DIARIO DE SANTA FAUSTINA 15
MISERICORDIA Y SUFRIMIENTO
Oh
Amor Eterno, deseo que Te conozcan todas las almas que has creado.
Desearía hacerme sacerdote, para hablar incesantemente de Tu
misericordia a las almas pecadoras hundidas en la desesperación.
Desearía ser misionero y llevar la luz de la fe a los países salvajes y
darte a conocer a las almas y morir en el martirio, sacrificada por
ellas como Tú has muerto por mí y por ellas. Oh Jesús, sé perfectamente
que puedo ser sacerdote, misionero y predicador, puedo morir en el
martirio anonadándome totalmente y negándome a mí misma por el amor
hacia Ti, Jesús, y hacia las almas inmortales. Un gran amor sabe
transformar las cosas pequeñas en cosas grandes y solamente el amor da
valor a nuestras acciones; y cuánto más puro se hace nuestro amor, tanto
menos tendrá por destruir en nosotros el fuego del sufrimiento, y el
sufrimiento dejará de serlo para nosotros. Se convertirá en un gozo.
Con la gracia de Dios he recibido ahora esta disposición del corazón, de
que nunca estoy tan feliz como cuando sufro por Jesús, al que amo con
cada latido del corazón.
Cuando
sufrimos mucho, tenemos una gran oportunidad de demostrarle a Dios que
lo amamos, mientras que cuando sufrimos poco, tenemos poca posibilidad
de demostrar a Dios nuestro amor y cuando no sufrimos nada, entonces
nuestro amor no es grande ni puro. Con la gracia de Dios podemos llegar
al punto en que el sufrimiento se transformará para nosotros en gozo,
puesto que el amor sabe hacer tales cosas en las almas puras.
El Jueves Santo, Jesús me dijo: Deseo
que te ofrezcas como víctima por los pecadores y, especialmente, por
las almas que han perdido la esperanza en la Divina Misericordia.
Acto de ofrecimiento:
Ante
el cielo y la tierra, ante todos los coros de los ángeles, ante la
Santísima Virgen María, ante todas las Potencias Celestes declaro a
Dios, Uno y Trino, que hoy en unión con Jesucristo, Redentor de las
almas, me ofrezco voluntariamente como víctima por la conversión de los
pecadores y especialmente por las almas que han perdido la esperanza en
la Divina Misericordia. Este ofrecimiento consiste en que acepto con
total sumisión la Voluntad de Dios, todos los sufrimientos y temores, y
los miedos que llenan a los pecadores y a cambio les cedo todas las
consolaciones que tengo en el alma, que provienen de mi comunión con
Dios. En una palabra, les ofrezco todo: las Santas Misas, las Santas
Comuniones, las penitencias, las mortificaciones, las plegarias. No
temo los golpes, los golpes de la Justicia de Dios, porque estoy unida a
Jesús. Oh Dios mío, con esto deseo compensarte por las almas que no
confían en Tu bondad. Contra toda esperanza confío en el mar de Tu
misericordia. Oh Señor y Dios mío, no pronuncio este acto de
ofrecimiento basándome en mis propias fuerzas, sino en el poder que
deriva de los méritos de Jesucristo. Este acto de ofrecimiento lo
repetiré todos los días con la siguiente plegaria que Tú Mismo me
enseñaste, oh Jesús: Oh Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús, como Fuente de Misericordia para nosotros, en Ti confío.
La Divina Misericordia le respondió: Te doy una pequeña parte en la Redención del género humano. Tú eres el alivio en el momento de Mi Agonía.
Y hablándole del cuadro le explicó: Los
dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el
Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es
la vida de las almas.
Ambos
rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando
Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza.
Estos
rayos protegen a las almas de la indignación de Mi Padre.
Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará
la justa mano de Dios. Deseo que el primer domingo después de la Pascua
de Resurrección sea la Fiesta de la Misericordia.
Pide
a Mi siervo fiel que en aquel día hable al mundo entero de esta gran
misericordia Mía; que quien se acerque ese día a la Fuente de Vida,
recibirá el perdón total de las culpas y de las penas.
La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia.
Oh,
cuánto Me hiere la desconfianza del alma. Hay almas que reconocen que
soy santo y justo, pero no creen que Yo soy la Misericordia, no confían
en Mi bondad. También los demonios admiran Mi justicia, pero no creen
en Mi bondad.
Mi Corazón se alegra de este título de misericordia.
Proclama
que la misericordia es el atributo más grande de Dios. Todas las obras
de Mis manos están coronadas por la misericordia.
Una
vez, cuando estaba en el taller de aquel pintor que pintaba esta
imagen, vi que no era tan bella como es Jesús. Me afligí mucho por eso,
sin embargo lo oculté profundamente en mi corazón. Cuando salimos del
taller del pintor, la Madre Superiora se quedó en la ciudad para
solucionar diferentes asuntos y yo volví sola a casa. En seguida fui a
la capilla y lloré muchísimo. ¿Quién te pintará tan bello como Tú
eres? Como respuesta oí estas palabras: No en la belleza del color, ni en la del pincel está la grandeza de esta imagen, sino en Mi gracia.
Una
vez me visitó la Virgen Santísima. Estaba triste con los ojos clavados
en el suelo; me dio a entender que tenía algo que decirme, pero por
otra parte me daba a conocer como que no quisiera decírmelo. Al darme
cuenta de ello, empecé a pedir a la Virgen que me lo dijera y que
volviera la mirada hacia mí. En un momento María me miró sonriendo
cordialmente y dijo: Vas a padecer ciertos sufrimientos a causa de
una enfermedad y de los médicos, además padecerás muchos sufrimientos
por esta imagen, pero no tengas miedo de nada. Al día siguiente me
puse enferma y sufrí mucho, tal y como me lo había dicho la Virgen, pero
mi alma está preparada para los sufrimientos. El sufrimiento es el
compañero permanente de mi vida.
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