sábado, 21 de enero de 2017

TRES BINARIOS. Charla semanal



EJERCICIOS ESPIRITUALES 12
Nuestra Meditación de hoy se conoce con el nombre de Tres Binarios. Binario aquí significa modelo, tipo y vamos a ver tres modelos distintos del seguimiento a Jesucristo, como respuesta a su llamada. Se trata de hacer un examen de mi vida y ver a cuál de estos tres modelos pertenezco, en cuál encajo yo.
En el primer modelo nos encontramos al hombre que no se enfrenta a esta llamada, que no da un paso adelante, que tiene una idea de Jesús, pero que no es capaz de hacer nada por Él. Se queda en la idea pero no pasa a la acción. Querría, pero no hace nada, siempre lo deja para luego. En el fondo, no ama de todo corazón a Jesucristo. Tenemos el ejemplo del joven rico: Quería seguirle, escucha su invitación: Vende cuando tienes y luego ven y sígueme; pero no es capaz de vender nada, de pasar a la acción y se marcha triste, porque no es capaz de seguirle de verdad.
En el segundo modelo nos encontramos al hombre que se da cuenta de que está atado. Quiere ordenar su desorden, pone algo de empeño, pero no el suficiente. Hace sus planes de vida y quiere que Jesús se los apruebe, pero no escucha lo que Jesús quiere de él. Y eso no puede ser así: a Jesús hay que presentarle un cheque en blanco para que Él escriba lo que Él quiera. Las personas de este modelo son afectivas y sólo se mueven si sienten algo, pero más bien lo que les mueve es el amor propio. Dicen que sí, pero con condiciones, con peros…: déjame primero enterrar a mis muertos, déjame despedirme, etc.
El tercer modelo es la actitud ideal de la vocación cristiana: desear sinceramente conocer y cumplir la Voluntad de Dios, estar dispuesta a lo que Dios quiera. Lo que Dios tenga pensado para mí no lo sé, pero me da igual, yo lo quiero. Le firmo un cheque en blanco. Lo único que quiero es dar gloria a Dios, hacerle feliz a Él. Por ejemplo: voy a la oración y no siento nada, tengo distracciones…, pero aunque no saque nada, estoy feliz porque le hago feliz a Él, porque estoy con Él. Es vivir en actitud de santa indiferencia. Es darlo todo. Mi corazón está libre. Tenemos el ejemplo de Abraham: Dios le pidió el sacrificio de su hijo y, con dolor, preparó todo para este sacrificio porque Dios se lo pedía y Él quería dárselo aunque le costara. Cuando ya estaba dispuesto todo para el sacrificio, Dios le ofreció un carnero para que se lo ofreciese en lugar de su hijo. Pues así nosotros, aunque nos cueste lo que nos pide, dárselo. Si Él quiere, nos permitirá ahorrarnos el sacrificio, pero sólo si quiere. Si no, se lo tendremos que dar. Él sabe. Me entrego incondicionalmente a Él.
En general, dejamos poco campo de maniobra a Dios. Somos muy programadores de nuestra vida, y le ofrecemos el programa a Dios, sólo para que le dé el visto bueno. Queremos tener las cosas bien atadas. Y así no se puede seguir a Dios y entregarse a Él. Hay que dejar margen a la sorpresa, a lo que Dios tenga preparado para nosotros. Dios tiene también sus cartas, que va jugando y nos va descubriendo poco a poco.
Tengo que tener conciencia de que mi vida no la manejo yo, la maneja Él. Dios lleva mi vida, yo se la he entregado. Sólo tengo que ir asimilando por donde Dios me quiera ir llevando. Tengo que ser lo suficientemente moldeable para que Dios me maneje. No ser rígido. Hacer un cierto plan, pero siempre, si Dios lo quiere. Ir descubriendo sus planes poco a poco, según me los vaya haciendo ver. Si es plan de Dios, aceptarlo inmediatamente, sintonizar con su plan
Las cosas en mi vida van saliendo como Dios lo quiere, no como yo lo quiero. Sólo tengo que dejarme conducir.
En la vida espiritual, ser de costumbres rutinarias no es bueno, porque estamos impidiendo que el Espíritu Santo nos cambie y que Dios nos conduzca como Él quiera. Tenemos que dejarle libertad en el espíritu, porque Dios sopla como quiere y cuando quiere.
Dios tiene que desinstalar primero la seguridad en la que la persona vive para poder para poder darle sus gracias, como hizo con Moisés, que vivía cómodamente como hijo del faraón y desde entonces empezó a sentir todas las complicaciones del seguimiento a Dios, pero también le movió a pasos agigantados hacia la santidad.
¿De qué me sirve vivir bien si no puedo vivir para siempre? (San Agustín).

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