sábado, 3 de marzo de 2018

LA PASIÓN. DIARIO DE SANTA FAUSTINA 19


DIARIO DE SANTA FAUSTINA 19
LA PASIÓN
Al venir a la adoración, en seguida me envolvió un recogimiento interior y vi al Señor Jesús atado a una columna, despojado de las vestiduras y en seguida empezó la flagelación.  Vi a cuatro hombres que por turno azotaban al Señor con disciplinas.  Mi corazón dejaba de latir al ver esos tormentos.  Luego el Señor me dijo estas palabras: Estoy sufriendo un dolor aun mayor del que estás viendo.  Y Jesús me dio a conocer por cuales pecados se sometió a la flagelación, que son los pecados de la impureza.  Oh, cuanto sufrió Jesús moralmente al someterse a la flagelación.  Entonces Jesús me dijo: Mira y ve el género humano en el estado actual.  En un momento vi cosas terribles. Los verdugos se alejaron de Jesús, y otros hombres se acercaron para flagelarle: tomaron los látigos y azotaban al Señor sin piedad.  Eran sacerdotes, religiosos y religiosas y máximos dignatarios de la Iglesia, lo que me sorprendió mucho; eran laicos de diversa edad y condición, todos descargaban su ira en el inocente Jesús.  Al verlo mi corazón se hundió en una especie de agonía; y mientras los verdugos lo flagelaban, Jesús callaba y miraba a lo lejos, pero cuando lo flagelaban aquellas almas que he mencionado arriba, Jesús cerró los ojos y un gemido silencioso pero terriblemente doloroso salió de su Corazón.  Y el Señor me dio a conocer detalladamente el peso de la maldad de aquellas almas ingratas: ¿Ves?, he aquí un suplicio mayor que Mi muerte.  Entonces mis labios callaron y empecé a sentir en mí la agonía y sentía que nadie me consolaría ni me sacaría de ese estado sino Aquel que a eso me había llevado.  Entonces el Señor me dijo: Veo el dolor sincero de tu corazón que ha dado un inmenso alivio a Mi Corazón, mira y consuélate.

Cuando me sumerjo en la Pasión del Señor, a menudo en la adoración veo al Señor Jesús bajo este aspecto: después de la flagelación los verdugos tomaron al Señor y le quitaron su propia túnica que ya se había pegado a las llagas y mientras le despojaban de ella, volvieron a abrirse sus llagas.  Luego vistieron al Señor con un manto rojo, sucio y despedazado sobre las llagas abiertas.  El manto llegaba a las rodillas.  Mandaron al Señor sentarse en un pedazo de madero y entonces trenzaron una corona de espinas y ciñeron con ella su Sagrada Cabeza; pusieron una caña en su mano, y se burlaban de Él homenajeándolo como a un rey.  Le escupían en la Cara y otros tomaban la caña y le pegaban en la Cabeza; otros le producían dolor a puñetazos, y otros le tapaban la Cara y le golpeaban con los puños.  Jesús lo soportaba silenciosamente.  ¿Quién puede entender su dolor?  Jesús tenía su mirada hacia el suelo.  Sentí lo que sucedía entonces en el dulcísimo Corazón de Jesús.  Que cada alma medite lo que Jesús sufría en aquel momento.  Competían en insultar al Señor.  Yo pensaba de dónde podía proceder tanta maldad en el hombre.  La provoca el pecado.  Se encontraron el Amor y el pecado.

Entonces vi a Jesús clavado en la cruz.  Después de estar Jesús colgado en ella un momento, vi toda una multitud de almas crucificadas como Jesús.  Vi la tercera muchedumbre de almas y la segunda de ellas.  La segunda infinidad de almas no estaba clavada en la cruz, sino que las almas sostenían fuertemente la cruz en la mano; mientras tanto la tercera multitud de almas no estaba clavada ni sostenía la cruz fuertemente, sino que esas almas arrastraban la cruz detrás de sí y estaban descontentas.  Entonces Jesús me dijo: ¿Ves, esas almas que se parecen a Mí en el sufrimiento y en el desprecio?, también se parecerán a Mí en la gloria; y aquellas que menos se asemejan a Mí en el sufrimiento y en el desprecio, serán menos semejantes a Mí también en la gloria.

Muchas veces durante la Santa Misa veo al Señor en mi alma, siento su presencia que me invade por completo.  Siento su mirada divina, hablo mucho con Él sin decir una sola palabra.  Conozco lo que desea su Corazón Divino y siempre hago lo que Él prefiere.  Lo amo hasta la locura y siento que soy amada por Dios.  En los momentos en que me encuentro con Dios en la profundidad de mis entrañas, me siento tan feliz que no sé expresarlo.  Estos momentos son cortos, porque el alma no los podría soportar más tiempo, pues debería producirse la separación del cuerpo.  Aunque estos momentos son muy cortos, no obstante el poder que pasa al alma permanece muchísimo tiempo.  Sin el menor esfuerzo siento un profundo recogimiento que entonces me envuelve y que no disminuye a pesar de que converso con la gente, ni me molesta en el cumplimento de mis deberes.  Siento su constante presencia sin ningún esfuerzo del alma, siento que estoy unida a Dios tan estrechamente como una gota de agua con el océano sin fondo.

         En otra ocasión, habiendo sufrido físicamente los ataques del demonio, oí una voz:
Estás unida a Mí y no tengas miedo de nada, pero has de saber, niña Mía, que Satanás te odia; él odia a muchas almas, pero arde de un odio particular hacia ti, porque arrancaste a muchas almas de su poder.

         Sentí que vale la pena cualquier sufrimiento con tal de ganar almas para el Cielo.
Oh Dios mío, aun en los castigos con que hieres la tierra veo el abismo de Tu misericordia, porque castigándonos aquí en la tierra, nos liberas del castigo eterno.  Alégrense, todas las criaturas, porque están más cerca de Dios en su infinita misericordia que el niño recién nacido del corazón de su madre.  Oh Dios, que eres la Piedad misma para los más grandes pecadores arrepentidos sinceramente; cuanto más grande es el pecador, tanto mayor es el derecho que tiene a la Divina Misericordia.

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