jueves, 20 de diciembre de 2018

Importancia de la Oración. Charla semanal


IMPORTANCIA DE LA ORACION 4
Si todos los días reservamos algún ratito, largo o breve, según nuestras aptitudes y los deberes de nuestro estado, para conversar con el Padre celestial, para recoger sus inspiraciones y escuchar los llamamientos del Espíritu, sucederá entonces que las palabras de Cristo, como dice San Agustín, serán cada vez más frecuentes e inundarán el alma con raudales de luz, abriendo en ella fuentes inagotables de vida.
El alma, a su vez, traduce constantemente sus sentimientos en actos de fe, de dolor y compunción, de confianza y de amor, o de complacencia y de entrega a la voluntad del Padre celestial; se mueve en un ambiente del todo divino; la oración llega a ser su respiración y como su vida; en ella vive habitualmente, y, por tanto, no tiene que hacer esfuerzo para encontrar a Dios, aun en medio de las ocupaciones más absorbentes.
Los momentos que dedica diariamente al ejercicio formal de la oración, no son sino la intensificación de ese estado habitual de dulce reposo y unión con Dios en que le habla interiormente y ella misma escucha la voz del Altísimo. Ese estado es la misma presencia de Dios, en un coloquio interior y amoroso, en que el alma habla a Dios a veces con los labios, pero ordinariamente con el corazón, permaneciendo siempre unida a Él, a pesar de los múltiples quehaceres diarios. Hay no pocas almas sencillas, pero rectas, que, fieles al llamamiento del Espíritu Santo, alcanzan ese estado tan deseable.
El alma prescinde de todo cuanto los sentidos, la imaginación y aun la misma inteligencia le representaban, para atender únicamente a lo que la fe le dicta sobre Dios. El alma ha progresado, toca ya el velo del Santo de los Santos; sabe que Dios se le oculta tras ese velo como tras una nube; casi le toca, pero aun no le ve. En este estado de la oración de fe, el alma se acoge a Dios con quien se siente unida, a pesar de las tinieblas que sólo la luz beatífica será capaz de disipar; gusta de Dios, a quien tiene la dicha de poseer. Como dice la esposa en el Cantar de los Cantares: «Como el manzano entre los árboles silvestres, tal es mi amado entre los mancebos. A su sombra anhelo sentarme y su fruto es dulce a mi paladar».
El alma ha entrado ya en la oración de quietud, adonde se puede asegurar que llegan muchas almas cuando son fieles a la gracia. Entonces el alma encuentra, en esa simple adhesión de fe, en ese abrazo de amor…, el valor de la elevación interior, la libertad de corazón, la humildad y la entrega al beneplácito divino, que le son necesarios en el largo caminar hacia la plenitud de Dios. «Una cosa son las muchas palabras y otra, el afecto firme y constante», dice San Agustín en su Epístola.
Luego, si así le place a la Bondad Suprema, Dios mismo hará traspasar a esa alma las lindes ordinarias de lo sobrenatural para darse a ella en misteriosas comunicaciones, en que las facultades naturales, elevadas por la acción divina, reciben, bajo el influjo de los dones del Espíritu Santo, y, sobre todo, de los de entendimiento y sabiduría, un modo de operación superior. Los místicos lo describen como el éxtasis.
No podemos en modo alguno, subir por nuestros propios esfuerzos a tal grado de oración y de unión con Dios, porque dependen únicamente de su libre y soberana voluntad. ¿Se podrá al menos desearlo? Si se trata de los fenómenos accidentales que acompañan a la oración, como son las revelaciones, el éxtasis y los estigmas, desde luego que no; pues habría en ello temeridad y presunción; pero tratándose del conocimiento puro, simple y perfecto, que Dios da en ella de sus perfecciones, del amor encendido que se sigue de ello en el alma, ¡ah!, entonces os diré, que deseéis con todas vuestras fuerzas un alto grado de oración y el gozar de la contemplación perfecta. Porque Dios es el autor principal de nuestra santidad; y en estas comunicaciones es cuando precisamente trabaja con mayor empeño; luego no desearlas sería no desear «amar a Dios con toda nuestra alma, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro corazón». Además, ¿qué da a nuestra vida todo su valor, quién determina los grados de nuestra santidad? -Ya os he dicho que es la intensidad del amor con que vivimos y obramos. Y esta pureza e intensidad de la caridad se obtienen con abundancia en la oración. Veis por qué nos es tan útil, y por qué asimismo debemos aspirar legítimamente a alcanzar un alto grado de oración?
Claro está que en esto como en todo, hemos de someter nuestros deseos a la voluntad de Dios, pues sólo Él sabe lo que más conviene a nuestras almas; y aun cuando trabajemos siempre por ser fieles, generosos y humildes, para obedecer en todo momento a la gracia, aun cuando suspiremos por llegar a la cima de la perfección, con todo, conviene y mucho no perder nunca la paz del alma, seguros de que Dios es harto bueno y sabio para darnos lo que más nos conviene.
Por tanto digamos: «¡Señor, enséñanos a orar!»…

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