viernes, 5 de octubre de 2018

IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN 1


IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN 1
Tan grande es el deseo que tiene Nuestro Señor de darse a nosotros, que multiplicó los medios de llevarlo a cabo: juntamente con los distintos Sacramentos, nos ha señalado la oración, como fuente de gracia.
Los Sacramentos producen la gracia por el hecho mismo de ser aplicados al alma si el alma no pone impedimentos.
La oración no tiene la misma eficacia, pero no por eso es menos necesaria que los Sacramentos para conseguir la ayuda divina. Vemos, por ejemplo, cómo Jesucristo durante su vida mortal hace milagros movido por la oración. Se le presenta un leproso que le dice: «Señor, tened compasión de mí», y le cura. Le presentan un ciego que le dice: «Señor, haced que vea», y Nuestro Señor le devuelve la vista. Marta y Magdalena le dicen: «Señor: si hubieses estado aquí, no hubiera muerto nuestro hermano». Esto es una especie de petición y a esta súplica contesta el Señor resucitando a Lázaro.- Estos son favores temporales, pero también la gracia se alcanza con la oración.
Le dice la Samaritana: Señor, dadme de esa agua viva para que no tenga más sed y Cristo se descubre a ella como el Mesías, y la induce a confesar sus faltas para perdonárselas.
El Buen Ladrón Clavado en la cruz, le pide  que se acuerde de él, y el Señor le concede  el perdón completo diciéndole: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Por otra parte, Nuestro Señor mismo nos recomienda que oremos: «Pedid, y se os dará; llamad, y se os abrirá; buscad, y encontraréis». «Todo cuanto pidiereis a mi Padre en mi nombre, es decir, poniéndome por intercesor, os lo concederá». Es, pues, evidente que la oración vocal de súplica resulta un medio muy poderoso para atraernos los dones de Dios.
Pero aparte de la oración de súplica, está la oración mental o meditación, que es uno de los medios más necesarios para conseguir aquí en la tierra nuestra unión con Dios y nuestra imitación de Jesucristo. El contacto asiduo del alma con Dios en la fe por medio de la oración y la vida de oración, ayuda poderosamente a la transformación sobrenatural de nuestra alma. La oración bien hecha, la vida de oración, es transformante.
Más aún; la unión con Dios en la oración nos facilita la participación más fructuosa en los otros medios que Cristo estableció para comunicarse con nosotros y convertirnos en imagen suya, que son los Sacramentos. La oración, la vida de oración, conserva, estimula, aviva y perfecciona los sentimientos de fe, de humildad, de confianza y de amor, que en conjunto constituyen la mejor disposición del alma para recibir con abundancia la gracia divina. Un alma familiarizada con la oración saca más provecho de los Sacramentos y de los otros medios de salvación, que otra que se da a la oración con tibieza y sin perseverancia. Un alma que no acude fielmente a la oración, puede asistir a la Santa Misa, recibir los Sacramentos y escuchar la Palabra de Dios, pero sus progresos en la vida espiritual serán con frecuencia insignificantes. Y esto es porque el autor principal de nuestra perfección y de nuestra santidad es Dios mismo, y la oración es precisamente la que conserva al alma en frecuente contacto con Dios: la oración enciende y mantiene el alma como una  hoguera, en la cual el fuego del amor está siempre encendido; y cuando el alma se pone en contacto directo con la divina gracia en los Sacramentos, entonces la abrasa y la llena.
La vida sobrenatural de un alma es proporcional a su unión con Dios mediante la fe y el amor. Este amor debe exteriorizarse en actos, y este amor reclama la vida de oración. Puede decirse que nuestro adelantamiento en el amor divino depende prácticamente de nuestra vida de oración.
¿Qué es la oración? Digamos que es una conversación del hijo de Dios con su Padre celestial, para adorarle, alabarle, manifestarle su amor, tratar de conocer su Voluntad, y obtener de El la ayuda necesaria para cumplirla.
No debemos olvidar jamás nuestra condición de criaturas, es decir, nuestra nada y también nuestra calidad de hijos de Dios, que debe servirnos de hilo conductor en la oración.
San Pablo nos dice: «No sabemos lo que debemos pedir a Dios en la oración según nuestras necesidades, pero el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda. El mismo ruega por nosotros con gemidos inenarrables». Este mismo Espíritu debe rogar por nosotros y en nosotros. Es el que nos hace clamar a Dios: «¡Abba, Padre!» Como consecuencia de nuestra filiación divina, tenemos el derecho y el deber de presentarnos ante Dios como sus hijos.
Por eso Jesús nos dice: «Cuando oréis, orad así: Padre nuestro, que estás en los cielos; santificado sea tu nombre…». Por este motivo adoptará siempre el hijo de Dios una actitud de profunda reverencia y de profunda humildad, suplicará que le sean perdonados sus pecados, no caer en la tentación y ser librado del mal; y acompañará esta humildad y reverencia con una inquebrantable confianza -porque «todo don perfecto desciende de arriba, del Padre amoroso. Así, sobre las alas de la fe y de la esperanza, el alma remonta su vuelo hacia el cielo y se eleva hasta Dios. Y con profunda devoción, expone a Dios con entera confianza todas sus necesidades.
Por eso la oración es como la manifestación de nuestra vida íntima de hijos de Dios y por esto es tan vivificante y tan fecunda. El alma que se da regularmente a la oración saca de ella gracias inefables que la transforman poco a poco, a imagen v semejanza de Jesús, Hijo único del Padre celestial. «La puerta, dice Santa Teresa, por la que penetran en el alma las gracias escogidas, como las que el Señor me hizo, es la oración; una vez cerrada esta puerta, ignoro cómo podría otorgárnoslas» (Vida, cap.8).

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