viernes, 3 de febrero de 2017

LA CURACIÓN DEL ENFERMO DE LA PISCINA

EJERCICIOS ESPIRITUALES 14
         Vamos a continuar las siguientes semanas contemplando a Jesús en su vida pública. Se trata de conocer más a Cristo, por quien he optado, a quien he decidido seguir. Sólo el que aprende en la escuela del Maestro, puede ser apto para llevarlo a los hombres. El discípulo tiene que ser imagen de Cristo, por eso tiene que transformarse en Él.
         Leemos en Jn, 5 la curación del enfermo de la piscina. Lo leemos despacio, tantas veces como necesitemos, para pasarlo por el corazón. La Palabra de Dios hay que pasarla muchas veces por el corazón. Y pidamos a Jesús un conocimiento interno para más amarle y seguirle. Que comprendamos la fuerza salvadora de la acción de Jesús y que su poder está siempre a disposición nuestra.
         Si no hay un más amarle en nuestra vida, nuestro amor no es verdadero y si le amamos, siempre tendremos cierta insatisfacción porque siempre se puede amar más. Cada día es una oportunidad de vivir y crecer en este amor. Cuando uno introduce el amor en todas las cosas, descubre que no hay nada igual en un día y otro día, aunque siempre se hagan las mismas cosas. El amor es el que da color a una vida monótona.

         Y ahora vamos a hacer nuestra composición de lugar: Estamos en Jerusalén. Saliendo de la explanada del Templo, se encuentra la piscina Betesda. Allí acudían los pastores a abrevar el rebaño. La piscina tenía cinco pórticos, y propiamente se formaban dos grandes estanques, separados por una baranda de piedra. La piscina se alimentaba con aguas termales, que fluían intermitentemente de una fuente situada en las afueras de la ciudad. Cuando llegaba el agua nueva se formaba un remolino en la piscina y era señal inequívoca de que entonces era el momento de aprovechar la cualidad terapéutica de un agua, que la imaginación popular creía movida por un ángel y el primero que bajaba después de la agitación del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que padeciera. Por eso, los enfermos se metían en ese momento para curarse.
Pero había allí un hombre que llevaba 38 años enfermo, prácticamente toda su vida y no tenía a nadie que al moverse el agua le metiera en la piscina. Jesús está contemplando esta escena, ve que nadie se acuerda de él. Y toma la iniciativa y le pregunta: ¿Quieres curarte? Jesús se ofrece, no obliga. El hombre tiene que optar libremente por Él. Jesús nunca violenta. Siempre entra con suavidad y pide permiso para entrar en nuestra vida. Y me pregunta muchas veces ¿quieres?. Pero siempre tendré que optar libremente por Él, sólo así el seguimiento será verdadero. No tengo que estar condicionado por nada de dentro ni por nada de fuera para seguirle. Sólo yo puedo decirle que sí. No confiar en que ya lo sabe, sino reafirmarlo, renovar mi opción por Él, mi sí a Él. Un sí libre y por amor, las dos condiciones para que sea verdadero. En este sí nos jugamos la vida. Y después de darle este sí y en comunión con Él, tengo que volver luego al mundo, transformado por esta experiencia interior. Este sí nos vuelve inalterables. El alma queda tan transformada, tan de Cristo, que no concibe otra manera de ser ni de existir que ser sólo y toda de Cristo.
         Nuestro seguimiento no es desde fuera, es una verdadera transformación interior: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Somos una sola cosa con Él.

         Seguimos en el pasaje evangélico y contemplamos a Cristo con el enfermo y a la vez me contemplo a mí con Cristo, con mi enfermedad, con mi parálisis, con lo que me impide moverme hacia Él y seguirle de verdad. Pero Cristo tiene especial interés en curarme. Y Él me dice, igual que al enfermo: Levántate, toma tu camilla y echa a andar. Y ahí está Jesús y el paralítico; el Creador junto a su criatura, el médico junto al enfermo.
         Y le dice: “carga con tu camilla”. Antes, la camilla le llevaba a él y ahora, él lleva la camilla. Le hace dueño de aquello mismo que le esclavizaba. Le hace libre. Lo que le pesaba, ya no le pesa.
         Y “echa a andar”. Cristo me da la fuerza para que me ponga en marcha, me da libertad; ya nada ni nadie me va a condicionar.

         Pero están alrededor los que se cuestionan si es lícito curar en sábado y reprenden al hombre porque carga con su camilla en sábado. Para ellos, Jesús ha quebrantado la ley. Y Jesús les responde: Mi Padre sigue obrando todavía y por eso obro yo también. Jesús tiene plena convicción de que Él no hace nada por Sí mismo y hace lo que ve hacer al Padre. Porque el Padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre. Jesús nos descubre su verdadera intimidad.
         De la misma manera, yo no puedo hacer nada por mí misma si no estoy unida a Jesucristo. No puedo hacer nada sin Él y nada, es nada. A veces soporto sola el peso de mis tareas y de mi vida, porque no tengo esta conciencia de que no estoy sola. Debo tener una total confianza en Él, segura de sus palabras: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Abandonarme en Él. Vivir el gozo de saberme en las manos de Dios. Esto me hará fuerte, una columna de hierro.

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