consistir en descubrir el proyecto que Dios tiene sobre mi vida y una vez descubierto, construirlo todo.
         El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios N.S. y mediante esto salvar su alma y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden a conseguir el fin para el que ha sido creado. De donde se sigue que el hombre ha de usar de ellas tanto cuanto le ayuden para su fin y tanto deben quitarse de ellas cuanto se lo impidan. Por lo tanto, es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, de tal manera que no queramos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta…, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin para el que hemos sido creados.
         Hemos sido creados para amar y ser amados por Dios. Nada en este mundo, ni ninguna persona me va a llevar a la plenitud del amor. No hay nada comparable a vivir la unión con Dios en el amor. Nuestra dignidad mayor es vivir esta vocación de unión con Dios en el amor.
         Dios me amó primero, Él toma la iniciativa y me tengo que sentir amado en la totalidad de lo que soy. No puede haber zonas en mi vida que estén en sombras. Toda mi historia, todo mi pasado, todo mi presente…, forma parte de mi historia y tengo que ver en ella proyectado el amor de Dios. A Dios no le puedo ocultar nada de mi vida. Y nada puede apartarnos del proyecto de Dios sobre nosotros, ni siquiera el pecado, que tan sólo lo emborrona. Todo me debe llevar a Dios, todo me debe conducir a Dios.
         Vamos a ayudarnos de unos textos bíblicos para que Dios nos vaya rebelando este proyecto sobre nosotros:
-         Gen 1, 27-31 “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó y los creó, hombre y mujer los creó y los bendijo Dios diciéndoles: Procread y multiplicaos y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra”
Aquí se hace patente lo que nos decía antes San Ignacio: que todas las cosas creadas nos han de servir para realizar el proyecto que Dios tiene para nosotros.
Y nos muestra la dignidad del hombre, que es tan grande que nos ha creado a su imagen.
Que Dios me ayude a comprender el amor tan grande que derrochó en mí.
-         Sal 138 y 139 “Oh Yavhé, Tú me has examinado y me conoces, Tú conoces cuándo me siento y cuándo me levanto y de lejos entiendes mi pensamiento. Disciernes cuándo camino y cuándo descanso, te son familiares todas mis sendas. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y ya Tú, Yavhé, lo sabes todo. Me envuelves por detrás y por delante y pones sobre mí tu mano… Tú formaste mis entrañas, Tú me tejiste en el seno de mi madre. Te alabaré por el maravilloso modo en que me hiciste. ¡Admirables son tus obras! Del todo conoces mi alma. Mis huesos no te eran ocultos cuando fui modelado en secreto y bordado en las profundidades de la tierra. Ya vieron tus ojos mis obras, siendo escritas todas en tu libro. Estaban mis días determinados cuando aún no existía ninguno de ellos. ¡Cuán difíciles son de entender tus pensamientos, oh Dios! Si quisiera contarlos son más que las arenas… Escudríñame Oh Dios y examina mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y mira si mi camino es torcido, y condúceme por las sendas de la eternidad”.

Es necesario leer y releer este Salmo dejándose penetrar de su sentido. La repetición de las palabras en la fe del corazón produce sus efectos en nuestra alma. Nos sitúa ante Dios que no cesa hoy de crearnos, de amarnos. Hay que detenerse y dejar que saboree el corazón estos sentimientos del salmista.
-         Is 43, 1-7 “Ahora, pues, así dice Yavhé que te creó… No temas, porque Yo te he rescatado, Yo te llamé por tu nombre y tú me perteneces. Porque, si atraviesas las aguas, Yo seré contigo; si por ríos, no te anegarás. Si pasas por el fuego, no te quemarás; las llamas no te consumirán. Porque Yo soy Yavhé, tu Dios… Porque eres a mis ojos de muy gran estima, de gran precio y te amo, y entrego por ti hombres y pueblos a cambio de tu vida. No temas, porque Yo soy contigo”.
Dame Señor la gracia de sentirte presente en mi vida, en las situaciones difíciles, en los peligros por los que paso.
-         Ef 1, 3-14 “Bendito sea Dios y Padre de N.S. Jesucristo que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su Voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia, que superabundantemente derramó sobre nosotros toda sabiduría y prudencia, dándonos a conocer el misterio de su Voluntad… En Él fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”.
Pablo expresa aquí su alegría desbordante por el plan de Dios sobre el hombre. Nos eligió en Cristo para ser santos, con una santidad que es la de ser semejantes a Cristo. Por eso, cada acontecimiento de nuestra vida, marcado por la fe y el amor, son una etapa en la realización de este designio de Dios.
-         Mt 22, 34-40 “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a éste, es: amarás al prójimo como a ti mismo.”
Esta es la vocación del hombre, el modo de ser al que he sido llamado.
Con estas meditaciones no queremos llenarnos de ideas, simplemente tenemos que entrar en un diálogo con Dios, desde el interior de nuestro corazón. Hay que detenerse donde encontremos paz espiritual, gusto de la Palabra de Dios y saborearla internamente. Hay que escuchar a Dios.