viernes, 29 de septiembre de 2017

MEDITACIÓN DEL DIARIO DE SANTA FAUSTINA (1)

DIARIO DE SANTA FAUSTINA
29 septiembre 2017
Vamos a hacer un recorrido por el Diario de Santa Faustina durante este año.
Nos cuenta la Santa, que desde los 7 años, había sentido la llamada de Dios a la vida consagrada, pero no encontraba a nadie que se lo aclarase. Cuando cumplió los 18 años, pidió permiso a sus padres para entrar en un convento, pero se lo negaron y entonces se entregó a las vanidades de esta vida, sin hacer caso alguno a la voz de la gracia. Cuenta: “Una vez, junto con una de mis hermanas fuimos a un baile. Cuando todos se divertían mucho, mi alma sufría tormentos interiores. En el momento en que empecé a bailar, de repente ví a Jesús junto a mí. A Jesús martirizado, despojado de sus vestiduras, cubierto de heridas, diciéndome estas palabras: ¿Hasta cuándo me harás sufrir, hasta cuándo me engañarás? En aquel momento dejaron de sonar los alegres tonos de la música, desapareció de mis ojos la compañía en que me encontraba, nos quedamos Jesús y yo… Un momento después abandoné discretamente a la compañía y fui a la catedral… Me postré en cruz delante del Santísimo Sacramento y pedí al Señor que se dignara hacerme conocer qué había que hacer en adelante. Entonces oí esas palabras: Ve inmediatamente a Varsovia, allí entrarás en un convento.”
Así, sin despedirse de sus padres, con un solo vestido, llegó a Varsovia. Sin conocer a nadie, con miedo, dijo a la Madre de Dios: María, dirígeme, guíame. Y María le habló a su alma, indicándole lo que debía hacer.
Cuando llegó a las puertas del convento, salió a recibirla la Madre Superiora y tras una breve conversación, le ordenó ir al Dueño de la casa y preguntarle si la recibía. En seguida comprendió que el Dueño no era otro que el Señor Jesús y a Él fue a preguntarle. Y oyó esta voz: Te recibo, estás en mi Corazón.
Cuando se lo contó a la Madre Superiora, ella le dijo: Si el Señor te ha recibido, yo también te recibo.
Sin embargo, por diversas circunstancias, aún tardó un año en ingresar, luchando contra muchas dificultades, pero Dios no escatimaba su gracia. Comprendió cuánto la amaba Dios, cuán eterno era su amor hacia ella. Antes de entrar en el convento, ya había hecho su voto de castidad y a partir de ese momento empezó a sentir una mayor intimidad con Dios, su Esposo e hizo una celdita en su corazón, donde siempre se encontraba con Jesús.
Por fin se abrió para ella la puerta del convento, la víspera de la fiesta de la Madre de Dios de los ángeles. Le pareció entrar en la vida del paraíso.
Sin embargo, tres semanas después vio que había muy poco tiempo para la oración y deseó entrar en un convento de regla más estricta. Esta idea se clavó en su alma, pero no estaba en ella la Voluntad de Dios. Era una tentación que se hacía cada vez más fuerte. Se tiró en el suelo de su celda, llena de angustia y descontento y empezó a rezar con fervor para conocer la Voluntad de Dios. No sabía que después de las 9:00, sin autorización, no estaba permitido rezar en las celdas. Después de un momento, en su celda se hizo luz y en la cortina, vio el rostro muy dolorido del Señor Jesús. Había llagas abiertas en todo el rostro y dos grandes lágrimas caían por él. Sin saber lo que todo esto significaba, preguntó a Jesús: Jesús, ¿quién te ha causado tanto dolor? Y Jesús contestó: Tú me vas a herir dolorosamente si sales de este convento. Te llamé aquí y no a otro lugar y te tengo preparadas muchas gracias.
Entonces pidió perdón al Señor Jesús y cambió inmediatamente la decisión que había tomado y desde entonces se sintió siempre feliz y contenta. Poco después enfermó y la Madre Superiora la mandó de vacaciones muy cerquita de Varsovia.
En esos días, el Ángel de la Guarda la invitó a seguirle y se encontró en un lugar nebuloso, lleno de fuego, donde había multitud de almas sufrientes. Estas almas oraban con gran fervor, pero sin eficacia. Sólo nosotros podemos ayudar a estas almas. Las llamas que las quemaban, a Faustina no la tocaban. Preguntó a esas almas cuál era su mayor tormento y le contestaron que era la añoranza de Dios. Estaba en el Purgatorio. Vio a la Madre de Dios visitar a estas almas, donde llamaban a María la Estrella del Mar. Ella les llevaba alivio. Salió de esa cárcel de sufrimiento y oyó una voz interior que le dijo: Mi Misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige.
A partir de ese momento, se unió más estrechamente a las almas sufrientes.
¿Qué podemos aprender de lo leído hasta aquí del Diario de Santa Faustina?
Primero, que la Voluntad de Dios no coincide muchas veces con la nuestra y para conocerla, debemos orar y orar mucho, con fervor y con constancia. Probablemente no oigamos con tanta claridad esa voz de Dios, pero seguro que nos hablará y sabremos lo que Dios quiere de cada uno de nosotros en cada momento.
Segundo, la Santísima Virgen ocupa un lugar primordial en nuestro encuentro con Dios. Ella es nuestra guía, sólo nos lleva a Dios, sólo nos quiere para Dios. De su mano no fallaremos.
Y tercero, el Purgatorio es verdad. Muchas personas cristianas en teoría, no creen en el Purgatorio ni en el Infierno, piensan que la Misericordia de Dios nos va a salvar a todos, pero como nos dice Cristo en su revelación a Santa Faustina: Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige. También nosotros debemos implorar por las almas para evitar que lleguen al Infierno y para aliviar sus penas en el Purgatorio. Es nuestro deber como cristianos. Roguemos a Santa Faustina que nos ayude a seguir sus pasos para encontrarnos como ella con la Misericordia Divina.

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