sábado, 14 de enero de 2017

LAS DOS BANDERAS. Meditación semanal


EJERCICIOS ESPIRITUALES 11

         Esta Meditación de hoy se llama: dos banderas.
         Una, la de Cristo, nuestro capitán y Señor.
         La otra, la del demonio, el mal espíritu, nuestro enemigo mortal.
         Ambos nos ofrecen programas contrapuestos. Esta es una meditación de chequeo, de verificación, para que sepamos si realmente estamos siguiendo a Cristo y por qué camino le seguimos. Y es una meditación cristológica, aunque no se base en ningún pasaje evangélico.
         No vale hacer una elección entre estas banderas de decir: una y la otra; no puede ser. Tiene que ser una ó la otra.
         Nosotros queremos seguir a Jesucristo y seguirlo de forma decidida y verdadera. Deseamos formar en nuestro interior ese hombre nuevo al que estamos llamados. Queremos asimilar el estilo de vida que nos presenta Cristo. Hemos hecho una opción por Él. Pero Cristo no quiere hombre idealistas que le sigan sin conocer su estilo de vida. Él no nos engaña en su programa,  no quiere que cuando llegue la cruz nos desilusionemos porque no lo sabíamos. Él nos dice clarísimamente: El que quiera venir en pos de Mí, tome su cruz de cada día y sígame. Él sabe y nosotros también tenemos que reconocer, que este seguimiento supone en nuestro interior una lucha diaria, porque el verdadero enemigo está dentro de nosotros y sentimos que estamos divididos. Y es más, debemos saber que esta lucha nos acompañará siempre y si no estamos dispuestos a asumirlo como un plan ordinario, estamos equivocados y sufriremos mucho esperando una tregua que nunca vamos a tener. He venido a traer fuego a la tierra y cuánto deseo ya que arda, nos dice Jesús.
Asimilar esta lucha interior, es el fundamento para que crezcamos en la vida de la fe. La vida de un cristiano ya sabemos que no es fácil.
         Pidamos a Jesús que nos ayude a ver claro su camino, que no nos dejemos engañar por las artimañas del mal espíritu, que nos dé un conocimiento de la vida verdadera y su gracia para vivirla.
         ¿Cuál es la estrategia del enemigo para confundirme?
El instinto de posesión que existe en el hombre, que le conduce a querer poseer todo de forma desordenada. Tener no es malo, pero hay que tener el corazón desapegado de todas las cosas. El desorden nos lleva a la codicia de la riqueza: No me basta con un coche para desplazarme, que quiero el mejor. No me basta con una tele para distraerme, que quiero el último modelo. No me basta con una casa para vivir, que la quiero con todas las comodidades…. No podéis servir a Dios y al dinero. La corrupción es una torcedura del corazón de los hombres desde siempre.
La búsqueda del honor, del aprecio, del ser estimado y valorado, del que piensen bien de nosotros, aunque para ello tenga que mentir o fingir lo que no siento para caer bien, o participar en conversaciones vanas y a veces destructivas para no perder amistades o que no me tomen por un rarito…
Y por último la soberbia, el culto a la propia persona, a no consentir ninguna humillación, a creerme más de lo que soy… Y de aquí me lleva a todos los demás vicios.
         ¿Y cuál es la estrategia de Jesús? Él nos invita a un modo de ser completamente diferente, en la verdad y en la humildad, que nos disponen a vivir las demás virtudes.
Me hace comprender que la pobreza es la verdadera riqueza, porque la riqueza es un estorbo para vivir y disfrutar de Dios.
Creemos que si no podemos viajar, si no podemos salir, si no podemos tener un tren de vida…, no podemos ser felices. Las falsas promesas de felicidad nos dejan el corazón vacío. Cristo me promete la plenitud.
Y me lleva por el camino de las humillaciones. El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho. El seguir este camino me asegura que voy por el camino verdadero. La prueba de la cruz es el crisol que nos hace saber si de verdad seguimos a Cristo. La cruz es un regalo cuando se vive en Cristo. En Cristo entiendo la humillación porque me une más a Él.
Debo buscar la gloria del que amo a costa de la mía personal.
Debo buscar, como Él, ser el más pequeño, el servidor de todos.
Y ante este programa, Jesucristo nos pregunta como hizo una vez a sus apóstoles: ¿también vosotros queréis marcharos?
         La elección de Cristo es libre y amorosa. Es más un don que una elección y por eso debemos pedírselo.
Pero Cristo quiere que mi elección por Él sea firme. Que yo experimente: Es que yo sin Ti me muero, no puedo vivir.
Esta elección es clave en mi vida cristiana, me asegura vivir en la fe. Si no, algún día abandonaré y no perseveraré. Pero debo saber que esta elección conlleva la cruz, el Calvario. Si voy al Tabor con Él, también tengo que estar dispuesta a la crucifixión. Es el mismo Cristo el del Tabor que el del Calvario.
Y tengo que tener claro por qué elijo a Cristo. Dios ve lo que mueve mi alma a hacer todas las cosas que hago, aunque exteriormente nadie lo vea. A los hombres los puedo engañar, pero a Dios no. Él ve realmente cuáles son las motivaciones que mueven cada uno de mis actos. Y todas las que no sean amar y seguir más a Jesucristo, tarde o temprano me llevan al fracaso. No tenemos que fingir nada con Dios; somos transparentes ante Él y su juicio es el único que nos debe preocupar.
El seguimiento de Cristo forja en mí el hombre nuevo, un hombre que se deja conducir dócilmente por Cristo. Y esto solamente es posible por la gracia de Dios que mueve el afecto: no hablamos de sentimientos, ni de emociones. Hablamos del núcleo más íntimo de mi persona, donde llega Dios, donde llega su gracia: eso es el afecto.
Pedir y pedir y pedir esta gracia, y cuando Dios quiera, me la concederá. Nadie puede venir a Mí si el Padre no lo atrae.
Desear esta gracia. Un deseo, si se pone en práctica, se refuerza. Si no se pone en práctica, se debilita.
No pasa nada porque me vea débil. La obra no es mía, es de Dios.

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