viernes, 27 de octubre de 2017

DIARIO DE SANTA FAUSTINA 5

DIARIO DE SANTA FAUSTINA 5
En esta parte del Diario, Santa Faustina escribe los consejos espirituales que recibió de su confesor en diferentes confesiones:
Hermana, ud. no debe evitar estas inspiraciones interiores, sino que debe decir siempre todo al confesor. Si reconoce que estas inspiraciones interiores son provechosas para su alma o para otras almas, sígalas y no las descuide.
Si estas inspiraciones no concuerdan con la fe y con el espíritu de la Iglesia, se deben rechazar inmediatamente, porque vienen del espíritu maligno.
Dios está preparándole muchas gracias especiales, pero procure que su vida sea pura como las lágrimas delante del Señor, sin hacer caso a lo que puedan pensar de ud. Que le baste Dios. Sólo Él.
Camine por la vida haciendo el bien para que yo pueda escribir en las páginas de su vida: Vivió haciendo el bien.
Procure que quien trate con ud., se aleje feliz. Difunda a su alrededor la fragancia de la felicidad, porque de Dios ha recibido mucho y por eso sea generosa con los demás. Que todos puedan alejarse de ud. felices, aunque hayan apenas rozado el borde de su túnica.
Permita que el Señor empuje la barca de su vida a la profundidad insondable de la vida interior.
Quizá hasta aquí podríamos hacer una reflexión, partiendo de esta última idea. El núcleo de nuestra vida, de donde parta todo, debe ser nuestra vida interior. Sin ella, estaremos secos, nada tendremos que ofrecer a los demás.
Debemos interiorizar, llegar a lo más profundo de nuestro ser, donde habita Dios de una manera permanente, porque es allí donde Dios se nos va a comunicar, donde nos va a hablar. Lógicamente, el clima para hacer esto es la oración, aunque también a lo largo del día, si vivimos en un tono de recogimiento de los sentidos, si no queremos escucharlo todo, verlo todo, hablarlo todo…, Dios nos seguirá inspirando para que conozcamos en todo momento el camino por el que Él nos quiere llevar. Y ante la duda de aquello que sintamos como inspiración, podemos seguir estos criterios: si las inspiraciones nos resultan provechosas para nuestra alma o para la de los demás; si concuerdan con la fe y el espíritu de la Iglesia.
Dios nos quiere hacer ricos en gracias para nosotros y para los demás, pero para ello tenemos que ofrecerle un corazón puro y limpio, porque sólo los limpios de corazón pueden ver a Dios.
Sólo así podremos vivir haciendo el bien, sólo así podremos vivir una vida feliz; sólo así podremos conseguir que los que se acerquen al borde de nuestra túnica queden contagiados con esta felicidad que viene de Dios.

         Continuamos con otro de los consejos que recibió Santa Faustina:
Que su alma, hermana, se distinga particularmente por la sencillez y la humildad. Camine por la vida como una niña, siempre confiada, siempre llena de sencillez y humildad, contenta de todo, feliz de todo. Allí donde otras almas se asustan, usted, hermana, pase tranquilamente gracias a la sencillez y la humildad. Recuerde para toda la vida que como las aguas descienden de las montañas a los valles, las gracias del Señor descienden sólo sobre las almas humildes.

         Respecto a esta virtud de la humildad, dice Santa Faustina:
Sé bien lo que soy por mí misma, porque Jesús descubrió a los ojos de mi alma todo el abismo de mi miseria y por lo tanto, me doy cuenta perfectamente de que todo lo que hay de bueno en mi alma es sólo su santa gracia. El conocimiento de mi miseria me permite conocer al mismo tiempo el abismo de Tu misericordia.
Oh Dios, cuanto más te conozco, tanto menos te puedo entender, pero esa incapacidad de comprenderte, me permite conocer lo grande que eres. Y esa incapacidad de comprenderte incendia mi corazón hacia Ti como una nueva llama. Desde el momento que permitiste sumergir la mirada de mi alma en Ti, descanso y no deseo nada más. He encontrado mi destino. Tú eres el objeto de mi amor. Todo es nada en comparación Contigo. Los sufrimientos, las contrariedades, las humillaciones, los fracasos…, son espinas que incendian mi amor hacia Ti, Jesús.
         Es la misma experiencia que tuvo San Pablo y que le llevó a decir: ¿Quién me separará del amor de Cristo?
         Y la misma experiencia de María a los pies de Jesús, que supo dejar las demás cosas para ocuparse de la única que es importante.
         Ay Marta, Marta, ¡cuántas Martas hay en mi vida! Cuántas preocupaciones inútiles que nos quitan la paz del alma, que enturbian nuestra imaginación y no nos dejan entrar en lo profundo de nuestra alma, donde sumergiendo la mirada encontraremos a Cristo, el único que vale la pena, el único que merece que lo dejemos todo por Él.
Cuando descubramos así a Cristo en nuestra vida, entenderemos como Santa Faustina, que todo lo demás son espinas que incendian mi amor hacia Jesús. Y podremos decir con ella:
Locos e irrealizables son mis anhelos. Deseo ocultarte que estoy sufriendo. No quiero ser recompensada jamás por mis esfuerzos y mis buenas obras. Oh Jesús, Tú mismo eres mi recompensa. Tú me bastas, oh tesoro de mi corazón. Deseo compartir los sufrimientos del prójimo, esconder mis sufrimientos en mi corazón. Porque el sufrimiento es una gracia. A través del sufrimiento el alma se hace semejante al Salvador, el amor se cristaliza en el sufrimiento. Cuanto más grande es el sufrimiento, tanto más puro se hace el amor.
         Pidamos, pues, que Dios no escatime en los sufrimientos que permita en nuestras vidas, que nos dé la gracia para que tales sufrimientos no nos hagan renegar ni alejarnos de Dios, sino que por el contrario, nos dé las fuerzas para soportarlos con paciencia y con amor y podamos sacar el provecho para el que Dios nos los envía.

viernes, 20 de octubre de 2017

DIARIO DE SANTA FAUSTINA 4


DIARIO DE SANTA FAUSTINA 4
         Una vez vi a un siervo de Dios en peligro de caer en pecado grave. Empecé a pedir a Dios que me cargara con todos los tormentos del infierno, todos los sufrimientos que quisiera, pero que liberase a ese sacerdote y lo alejara del peligro de cometer el pecado. Jesús escuchó mi súplica y en un momento sentí en la cabeza la corona de espinas. Las espinas de la corona penetraron hasta mi cerebro. Esto duró tres horas. El siervo de Dios fue liberado de aquel pecado y Dios fortaleció su alma con una gracia especial.
A menudo sentía la Pasión del Señor Jesús en mi cuerpo; aunque esto era invisible y me alegro de eso, porque Jesús quiere que sea así. Eso duraba muy poco tiempo. Estos sufrimientos incendiaban mi alma con un fuego de amor hacia Dios y hacia las almas inmortales. El amor soportará todo, el amor continuará después de la muerte, el amor no teme a nada…

         Al anochecer, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido. En silencio, atentamente miraba al Señor; mi alma estaba llena de temor, pero también de una gran alegría. Después de un momento Jesús me dijo: “Pinta una imagen según el modelo que ves y firma: Jesús, en Ti confío. Deseo que esta imagen sea venerada primero en la capilla y luego en el mundo entero.
Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos y sobre todo a la hora de la muerte. Yo mismo la defenderé como mi Gloria”.
Cuando se lo conté al confesor, él me dio como respuesta que Cristo se refería a que pintara la imagen de Dios en mi alma. Pero cuando salí del confesionario, oí nuevamente estas palabras: “Mi imagen está en tu alma.  Deseo que haya fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la fiesta de la Misericordia.
Deseo que los sacerdotes proclamen esta gran misericordia que tengo hacia las almas pecadoras. Que el pecador no tenga miedo de acercarse a Mí. Me queman las llamas de la misericordia, deseo derramarlas sobre las almas humanas.
La desconfianza de las almas desgarra mis entrañas. Aún más me duele la desconfianza de las almas elegidas; a pesar de mi amor inagotable no confían en Mí. Ni siquiera mi muerte ha sido suficiente para ellas. ¡Ay de las almas que abusen de ella!”
Cuando le conté a la Madre Superiora lo que Dios me pedía, me contestó que Jesús debía explicarlo más claramente a través de alguna señal.
Cuando pedí al Señor Jesús alguna señal como prueba de que verdaderamente Él era Dios y Señor mío y de que de Él venían estas peticiones, entonces dentro de mí oí esta voz: “Lo haré conocer a las Superioras a través de las gracias que concederé por medio de esta imagen”.
Cansadísima por las múltiples dificultades que tenía por el hecho de que Jesús me hablaba y exigía que fuese pintada la imagen, decidí pedir a mi director espiritual que me dispensara de estas inspiraciones interiores y de la obligación de pintar la imagen. Pero al escucharme en confesión, me dio la siguiente respuesta: No la dispenso de nada, hermana y no le está permitido sustraerse a estas inspiraciones interiores, sino que debe decir todo al confesor, eso es necesario, absolutamente necesario, porque de lo contrario se desviará a pesar de estas grandes gracias del Señor. De momento usted se confiesa conmigo, pero ha de saber que debe tener un confesor permanente, es decir, un director espiritual.
Me afligí muchísimo. Pensaba poder liberarme de todo y había pasado todo lo contrario: una orden clara de seguir las demandas de Jesús. Le pido a Jesús que conceda estas gracias a otra persona, porque yo no sé aprovecharlas y solamente las malgasto. Jesús, ten compasión de mí, no me encomiendes cosas tan grandes, ves que soy un puñado de polvo inútil.

         ¿Qué podemos aprender hoy del Diario de Santa Faustina?
Primero, la importancia del ofrecimiento del sufrimiento para colaborar con Cristo en la salvación de las almas y hacerles llegar los méritos y gracias que nos alcanzó a todos con su Pasión. Seguramente no tengamos la visión del alma que necesita de nuestro sufrimiento y oración en ese momento, y mucho menos podamos ver el cambio de actitud que pueden experimentar gracias a nuestro ofrecimiento, pero sí es seguro que Dios, a través nuestro, puede salvar a muchas almas de la condenación eterna. Él sí sabe el caso particular de cada uno, y sabe distribuir las gracias según las necesidades de cada uno.
Por otra parte, el relato de la visión donde Jesús le pide a Faustina que pinte el cuadro, nos desvela que Él desea que nos salvemos, desea darnos a conocer su infinita misericordia. Así se lo expresó a Santa Faustina, así es la imagen con la que quiso inmortalizar esa expresión de su infinito amor. Pero requiere nuestra colaboración. Él quiere que esos rayos que llevan infinidad de gracias para cada uno, lleguen a través nuestro. Por muchas dificultades que encontremos, igual que las encontró Santa Faustina, debemos perseverar, hacer conocer al mundo que no hay perdición si nos agarramos a Cristo, que hay esperanza, que el pecado y la muerte no tienen la última palabra, que Cristo ha muerto para que nosotros vivamos, que sufre indeciblemente porque las almas se empecinan en darle la espalda, como el mal ladrón, que teniendo la oportunidad tan cerca no la supo aprovechar. Le queman las llamas de misericordia, como Él mismo dice. Ojalá que Santa Faustina nos ayude a ser apóstoles de la misericordia cada uno en nuestro entorno y así apaguemos estas llamas de su Corazón.

sábado, 14 de octubre de 2017

MEDITACIÓN SOBRE EL DIARIO DE SANTA FAUSTINA 3



DIARIO DE SANTA FAUSTINA 3

         Una vez estaba yo reflexionando sobre la Santísima Trinidad, sobre la esencia divina. Quería penetrar y conocer quién era este Dios. En un instante, mi espíritu fue llevado como al otro mundo, vi un resplandor inaccesible y en él como tres fuentes de caridad que no llegaba a comprender. De este resplandor salían palabras en forma de rayos y rodeaban el cielo y la tierra. De repente, del mar del resplandor salió nuestro amado Salvador, de una belleza inconcebible, con las llagas resplandecientes. Y se oyó la voz: “Quién es Dios en su esencia, nadie lo sabrá, ni una mente angélica, ni humana. Trata de conocer a Dios a través de meditar sus atributos.” Después Jesús trazó con la mano la señal de la cruz y desapareció.
         En otra ocasión, fui llamada al juicio de Dios. Me presenté delante del Señor, a solas. Jesús se veía como durante la Pasión. Después de un momento, estas heridas desaparecieron y quedaron sólo cinco: en las manos, en los pies y en el costado. Inmediatamente vi todo el estado de mi alma tal y como Dios la ve. Vi claramente todo lo que no agrada a Dios. No sabía que hay que rendir cuentas ante el Señor, incluso de las faltas más pequeñas. ¡Qué momento! ¿Quién podrá describirlo? Presentarse delante del tres veces Santo. Jesús me preguntó: ¿Quién eres? Contesté: Soy tu sierva, Señor. “Tienes la deuda de un día de fuego en el Purgatorio”. Quise arrojarme inmediatamente a las llamas del fuego del Purgatorio, pero Jesús me detuvo y me dijo: “¿Qué prefieres, sufrir ahora durante un día o durante un breve tiempo en la tierra?” Contesté: Jesús, quiero sufrir en el Purgatorio y quiero sufrir en la tierra los más grandes tormentos, aunque sea hasta el fin del mundo. Jesús dijo: “Es suficiente una cosa. Bajarás a la tierra y sufrirás mucho, pero durante poco tiempo y cumplirás mi Voluntad y mis deseos. Un fiel siervo mío te ayudará a cumplirla. Ahora, pon la cabeza sobre mi pecho, sobre mi Corazón y de Él toma fuerza y fortaleza para todos los sufrimientos, porque no encontrarás alivio, ni ayuda, ni consuelo en ninguna otra parte. Debes saber, que vas a sufrir mucho, mucho, pero que esto no te asuste. Yo estoy contigo.”
Poco después de este suceso, enfermé. Las dolencias físicas fueron para mí una escuela de paciencia. Sólo Jesús sabe cuántos esfuerzos de voluntad tuve que hacer para cumplir los deberes.
Jesús, cuando quiere purificar un alma, utiliza los instrumentos que Él quiere. Mi alma se siente completamente abandonada por las criaturas. A veces, la intención más pura es interpretada mal por las hermanas. Este sufrimiento es muy doloroso, pero Dios lo permite y hay que aceptarlo, ya que a través de ello nos hacemos más semejantes a Jesús.
Yo les informaba de todo a mis Superioras y ellas no creían en mis palabras.
Sin embargo, la gracia de Dios me perseguía a cada paso, y cuando menos lo esperaba, Dios me hablaba.
         Un día, Jesús me dijo que iba a castigar una ciudad, la más bonita de mi patria, con un castigo semejante al de Sodoma y Gomorra. Vi la gran ira de Dios y un escalofrío traspasó mi corazón. Rogué en silencio. Un momento después, Jesús me dijo: “Niña mía, durante el sacrificio, únete estrechamente Conmigo y ofrece al Padre Celestial mi Sangre y mis Llagas como expiación de los pecados de esta ciudad. Repítelo ininterrumpidamente durante toda la Santa Misa. Hazlo durante siete días”. Al séptimo día vi a Jesús en una nube clara y me puse a pedir que Jesús mirara a aquella ciudad y todo nuestro país. Jesús me miró con bondad y me dijo: “Por ti bendigo al país entero”. Y con la mano hizo una gran señal de la cruz encima de nuestra patria.
         Cuando renové mis votos, el Señor Jesús se puso a mi lado, vestido con una túnica blanca, ceñido con un cinturón de oro y me dijo: “Te concedo el amor eterno, para que tu pureza sea intacta y para confirmar que nunca experimentarás tentaciones impuras”. Jesús se quitó el cinturón de oro y ciñó con él mis caderas. Desde entonces no experimento ninguna turbación contraria a la virtud, ni en el corazón ni en la mente. Después comprendí que era una de las gracias más grandes que la Santísima Virgen María obtuvo para mí, ya que durante muchos años le había suplicado recibirla. A partir de aquel momento tengo mayor devoción a la Madre de Dios. Ella me ha enseñado a amar interiormente a Dios y a cumplir su santa voluntad en todo. Por medio de María, Dios ha descendido a la tierra y a mi corazón.

         Enseñanzas para nosotros en el día de hoy:
-         Si queremos conocer a Dios, tenemos que meditar en sus atributos, pues aunque no podamos llegar a su esencia, sí podemos conocerle y amarle.
-         Cuando sintamos el Purgatorio que Dios permite en este mundo para cada uno de nosotros, recostarnos sobre el pecho de Jesús y sacar de su Corazón las fuerzas, el alivio y el consuelo ante todas las pruebas.
-         Jesús, cuando quiere purificar a un alma, utiliza los instrumentos que Él quiere. Muchas veces en nuestra vida no entendemos las cosas que nos pasan, pero tenemos que confiar en Él, que todo lo permite para nuestra purificación, para nuestro bien.
-         Importancia de la vivencia de la Eucaristía, en unión al sacrificio de Cristo, para alcanzar las gracias que las almas necesitan para su salvación
-         María, la gran aliada para alcanzarnos de Dios todas las gracias que necesitamos. Unirnos mucho a Ella y confiar en su protección y en su intercesión. Pedirle todo cuanto necesitemos con una total confianza.

viernes, 6 de octubre de 2017

MEDITACIÓN DIARIO DE SANTA FAUSTINA (2)


DIARIO DE SANTA FAUSTINA 2

         Al final del primer año de noviciado, mi alma empezó a oscurecer. No sentía ningún consuelo en la oración, la meditación venía con gran esfuerzo, el miedo empezó a apoderarse de mí. Penetré más profundamente en mi interior y lo único que vi fue una gran miseria. Vi también claramente la gran santidad de Dios, no me atrevía a levantar los ojos hacia Él, pero me postré como polvo a sus pies y mendigué su misericordia. Pasaron casi seis meses y el estado de mi alma no cambió nada. El sufrimiento aumentaba cada vez más y más. Se acercaba el segundo año de noviciado. Cuando pensaba que debía hacer los votos, mi alma se estremecía. No entendía lo que leía, no podía meditar. Me parecía que mi oración no agradaba a Dios. Cuando me acercaba a los Santos Sacramentos, me parecía que ofendía aún más a Dios. Dios actuaba en mi alma de modo singular. Las sencillas verdades de la fe se me hacían incomprensibles. Hubo un momento en que me vino una fuerte idea de que era rechazada por Dios. En este sufrimiento mi alma empezó a agonizar. Quería morir pero no podía. Pensaba, ¿por qué mortificarme si todo es desagradable a Dios? ¿a qué pretender las virtudes? Al decirlo a la Madre Maestra, recibí la siguiente respuesta: Debe saber, hermana, que Dios la destina para una gran santidad. Es una señal de que Dios la quiere tener en el cielo, muy cerca de Sí mismo. Hermana, confíe mucho en el Señor Jesús.
         Esta terrible idea de ser rechazados por Dios, es un tormento que en realidad sufren los condenados.
         Me presenté delante del Santísimo Sacramento y empecé a decirle: Jesús, Tú has dicho que antes olvidará una madre a su niño recién nacido que Dios olvide a su criatura. ¿Oyes, Jesús, cómo gime mi alma? En Ti confío, porque el cielo y la tierra pasarán, pero tu palabra perdura eternamente.
         Un día, al despertarme, empezó a invadirme la desesperación, la oscuridad era total en mi alma. Empezaron a apoderarse de mí temores verdaderamente mortales, las fuerzas físicas empezaron a abandonarme. Entré apresuradamente en la celda y me puse de rodillas delante del crucifijo y empecé a implorar la misericordia. Sin embargo, Jesús no oyó mis llamamientos. Caí al suelo, sufrí realmente las penas infernales. Así permanecí durante tres cuartos de hora. Quise llamar, pero la voz me faltó. Felizmente entró en la celda una de las hermanas. Al verme en tal estado, en seguida avisó a la Maestra. La Madre vino en seguida y al entrar en la celda dijo estas palabras: En nombre de la santa obediencia, levántese del suelo. Inmediatamente alguna fuerza me levantó del suelo. La Madre me explicó que era una prueba de Dios. Hermana, me dijo, tenga una gran confianza, Dios es siempre Padre aunque somete a pruebas.
         Durante la noche me visitó la Madre de Dios con el Niño Jesús en brazos. La alegría llenó mi alma y dije: Madre mía, ¿sabes cuánto sufro? Y la Madre de Dios me contestó: Yo sé cuánto sufres, pero no tengas miedo, porque Yo comparto contigo tu sufrimiento y siempre lo compartiré.
Sonrió cordialmente y desapareció. En seguida mi alma se llenó de fuerza y de gran valor. Sin embargo, eso duró apenas un día. Como si el infierno se hubiera conjurado contra mí, un gran odio empezó a irrumpir en mi alma, odio hacia todo lo santo y divino. Me parecía que estos tormentos iban a formar parte de mi existencia por siempre. Me dirigí al Santísimo Sacramento y le dije a Jesús: Amado de mi alma, ¿no ves que mi alma está muriendo anhelándote? ¿Cómo puedes ocultarte tanto a un corazón que te ama con tanta sinceridad? Perdóname, Jesús, que se haga tu Voluntad en mí. Voy a sufrir en silencio, no voy a permitir a mi corazón ni un solo gemido.
         Así pasé mi noviciado. El sufrimiento no disminuyó en nada y las fuerzas físicas cada vez eran menos.
El Viernes Santo, Jesús llevó mi corazón al  ardor mismo del amor. De inmediato me penetró la presencia de Dios. Me olvidé de todo. Jesús me hizo conocer cuánto ha sufrido por mí. Oí en mi alma estas palabras: Tú eres mi alegría, tú eres el deleite de mi corazón. A partir de aquel momento, sentí dentro de mí a la Santísima Trinidad. De modo sensible me sentía inundada por la luz divina.
Jesús me dijo: Ve a la Madre Superiora y dile que te permita llevar el cilicio durante siete días y durante la noche te levantarás una vez y vendrás a la capilla.
Pero al decírselo a la Madre Superiora, ésta le contestó: No le permito llevar ningún cilicio. En absoluto. Si el Señor Jesús le da la fuerza de un gigante, yo le permitiré estas mortificaciones.
Entonces Jesús le dijo: Estuve aquí durante la conversación con la Superiora y sé todo. No exijo tus mortificaciones, sino la obediencia. Con ella me das una gran gloria y adquieres méritos para ti.

         Qué enseñanzas podemos sacar de estos episodios de la vida de Santa Faustina:

         Primera: Ella vivió la realidad de estas palabras: Jesucristo aprendió, sufriendo, a obedecer, como se nos dice en la epístola a los Hebreos.
Y éste es el camino que hemos de seguir nosotros: el del sufrimiento. No podemos esperar otra cosa siguiendo a tal Maestro. Si Él sufrió, nosotros debemos sufrir con Él, para entender su propio sufrimiento y entender así el nuestro, el que Dios permita en nuestra vida. Sufrimiento que puede ser físico, por una enfermedad, o moral. O puede ser sufrimiento espiritual, en la oración, incluso con dudas sobre nuestra fe, como le ocurrió a Santa Faustina.
Segundo: Medios para combatir este sufrimiento: Confiar en Dios, acudir insistentemente a Él, pidiéndole ayuda, sabiendo que son pruebas que Dios permite, cuyo fin es hacernos crecer en santidad, acercarnos al Cielo y alcanzar muchas gracias para nosotros y nuestras familias.
Y acercarnos a María, que sufre con nosotros y no nos abandona en nuestras necesidades y comparte nuestros sufrimientos para darnos las fuerzas que necesitamos.