viernes, 10 de febrero de 2017

LA CURACIÓN DEL CIEGO DE NACIMIENTO. Charla semanal

EJERCICIOS ESPIRITUALES 15
         Contemplamos hoy la curación del ciego de nacimiento en Jn 9.
         Nos ponemos delante del Espíritu Santo para pedirle el conocimiento interno del Señor para más amarle y más seguirle. Que comprendamos que Jesús es la luz del mundo. Pedir al Señor que su luz penetre todas las zonas de mi vida que puedan estar en oscuridad. Haz que yo vea, Señor, que te vea a Ti, que Tú me ilumines cuando el demonio o mis pecados venden mis ojos y no sea capaz de encontrar el camino.
Para poder entender este pasaje, antes es necesario leer la revelación que Jesús hace en el capítulo anterior: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. El milagro que vamos a contemplar ahora es la realización de estas palabras de Jesús.
"Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: "Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?". Respondió Jesús: "Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Es preciso que Yo haga las obras del me que envió mientras es de día; venida la noche, ya nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo." Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: "Vete, lávate en la piscina de Siloé" (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y volvió con vista".
         En este episodio se da a conocer el proceso de la  vida cristiana: el paso de las tinieblas a la luz.
         Observamos que, al pasar, vio Jesús a un ciego de nacimiento. No se nombra espacio ni tiempo. Sólo se constata un hecho: es el paso de Jesús. También Jesús pasa por mi vida y nada de lo mío le resulta indiferente. De hecho, he tenido encuentros muy especiales con Él. Recordar situaciones concretas de este paso del Señor. Examinar mi vida, hacer memoria, recrearme en esos ratos: en la oración, a través de una situación concreta, en una confesión, en un momento difícil de mi vida o en un rato gozoso… Si no hago estas reflexiones con frecuencia, tal vez Jesús está pasando por mi vida en muchas circunstancias y yo ni siquiera me doy cuenta.
         Seguimos con el momento en el que Cristo nos explica que no hay conexión entre el pecado y la enfermedad. La enfermedad no es un castigo por nuestros pecados, como piensan muchos: ¿Qué he hecho yo para que me ocurra esto? Dios nos ama y no es insensible al dolor de los hombres. Está siempre en nuestra vida, aún en los momentos más difíciles y oscuros. Pero nunca estos momentos son un castigo, al contrario, son ocasiones para que se manifieste la obra de Dios en mí.
         Contemplemos ahora la curación: Jesús escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y se lo untó en los ojos al ciego. Nos recuerda la primera creación que nos narra el génesis: Modeló Yavhé Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro aliento de vida y fue así el hombre animado.
Utiliza el mismo simbolismo. Él es nuestro Padre. Nosotros somos el barro y Él es el alfarero, todos somos obra de sus manos, como nos dice el Libro de Isaías. ¿Sé ponerme en las manos de Dios para dejarme modelar por Él?
         Jesús le dice: ve a lavarte en la piscina. A esta piscina llegaba agua de una fuente natural. Tenía aguas purísimas. El agua pura que cura es el símbolo del bautismo que lava nuestros pecados. Siempre necesitamos de agua para limpiarnos. De la misma manera, esta piscina y esta agua son imagen de la necesidad que tenemos siempre de la gracia para purificarnos de nuestras faltas. Al untarle con barro y pedirle que fuera a lavarse a la piscina, Jesús le había mostrado su amor, su deseo de curarle, pero la curación no se realiza mecánicamente, requiere la aceptación libre del hombre, como veíamos el otro día en la curación del paralítico. Él nunca se impone, sino que se propone suavemente. Tenemos que optar por curarnos, por querer ver.
         Fue a lavarse y volvió con vista. Se abrió a la luz, se abrió a la fe, se fió de Dios. Este es el secreto de todo crecimiento en la vida espiritual. Sentir cómo Jesús también va abriendo mis ojos para ver lo que Él desea de mí.
                   Es curioso que después del milagro se origina una discusión, porque los judíos no querían creer que aquel hombre era ciego aunque le conocían de siempre, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron a ellos si realmente ése era su hijo. Dice el Papa Francisco, que muchas veces una buena acción, una obra de caridad, origina habladurías, discusiones…, porque muchos no quieren ver la verdad, no tienen luz para verla. Nosotros sí tenemos la luz. Hay muchos hombres en tinieblas.
Es un drama la ceguera interior de tanta gente, nuestra propia ceguera interior muchas veces.
¿Qué hacemos nosotros con la luz que tenemos?
Al final el ciego curado llega a la fe, y ésta es la gracia más grande que le viene dada por Jesús: no sólo poder ver con la vista física de los sentidos externos, sino verle a Él, conocerle a Él  como ‘la luz del mundo’, tener una experiencia profunda de Él. Señor, creo, creo que Tú eres la luz del mundo, eres la luz de mi vida, de mi existencia. Este conocimiento tiene que cambiar mi vida, tiene que dar un vuelco, porque estaba ciega, pero he recobrado la vista y ya mi vida no puede seguir un camino equivocado. Que el Espíritu Santo nos conceda esta experiencia de fe.

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