viernes, 19 de mayo de 2017

APARICIÓN DEL RESUCITADO A LA VIRGEN MARÍA. Charla semanl

EJERCICIOS ESPIRITUALES 28

         Hoy vamos a contemplar la aparición a María, su Madre. Esta aparición no tiene apoyos en la Escritura. Nosotros podemos suponerla y así lo cree la fe de la Iglesia y vivir por medio de ella, una nueva experiencia de Cristo resucitado.
         Sabemos, por la propia narración del Evangelio de San Juan, que María se fue a vivir con el discípulo amado, hasta su paso de este mundo al Padre. Dice en su Evangelio: Desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
         Pedimos como siempre la gracia para alegrarnos y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo Nuestro Señor.
         San Ignacio, como la Iglesia misma, reflexiona sobre esto: ¿Cómo no iba Jesús a aparecerse a su Madre? Ella nunca perdió la esperanza en la Resurrección de su Hijo.
         María se encuentra con su Hijo resucitado. Usar todos los sentidos interiores para contemplar este encuentro. Ya lo había recibido en la Encarnación, pero ahora lo hace en la madurez de la fe, experimentando así un gozo que nadie le podrá arrebatar. Ella había pasado por la noche oscura del alma, la noche de los sentidos, cuando tuvo en sus brazos a su hijo muerto y tuvo que sepultarlo.
         En este reencuentro del Hijo con la Madre, es Cristo quien lleva la voz cantante. Cristo es el que se aparece, como en el resto de las apariciones, es Él el que tiene la iniciativa. Jesús es quien comienza la obra nueva y será quien la lleve a término.
         Estos textos del Cantar de los Cantares nos pueden ayudar a comprender el encuentro de Jesús con su Madre: “¡Levántate ya amada mía, hermosa mía y ven! Que ya se ha pasado el invierno y han cesado las lluvias. Ya se muestran en la tierra los brotes floridos, ya ha llegado el tiempo de la poda y se deja oír en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. ¡Levántate amada mía, hermosa mía y ven! Paloma mía, dame a ver tu rostro, hazme oír tu voz. Que tu voz es dulce y encantador tu rostro.”
A lo que la esposa responde: Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado. En mi lecho por la noche, busqué al amado de mi alma y no lo hallé. Me levanté y di vueltas por la ciudad, buscando al amado de mi alma. Y cuando lo hallé, lo así para no soltarlo.
¿Adónde fue tu amado, oh tú, la más hermosa de las mujeres?
Eres, amada mía, hermosa como Tirsa, encantadora como Jerusalén. Es única mi paloma, mi inmaculada, es la única hija de su madre, la predilecta de quien la engendró. ¡Qué hermosa eres, qué amada!”
         Bueno…, es parte de un diálogo de enamorados, del amor que suscita en nuestras almas la dulzura de Jesucristo. Se trata de desplegar nuestro corazón para que beba de este amor y lo disfrute.

         A la luz de su Hijo resucitado, María vuelve a ver toda su vida con una mirada nueva. Y desde la presencia de su Hijo, vuelve a revivirlo todo y ahora lo ve de un modo nuevo.
Y repite las palabras que ya dijo en la Anunciación: “He aquí a la esclava del Señor; hágase en Mí según tu Palabra. Mi alma engrandece al Señor”.
En Ella se vuelve a cumplir el elogio de las gentes: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron. Y Él les dijo: Más bien dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.
Porque eso hizo María en toda su vida y ahora se ve colmada de gozo por ello.
         Desde esta nueva situación, María es confirmada en la nueva misión que se le ha encomendado: He ahí a tu hijo.
         Y será bendecida, como nos dice el profeta Isaías: “Verán las naciones tu justicia y todos los reyes tu gloria y se te dará un nombre nuevo, que la boca de Yavhé determinará; serás en la mano de Yavhé corona de gloria, real diadema en la palma de tu Dios. En Ti se complacerá Yavhé y tu tierra tendrá esposo, a ti te llamarán mi favorita.”

         Por su total adhesión a la Voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad.
         María permanece desde el principio con los apóstoles a la espera de Pentecostés y a través de las generaciones está presente en la Iglesia peregrina, como modelo de esperanza.
         María siempre creyó que se cumpliría lo que le había dicho el Señor. Creyó que concebiría y daría a luz un hijo, aunque era virgen, y su Hijo sería Hijo de Dios.
         Como esclava del Señor, permaneció perfectamente fiel a la persona y a la misión de este Hijo.
         Por estos motivos, María, con razón, es honrada por la Iglesia, ya desde todos los tiempos, como Madre de Dios, a cuyo amparo acudimos con súplicas en todos nuestros peligros y necesidades.
         Hoy, la que llevó en su seno a su propio Salvador, reposa en el Templo del Señor. La que ha hecho brotar para todos la verdadera vida, ¿cómo iba a caer en poder de la muerte? Es justo que sea elevada hasta Él.
Puesto que Cristo, que es la Vida, dijo: Donde Yo estoy, estará también mi servidor, ¿cómo no iba a participar de su morada, con mayor razón su Madre? Era menester que la Madre se reuniese con el Hijo.

         Que toda esta contemplación de María, pasándola por el corazón, haga que nos  alimentemos de deseos de gratitud y correspondencia con quien aboga por nosotros ante el Padre, por toda la eternidad y nos alegremos con Ella y gocemos de ese abrazo mutuo de Cristo y su Madre, dos almas purísimas.

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